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viernes, 28 de diciembre de 2012

La Paciencia es un don de Dios...


El Santo Job toleró a este demonio cuando fue atormentado con ambas tentaciones, pero en ambas salió victorioso con el vigor constante de la Paciencia y con las armas de la piedad. 



Primero perdió cuanto tenía, pero con el cuerpo ileso, para que cayese el ánimo, antes de atormentarle en la carne, al quitarle las cosas que más suelen estimar los hombres, y dijese contra Dios algo, al perder aquellas cosas por las que se pensaba que Job servía a Dios. 

Fue afligido también con la pérdida instantánea de todos sus hijos, de modo que los que recibió uno a uno, los perdiera de una vez, como si su mayor número no se le hubiera otorgado para mostrar la plena felicidad, sino para acumular calamidad. 

Al padecer todas estas cosas, permaneció inconmovible en su Dios, apegado a su divina voluntad, pues a Dios no podía perderle sino por su propia voluntad. Perdió las cosas, pero retuvo al que se las quitó para encontrar en él lo que permanece para siempre. Pues tampoco se las había quitado el que tuvo voluntad de dañar, sino el que había dado la potestad de tentar.

Job, fue más cauto que Adán, entonces el enemigo se ensañó con el cuerpo, no en las cosas externas al hombre, sino que hirió, cuanto pudo, al hombre mismo. De la cabeza a los pies ardían los dolores, manaban los gusanos, corría la purulencia. 

Pero el espíritu permanecía íntegro en un cuerpo pútrido y toleró, con una piedad inviolable y una paciencia incorruptible, los horribles suplicios de la carne que se corrompía. La esposa estaba presente, pero no ayudaba nada al marido, sino que más bien le impulsaba a blasfemar contra Dios. 

No se la había llevado el diablo con los hijos como hubiera hecho un ingenuo en el arte de hacer daño, pues en Eva había aprendido cuán necesaria era la esposa al tentador. 

Sólo que ahora no encontró otro Adán a quien pudiera seducir por medio de la mujer. Más cauto fue Job en los dolores que Adán entre flores. 

Éste fue vencido en las delicias, aquél venció en las penas, éste consintió en la dulzuras, aquél resistió en la torturas. 

Estaban también presentes los amigos, pero no para consolarle en el mal, sino para hacerle sospechoso del mal. Pues no podían creer que el que tanto padecía pudiera ser inocente, y su lengua no callaba lo que su conciencia ignoraba.

Así, entre los crueles tormentos del cuerpo, el alma se cubría de falsos oprobios. 

Pero Job toleró en su carne los propios dolores, y en su corazón los ajenos errores. A la esposa corrigió en su insensatez, y a los amigos enseñó la sapiencia, y en todo conservó la paciencia.



La virtud del alma que se llama, Paciencia es un don de Dios 

tan grande, que Él mismo, que nos la otorga, pone de relieve 

la suya, cuando aguarda a los malos hasta que se corrijan. 

Así, aunque Dios nada puede padecer, y el término paciencia se deriva de padecer (patientia, a patiendo), no solo creemos firmemente que Dios es paciente, sino que también lo confesamos para nuestra salvación.

Pero  ¿quién podrá explicar con palabras la calidad y grandeza de la paciencia de Dios, que nada padece pero tampoco permanece impasible, e incluso aseguramos que es pacientísimo? 

Así pues, su paciencia es inefable como lo es su celo, su ira 
y otras cosas parecidas. 

 Porque si pensamos estas cosas a nuestro modo, en Él, ciertamente, no se dan así. En efecto, nosotros no sentimos ninguna de estas cosas sin molestias, pero no podemos ni sospechar que Dios, cuya naturaleza es impasible, sufra tribulación alguna.  

Así, tiene celos sin envidia, ira sin perturbación alguna, se compadece sin sufrir, se arrepiente sin corregir una maldad propia.  Así es paciente sin pasión. Pero ahora voy a exponer, en cuanto el Señor me lo conceda y la brevedad del presente discurso lo consienta, la naturaleza de la paciencia humana de modo que podamos comprenderla y también procuremos tenerla.

La auténtica paciencia humana, digna de ser alabada y de llamarse virtud, se muestra en el buen ánimo, con el que toleramos los males, para no dejar de mal humor los bienes que nos permitirán conseguir las cosas mejores. Pues los impacientes, cuando no quieren padecer cosas malas, no consiguen escapar de ellas, sino sufrir males mayores. 

