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viernes, 30 de noviembre de 2012

¿ LA VERDADERA CONVERSIÓN INTERIOR?


Dice el Señor:

El reino de Dios dentro de vosotros está, 
Conviértete a Dios de todo corazón, y deja ese miserable mundo, 
y hallará tu alma reposo.

Aprende a menospreciar las cosas exteriores y darte a las interiores, y verás que se vienen a ti el reino de Dios. Pues el reino de Dios es paz y gozo
 en el Espíritu Santo, que no se da a los malos.

Si preparas digna morada interiormente a Jesucristo, vendrá a ti,
 y te  Mostrará su consolación. 

Toda su gloria y hermosura está en lo interior, y allí se está complaciendo. Su continua visitación es con el hombre interior; con él habla dulcemente, tiene agradable Consolación, mucha paz y admirable familiaridad. pues, alma fiel, prepara tu corazón a este Esposo para que quiera venirse a ti, y hablar contigo.

Porque él dice así: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. Da, pues, lugar a Cristo, y a todo lo demás cierra la puerta. Si a Cristo tuvieres, estarás rico, y te bastará. El será tu fiel procurador, y te proveerá de todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres.
Porque los hombres se mudan fácilmente, y desfallecen en breve; pero Jesucristo permanece para siempre, y está firme hasta el fin.

No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal, aunque sea útil y bien querido, ni has de tomar mucha pena si alguna vez fuere contrario o no te atiende.
Los que hoy son contigo, mañana te pueden contradecir, y al contrario; porque muchas veces se vuelven como viento. Pon en Dios toda tu esperanza, y sea El tu temor y tu amor. El responderá por ti, y lo hará bien, como mejor convenga.
No tienes aquí domicilio permanente: dondequiera que estuvieres, serás extraño y peregrino, y no tendrás nunca reposo, si no estuvieres íntimamente unido con Cristo.

¿Qué miras aquí no siendo este lugar de tu descanso?
En los cielos debe ser tu morada, y como de paso has de mirar todo lo terrestre. 

Todas las cosas pasan, y tú también con ellas. Guárdate de pegarte a ellas, 
porque no seas preso y perezcas.

En el Altísimo pon tu pensamiento, y tu oración sin cesar sea dirigida a Cristo.
Si no sabes contemplar las cosas altas y celestiales, descansa en la pasión
 de Cristo y habita gustosamente en sus grandes llagas.

Porque si te acoges devotamente a las llagas y preciosas heridas de Jesús, gran consuelo sentirás en la tribulación, y no harás mucho caso de los desprecios de los hombres, y fácilmente sufrirás las palabras maldicientes.

Cristo fue también en el mundo despreciado de los hombres, y entre grandes afrentas, Desamparado de amigos y conocidos, y en suma necesidad.

Cristo quiso padecer y ser despreciado, y tú ¿te atreves a quejarte de alguna cosa?
Cristo tuvo adversarios y murmuradores, y tú ¿quieres tener a todos 
por amigos y bienhechores?

¿Con qué se coronará tu paciencia, sin ninguna adversidad se te ofrece?

Si no quieres sufrir ninguna adversidad, ¿cómo serás amigo de Cristo?

Sufre con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo.

Si una vez entrases perfectamente en lo secreto de Jesús, y gustases un poco de su encendido amor, entonces no tendrías cuidado de tu propio provecho o daño; antes te holgarías más de las injurias que te hiciesen; porque el amor de Jesús hace al hombre despreciarse a sí mismo.

El amante de Jesús y de la verdad, y el hombre verdaderamente interior y libre de las aflicciones desordenadas, se puede volver fácilmente a Dios, y levantarse sobre sí mismo en el espíritu, y descansar gozosamente.

Aquel a quien gustan todas las cosas como son, no como se dicen o estiman, es Verdaderamente sabio y enseñado más de Dios que de los hombres.

El que sabe andar dentro de sí, y tener en poco las cosas exteriores, no busca lugares, ni espera tiempos para darse a ejercicios devotos.

El hombre interior presto se recoge; porque nunca se entrega todo a las cosas exteriores. No le estorba el trabajo exterior, ni la ocupación necesaria a tiempos; sino que así como suceden las cosas, se acomoda a ellas.

El que está interiormente bien dispuesto y ordenado, no cuida de los hechos famosos y perversos de los hombres.Tanto se estorba el hombre y se distrae, cuando atrae a sí las cosas de fuera. Si fueses recto y puro, todo te sucedería bien y con provecho.

Por eso te descontentan y conturban muchas cosas frecuentemente, porque aún no has muerto a ti, del todo, ni apartado de todas las cosas terrenas.

Nada mancilla ni embaraza tanto el corazón del hombre cuanto el amor desordenado de las criaturas.

Si desprecias las consolaciones de fuera, podrás contemplar las cosas celestiales, y gozarte muchas veces dentro de ti.

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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Conocimiento REVELADO .


"La Fuerza y el   Poder  y la obra de la Palabra revelada de forma verbal o  escrita, debe tener valor solo por  la Luz y el Amor del que la inspiro "Dios" 
y no por el autor que la escribe o pronuncia."

"Por ello toda palabra obra o acción buena de toda persona es inspirada solamente desde nuestro interior y revelada por Dios, 
esto solo obedece a las mociones del espíritu bueno que habita en nosotros"

Recordar siempre: El que hace la obra buena, el que dice la palabra y el que alaba al padre en la humanidad del prójimo a travez de las obras buenas es y solo sera "Dios" 
nosotros somos solo el instrumento o el canal por el cual Nuestro padre se sirve para continuar su obra "principio" y terminar su creación "Finalidad de la creación"

"Somos barro en la manos del mejor alfarero."

Después de la soberbia  y el error de los ángeles caídos, se estableció otra fuerza segunda en el universo la del mal contraria a la del Bien Absoluto que es la Fuerza primera, las fuerzas del mal  se  manifiestan en todo el plano material incluyendo al hombre, y  consisten en tentaciones, permanentes que invitan  al ser humano  a desobedecer las leyes de la creación.

Esa insinuación permanente se le denomina Tentación, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, por consiguiente goza  de su gracia el Bien absoluto en su interior  por eso Dios lo Amo primero lo doto con los medios necesarios para resistir con su ayuda a las insinuaciones o tentaciones de las fuerzas del mal  o ángeles  caídos.

