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martes, 29 de noviembre de 2011

Jesús, si con mis siete panes -mis pocas virtudes, mi torpe inteligencia, mi débil voluntad- Tú quieres ayudar a los demás, tómalos. Es lo que tengo: tuyos son.


«Después que Jesús partió de allí, vino junto al mar de Galilea, subió a la montaña y se sentó. Acudió a él una gran multitud llevando consigo cojos, ciegos, lisiados, mudos y otros muchos enfermos, y los pusieron a sus pies y los curó; de tal modo que se maravillaba la multitud viendo hablar a los mudos y quedar sanos los lisiados, andar a los cojos y ver a los ciegos, por lo que glorificaban al Dios de Israel.

Jesús llamó a sus discípulos y dijo: Siento profunda compasión por la muchedumbre, porque hace ya tres días que permanecen junto a mi y no tienen qué comer; no quiero despedirlos en ayunas no sea que desfallezcan en el camino. Pero le decían los discípulos: ¿De dónde vamos a sacar; estando en el desierto, tantos panes para alimentar a tan gran multitud?

Jesús les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos le respondieron: Siete y unos pocos pececillos. Entonces ordenó a la multitud que se acomodase en el suelo. Tomó los siete panes y los peces y, después de dar gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos y quedaron satisfechos. De los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas. (Mateo 15, 29-37)


I. Jesús, al ver la multitud tantas curaciones y tantos milagros, "glorificaban al Dios de Israel" Lo maravilloso no es que hable un mudo, sino lo que revela este hecho: Tú eres el Mesías, aquél a quien el pueblo de Israel llevaba siglos esperando. Tú eres Dios, pero a la vez eres un hombre como yo. Y te vuelcas con nosotros: "Siento profunda compasión por la muchedumbre".

Jesús, yo te importo. No te da igual si hago las cosas de una manera o de otra. Que Tú también me importes. Que no me dé igual tratarte de cualquier modo. "¿Cuántos panes tenéis?" Hoy me haces a mí la misma pregunta. Pero, ¿qué más te da, Señor? ¿Qué importa lo que tenga, lo que te pueda dar? Al fin y al cabo, no será mucho y, por supuesto, será insuficiente para alimentar a todos. "Y comieron todos y quedaron satisfechos".

Jesús, si con mis siete panes -mis pocas virtudes, mi torpe inteligencia, mi débil voluntad- Tú quieres ayudar a los demás, tómalos. Es lo que tengo: tuyos son.


II. "Cuando tu egoísmo te aparta del común afán por el bienestar sano y santo de los hombres, cuando te haces calculador y no te conmueves ante las miserias materiales o morales de tus prójimos, me obligas a echarte en cara algo muy fuerte, para que reacciones: si no sientes la bendita fraternidad con tus hermanos los hombres, y vives al margen de la gran familia cristiana, eres un pobre inclusero" Surco. 16

Inclusero significa expósito, alguien a quien sus padres abandonan al nacer y carece, por tanto, de familia. Si no te conmueves ante las miserias materiales o morales de tus prójimos, no digas que eres cristiano: vives como un inclusero, al margen de la gran familia cristiana.

Jesús, Tú curas a los enfermos y das de comer a la muchedumbre hambrienta: sientes profunda compasión por las necesidades de los hombres. ¿Y yo? ¿Qué hago para ayudar a los que tienen necesidad? ¿Cómo voy a llamar Padre a Dios si no trato como hermanos a los demás? ?¿Qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la Iglesia? Ciertamente, la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena y recibiréis la misericordia celestial.

El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquel un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente y merecerás recibir de Cristo, ya que Él ha dicho: «Dad y se os dará». No comprendo cómo te atreves a esperar recibir si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades". San Cesareo de Arles.

Jesús, en mis circunstancias concretas, ¿cómo puedo ayudar a los que más tienen necesidad? A lo mejor puedo aportar dinero a alguna asociación caritativa o colaborar con mi trabajo, aunque sea de vez en cuando. A lo mejor puedo ir a visitar a un pariente enfermo, o a alguna persona que está sola. Ayúdame Jesús a tener un corazón grande como el tuyo, capaz de compadecerme de las necesidades materiales o morales de los demás.

Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Me da lástima esta gente (Mateo 5, 7). Esta es la razón que tantas veces mueve el corazón del Señor. Llevado por su misericordia hará a continuación el espléndido milagro de la multiplicación de los panes. Y nosotros, para aprender a ser misericordiosos debemos fijarnos en Jesús, que viene a salvar lo que estaba perdido, a cargar nuestras miserias para salvarnos de ellas, a compadecerse de los que sufren y de los necesitados. Este es el gran motivo para darse a los demás: ser compasivos y tener misericordia. Cada página del Evangelio es una muestra de la misericordia divina.

La misericordia divina es la esencia de toda la historia de la salvación. Meditar en la misericordia del Señor nos ha de dar una gran confianza ahora y en la hora de nuestra muerte, como rezamos en el Ave María. Sólo en eso Señor. En tu misericordia se apoya toda mi esperanza. No en mis méritos, sino en tu misericordia.


II. De forma especial, el Señor muestra su misericordia con los pecadores: les perdona sus pecados. Nosotros, que estamos enfermos, que somos pecadores, necesitamos recurrir muchas veces a la misericordia divina: Muéstranos, Señor, tu misericordia. Y danos tu salvación (Salmo 84, 8), repite continuamente la Iglesia en este tiempo litúrgico. En tantas ocasiones, cada día, tendremos que acudir al Corazón misericordioso de Jesús y decirle: Señor, si quieres, puedes limpiarme (Mateo 8, 2).

Esto nos impulsa a volver muchas veces al Señor, mediante el arrepentimiento de nuestras faltas y pecados, especialmente en el sacramento de la misericordia divina, que es la Confesión. Pero el Señor ha puesto una condición para obtener de Él compasión y misericordia por nuestros males y flaquezas: que también nosotros tengamos un corazón grande para quienes rodean.

En la parábola del buen samaritano (SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios) nos enseña el Señor cuál debe ser nuestra actitud ante el prójimo que sufre: no nos está permitido "pasar de largo" con indiferencia, sino que debemos "pararnos" con compasión junto a él.


III. El campo de la misericordia es tan grande como el de la miseria humana que se trata de remediar. Y el hombre puede padecer miseria y calamidad en el orden físico, intelectual y moral. Por eso las obras de misericordia son innumerables, tantas como necesidades tiene el hombre. Nuestra actitud compasiva y misericordiosa ha de ser en primer lugar con aquellos con quienes Dios ha puesto a nuestro lado, especialmente con los enfermos.

Nuestra Madre nos enseñará a tener un corazón misericordioso, como el de Ella.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Reflexion Sobre la Existencia del Mal en La tierra......

 

Respecto  a la existencia del pecado y la evidencia de Satanás en cualquier forma en la mente, cuerpo y  acción de cada persona, creo  que la defino así:

Al principio todo fue bueno y maravilloso, por ser sencillo al hablar, los seres humanos, con espíritu de Dios y los ángeles puros  sin cuerpo material pero con conocimiento y pureza  y semejante a Dios mismo.

Dios a ángeles y personas de ayer y hoy les dio un tesoro el Libre albedrio, que fuéramos libres en la toma de decisiones, algunos ángeles en cabeza de uno solo como líder se revelo y quiso formar su grupo aparte y rechazo toda norma, voluntad y conocimiento del bien absoluto base de la creación.



La base de la creación y la ley universal en la faz de la tierra y el cosmos por decir algo es el bien absoluto que proviene de Dios creador.

Por conocer ellos la profundidad y misericordia de Dios incapaz de obrar el mal contra un hijo suyo ángel caído, o ser humano, entonces Dios mismo nos dejo libres para que eligiéramos entre las leyes universales que deben regir la tierra o la desobediencia fruto de la insinuación de los ángeles primeros que se revelaron repito teniendo en cuenta que conocen la misericordia de Dios que no atentaría contra ellos.

Como el ser humano en su esencia corporal es débil e inferior a los ángeles  malos, empezó la batalla a través de la historia entre el bien y el mal.

La misión y el interés de Satanás es lograr demostrarle a Dios que el es superior y que podrá hacer sus propias leyes del mal en el universo contrarias  a las de Dios.