Pero los que tienen paciencia prefieren soportar los males antes que cometerlos y no cometerlos antes que soportarlos, aligeran el mal que toleran con paciencia y se libran de otros peores en los que caerían por la impaciencia. Pues los bienes eternos y más grandes no se pierden mientras no se rinden a los males temporales y mezquinos: porque no son comparables los padecimientos de esta vida con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros . Y también: lo que en nuestra tribulación es temporal y leve, de una forma increíble, nos produce un peso eterno de gloria .

Veamos, pues, qué duros trabajos y dolores soportan los hombres por las cosas que aman, viciosamente, y cómo se juzgan más felices con ellas cuanto más infelizmente las codician. ¡Qué de cosas peligrosísimas y muy molestas afrontan, con suma paciencia, por unas falsas riquezas, unos vanos honores o unas pueriles satisfacciones! 

Los vemos hambrientos de dinero, de gloria y de lascivia, y, para conseguir esas cosas, tan deseadas y una vez adquiridas no carecer de ellas, soportar, no por una necesidad inevitable sino por una voluntad culpable, el sol, la lluvia, los hielos, el mar y las tempestades más procelosas, las asperezas e incertidumbres de la guerra, golpes y heridas crueles, llagas horrendas. E,  incluso, estas locuras les parecen, en cierto modo, muy lógicas.

Efectivamente, se piensa que la avaricia, la ambición, la lujuria y otros mil pasatiempos más son cosas inocentes mientras no sirvan de pretexto para cometer algún delito o un crimen prohibido por las leyes humanas. 

Es más, cuando alguien soportó grandes trabajos y dolores, sin cometer fraude, para adquirir o aumentar su dinero, para alcanzar o mantener sus honores, o para luchar en la palestra o cazar, o para exhibir algo plausible en el teatro, no parece una nonada dejar sin reprensión esa vanidad popular, sino que es exaltada con las mayores alabanzas, como está escrito: porque se alaba al pecador en los apetitos de su alma . Pues la fuerza de los deseos lleva a tolerar trabajos y dolores, y nadie acepta espontáneamente lo que causa dolor, sino por aquello que causa placer.

Mas, como digo, se juzgan lícitas y permitidas por las leyes, esas apetencias por las que soportan, con la mayor paciencia, trabajos y asperezas, los que inflamados por ellas tratan de satisfacerlas.

¿Y qué decir, cuando los hombres soportan grandes calamidades, no para castigar crímenes notorios sino para perpetrarlos? ¿No nos cuentan los escritores de literatura civil de cierto nobilísimo parricida de la patria que podía soportar el hambre, la sed y el frío, y que su cuerpo podía tolerar el ayuno, el frío, el insomnio más de lo que nadie pudiera creer? ¿Y qué diré de los ladrones que, cuando acechan a los viandantes, pasan noches sin dormir, y para asaltar a los inocentes transeúntes someten su alma dañada y su cuerpo a todas las inclemencias del cielo? Algunos de ellos se atormentan entre sí con tal rigor, que su entrenamiento para los castigos en nada difiere de los castigos, pues tal vez no los tortura tanto el juez para arrancarles la verdad como los torturan sus cómplices para que no canten en el tormento.

 Y, sin embargo, en todo esto, la paciencia es cosa más de admirar que de alabar, mejor dicho, no es de admirar ni de alabar, porque no es tal paciencia.  Es una terquedad admirable, pero no se trata de paciencia.  Aquí no hay, justamente, nada que alabar, nada útil para imitar. Y, si juzgamos rectamente, un alma es digna de tanto mayor suplicio cuanto más somete a los vicios los medios de la virtud. La paciencia es compañera de la sapiencia, no esclava de la concupiscencia; es amiga de la buena conciencia, no enemiga de la inocencia.

Así pues, cuando veas que alguien tolera algo pacientemente, no te apresures a alabar su paciencia mientras no aparezca el motivo de su padecer. Cuando éste es bueno, aquélla es verdadera; cuando éste no se mancha con la codicia, entonces aquélla se aparta de la falsedad; cuando aquél se hunde en el crimen, entonces se yerra en darle a ésta el nombre de paciencia. Pues, así como todos los que saben participan de la ciencia, no todos los que padecen participan de la paciencia, sino que los que viven rectamente su pasión, ésos son alabados como verdaderos pacientes, y son coronados con el galardón de la paciencia.