Uno de los grandes tesoros que Dios otorgo al hombre es su libre albedrio, es que pueda elegir claramente entre seguir una insinuación o tentación o elegir aceptar el Camino  de cumplir las las leyes de la creación desde su inicio el Bien absoluto, el Amor a Dios, al Prójimo y la Creación.

 El tiempo juega un papel importante en la vida del hombre por que con el, al transcurrir el día a día el hombre perfecciona su pensamiento su racionalidad, y con la ayuda de la gracia va despertando y entendiendo cada vez mas en su interior cual es el verdadero sentido de la Vida, de Dios, de sus Leyes.

Además que el Identificar cual es  el Camino correcto que debemos elegir a diario para ser feliz en este mundo material y poder alcanzar nuestro nacimiento a la vida eterna.

Cuando el hombre de hoy hace a un lado el Camino del Bien en todo su sentido, a través  de sus malas decisiones, actos, pensamientos etc., en parte  y gran medida es por que experimenta una tentación sugerida por la fuerza del mal que lo vence.

El Amor es La semilla del Bien absoluto, que todos llevamos dentro y esa  gracia que es superior  a la Fuerza del mal,  esa semilla del bien perdurara y triunfara hasta el final de los tiempos por que así se decreto desde antes del inicio de la creación y de la existencia del mal.

Antes de la existencia del mal todo era bien absoluto, por ello el creador de todo lo espiritual y material, al tener una inteligencia infinitamente ilimitada en sobreabundancia de Amor pudo precaver cual seria la forma de combatir  contra cualquier fuerza que se creara después de realizar la obra creadora.

Dios al tener el conocimiento infinito y conocer la profundidad de lo antes mencionado puedo claramente decretar que  toda fuerza creadora de Bien Absoluto primera estará siempre hasta el final de los tiempos por enzima de una fuerza del mal segunda resultante de una primera creación absoluta.

El anterior principio se puede esclarecer y dar forma retornando al pensamiento de la existencia de creación primera y todo lo que este después de esa creación primera será inferior en conocimiento y fuerza y deberá depender exclusivamente del creador, recordando palabras como

Te basta mi gracia (2 Cor.12,9)


"Todo lo puedo en Aquél que me conforta". Con El no hay posibilidad de fracaso, y de esta persuasión nace el santo "complejo de superioridad" para afrontar las tareas con espíritu de vencedores, porque nos concede Dios su fortaleza.

Buscad primero el reino de dios y su justicia (Mateo 6:33).

Nadie será tentado por encima de sus propias fuerzas..


Jesús dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6)

.Jesús exclamó: venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. (Mateo 11,28-30)
Todo el que pide recibe… (MATEO 7:7-11).

Con todo lo anterior se puede concluir que Dios protege su creación, sabe cual es su destino, a cada persona le dará siempre los medios necesarios para lograr las metas propuestas antes de la creación además esta atento a retribuir y recompensar de manera clara y precisa los esfuerzos que debe hacer el hombre en su caminar terreno para rechazar la fuerza del mal que habita o ronda como se quiera entender  para que el hombre no cumpla su finalidad para lo cual fue creado  que es y será por siempre ser feliz desde el inicio de su existencia.

El hombre tiene la capacidad voluntaria y racional en mayor o menor medida según lo decreto nuestro padre  a cada hombre de determinar cual es el rumbo de su felicidad.

 La felicidad debe ser el objeto y resultado de todo hombre naciente al habitar la vida presente, por consiguiente allí realiza las fuerzas del mal todo su  obra, el creador lo sabe y por consiguiente le ha dado medios, dones, gracias, le da avisos además que le perdona u olvida o mas bien entiende su limitación su incapacidad y poco a paco le deja al hombre de ayer de hoy y del mañana experimentar desde lo mas profundo de su ser ese combate de esas dos fuerzas del bien y del mal.

Recordar siempre que las leyes del bien perduraran y perseveraran por encima de las del mal en cada acontecimiento personal, grupal, de pueblos y naciones a través de todos los tiempos.

Entendiendo lo anterior el tiempo, le dará al hombre, el conocimiento del creador y su propósito al inicio de la creación, y Dios con su creación saldrá vencedor, prevalecerá y tendrá dominio eterno sobre todas las cosas materiales y espirituales del universo infinito y por siempre, aun teniendo en cuenta de la limitación del hombre como ser finito en cuerpo en espacio, y tiempo, además que su limitación en conocimiento.

 Al hombre le llega  el Conocimiento

Primero por el conocimiento revelado por Dios al hombre de las verdades eternas y de fe,  por cualquier forma y medio.


Segundo el  conocimiento  racional que corresponde al esfuerzo que realiza toda persona por su libre albedrío por saber y entender las verdades absolutas que rigen la creación incluido al hombre mismo y que Dios permite que lo logre.

La vida del hombre en todo su contexto tiene una predestinación sujeta a un camino del seguimiento de las leyes del bien y del mal.

Somos coocreadores del bien y también seremos coocreadores del mal, hay que diferenciar Dios rige las leyes del Bien y permite por su voluntad permisiva que se desarrollen en notros las leyes del mal si nosotros lo permitimos y nos falta su gracia.

Como decir y explicar que el mal se creo solo?
Hubo una creación primera del bien en todo su contexto con exigencia o decreto de cumplimiento de las leyes del Bien,

Si algo que fue fruto de esa creación no cumple por su propio albedrío esa ley del bien, se crea entonces una ley segunda del mal que tendrá como fin u objeto la destrucción en el tiempo futuro mismo de todo lo creado por las leyes del mal.

El seguimiento de las leyes del mal nos inhabilita temporalmente el acercamiento a las leyes del bien o su cumplimento en este caso mencionamos al hombre, digo inhabilita temporalmente por que para ello Dios estableció a través de la historia del hombre tanto en el antiguo testamento como en el nuevo  y a través de su venida y muerte de cruz para redimir al genero humano de toda mancha de pecado,  justificándonos en la cruz.