Expuesto lo anterior es por ello que existe la maldad en cualquier forma en el mundo, hombres débiles sin conocimiento de Dios de sus leyes y sus bondades y delicias, pero hijos de el que actúan y se dejan llevar de forma irracional y con la insinuación de Satanás,

Como el mal desencadena en mal ley universal del mal y Satanás contraría a la del bien absoluto base de la creación de Dios,

Dios lo sabe todo por ser creador entonces poco a poco el hombre se ve inmerso en un mar de dudas insatisfacciones, y vacios, que por decir algo se parece en vivir un poco de infierno ya mismo acá en la tierra y el hombre inocente de lo que sucede a su alrededor se pregunta por que la maldad, por que me pasa este mal (pobreza fracaso económica, enfermedad, desamor, muerte, etc.). Se pregunta por que no soy feliz ?.

Y es allí cuando comienza el hombre a tratar de buscar la respuesta a todos estos interrogantes, pero cae y sigue  en bebidas, negocios sucios lujurias y demás pecados insinuados por el diablo pero consentidos por el hombre y repito no es feliz.



El hombre a oído hablar de Dios pero no le interesa por que esta inmerso en muchos pecados seducidos por Satanás, pero poco a poco con la ayuda del espíritu santo (La  gracia) que es mas grande que el pecado
 ( El bien absoluto ) y que todos llevamos dentro por ser hijos de Dios mismo, entonces es cuando empieza el Camino de regreso como un  péndulo de un reloj,  regreso a la fuente misma donde partió, cansado de trasegar por el mundo sin encontrar razón y felicidad.

Así este lleno de cosas o medios temporales, ese regreso es  como un niño gateando receloso se va acercado a esa luz, Dios mismo el bien mismo y en pieza a sentir menos insatisfacción en su corazón y un poco de paz en su corazón, repito es allí que empieza la dura batalla entre el bien y el mal pero cada uno en su interior libra esa batalla conoce la palabra, la verdad revelada, a Jesucristo, sus enseñanzas, practica la religión pero le cuesta hacer la voluntad del padre que es el Bien mismo a el prójimo que es lo único que palpa por que a Dios solo lo palpa en su corazón por fe o verdad revelada.

Expuesto lo anterior por eso la persona con más presencia de Dios es tentada en mayor medida y con una tentación superior a la que la gracia de Dios ya le permitió superar. Ejemplo en la vida de regreso a la fuente somos como niños gateadores, y la santidad es la graduación mayor con galardones por ello Jesús lo dice claramente ser Santos como mi padre celestial es Santo. (Lleno de Gracia de Bien de Majestad)

Hacer el bien al prójimo constituye entonces la punta de lanza y donde centra sus esfuerzos Satanás. Al hacerse mal al prójimo en cualquier forma se están violando las leyes de Dios el segundo mandamiento y la ley universal de todo lo creado que es el Bien absoluto.

Para terminar debemos centrar nuestros esfuerzos en hacer el bien absoluto base universal de todo lo creado al prójimo y así con ello estaremos ganando la batalla a Satanás y adorando al mismo Dios y cumpliendo la voluntad del Padre.



Mientras las personas no busquemos la luz, y reconozcamos que estamos viviendo un infierno en la tierra a causa de nuestro consentimiento y de la insinuación del diablo y no queramos salir de allí es imposible restablecer la paz, la justicia y el Amor el la faz de la tierra.

Para Dios no existe el tiempo entonces al final del juicio personal de toda persona, pueblo, nación, serán tenidas la cantidad de obras buenas en contra y favor  del prójimo de amor, justicia y de paz, de acuerdo a ello será nuestro paso a la eternidad antes o después del juicio final.

EL AMOR DE DIOS


El amor de Dios es el acelerador,
el temor de Dios es el freno?
? tu no montarías un carro sin freno!.
"El temor de Dios es el principio de la sabiduría?
la plenitud de la sabiduría?
la corona de la sabiduría?" (Eclesiástico 2:11-22).

Si el pícaro supiera el buen resultado que da el ser bueno?
? sería bueno por picardía.

Si quieres hacerte Dios? hazte amor,
porque "Dios es amor" (1Juan 4:8,16).

? Si quieres hacerte amor,
hazte Dios, ten a Jesús en tu corazón!.
"Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi" (Gálatas 2:20).

Dios es multimillonario en dinero, en posesiones, en salud, en gozo, en amor, en paz? Anda con la cabeza bien alta,
eres hijo del "multimillonario".

¿Para qué quieres vivir?
El cristiano triste,
es un triste cristiano.