Los humanos, por esta vida temporal y su salud, toleran males horrendos, de modo admirable, incluso por sus pasiones y sus crímenes, así nos amonestan cuánto hemos de sufrir por una vida buena, para que luego pueda ser eterna, y sin ningún límite de tiempo ni detrimento de nuestro interés, con una felicidad verdadera y segura. 

El Señor ha dicho: 
en vuestra paciencia 
poseeréis vuestras almas. 

No dijo: Poseeréis vuestras fincas, vuestras honras y vuestras lujurias, sino vuestras almas. Si tanto sufre el alma para alcanzar la causa de su perdición, ¿cuánto debe sufrir para no perderse?  Y, para mencionar algo que no es pecaminoso, si tanto sufre por la salud de su cuerpo en las manos de los médicos que cortan o cauterizan, ¿cuánto debe sufrir por su salvación entre los arrebatos de sus enemigos? Los médicos tratan el cuerpo con tormentos para que no muera, pero los enemigos nos amenazan con castigos y la muerte corporal, para empujarnos al infierno donde mueran cuerpo y alma.

Verdad es que miramos más prudentemente por el propio cuerpo cuando despreciamos su salud temporal, por la justicia, y por la justicia toleramos con paciencia los castigos y la muerte. Porque de la redención última y definitiva del cuerpo habla el Apóstol cuando dice: dentro de nosotros, gemimos, esperando la adopción de hijos, la redención de nuestro cuerpo. Después prosigue: en esperanza hemos sido salvados; pero la esperanza que se ve no es esperanza, ya que lo que uno ve, ¿cómo lo espera?, y si esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos .

Así pues, cuando nos torturan algunos males pero no nos destruyen las malas obras, no solo poseemos nuestra alma por la paciencia, sino que cuando por la paciencia se aflige y se sacrifica el cuerpo temporalmente, se lo recupera con una salud y una seguridad eterna, y por el dolor y la muerte se conquista una salud inviolable y una inmortalidad feliz. 

Por eso, Jesús, al exhortar a sus mártires a la paciencia, les prometió también la integridad futura del mismo cuerpo que no ha de perder, no digo ya un miembro, sino ni siquiera un pelo: En verdad os digo, dice, que no perecerá un cabello de vuestra cabeza . Y como dice el Apóstol: nadie tuvo jamás odio a su carne . Vele, pues, el hombre fiel más por la paciencia que por la impaciencia, por la salud de su carne y compare los dolores del presente, por grandes que sean, con la inestimable ganancia de la incorrupción futura.

Así pues, aunque la paciencia sea una virtud del espíritu, el alma ha de practicarla tanto en sí misma como en su cuerpo. En sí misma se practica la paciencia cuando, mientras el cuerpo permanece ileso e intacto y se lo incita a una acción desafortunada, como una torpeza de obra o se le invita de palabra a ejecutar o decir algo que no es conveniente o decente, y sufre con paciencia todos los males para no cometer mal alguno de palabra o de obra.

Hijo, al entrar al servicio de Dios, mantente en justicia y temor, y prepara tu alma para la tentación. Humilla tu corazón y aguanta, para que, al final, florezca tu vida. 

Acepta todo lo que te sobrevenga, aguanta en el dolor y sé paciente con humildad. Porque se prueba a fuego el oro y la plata, pero los hombres se hacen aceptables en el camino de la humillación . Y en otro lugar se dice: Hijo, no decaigas en la disciplina del Señor ni desmayes cuando seas reprendido por Él. 

Pues al que Dios ama, le castiga; y azota a todo hijo que le es aceptable . Aquí se dice hijo aceptable como arriba se dijo hombres aceptables. Pues es muy justo que los que fuimos expulsados de la felicidad primera del paraíso, por una apetencia contumaz de las delicias, seamos aceptados de nuevo por la paciencia humilde de los trabajos. Hemos sido fugitivos por hacer el mal, pero seremos acogidos por padecer el mal. Porque allí delinquimos contra la justicia, y aquí sufrimos por la justicia.
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lunes, 24 de diciembre de 2012

¿Dónde vas a pasar la Navidad este año?



Es una pregunta frecuente en estas fechas.

 Lo que queremos saber con esta pregunta, por lo general, es dónde o con quién van a pasar la cena de Navidad del día 24. 

Porque se trata de una noche especial en la que se cena bien, rodeado de la familia, se hacen regalos y se brinda y canta.