Prometiéndonos la vida eterna como al buen ladrón y dejándonos los medios necesarios para la reconciliación como lo es la institución del sacramento del perdón o reconciliación, para que podamos cada vez recomenzar de nuevo con su ayuda pero con nuestro deseo.

El que dicta la ley, la promulga, la expone, el autor de ella no podrá en ningún momento de la creación violar su propia ley como es:
Perdonar a los que le ofenden…
Perdonar setenta veces siete…
Poner la otra mejilla…
 Amaras al prójimo…
Tanto amo Dios al hombre que mando a su Hijo al mundo no para juzgarlo si no para Salvarlo.
No se puede decir amen al prójimo, perdónenle PERDONEN LO sin que Dios
  primero no lo haga con nosotros.

Como complemento a lo anterior se puede decir que las leyes del mal no crean o destruyen, sino que disipan, entorpecen, tergiversan, nublan, impiden temporalmente la ley primera de la creación absoluta que es y será la del Bien absoluto, Incluido al hombre y su acercamiento a la fuente misma de donde nació o partió algún día de Dios.

 Por  que al fin y al cabo lo que importa es nuestro acercamiento hacia Dios en esta vida y en la otra, de lo cerca o lejos que estemos del creador será nuestro gozo y felicidad  o el entendimiento de la tierra prometida.

Expuesto todo lo anterior podemos concluir que al final de los tiempos de personas, pueblos, naciones, hasta que Dios lo decrete que, prevalecerán las leyes del bien en todo el contexto de la palabra y eso incluirá al hombre sus planes y su felicidad.

Reinara  entonces la tierra prometida la felicidad y el amor en todo su esplendor

Identifiquemos las fuerzas del mal, y todo lo que nos aparte del Amor y la felicidad
y saber de una vez por todas por que no podemos gozar de la tierra prometida
por causa de la angustia, el desamor la infelicidad, el egoísmo, y la soberbia.

Angustia es contrario a felicidad, y egoísmo contrario al amor y para rivalizar estas dos fuerzas ponemos en el tapete la soberbia que no es mas que la intención plasmada en el hombre o consentida por el hombre por insinuación de las fuerzas segundas del mal, ángeles caídos de revelarse contra toda norma de amor absoluto que rige la creación entera.

La pelea es dura pero entre comillas pelea para nosotros los seres humanos por que para Dios esta todo claro, el solo busca el bien de su creación, dará, justificara y ayudara por medio de la gracia y los sacramentos y su infinita misericordia la incapacidad del hombre en todo sentido por alcanzar la felicidad.

Por ello para poder alcanzar la felicidad se debe renunciar al propio yo,  darle cabida al Dios verdadero que rige la naturaleza creada incluido al hombre y por libre albedrío dejar reinar en nosotros después de combatir a diario contra el enemigo de nuestra felicidad a las leyes del Bien absoluto que es el Amor.

Todos experimentamos y hemos experimentado en mayor y menor mediada lo anterior en nuestra vidas, la dura batalla del bien y del mal.

Siempre seremos felices y gozosos, y seremos premiados en esta vida con la paz en nuestro interior cuando terminemos aceptando y cumpliendo en mayor medida las leyes del Bien.

Leyes del Bien se pueden entender como Mandamientos de la ley de Dios, como Leyes del Amor practicado sin egoísmo o sea Amor Puro y desinteresado a toda la creación,  o como se dejo dicho y escrito a través de los evangelios narrados siguiendo El Camino, buscando la  Verdad y viviendo la verdadera vida la vida en Cristo Jesús.

Para vivir la Vida plena llena de gozo y de felicidad se debe aceptar al creador, sus leyes esforzándonos día a día por cumplirlas, identificar y rechazar las leyes segundas del mal para que con ella reine en nosotros la paz y el amor hacia nosotros mismos, hacia Dios y hacia la creación entera incluida al hombre .
La tierra prometida por Dios desde
 nuestra Creación

Es y será solo una realización de  vida personal donde reine el Amor  de Dios, hacia Dios y al prójimo, después de combatir cada segundo contra las fuerzas del mal que quieren todo lo contrario y reitero que no seamos felices.

Como lograr ser felices en esta vida sabedores  que muchos hombres  tienen todavía mucha carencia de creencia en un ser supremo?

Como ser feliz sabiendo que a diario somos tentados por unas fuerzas superiores a nosotros?

Como ser felices teniendo en cuenta que no tenemos mucho de conocimiento material espiritual y de Dios mismo para responder debidamente a seguir ese Camino?

A estos interrogantes y muchos mas que saltan a la vista y que seria extenso mencionar en este momento, le respondo de la siguiente manera recordando los evangelios y el artífice de ellos a Jesús.
Te basta Mi gracia…

Se le exigirá de acuerdo a lo que se le confió…

Nadie puede ser tentado por encima de sus propias fuerzas…

Y la mas bella Todos somos hijos de Dios…

Recordemos  tenemos su sello su aliento, así no practiquemos o estemos afiliados a ninguna religión o nos declaremos ateos, recordad siempre llevamos su sello su aliento su gracia,  nuestro Padre Dios  lo sabe, deja la puerta abierta para que esas personas en todo su caminar Terreno sigan un Camino  de una forma innata en ellos desde su creación personal ese camino es el del bien la bondad y el Amor.

Y todo solo por ser Hijos de un Creador.

Un ateo Ama, un hombre de cualquier cultura, religión, raza, nación o pueblo ama a su hijo  a su perro a su entorno, a su padre o madre a sus amigos, el saber o experimentar el Amor en mayor o menor medida en el y a su vez irradiarlo a otros  estará cumpliendo con la finalidad para lo cual fue creado Amar.

La persona tentada que consiente el mal 
dice no ser amado o no amar a nadie estará abandonada de Dios?

No, el por que? , es claro,

El protagonista de los evangelios Jesús, expuso claramente y de diversas maneras un ejemplo y es el mas fácil que recordamos en la parábola del Hijo prodigo.

El recordar este bello pasaje nos invita a entender claramente que el hombre busca por todos los medios materiales la felicidad en esta vida, se mete por caminos que el hombre cree ser feliz y tarde o temprano termina entendiendo por su libre albedrio que su felicidad no estaba en ese camino.

