La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, o del hombre rico y el mendigo
Lázaro, tiene algo que la hace, al menos para mi, especialmente incómoda. En
algún rincón de nuestro espíritu la figura de Lázaro nos resulta incómoda,
molesta; y, por el contrario, algo de nosotros conspira secretamente a favor de
Epulón. Me explicaré.
Había un
hombre rico que vestía de púrpura y de lino, y banqueteaba espléndidamente cada
día…
A Epulón le va bien.
Tiene durante su vida, todo lo que secretamente quisiéramos tener: banquetes y
fiestas, riquezas y triunfos, amigos y honores; y no parece tener ninguna
preocupación o pesar. Pero ¡luego va y se condena!
Y un mendigo
llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de
saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo
daba-
A Lázaro, sin
embargo, le va mal. Su vida es una verdadera lástima: mendigando tirado en la
calle, hambriento y cubierto de heridas, que esos perros callejeros, tan
molestos, se empeñan en lamer ¡Y él es el que se salva en la parábola! Parece
como si se nos estuviera diciendo que si aquí te lo pasas bien, ya sabes lo que
te espera al final del recorrido… Y, si quieres salvarte, pues eso, ya sabes, lo
de Lázaro: penalidades y sufrimientos.
Pero no, las claves
para interpretar correctamente la parábola nos las dan las lecturas litúrgicas
que la acompañan. En Jeremías leemos: maldito
quien confía en el hombre, y en la carne pone su esperanza. En el salmo
repetimos: dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el
Señor. Y, por último, cuando se dice la causa de la condena de Epulón,
ya no hay duda: recuerda que tú recibiste tus bienes en vida… “Tus
bienes”, esta es la clave de la interpretación. La parábola nos está
preguntando: “¿cuáles son “tus bienes”, dónde has puesto tu
corazón?”. “Tus bienes” te salvarán o te perderán.
Imagina por un
momento que Epulón se fuese al Cielo. Allí todo gozo reside en la contemplación
amorosa de Dios, pero a él esto no le dice nada y no entiende por qué están tan
alegres todos allí. Intrigado, le pregunta a san Pedro: “Oye ¿dónde está aquí
“lo bueno”, el “royo”, ya me entiendes? ¿Dónde está aquí “lo interesante”, tío?
Yo esperaba un festín a lo grande, los placeres y goces de la tierra
multiplicados por infinito, y ya ves, que soso es todo esto”. San Pedro le dice:
“si eso es lo que quieres, ven”. Y le lleva hacia un descomunal parque de
atracciones y de todo tipo de placeres… ¡Y todo gratis! Ahora sí que está en su
salsa Epulón. Pero claro, la eternidad es la eternidad. Y cuando han pasado solo
tres billones de años, nuestro Epulón está asqueado, ha gozado de todo millones
de veces y su sensación de aburrimiento y de vacío es insoportable, la eternidad
así de vacía le empieza a resultar abrasadora. Se da cuenta que, donde él ha
querido ir, a donde le han llevado “sus bienes”, es al infierno. Efectivamente,
cada uno tiene lo que quiere.
Pregúntate ahora
¿Cuáles son “mis bienes”, en qué he puesto mi corazón? Y después de agradecer a
Dios por tantas cosas buenas que te ha dado, no te olvides de Lázaro, mírale
también como “un bien tuyo”, porque será Lázaro quien te lleve al
Cielo.
Lázaro
es Jesús: he aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno
me abre, cenaré con él, y él conmigo (Ap 3,20). Mírale, ahí le tienes,
crucificado, manso y humilde, esperando a tu puerta. Por ti, lo ha dejado todo.
Te quiere tanto, que se ha hecho pobre por ti, para pedir como un mendigo en la
puerta de tu libertad. Se ha ofrecido totalmente por ti, en una Cruz, pidiendo a
Dios el perdón de tus pecados…Dirás que le tienes en cuenta, que no le olvidas,
que para ti Jesús cuenta. Pero acaso no le ofreces solo las migajas de tu
tiempo, las sobras de tus fuerzas, el último amor después del festín… Le das,
pero las migajas. Le das, pero no te das.
Y hasta los
perros se acercaban a lamerle las llagas. A veces, no te enfades, yo
también lo hago, al sentirnos pecadores nos acercamos como perros a lamer las
llagas de Cristo y conseguir la misericordia que nos ofrecen. Ya lo ves,
mientras nosotros solo le damos las migajas, él se nos da todo entero.
Aprende.
Vamos a decirle hoy
a Jesús, que queremos que él sea “Nuestro Bien” (así con mayúsculas), nuestro
mayor bien, que queremos ablandar nuestro corazón de piedra y abrirle la puerta
de nuestra libertad, y le serviremos como él quiere ser servido. ¿Sabré Madre
mía cambiar el final de la parábola? ¡En ti pongo mi esperanza Madre!
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