Evidentemente, para los cristianos, la esencia de la Navidad no consiste en una cena familiar y festiva, cosa que no me parece nada mal por cierto, más aún la espero con gusto y disfruto de esas cosas como el que más.

No, para los católicos
el corazón de la navidad está en la Misa. 
Por cierto, te has dado cuenta que la palabra inglesa
 Christ-Mass lo dice (Misa en inglés se dice Mass). 

El lugar y el momento central de la Natividad del Señor ocurre en la celebración -en muchos sitios es a media noche- 
del Santo sacrificio de la Misa.

Jesús nació en Belen, palabra hebrea que significa 
“Casa del Pan”
En su cumpleaños, vuelve a nacer en Belen, a esa su hogar-casa de pan que es la Eucaristía, por eso nos acercamos al hogar de la hogaza de la Sagrada Comunión, y como familia suya que somos le celebramos con alegría de fiesta.

Jesús nació en un pesebre.
Y acaso el pesebre no es un lugar para el alimento de los animales porque Él deseaba ser alimento para nuestras almas.
 Él nos alimenta en la Misa.

Todo un Dios se oculta en el Niño de Belén, con un aspecto inocente, humilde, en la naturaleza humana de un pequeñín. 
De igual modo, ahora quiere ocultarse también en las apariencias humildes del pan y del vino.

Si en la primera Natividad, el Hijo de Dios, tomó carne y sangre humanas, en cada Misa, el mismo Jesucristo -con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad- viene para estar con nosotros en el altar y en nuestras almas (es el Dios-con-nosotros). 
De algún modo así ocurre cada día en cada Misa.

Árboles de Navidad, villancicos, felicitaciones, regalos, cenas, familias, amigos, luces, fiestas y todas las tradiciones navideñas que quieras… Bien ¡Pero no es suficiente! 
Te falta lo esencial, la mayor tradición navideña de todas:  
¡la Misa en la fiesta de la Navidad!

Por lo tanto. . . ¿Dónde vas a pasar la Navidad este año? 
¡Nos vemos en la Misa!
 A y piénsate en llevarle algún regalo para María y José

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sábado, 22 de diciembre de 2012

El fin del Mundo...


Este Si  es el verdadero Fin del Mundo.

Si algunas de las palabras que a continuación se describen suceden a diario en tu vida este si es el fin del Mundo.
Así dice el Senor :
Déjame que te recuerde, entre otras, algunas 
Senales evidentes de falta de humildad. 


—Pensar que lo que haces o dices está mejor hecho
 o dicho que lo de los demás;



—Querer salirte siempre con la tuya; 



—Disputar sin razón o —cuando la tienes— insistir con 
tozudez y de mala manera;



—Dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad;



—Despreciar el punto de vista de los demás;



—No mirar todos tus dones y cualidades como prestados;



—No reconocer que eres indigno de toda honra y estima,
 incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees;



—Citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones;



—Hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio 
de ti o te contradigan;



—Excusarte cuando se te reprende;



—Encubrir al Director algunas faltas humillantes, para que 
no pierda el concepto que de ti tiene;



—Oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que
 hayan hablado bien de ti;



—Dolerte de que otros sean más estimados que tú;



—Negarte a desempeñar oficios inferiores;



—Buscar o desear singularizarte;



—Insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional…;



—Avergonzarte porque careces de ciertos bienes…


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viernes, 21 de diciembre de 2012

Navidad, con Alegría y Felicidad...


Celebremos la Navidad, con alegría y felicidad, como el Niño Jesús merece, pero siempre con la vista puesta
 en la Resurrección del Redentor 
Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, el mismo Dios.
Las Navidades son unas fiestas alegres; celebramos la venida al mundo de nada más y nada menos que del Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, Dios de Dios, Luz de Luz...  Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros (...) (Jn 1, 14); 


La salvación vino a nuestra casa, 
Dios se hace uno de los nuestros, 
¿cómo no íbamos a celebrarlo? 

Y aunque la Iglesia en un principio estaba articulada completamente en torno a la Resurrección de Cristo, poco a poco, y sobre todo en el siglo IV.


(siendo San Francisco de Asís más tarde, en el siglo XIII una especia de "Apóstol de la Navidad"), 

Cuando aparece la fiesta litúrgica, la Iglesia comprendió la necesidad de festejar el Nacimiento de Jesucristo, porque es el verdadero inicio de la culminación de la Historia de la Salvación.