Si hiciéramos el ejercicio de preguntar a cada persona de la humanidad que si desviándose del camino del Bien, ha encontrado felicidad la respuesta estoy seguro seria que no la ha encontrado.

Entre mas haya consentido y elegido las leyes del mal mas infelicidad habrá sentido en su corazón y por consiguiente su vida en  la Tierra prometida por
 Dios fue y será un desastre.

Concluyendo, recordad Siempre Yo soy El Camino La Verdad y la Vida, como segunda medida, nuestro señor Jesucristo En sus ultimas palabras en la cruz cuando dio su vida por nosotros exclamo de primera mano :Padre perdónales por que no saben lo que hacen.

El, nos justifico, les reitero El, siempre estará atento a justificarnos a perdonarnos a entendernos a auxiliarnos, a lograr nuestra salvación, necesita solo de nuestro consentimiento que pensemos por un solo momento que queremos escoger y por que motivos no somos felices y que le pidamos que no nos apartemos de su lado. Y el de Nosotros, como los discípulos de Emaús: Señor quédate con nosotros.



”Nadie puede servir a dos señores a Dios y el Dinero, mas amara uno y aborrecerá al otro”

”Ve y vende todo lo que tienes y sígueme le responde Jesús a Joven Rico que le pregunto que tenia que hacer para ganar la vida eterna. 
y ser feliz”

La Tierra Prometida.
Recordando el buen ladrón que hasta en el ultimo momento en esta vida  tuvo la oportunidad de escoger que camino elegir si la tierra prometida de la vida eterna de gozo  que era lo único que le quedaba solo por reconocer desde lo mas profundo de su ser al buen Jesús, con humildad,  por que la tierra prometida que ya había tenido en esta vida mortal ya la había malogrado.

Nosotros rechazando toda norma de piedad de bondad de amor y de temor  de Dios tendremos una  vida de intranquilidad y de tristeza ya en esta vida y por consiguiente de muerte a la vida eterna donde careceremos también de gozo y felicidad y sentiremos tristeza profunda e  inmensa el saber que no podemos acceder a recobrar la oportunidad que tuvimos de ser feliz en esta vida y que por consiguiente perdimos también la eterna. Como le sucedió en la parábola que Jesús expuso de lázaro y el rico opulon 
(Lucas 16, 19-31)


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lunes, 26 de noviembre de 2012

La adversidad, camino más corto para la Santidad.?



El que lleva su cruz con paciencia, se salva; 
el que la lleva con impaciencia, se pierde». 




El que lleva su cruz con paciencia, se salva; 
el que la lleva con impaciencia, se pierde». 

Dos fueron los crucificados a cada lado de Jesús, 
y la misma pena hizo, del uno, un santo y, del otro, un réprobo.

La adversidad o la prosperidad, tanto para nosotros como para 

los que nos son queridos (familia, comunidad, etc.).

Se puede hacer un buen uso de la prosperidad y de la adversidad, 
y se puede abusar de ellas. 

¿Seremos del número de los sabios o de los necios? 
¿Querrá Dios hacernos pasar por buena o por mala fortuna? 
¿Tendrá intención de retenernos mucho tiempo sobre la cruz? 

Nada sabemos, y, por consiguiente, el partido más acertado es establecernos en la santa indiferencia, esperar en paz el divino beneplácito aceptado con amorosa confianza, y sacar de él todo el provecho posible.

A la luz de una fe viva, la prosperidad se nos presentará como una sonrisa perpetua de la Providencia, y por lo mismo abriremos gustosos nuestro corazón al reconocimiento, al amor, a la confianza para con nuestro Padre Celestial.

Cada nueva prenda de su afecto hará brotar de nuestros labios un gracias sincero. Con ella aliviaremos a nuestros hermanos menos afortunados, llevándolos así a bendecir con nosotros al Autor de todos los bienes.

Mas desgraciadamente tiene razón San Francisco cuando dice: 
«La prosperidad tiene atractivos que encantan los sentidos y adormecen la razón; imperceptiblemente nos hace cambiar, de suerte que nos aficionamos a los dones, olvidando al Bienhechor.» 

Y hasta nos hace descender, por decirlo así, y sin darnos cuenta, hacia una vida menos austera, en busca de nuestras comodidades, por los senderos de relajación.

Se verá quizá, y no sin asombro, que algunos hacen profesión de vivir unidos a Jesucristo en la cruz y, sin embargo, andan ansiosos de la prosperidad, ávidos de procurarse los bienes de la tierra, ardientes por fijar en ellos su corazón, presurosos en recurrir a Dios cuando la espina de la adversidad llega a punzarles, impacientes por librarse de ella. Y, sin embargo, el Evangelio no pone la bienaventuranza cristiana sino en la pobreza, en los desprecios, el dolor, las lágrimas, las persecuciones; la misma filosofía nos enseña que la prosperidad es la madrastra de la verdadera virtud y la adversidad su madre.

Con harta frecuencia el estado de prosperidad habitual es un lazo, y recordando que ella no ha sonreído de esta manera a Nuestro Señor y a los santos, el verdadero espiritual concluirá por inquietarse y deseará no gozar tanto de este mundo; sólo una cosa le dará seguridad: estar en manos de Dios y sentirse bajo su mirada.
La adversidad nos abre un camino más seguro. 

Dios, que es amigo constante y solícito, nos quita la prosperidad que nos perjudicaría, emplea la espada de la adversidad para cortar los afectos rivales de su santo amor; unas veces por la privación, otras por el sufrimiento nos aparta más pronto y seguramente del placer, arranca nuestro espíritu y corazón de esta tierra y los atrae hacia las riberas eternas.

Es la mejor escuela del desasimiento, y también un purgatorio anticipado menos terrible que el de la otra vida, eficacísimo, sin embargo; porque Dios no castigará dos veces la misma falta. Después de habernos purificado en el horno del sufrimiento, como el oro en el crisol, nos hallará dignos de sí y nos recibirá como víctimas de holocausto.
La adversidad es una mina de oro de donde se pueden sacar las más sublimes virtudes y méritos inagotables. 

El P. Jerónimo Natalis preguntaba un día a San Ignacio: 
«¿Cuál es el camino más corto y más seguro para llegar a 
la perfección y al cielo?» 

