Cuando en la oración personal no hablamos al Señor de nuestras miserias y no le suplicamos que las cure, o cuando no exponemos esas miserias nuestras en la dirección espiritual, cuando callamos porque la soberbia ha cerrado nuestros labios, la enfermedad se convierte prácticamente en incurable.
Texto del Evangelio (Lucas 11, 14-23)
«Estaba expulsando un demonio que era mudo; y sucedió que, cuando salió el
demonio, el mudo rompió a hablar y la muchedumbre se quedó admirada; pero
algunos de ellos dijeron: Por Belcebú, príncipe de los demonios, arroja a los
demonios. Y otros, para tentarle, le pedían una señal del cielo. Pero él, que
conocía sus pensamientos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo quedará
desolado y caerá casa contra casa.
Si, pues, también Satanás está
dividido contra sí mismo, ¿cómo quedará en pie su reino, puesto que decís que
arrojo los demonios por Belcebú? Si yo expulso los demonios por Belcebú,
vuestros hijos, ¿por quién los arrojan? Por eso ellos mismos serán vuestros
jueces. Pero, si yo expulso los demonios por el dedo de Dios, está claro que el
Reino de Dios ha llegado a vosotros. Mientras uno que es fuerte y está bien
armado custodia su palacio, sus bienes están seguros; pero en llegando otro más
fuerte, le vence, le quita sus armas en las que confiaba y reparte su botín. El
que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparramo.»
(Lucas 11, 14-23)
Jesús, siempre se puede encontrar la manera de
no creer en Ti. Ha de ser así, porque de otro modo no te amaría con libertad
sino obligado por la evidencia. Haces un milagro patente, y la gente sencilla se
queda admirada. Pero otros prefieren buscar la «cuadratura del círculo» antes de
reconocer que eres Dios.
¿Cuál es, Señor, mi actitud ante tantas
intervenciones tuyas en mi vida? Es lo que se llama tu Providencia ordinaria, es
decir, que las cosas ordinarias que ocurren en mi vida están queridas y enviadas
por Ti para mi bien. «La divina providencia consiste en las disposiciones por
las que Dios conduce con sabiduría y amor todas las criaturas hasta su fin
último» (CEC.-321). Gracias, Jesús, por todo lo que me envías: aquello que me
parece bueno y, también, aquello que me hace sufrir un poco y que, seguro, tiene
una parte positiva aunque a veces me cueste verla humanamente. «Todo reino
dividido contra sí mismo quedará desolado.»
Jesús, te pido por la unidad
en la Iglesia, para que, como Tú pediste al Padre, «todos sean uno; como Tú
Padre, en mi y yo en Ti» (Juan 17,21). Por mi parte, hago el propósito de no
criticar nunca a la Santa Madre Iglesia o a sus miembros -aunque haya alguna
persona concreta que se pueda equivocar- como no quiero criticar nunca a mi
madre de la tierra.
«Cuando le hablaron de comprometerse
personalmente, su reacción fue razonar así: «en ese caso, podría hacer esto...,
tendría que hacer lo otro...» -Le contestaron: «aquí no chalaneamos con el
Señor. La ley de Dios, la invitación del Señor se toma o se deja, tal como es.
Es preciso decidirse: adelante, sin ninguna reserva y con mucho ánimo, o
marcharse. «Qui non est mecum... » -el que no está Conmigo, contra Mi está»-
(Surco.-9).
Jesús, yo no quiero ser malo... pero tampoco me decido a ser
santo de verdad. Hago cosas buenas, sí. Pero no acabo de querer dejar algunos
hábitos o prioridades que no van: esos tiempos «para mí»; esos caprichos; esa
comodidad que me vence; ese deseo de querer quedar bien por encima de todo... En
el fondo, lo que ocurre es que sigo pensando que seré más feliz así: con mi
media entrega. No me acabo de creer que seguirte a Ti de verdad es ser feliz de
verdad, mientras que seguirte a medias es ser feliz sólo a medias.
Jesús, no quiero «chalanear» -negociar- contigo; yo quiero entregarme...
pero sólo un poco. «Es preciso decidirse: adelante, sin ninguna reserva y con
mucho ánimo». Ayúdame, Jesús, a enterarme de una vez. Tú eres la persona que ha
sido más feliz en esta tierra, porque has sido -y eres- el que más sabe amar.
Amar comporta sacrificio, entrega; y amar mucho comporta mucho sacrificio y
mucha entrega.
Jesús, quiero estar contigo, no contra Ti. Y sé que no
hay posturas intermedias. Que no tenga miedo a darme más; que me decida a
intentar de verdad ser santo
En el Evangelio de la Misa vemos a Jesús que cura a un endemoniado que era mudo
(Lucas 11, 14; Mateo 9, 32-33). La enfermedad, un mal físico normalmente sin
relación con el pecado, es un símbolo del estado en el que se encuentra el
hombre pecador; espiritualmente es ciego, sordo paralítico... Cuando en la
oración personal no hablamos al Señor de nuestras miserias y no le suplicamos
que las cure, o cuando no exponemos esas miserias nuestras en la dirección
espiritual, cuando callamos porque la soberbia ha cerrado nuestros labios, la
enfermedad se convierte prácticamente en incurable.
El no hablar del daño
que sufre el alma suele ir acompañado del no escuchar: el alma se vuelve sorda a
los requerimientos de Dios, se rechazan los argumentos y las razones que podrían
dar luz para retornar al buen camino. Al repetir hoy, en el Salmo responsorial
de la Misa, Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón (Salmo
94), formulemos el propósito de no resistirnos a la gracia, siendo siempre muy
sinceros.
. Para vivir una vida auténticamente humana, hemos de
amar mucho la verdad, que es, en cierto modo, algo sagrado que requiere ser
tratado con amor y respeto. El Señor ama tanto esta virtud que declaró de Sí
mismo: Yo soy la verdad (Juan 14, 6), mientras que el diablo es mentiroso y
padre de la mentira (Juan 8, 44), todo lo que promete es falsedad. No podremos
ser buenos cristianos si no hay sinceridad con nosotros mismos, con Dios y con
los demás.
A los hombres nos da miedo, a veces, la verdad porque es
exigente y comprometida. Existe la tentación de emplear el disimulo, la verdad a
medias, la mentira misma, a cambiar el nombre a los hechos. Para ser sinceros,
el primer medio que hemos de emplear es la oración: es segundo lugar, el examen
de conciencia diario, breve, pero eficaz, para conocernos. Después, la dirección
espiritual y la Confesión, abriendo de verdad el alma, diciendo toda la verdad.
Si rechazamos el demonio mudo tendremos alegría y paz en el alma.
Quienes nos rodean han de sabernos personas veraces, que no
mienten ni engañan jamás, leales y fieles: la infidelidad es siempre un engaño,
mientras que la fidelidad es una virtud indispensable en la vida personal y
social. Sobre ella descansan el matrimonio, los contratos, la actuación de los
gobernantes. El amor a la verdad nos llevará a rectificar, si nos hubiéramos
equivocado; a no formarnos juicios precipitados; a buscar información objetiva,
veraz y con criterio. Entonces se hará realidad la promesa de Jesús: La verdad
os hará libres (Juan 8, 32).
No hay comentarios:
Publicar un comentario