 Para redimir al género humano, Dios quiso cargar con nuestros pecados, dar su vida en sacrificio por nosotros para que tuviéramos vida eterna, y mostrarno lo que verdaderamente es el hombre, porque ningún hombre hubo, hay, ni habrá como Jesús; pero para todo esto, evidentemente, tenía que encarnarse, y así fue. He ahí la importancia de la Navidad.

Dicho esto, no debemos olvidar que la auténtica
 victoria sobre la muerte y el pecado 
viene con la pasión, muerte y Resurrección de Cristo. 
Nada hubiera valido entonces.

 Como dijo San Pablo, Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados (1Co, 15, 17). 

Por tanto, aún en estas fechas navideñas, como en el resto del año litúrgico, debemos tener en cuenta esto; de hecho, también en este tiempo, la  liturgia gira en torno al Santo Sacrificio de la Eucaristía. 


No quiere decir que la Navidad no pueda festejarse, faltaría más; hay que estar alegres y contentos, porque nos ha nacido un Salvador; si así lo dijo el Ángel a los pastores, 

¿Cómo íbamos a estar nosotros de luto? ¡Si es para saltar de alegría, y tocar la zambomba, la pandereta, y comer mantecados. y demás delicias de nuestras regiones. 

 Pero siempre sin perder de vista que la Navidad, el Nacimiento de nuestro Redentor, es el comienzo de la implantación del Reino de Dios, que tiene su punto álgido (hasta que llegue la segunda venida) en la Resurrección del Hijo de Dios.

El arte cristiano ha sabido interpretar desde siempre en este sentido toda la vida de Jesús, incluído su Nacimiento e Infancia. No hay más que pensar, por ejemplo, en los llamados Niños de 

Pasión barrocos que podemos contemplar en el Museo de Arte Sacro de la Abadía de Santa Ana del Císter (esculturas del Niño Jesús que parecen predecir su muerte redentora  -corona de espina, etc.-), o el mismísimo icono bizantino de la Virgen del Perpetuo Socorro, al menos del siglo XV, en el que la Virgen María sale con Jesús en brazos, en postura de haber llegado corriendo asustado (se le cae el calzado de un pie), y sobre ellos aparecen los arcángeles Miguel y Gabriel, con los atributos de la pasión (esponja -para el vinagre-, la lanza, la cruz y los clavos).

¿Y qué decir de la tradición popular, recogida en el villancico tan famoso para los españoles de Dime niño de quién eres? ¿Recordáis la letra?
Dime Niño de quien eres y si te llamas Jesús....

....Soy amor en el pesebre y sufrimiento en la Cruz.
Por tanto, celebremos la Navidad, con alegría y felicidad, como el Niño Jesús merece, pero siempre con la vista puesta en la Resurrección del Redentor Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, el mismo Dios.


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miércoles, 19 de diciembre de 2012

«No temas, ...

...tu Oración ha sido escuchada».

 « ¡Llénate de fe, de seguridad! Nos lo dice el Señor por boca de Jeremías: «orabitis me, et ego exaudíam vos» siempre que acudáis a Mí, ¡siempre que hagáis oración!, Yo os escucharé»  

Persevera todavía. Mientras no recibas pide para conseguir
 y cuando hayas conseguido da gracias» 
(San Juan Crisóstomo).

«Hubo en tiempos de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la familia de Abías, cuya mujer descendiente de Aarón, se llamaba Isabel. 

Ambos eran justos ante Dios, y caminaban intachables en todos los mandamientos y preceptos del Señor; no tenían hijos, porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada. 

Sucedió que, al ejercer él su ministerio sacerdotal delante de Dios, cuando le tocaba el turno, le cayó en suerte, según la costumbre del Sacerdocio, entrar en el Templo del Señor para ofrecer el incienso; y toda la concurrencia del pueblo estaba fuera orando durante el ofrecimiento del incienso. 


Se le apareció un ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Y Zacarías se turbó al verlo y le invadió el temor Pero el ángel le dijo: No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada, así que tu mujer Isabel dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Juan. 

Será para ti gozo y alegría; y muchos se alegrarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor será lleno del Espíritu Santo ya desde el vientre de su madre, y convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios; e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo perfecto.

Entonces Zacarías dijo al ángel: ¿Cómo podré yo estar cierto de esto? pues yo soy viejo y mi mujer de edad avanzada. Y el ángel le respondió: Yo soy Gabriel, que asisto ante el trono de Dios, y he sido enviado para hablarte y darte esta buena nueva. 