El santo le respondió: «Sufrir muchas adversidades grandes por amor de Jesucristo.»

 Una gran adversidad nos lleva al cielo, pero muchas nos llevan a él más pronto y más lejos; porque, para los hombres de fe, según el P. Baltasar Álvarez, «los sufrimientos son como caballos de posta que Dios envía para atraerlos más prontamente a sí, o como una escala que les ofrece para elevarse a virtudes más eminentes...

Considérese el dolor de un propietario cuando una terrible granizada viene a destruir su viña, pero si los granizos fueran de oro, ¿sería razonable su aflicción? Pues oro son los desprecios y demás aflicciones que caen como granizo sobre un alma que en verdad es paciente. Lo que gana vale infinitamente más que lo que pierde. El cielo es el reino de los tentados, de los afligidos, de los despreciados».

La adversidad es el camino más corto para la santidad. 

Según Santa Catalina de Génova las injurias, los desprecios, las enfermedades, la pobreza, las tentaciones y todas las demás contrariedades nos son indispensables para sujetar por completo nuestras torcidas inclinaciones, y el desarreglo de nuestras pasiones; es el medio de que el Señor se vale para disponemos a la unión divina, y según San Ignacio, «no hay madera más a propósito para producir y conservar el amor de Dios que la madera de la cruz». 

San Alfonso añade: « La ciencia de los Santos consiste en sufrir constantemente por Jesucristo, y éste es el medio de santificarse pronto».

Los favores con que el Señor ha beneficiado a sus amigos, los hechos extraordinarios que les han dado celebridad, son quizá lo que más impresiona en su vida, pero sin motivo alguno. Lo que sí debiéramos señalar son las debilidades, las sequedades, las desolaciones, las persecuciones de todo género que Dios les ha prodigado, y su inalterable paciencia en este dilatado martirio, pues por este medio han llegado a ser santos. Como amantes generosos del divino Maestro, han deseado ser como El pobres, sufridos, despreciados.

Dios Padre los ha crucificado con su Hijo tiernamente amado, y los más amantes han sido los más probados, siendo hacia el fin de su vida, época de su más elevada perfección, cuando de ordinario más han sufrido. «Porque eran agradables a Dios, fue necesario que la tentación los probara». La tribulación ha sido, por decirlo así, la recompensa de sus trabajos pasados a la vez que la consumación de su santidad.

Nadie hay que no haya vivido sobre la cruz, ni uno que no se haya alegrado de sufrir en ella con su adorado Maestro. Todos, como Nuestro Padre San Benito, han preferido «padecer los desprecios del mundo a recibir sus alabanzas, y a agotarse con trabajos más bien que ser colmados de los favores del siglo». 

El bienaventurado Susón, cuando por excepción disfrutaba una tregua en sus continuas pruebas, lamentábase ante las religiosas, sus hijas espirituales: «Temo mucho ir por mal camino, porque hace ya cuatro semanas que no he recibido ataques de nadie; tengo miedo de si Dios no pensará ya en mí». Apenas acababa de hablar cuando se le viene a anunciar que personas poderosas han jurado su perdición. A esta noticia no pudo menos que experimentar inmediatamente un movimiento de terror. 

«Desearía saber por qué he merecido la muerte. - Es por las conversiones que obráis. - ¡Entonces! ¡Sea Dios bendito! » Vuelve lleno de gozo a la reja: «Animo, hermanas mías, que Dios ha pensado en mí y aún no me ha olvidado». Nosotros decimos en nuestras pruebas: Basta, Dios mío, basta.

La venerable María Magdalena Postel, por el contrario, repetía sin cesar: «Aún más, Señor, aún más; ven, cruz, que te abrazo. ¡Dios mío, bendito seáis! Vos no nos humilláis sino para elevarnos más». En una circunstancia muy penosa, Santa Teresa del Niño Jesús escribía a su hermana: « ¡Cuánto nos ama Jesús, pues que nos envía dolor tan grande! La eternidad no será bastante larga para bendecirlo por ello. Nos colma de sus favores como colmaba a los grandes Santos... El sufrimiento y la humillación son el único camino que forma los Santos. Nuestra prueba es una ruina de oro que es preciso explotar. Ofrezcamos nuestro sufrimiento a Jesús para salvar las almas».

De todo esto concluyamos con San Alfonso: «Algunas personas se imaginan que son amadas de Dios, cuando prosperan en todo y no tienen nada que sufrir. Pero se engañan, porque Dios prueba la fidelidad de sus servidores, y separa la paja del grano por la adversidad y no por la prosperidad: el que en las penas se humilla y se resigna con la voluntad de Dios, es el grano destinado al Paraíso, y el que se enorgullece, se impacienta, y por fin abandona a Dios, es la paja destinada al infierno.

El que lleva su cruz con paciencia, se salva; el que la lleva con impaciencia, se pierde». Dos fueron los crucificados a cada lado de Jesús, y la misma pena hizo, del uno, un santo y, del otro, un réprobo.

¡Ojalá que tomáramos nuestras cruces, no sólo con paciencia y resignación, sino aun con amor y confianza filial! Dos cosas nos ayudarán especialmente a conseguirlo: el espíritu de fe y la humildad. Por poco que se escuche a la naturaleza, retrocederá siempre ante la adversidad; mas impóngasele silencio para no considerar sino a Dios, y pronto diremos con el Rey Profeta: «Me he callado, Señor, y no he abierto mi boca, porque sois Vos quien lo ha hecho todo». 

El orgulloso cree con facilidad que no se le hace justicia, y los caminos de Dios, cuando son dolorosos, le espantan y desconciertan.

El humilde, por el contrario, penetrado por un vivo sentimiento de sus miserias y de sus faltas, bendecirá a Dios hasta en sus rigores: «Adoro, Señor, la equidad de vuestros juicios y hasta me hacéis gracia y yo alabo vuestras misericordias, pues estáis lejos de castigarme tanto como he merecido. Y además, me es necesario el remedio del sufrimiento, y las penas que me enviáis son precisamente las que mejor responden a mis necesidades».

Calamidades Públicas y Privadas

Debemos conformarnos con la voluntad de Dios en las calamidades públicas, tales como la guerra, la peste, el hambre, y todos los azotes de la divina Justicia. Otro tanto es preciso hacer cuando la desgracia viene a caer sobre nosotros personalmente o sobre los nuestros. 

