Con explicaciones de la fe que no dan respuesta a las preguntas de una vida de adulto, ni pueden contrarrestar los ataques a la fe solapados bajo un lenguaje pseudo-científico y «progresista». Por eso es importante asistir a charlas de formación, pedir consejo para leer libros interesantes sobre la doctrina y la vida cristiana, etc. ...
«Yo no busco recibir gloria de los hombres; pero os conozco y sé que no hay amor
de Dios en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibís; si otro
viniera en nombre propio a ése lo recibiríais. ¿Cómo podéis creer vosotros, que
recibís gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que procede del único Dios?
No penséis que yo os acusaré ante el Padre; hay quien os acusa: Moisés, en quien
vosotros esperáis. En efecto, si creyeseis a Moisés, tal vez me creeríais a mí,
pues él escribió de mí. Pero si no creéis en sus escritos, ¿ cómo vais a creer
en mis palabras?» (Juan 5, 31-47)
Jesús, está claro que no puedo
amarte si primero no creo. La fe es muy importante, porque es el paso previo a
la caridad, al amor. Por eso, he de fomentarla y cuidarla; no puedo jugar con la
fe, ponerla en peligro. «En otros tiempos se incitaba a los cristianos a renegar
de Cristo; en nuestra época se enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se
impelía, ahora se enseña; entonces se usaba de la violencia, ahora de insidias;
entonces se oía rugir al enemigo, ahora, presentándose con mansedumbre
insinuante y rondando, difícilmente se le advierte» (San Agustín).
La fe
se robustece con el estudio, con la formación. No es coherente que vaya
creciendo mi cultura, mi ciencia, mi capacidad critica, y continúe con una
formación religiosa «de primera comunión»: con explicaciones de la fe que no dan
respuesta a las preguntas de una vida de adulto, ni pueden contrarrestar los
ataques a la fe solapados bajo un lenguaje pseudo-científico y «progresista».
Por eso es importante asistir a charlas de formación, pedir consejo para leer
libros interesantes sobre la doctrina y la vida cristiana, etc. ...
«Si
no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?» Jesús, lo mismo
que dices sobre Moisés, lo dices también sobre los apóstoles y los ministros de
tu Iglesia: «Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí
me desprecia» (Lucas 10,16). Si no oigo las enseñanzas de la Iglesia, si no las
sigo, ¿cómo voy a creer? Los judíos «creían» en las escrituras; sin embargo, Tú
les dices que no creen en los escritos de Moisés porque creen a su modo,
interpretan a su manera. Igualmente, yo no puedo interpretar la escritura a mi
manera. «Quien a vosotros oye, a mime oye.»
«Te aconsejo que no
busques la alabanza propia, ni siquiera la que merecerías: es mejor pasar
oculto, y que lo más hermoso y noble de nuestra actividad, de nuestra vida,
quede escondido... ¡Qué grande es este hacerse pequeños!: «Deo omnis gloria!»
-toda la gloria, para Dios»(Forja 1051).
«¿Cómo podéis creer vosotros,
que recibís gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que procede del único
Dios?» Si me busco a mí mismo: quedar bien, triunfar, y que los demás me
admiren, ¿cómo voy a entenderte? Tú mismo has dicho: «Yo te alabo, Padre, Señor
del Cielo y la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes, y
las revelaste a los pequeños» Por eso, «¡Qué grande es este hacerse
pequeños!»
Jesús, Tú eres Dios y naces en un establo, vives pobre en una
aldea perdida, mueres ajusticiado en una cruz, y te escondes bajo las especies
de los alimentos más vulgares de la tierra: vino y pan. ¿Por qué actúas así?
¿Qué me estás queriendo enseñar con esto? Posiblemente quieres enseñarme que es
mejor pasar oculto, y que lo más hermoso y noble de nuestra actividad, de
nuestra vida, quede escondido. No significa que deba hacer las cosas mal, o que
me tenga que dedicar a labores de segunda categoría.
Tú me quieres con
prestigio profesional y humano, y en los lugares en los que el ejemplo de mi
vida cristiana pueda llegar a más gente. Pero sin buscar la alabanza propia, ni
siquiera la que me merecería. Toda la gloria te la mereces Tú, que eres quien me
ha dado mi inteligencia, tantos medios materiales, la formación religiosa,
continuas gracias espirituales, una familia como la que tengo, etc. Ayúdame,
Jesús, a buscar siempre y en todo tu voluntad y tu gloria.
La entrega plena de cristo por nosotros, que culmina en el Calvario, constituye
la llamada más apremiante a corresponder a su gran amor por cada uno de
nosotros. En la Cruz, Jesús consumó la entrega plena a la voluntad del Padre y
el amor por todos los hombres, por cada uno: me amó y se entregó por mí (Gálatas
2, 20)
¿Cómo correspondo yo a su Amor? En todo verdadero sacrificio se
dan cuatro elementos esenciales, y todos ellos se encuentran presentes en el
sacrificio de la Cruz: sacerdote, víctima, ofrecimiento interior y manifestación
externa del sacrificio, expresión de la actitud interior.
Nosotros, que
queremos imitar a Jesús, que sólo deseamos que nuestra vida sea reflejo de la
suya, nos preguntamos hoy si sabemos unirnos al ofrecimiento de Jesús al Padre,
con la aceptación de la voluntad de Dios, en cada momento, en las alegrías y
contrariedades, en el dolor y en el gozo.
La Santa Misa y el
Sacrificio de la Cruz son el mismo y único sacrificio, aunque estén separados en
el tiempo: se vuelve a hacer presente la total sumisión amorosa de Nuestro Señor
a la voluntad del Padre. Cristo se ofrece a Sí mismo a través del sacerdote, que
actúa in persona Christi. Su manifestación externa es la separación sacramental,
no cruenta, de su Cuerpo y su Sangre, mediante la transustanciación del pan y el
vino.
Nuestra oración de hoy es un buen momento para examinar cómo
asistimos y participamos en la Santa Misa. Si tenemos amor, identificación plena
con la voluntad de Dios, ofrecimiento de nosotros mismos, y afán corredentor.
El Sacrificio de la Misa, al ser esencialmente idéntico al
Sacrificio de la Cruz, tiene un valor infinito, independientemente de las
disposiciones concretas de quienes asisten y del celebrante, porque Cristo es el
Oferente principal y la Víctima que se ofrece. No existe un medio más perfecto
de adorar a Dios o de darle gracias por todo lo que es y por sus continuas
misericordias con nosotros. También es la única perfecta y adecuada reparación,
a la que debemos unir nuestros actos de desagravio.
La Santa Misa debe
ser el punto central de nuestra vida diaria, como lo es en la vida de la
Iglesia, ofreciéndonos nosotros mismos por Él, con Él y en Él. Este acto de
unión con Cristo debe ser tan profundo y verdadero que penetre todo nuestro día
e influya decisivamente en nuestro trabajo, en nuestras relaciones con los
demás, en nuestras alegrías y fracasos, en todo.
Acudamos a nuestro
Ángel para evitar las distracciones cuando asistimos a la Santa Misa, y
esforcémonos en cuidar con más amor este rato único de nuestro día."
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