Desde ahora, pues, te quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no has creído en mis palabras, que se cumplirán a su tiempo». 
(Lucas 1, 5-20)


 Jesús, se acerca el momento tan esperado desde siglos. Y, antes de que nazcas Tú, nacerá Juan el Bautista, el precursor, que «irá delante de Ti con el espíritu y el poder de Elías para convertir los  Corazones» de todo el pueblo. 

Como en tantas ocasiones -para que se vea que la obra es tuya- escoges medios poco adecuados a los ojos humanos: «Isabel era estéril y los dos de edad avanzada.» Sin embargo, sobrenaturalmente, están preparados, pues «ambos eran justos ante Dios, y caminaban intachables en todos los mandamientos y preceptos del Señor».


Sabes bien a quién escoges. Porque no te cuesta nada hacer que la mujer estéril sea fértil, o que vea un ciego, o que se levante el paralítico. Lo que te cuesta es hacer justo al injusto, pues necesitas que se convierta libremente. 

Si yo no quiero cambiar, luchar más, intentar mejorar aquel defecto o aquel otro, Tú -con todo tu poder- no puedes hacer nada. 

 « ¡Llénate de fe, de seguridad! Nos lo dice el Señor por boca de Jeremías: «orabitis me, et ego exaudíam vos» siempre que acudáis a Mí, ¡siempre que hagáis oración!, Yo os escucharé»  

¡Cuántos años habría estado Zacarías pidiendo a Dios poder tener un hijo! Ahora, en su vejez, cuando parece imposible obtener ya esa gracia, se la concedes: 

«No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada». Jesús, que aprenda a perseverar en la oración, siguiendo el consejo de san Juan Crisóstomo: 

«Cuando le digo a alguno: Ruega a Dios, pídele, suplícale, me responde: ya pedí una vez, dos, tres, diez, veinte veces, y nada he recibido.

 No ceses, hermano, hasta que hayas recibido; la petición termina cuando se recibe lo pedido. Cesa cuando hayas alcanzado; mejor aún, tampoco entonces ceses. 

Persevera todavía. Mientras no recibas pide para conseguir y cuando hayas conseguido da gracias» (San Juan Crisóstomo).

Lléname de seguridad y de fe, Jesús. Que no me pase como a Zacarías cuando se le apareció Gabriel.

Que no me tengas que decir: no puedo ayudarte más porque no has creído en mis palabras. 

Que no deje de pedir por lo que me preocupa hasta que me lo concedas; y entonces, que no deje de darte gracias. De este modo, mi oración será continua, perseverante, confiada y filial, como corresponde a un buen hijo de Dios.



Jesús se enfada con los discípulos cuando intentan alejarle a los niños que se arremolinan a su alrededor. Él está a gusto con las criaturas. Nosotros hemos de acercarnos a Belén con las disposiciones de los niños: con sencillez, sin prejuicios, con el alma abierta de par en par. 

Es más, es necesario hacerse como niño para entrar al Reino de los Cielos: si no os convertís como niños no entraréis al Reino de los Cielos (Mateo 18, 3), dirá el Señor en otra ocasión. 


Jesús no recomienda la puerilidad, sino la inocencia y la sencillez. El niño carece de todo sentimiento de suficiencia, necesita constantemente de sus padres, y lo sabe. Así debe ser el cristiano delante de su Padre Dios: un ser que es todo necesidad. 

El niño vive con plenitud el presente y nada más; el adulto vive con excesiva inquietud por el "mañana", dejando vacío el "hoy", que es lo que debe vivir con intensidad por amor a Jesús. 

A lo largo del Evangelio encontramos que se escoge lo pequeño para confundir a lo grande. Abre la boca de los que saben menos, y cierra la de los que parecen sabios. 

Nosotros, al reconocer a Jesús en la gruta de Belén como al Mesías prometido, hemos de hacerlo con el espíritu, la sencillez y la audacia de los pequeños. 

Hacerse interiormente como niños, siendo mayores, puede ser tarea costosa: requiere reciedumbre y fortaleza en la voluntad, y un gran abandono en Dios. 

Este abandono, que lleva consigo una inmensa paz, sólo se consigue cuando quedamos indefensos ante el Señor. "Se pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños" 

Esta vida de infancia es posible si tenemos enraizada nuestra conciencia de hijos de Dios. El misterio de la filiación divina, fundamento de nuestra vida espiritual, es una de las consecuencias de la Redención. 