El gran secreto para conseguirlo, es mirar todas las cosas con los ojos de la Fe, adorar los juicios del Altísimo con corazón contrito y humillado, y sean cualesquiera los azotes que nos hieran, persuadirnos bien de que la Providencia, infinitamente sabia y paternal, no se determinaría a enviarlos ni a permitirlos, si no fueran en sus manos los instrumentos de renovación y de salvación para los pueblos o para las almas. «Así es como ella conduce al cielo por el camino del sufrimiento a una multitud de personas que se perderían siguiendo otra dirección.

¡Cuántos pecadores, llamados a Dios por el duro camino de la aflicción, renuncian a sus antiguas iniquidades y mueren en los sentimientos de un verdadero arrepentimiento! ¡Cuántos cristianos ocuparán un día un puesto glorioso en el cielo, que sin esta saludable prueba, hubieran gemido eternamente en las llamas del infierno! Lo que nosotros llamamos calamidad y castigo es frecuentemente una gracia de primer orden, una prueba brillante de misericordia. 

Acostumbrémonos a no considerar las cosas sino desde estos magníficos puntos de vista de la Fe, y nada de lo que sucede en este mundo nos escandalizará, nada alterará la paz de nuestra alma y su confiada sumisión a la Providencia. Mas entremos en algunos pormenores, comenzando por las desgracias públicas.

Es fácil ver la mano de la Providencia en la peste, el hambre, las inundaciones, la tempestad y demás calamidades de este género, porque los elementos insensibles obedecen a su autoridad sin resistirla jamás. Pero, ¿cómo verla en la persecución con su malignidad satánica, o en la guerra con sus furores? Y allí está, sin embargo, como dejamos ya dicho.
Por encima de los hombres buenos y malos, y hasta más allá de los satélites del infierno, está el Arbitro supremo, la Causa primera que los mueve quizá sin ellos saberlo, y sin la cual nada puede hacerse. 

La política de los príncipes, las órdenes de los jefes, la obediencia de los soldados, los proyectos tenebrosos de los perseguidores, su ejecución por los subalternos, las ruinas y el sufrimiento que de esto ha de resultar, todo ha sido previsto hasta el menor detalle; todo ha sido combinado y decretado en los consejos de la Providencia, formándose de esta suerte una extraña colaboración de la malicia del hombre y de la santidad de Dios. El, infinitamente santo, no puede dejar de odiar el mal, y si lo tolera, es por no quitar a los hombres el libre uso de su libertad.

Mas su justicia pedirá cuenta a cada uno a su tiempo: a las naciones y a las familias aquí abajo, porque no cuentan como tales en la eternidad; a los individuos, en este mundo o en el otro. Entre tanto, Dios quiere utilizar para conseguir sus intentos, la malicia de los hombres y sus faltas, no menos que sus buenas disposiciones y santas obras, de suerte que aun el desorden del hombre entra bajo el orden de la Providencia.

Por parte de los hombres puede haber en ello no poco que reprender, y Dios los juzgará. Por parte de la Providencia, «todo es justo, todo sabio, todo es bueno, todo recto, todo dirigido a un fin laudable, todo llega a un resultado final, absoluto e infinitamente amable. Nerón es un monstruo, pero hace mártires. 

Diocleciano lleva hasta los últimos límites los furores de la persecución, mas prepara la reacción y el advenimiento de Constantino. Arrio es un demonio encarnado, que quisiera arrebatar a Jesucristo su divinidad, pero da ocasión a las definiciones de la Iglesia sobre esta misma divinidad. 

Los bárbaros, precipitándose sobre el viejo mundo, le inundan de sangre, mas preparan al Evangelio una raza capaz de ser cristiana. Las Cruzadas parecen fracasar porque no salvan a Jerusalén, mas salvan a Europa. La revolución francesa lo trastorna todo, mas, con esta ocasión, el vigor y la vida renace en la sociedad cristiana obligada a la resistencia».

En nuestra época de persecución es evidente que Satanás está suelto, y que ha recibido el poder de cribar al justo. Y ¿por qué es este triunfo de los malos?, ¿por qué esta aparente derrota de la Iglesia?, ¿por qué esta prevención de las muchedumbres?, ¿por qué estos gobiernos impíos que pierden a los pueblos?, ¿por qué este oscurecimiento y tibieza de los que se llaman buenos?, ¿por qué, en una palabra, el imperio del mal sobre el bien?

¿Por qué? Por respeto a la libertad que es la condición del mérito y del demérito. Dios deja obrar, pero cuando juzgare llegado el tiempo, para confundir a los malos, para despertar a los dormidos, para reanimar a los tibios, para defender a los justos, dejará desencadenarse sobre el mundo culpable una guerra universal. Preséntase el azote, se hace un silencio inquietante, cállase la política, despiértase la fe, las Iglesias se llenan.

Dejábase a Dios en el olvido, pero ahora se recuerda que El es el dueño de los acontecimientos. Y ¿cómo no verlo? Los hombres que han desencadenado la tempestad no saben ni dirigirla ni ponerse a cubierto de ella, mas Dios, reservándose el hacer justicia a su tiempo, utilizará la previsión de unos y la imprevisión de otros, las máquinas perfeccionadas y los planes hábilmente concebidos, el valor y las acciones brillantes, las faltas, la malicia y aun el crimen. Todo le sirve para pasear su azote sobre las naciones, las familias y los individuos. Pero no lo hará sino en la medida útil a sus fines.

Caiga el hombre de rodillas, que El gustoso se apaciguará; mas si las buenas impresiones de los primeros días se disipan, si los ojos se obstinan en permanecer cerrados y los corazones sin arrepentirse, ¿habrá derecho a extrañar que la guerra se prolongue y surjan quizá otros nuevos azotes? ¿Sería preferible que, siguiendo un funesto olvido de las leyes divinas, las naciones continúen descendiendo al abismo y las almas al infierno?

Y ¿cómo explicar semejante severidad en un Dios tan bueno? Para extrañarse, preciso es no haber comprendido los desconocidos derechos de Dios, su amor despreciado, la multitud de sus gracias y los excesos de nuestra malicia, las alegrías de la eternidad feliz o los tormentos de un infierno sin fin. 