Al ser hijos de Dios somos herederos de la gloria. Vamos a procurar ser dignos de tal herencia y tener con Dios una piedad filial, tierna y sincera. 

Los niños no son demasiado sensibles al ridículo, ni tienen esos temores y falsos respetos humanos que engendran la soberbia y la preocupación por el "qué dirán". El niño cae frecuentemente, pero se levanta con prontitud y ligereza y olvida con facilidad las experiencias negativas. 

Sencillez y docilidad es lo que nos pide el Señor: trato amable con los demás, y siempre dispuesto a ser enseñado ante los misterios de Dios. 

Aprenderemos a ser niños cuando contemplamos a 
Jesús Niño en brazos de su Madre.  


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lunes, 17 de diciembre de 2012

La Biblia no cayó del Cielo ya Hecha...


...Ella nació de las luchas, de las alegrías, de la esperanza 
y de la fe de un pueblo .


Sólo quien ama a Dios y al prójimo puede entender 
lo que Dios habla en la Biblia y en la vida.

“Pero, cuando el Hijo del hombre venga,
 ¿encontrará la fe sobre la tierra?” 
(Lucas 18:8).

También el propio Jesús nos habla de su Parusía de esta forma: 
“Porque como el relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre”


Son  siete llaves que abren la "casa" de la Biblia 
de forma liberadora, agradable y correcta. 

Estas "llaves" son fáciles de recordar, pues ellas tienen relación con algunas partes de nuestro cuerpo.

El Apocalipsis, en el capítulo 5, habla de un libro cerrado con siete sellos. 

El visionario del Apocalipsis llora porque nadie es capaz de abrir, leer y explicar el libro

Pero los seres vivos y los ancianos entonan un cántico a Jesucristo, Señor de la historia, único capaz de abrir el libro y desvelar sus misterios.

Ciertamente este libro es también el libro de la historia de la humanidad y en él está también la historia del pueblo de Dios y la nuestra. Y tanto la Biblia como la vida deben ser leídas a partir de Jesús, el Cristo y Señor.

Las Siete llaves

Con las "siete llaves" tú descubres la Palabra de Dios que está en la Biblia y en la vida y entiendes mejor el sentido que se esconde detrás de las palabras.

Pies firmes en la realidad. Para leer bien la Biblia es necesario leer bien la vida. Conocer la realidad personal, familiar y comunitaria del país y del mundo.

También es necesario conocer la realidad en la cual vivió el Pueblo de la Biblia. 

La Biblia no cayó del cielo ya hecha. Ella nació de las luchas, de las alegrías, de la esperanza y de la fe de un pueblo .

Ojos bien abiertos. Un mirada sobre el texto de la Biblia y otra sobre el texto de la vida. ¿De qué habla el texto de la Biblia? 

La Palabra de Dios está en la Biblia y está en la vida. Necesitamos ojos para escudriñarla.

Oídos atentos, en alerta. Un oído para escuchar el clamor del pueblo y otro para escuchar lo que Dios quiere decir.

Corazón libre para amar. Leer la Biblia con amor y con cariño, con la emoción que el texto provoca.

Sólo quien ama a Dios y al prójimo puede entender 
lo que Dios habla en la Biblia y en la vida.

Corazón disponible a convertirse.
Boca. Para anunciar y denunciar aquello que los ojos vieron, los oídos oyeron y el corazón sintió sobre la Palabra de Dios y la vida. ¿Cómo me puedo callar?

Cabeza para pensar.  Usar la inteligencia para meditar, estudiar y buscar respuestas a nuestras dudas. Leer la Biblia, y leer también otros libros que nos expliquen la Biblia.

Rodillas dobladas en oración. Sólo con mucha fe y oración se puede entender la Biblia y la vida.

Pedir ayuda al Espíritu Santo para entender el "espíritu" de la Biblia. No podemos hacer una lectura al pie de la letra, porque la letra mata y el espíritu vivifica, como lo advierte San Pablo.


Es bueno juntar las llaves a un llavero fuerte y firme. Este llavero es la familia, el círculo bíblico, o la comunidad. La Biblia leída con la comunidad se hace más fácil, más provechosa, más agradable yes signo de la presencia de Dios (ver Mt 18,20).

Curiosidades sobre la Biblia 

¿La Biblia fue escrita en capítulos numerados, 
como hoy la tenemos?

No. Ningún libro de la Biblia fue escrito numerando los capítulos. Quien tuvo la idea de dividir la Biblia en capítulos fue Esteban Langton, arzobispo de Cantourbery, profesor en la Universidad de París, en el año 1214 d.C.

 ¿Quién hizo la división en versículos?

En 1551 Robert Etiene, redactor y editor en París, hizo la experiencia dividiendo el NT de lengua griega en versículos.

 Teodoro de Beza le agradó la idea y en 1565 dividió toda la Biblia en versículos.

 ¿Por qué dividieron de esta manera los libros de la Biblia?

Esto lo hicieron por dos razones: para que nos quede más fácil citar los textos bíblicos y ubicar rápidamente los textos citados.

En la Biblia, ¿cómo encontramos los capítulos y los versículos?
En la citación, el capítulo es el número que está antes de la coma, y el versículo es el número que viene después de la coma, nos indican donde comienza y donde termina.

Ejemplo: Gen 11,1-9, esto significa que debes buscar el libro del Génesis capítulo 11, versículos de 1 a 9.

En las Biblias, el capítulo está escrito en tipo más grande y el versículo en número pequeño. Repara, también, la abreviatura del libro del Génesis (Gen).

Debes aprender de memoria las abreviaturas. (Ver la lista en tu Biblia).

No en todas las Biblias las abreviaturas son iguales. En este libro seguimos las de la Biblia Latinoamericana.

¿ Quién tradujo por primera vez toda la Biblia y cuándo fue impresa como la tenemos hoy?

La primera traducción, y la más famosa Biblia en latín, es la de San Jerónimo, conocida como Vulgata (del latín = la divúlgala). Esto sucedió por el año 400 d.C., a pedido del Papa Dámaso.

Verdaderamente, la primera traducción de la Biblia fue la traducción de la Biblia hebrea (de los Judíos) para el griego, conocida como la traducción de los LXX (70), muy usada en la
época de Jesús y en las comunidades.

¿Cómo se presentaba la Biblia antes de que surja la imprenta?
De diversas formas: en pedazos de papel vegetal; en rollos
de pergaminos (cuero de animal); en papiro (especie de papel
vegetal) y en "hojas".

¿La Biblia protestante es diferente de la Biblia católica?
El Nuevo Testamento es igual para todos.

El Antiguo Testamento en la Biblia católica tiene siete libros más. Estos libros son: Tobías; Judit; 19 y 29 Macabeos;
Sabiduría; Eclesiástico; Baruc, que son de traducción griega.

¿Qué quiere decir las palabras exégesis y hermenéutica?
La palabra "exégesis" es un término griego para explicar el
trabajo que hacen los estudiosos en el análisis de un texto bíblico. Significa "sacar de dentro" todo lo que el texto dice.

El texto es como un tejido entrelazado por hilos diferentes.
La exégesis se dedica al estudio del tejido bíblico.

La palabra "hermenéutica" también es una palabra de origen griego y significa el trabajo de encontrar el mensaje que está escondido detrás de las palabras y como se aplica al hoy.

El pueblo aumenta, pero no inventa 

¿Cómo fue que la Biblia llegó hasta nosotros?
Esta es una pregunta que muchos se hacen. La Biblia antes de ser escrita fue vivida, y después fue contada por los padres a los hijos, de generación en generación. 

Mira los Salmos 44,2;78,3-4;145,4; Ex 10,2. Este período, que duró aproximadamente 900 años, se llama Tradición Oral.

La Biblia comenzó a escribirse durante el reinado de Salomón, por el año 950 a.C

Hoy, por respeto a la cultura judaica, algunos prefieren llamar al Antiguo Testamento, "Primer Testamento".

El Antiguo Testamento quedó listo por el año 50 a.C., 
y el Nuevo Testamento a final del siglo I. Por lo tanto la Tradición Escrita duró aproximadamente otros 900 años. 

Como la madre, que gesta a su hijo en la intimidad oculta 
y sin embargo le habla..., así Dios actuó con su pueblo.

 Consejo Iluminado rezar siempre el Salmo 44. Es un Salmo de súplica colectiva en tiempos difíciles. Tratemos de entender la conciencia de lucha y de esperanza que está escondida en esta oración. Rezando, el Pueblo de la Biblia hace memoria de su historia.

Después de rezar este Salmo, podemos expresar nuestros sentimientos de gratitud y alabanza, recordando nuestra historia.
Lo haremos con una oración espontánea 


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