Precisamente porque es infinitamente bueno, es por lo que Nuestro Padre celestial nos ama sin debilidades y tal como lo exige nuestra eternidad. Todas las prosperidades del mundo serán el peor de los azotes, si adormecen a las almas en el descuido y en el olvido, y su despertar se verificará en el fondo del abismo.

Por el contrario, las más espantosas calamidades, aun cuando durasen años enteros, nada son al lado de un infierno eterno, pues hasta son gran misericordia de parte de Dios, y para nosotros dichosa fortuna si podemos a este precio desarmar la justicia divina, evitar el infierno y recobrar nuestros derechos al Cielo. Tal es el designio de Nuestro Padre celestial. No le gusta castigar, pero si a ello le constreñimos por el olvido de nuestros deberes y de nuestros verdaderos intereses, nuestra es la falta. 

Si manifestamos insubordinación cuando nos corrige, nuestra falta es mucho mayor.
Después de todo, Dios no se apresura a castigar, y para no verse precisado a hacerlo, amenaza largo tiempo, hasta usa de tanta paciencia que los débiles se maravillan y los malos blasfeman. Vendrá empero un día en que Dios se verá obligado a obrar como Soberano y justo Juez para restablecer el orden, y como Padre Salvador de las almas para volverlas al camino de salvación por los medios del rigor, ya que se obstinan en hacer inútiles los medios de dulzura.

Los azotes de Dios traen a unos la prueba, a otros, el castigo, y a todos los de buena voluntad gracias de renovación. ¡Dichoso el que sabe reconocerlas y aprovecharse de ellas! «Estas desgracias -dice el P. Caussade- son para muchos otras tantas gracias de predestinación. Mas es necesario declarar que pueden ser al mismo tiempo para otros motivos de reprobación, bien que esto no sucederá sino por culpa suya, y por no pequeña culpa, pues ¿qué más razonable y fácil, en cierto sentido, que hacer de la necesidad virtud? ¿Por qué levantarse inútil y criminalmente contra la mano paternal de Dios, que no nos castiga, sino para despegarnos de los miserables bienes de acá abajo? Como su misma ira nace de su misericordia, no nos hiere sino para apartarnos del pecado y salvarnos. A manera de un sabio cirujano que corta hasta lo vivo las carnes podridas, a fin de conservar la vida y de preservar el resto del cuerpo.»

¿Cómo portarnos en medio de las calamidades?

«Humillarnos bajo la poderosa mano de Dios», 

Y abandonarnos a su Providencia con sumisión filial, en la íntima convicción de que es Dios quien lo ha dirigido todo, de que sus designios impenetrables tienen por principio el amor de las almas, y de que sabrá poner al servicio del bien los acontecimientos más desconcertantes. 

Por lo que personalmente nos concierne, nos conviene recordar que estamos en manos de Nuestro Padre celestial, y si quiere salvarnos, le es tan fácil hacerlo en medio de los peligros, como llamarnos a Sí cuando ningún peligro pareciera amenazarnos, y si es que quiere probarnos, ¡bendito sea su santo nombre para siempre!
Cumplir nuestros deberes del mejor modo posible y sacrificarnos por el bien común, según el tiempo y las circunstancias, y como nuestra situación lo permita.

 «La tempestad es tempestad. A ella se resigna el marinero y trabaja.» Hagamos nosotros lo mismo. No entremos en la agitación de las olas que nos sacuden, y adhierámonos a la roca de la Providencia, diciendo: «¡Dios mío, os adoro, os alabo, acepto la prueba, soporto estos malos días y me mantengo en paz!»

En consecuencia, es preciso orar, ante todo orar y siempre orar. Pidamos, busquemos, llamemos, importunemos a Dios, ya para que abrevie la calamidad si tal es su beneplácito, ya también, y esto de un modo absoluto, para que perezcan las menos almas posibles en la tormenta, para que los pueblos vuelvan a Dios con corazón contrito y humillado, los santos se multipliquen, la Iglesia sea más fielmente escuchada y Dios menos ofendido.

Y como «la oración unida al ayuno es especialmente buena y la limosna hace hallar misericordia», la época de las calamidades es el tiempo oportuno cual ningún otro, para renovarnos en la fidelidad a nuestros deberes, y de añadir a nuestros sacrificios obligatorios algunas mortificaciones que las sobrepasan, a fin de aplacar mejor el justo enojo de Dios. 

Porque las calamidades son, en general, el castigo del pecado, y cuando son más universales y terribles, es señal que fue mayor la ola de iniquidad que provocó la cólera divina. Nada mejor puede hacerse que enmendar nuestra propia vida y ofrecer al Dueño irritado, al Padre no reconocido, un acrecentamiento de amor y de fidelidad por lo referente a nosotros, un abundante tributo de desagravio y reparación por nuestras culpas y por las del mundo pecador.

 Casi idéntica ha de ser nuestra manera de conducirnos cuando la calamidad venga a descargar sobre nosotros, sobre nuestras familias o sobre nuestra Comunidad. Trataremos de no ver a ella sino a Dios, y a Dios paternalmente ocupado en el bien de las almas. «La muerte de una persona querida me parece una calamidad, y si hubiera vivido algunos años más, quizá hubiera muerto en estado de pecado. Yo debo treinta o cuarenta años de vida a esa enfermedad que he sufrido con tan poca paciencia.

Mi salud eterna pendía de esta confusión que me ha costado tantas lágrimas. No había remedio para mi alma, si yo no hubiera perdido ese dinero. 

¿De qué nos quejamos? ¡Dios se encarga de conducirnos y nosotros nos inquietamos!» ¡Oh! si penetráramos mejor sus amorosos designios sobre nosotros, le bendeciríamos hasta en sus aparentes rigores. Este filial abandono multiplicaría nuestros méritos, nos traería la paz, movería el corazón de Dios y sería frecuentemente el mejor medio de acertar.

Dos meses después de la fundación de la Orden de la Visitación, enfermó tan gravemente Santa Juana de Chantal, que la muerte parecía inevitable. Fue esta una dura prueba para el piadoso Obispo de Ginebra, porque teniendo la seguridad de que aquella obra era de Dios y destinada a producir mucho bien, veía con toda claridad que, caído el pastor, se dispersaría el rebaño.

Sin embargo, tuvo el ánimo de decir: «Dios quiere quizá contentarse con nuestros primeros pasos, sabiendo que no somos bastante fuertes para realizar el viaje entero.» Dios, que no esperaba sino este acto de abandono, inmediatamente devolvió a la Santa Fundadora la salud para largos años. Los principios más penosos, las dificultades de reclutar gente, los muertos, las decepciones, un cisma, una insurrección, la pobreza rayana en miseria, la persecución de fuera y las importunidades de la autoridad, nada le faltó a San Alfonso de Ligorio en el establecimiento de su Congregación.

Pero en medio de las tempestades oraba, y hacia todo cuanto humanamente era posible, «no quería sino sólo la voluntad de Dios». Era, pues, designio del cielo que el piadoso fundador llegase a ser un perfecto modelo, y su Instituto un plantel de santos, y para esto, ¿no convenía que el Padre de este ilustre linaje se asemejase al divino Redentor, pobre y humilde y perseguido?

Una de las pruebas más fuertes es la pérdida de los seres queridos. Después de la muerte de su madre, el dulce Obispo de Ginebra escribe a Santa Juana de Chantal: «¿No es preciso en todo y por todo adorar esta suprema Providencia, cuyos consejos son santos, buenos y amables? He aquí que ha sido de su agrado retirar de este miserable mundo a nuestra muy querida madre para tenerla, como lo espero, cerca de Si, y a su derecha.

Confesemos que Dios es bueno y eterna su misericordia. Todas sus voluntades son justas; todos sus decretos, equitativos, su beneplácito es siempre santo y sus decisiones, muy dignas de amor.» Como hijo amante, experimentó con esta muerte un dolor vivísimo, pero tranquilo; no osaría manifestar descontento ni aun lamentarse porque es Dios quien ha descargado ese golpe. Después de la muerte de su hermana, escribe a Santa Juana de Chantal, muy afligida con tal motivo: «Menester es no sólo aceptar el que Dios nos hiera, sino también conviene conformarse en lo que haga en la parte que sea de su agrado.

Es preciso dejar a Dios la elección, porque le pertenece... ¡Jesús, Señor mío!, sin reserva, sin condiciones, sin peros, sin excepción, sin limitación, hágase vuestra voluntad acerca del padre, de la madre, de la hija, en todo y por todo. Y no digo que no se haya de rogar y desear su salud, pero decir a Dios: "dejad esto y tomad aquello", en manera alguna conviene, hija mía, tal lenguaje... Tenéis cuatro hijos, un suegro, un hermano muy amado, además un padre espiritual, todo esto es muy querido y con razón, porque Dios lo quiere. 

¡Bien! Si Dios os arrebatara todo esto, ¿no tendríais lo suficiente con poseer a Dios? ¿No pensáis así? Aunque nada poseyéramos fuera de Dios, ¿no sería esto mucho?» Por una parte, la muerte es tan sólo una breve separación. Un fin dichoso después de una santa vida y la eterna reunión cerca de Dios, ¿no es lo esencial?  ¿Y no sabe Dios mejor que nadie el tiempo y el modo más favorable ya para nosotros, ya para los nuestros?

«Que se viertan algunas lágrimas en la muerte de un pariente, de un amigo -dice San Alfonso-, es una debilidad perdonable, mas abandonarse a toda la vehemencia del dolor, es falta de virtud, falta de amor de Dios. Esto no es decir que las buenas religiosas no sientan la pérdida de los parientes y de ciertas personas particularmente estimadas, pero piensan: Así lo quiere Dios, y se van resignadas y tranquilas a suplicar por estas almas queridas, multiplicando oraciones y comuniones, a fin de unirse más estrechamente a Dios, y de consolarse con la santa esperanza de volver a encontrar un día a todos reunidos en el Cielo.»

San Bernardo perdió a uno de sus hermanos. «Resistía -nos dice- a los sentimientos de mi corazón con todas las fuerzas de mi fe, representándome que la muerte es el tributo a la naturaleza, la deuda universal, la necesidad de nuestra condición, la orden del Todopoderoso, la decisión del justo Juez, el azote del Dios terrible, y finalmente el beneplácito del Señor.
Pude imponerme a mis lágrimas, mas no a mi dolor, que cuanto más lo comprimía dentro, más violento se hacía; y declaro que fui vencido.

Vosotros sabéis cuán justo es mi dolor, qué fiel compañero era aquel que me ha sido arrebatado, hasta qué extremo era vigilante, laborioso, dulce y agradable.

¿Quién me amó como él?

 ¿Quién me fue tan necesario?

Era yo débil de cuerpo y él me llevaba y animaba, perezoso y negligente y él me excitaba, olvidadizo y sin previsión y él me advertía. Menos unidos estábamos por los lazos de la sangre que por el parentesco del espíritu, la armonía de sentimientos y la conformidad de carácter. Nuestras almas no formaban sino una sola, y un mismo golpe las ha herido, enviando una mitad al cielo y dejando la otra en la tierra. Y mi Gerardo ¡era tanto para mí! ... hermano mío por la sangre, hijo mío por la profesión, mi padre por su piadosa solicitud, un otro yo por el espíritu, mi íntimo por el cariño. Me ha dejado, y siento el golpe, herido como estoy hasta el fondo del alma.

 Lloro, pero no dirijo reconvención alguna a la mano que me ha herido. Mis palabras están llenas de dolor, mas no de murmuración, reconociendo que una misma sentencia ha castigado al uno y coronado al otro, a cada cual según su mérito; el Señor dulce y justo ha hecho misericordia a Gerardo su servidor, y a mí me ha hecho sentir el peso de su justicia.

Señor, vos me disteis a Gerardo, Vos me lo habéis quitado. Lloro porque me ha sido arrebatado, pero no olvido que de Vos lo había recibido y os doy gracias por haber podido disfrutar de él.

Habéis reclamado vuestro depósito y tomado lo que era vuestro. Mis lágrimas ponen fin a mi discurso; poner, Señor, medida y fin a mis lágrimas.»


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