El secreto del gozo,
es alegrarte hasta de los sufrimientos,
como el atleta en las olimpíadas?
dando gracias a Dios por todo y en todo. (1Tes.5:16-18, Efes.5:20).
Si Dios te castiga,

es que eres hijo legítimo de Dios?
? si no te castigara,
sería señal de que eras hijo "bastardo" de Dios (Hebreos 12:8).

Los "problemas",
no son enemigos de la fe?
? sino "oportunidades" para probar la fe y aumentarla.

Si no quieres sufrir, no ames?
pero si no amas,


Todos los hombres han tratado de suprimir el dolor... Jesús lo glorifico...
en los dos Montes: En el de las Bienaventuranzas y en el Calvario.

"Bienaventurados los "pobres"... los que "ahora padecéis hambre"... los que "ahora lloráis"... los que sois "aborrecidos" .... San Lucas 6:20-26

"Llegados al Calvario, lo crucificaron allí" San Lucas 23:33

La redención de Cristo en la cruz fue total, del cuerpo, alma y espíritu: De los dolores corporales, de los pecados, y dándonos la paz.

"Soporto nuestros sufrimientos y cargo con nuestros dolores... fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados... nuestra paz fue sobre El... Isaías 53:4-5

Para acabar con las cervezas en una ciudad, no solo hay que quitar todas las "botellas"... hay que acabar también con la "fabrica" que hace cervezas...

Lo mismo hizo Jesús: no solo acabo con el "pecado", sino también con la "iniquidad", con la fabrica de hacer pecados, con el vicio del robo, y la tendencia homosexual... acabo con todo...

Y lo mismo en lo corporal: No solo pago por los "dolores", sino por las fabricas de hacer dolores, por las "enfermedades"... Isaías 53:4-5

Cuando pienses que ya no vales para nada...
.. todavía vales para ser "santo".

Cuando te sientas cansado...
o desesperado,
o muy anciano... o enfermo... deshabilitado...
o enterrado por el llanto...
.. cuando creas que ya no sirves para nada, todavía sirves para ser "santo"!


"Lo esencial es el amor de Dios, pero el amor de Dios presupone ciertas condiciones, asume formas determinadas y lleva a consecuencias necesarias."

Jesús, no evitas el sufrimiento sino el pecado.


«Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión y, rogándole, dijo: Señor mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes. Jesús le dijo: Yo iré y lo curaré. Pero el centurión le respondió: Señor no soy digno de que entres en mi casa; basta que lo mandes de palabra y mi criado quedará sano. Pues yo, que soy un hombre subalterno con soldados a mis órdenes, digo a uno: ve, y va; y a otro: ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace.
Al oírlo Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande. Yo os digo que muchos de Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos». (Mateo 8, 5-11)



I. Yo iré y lo curaré. Jesús, ¡cuántas ganas tienes de hacer el bien! Hay una persona con dolores muy fuertes y ese dolor te remueve. Pero, ¿no sabías que el criado del centurión estaba enfermo antes de que te lo dijera su amo? ¿Por qué no habías ido antes? ¿No había más gente sufriendo dolores fuertes en Cafarnaún?

Jesús, empiezo a prepararme para tu nacimiento y veo que desde Belén hasta la Cruz no rehúyes el dolor ni el sufrimiento: ni el tuyo ni el de los tuyos. José no encuentra sitio en la posada; Herodes os persigue; Maria sufre cuando te «pierdes» en el Templo. Podías haber evitado todo, pero no lo haces. ¿Por qué? ?Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre, de la injusticia, de la enfermedad y de la muerte, Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado, que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas? (CEC. 549)

Jesús, no evitas el sufrimiento sino el pecado. Maria es concebida sin pecado. Tú te hiciste igual al hombre en todo menos en el pecado. Perdonas los pecados al paralítico antes de curarle de su enfermedad: "tus pecados te son perdonados" Lucas 5,20. ¿No será que el sufrimiento no es un mal, y en cambio el pecado sí? Si quiero prepararme bien para tu venida, debo empezar por rechazar el pecado con todas mis fuerzas.


II. "Lázaro resucitó porque oyó la voz de Dios: y en seguida quiso salir de aquel estado. Si no hubiera «querido» moverse, habría muerto de nuevo. Propósito sincero: tener siempre fe en Dios; tener siempre esperanza en Dios; amar siempre a Dios..., que nunca nos abandona, aunque estemos podridos como Lázaro". Forja. 211.

"En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande." Y por eso, Jesús, puedes hacer el milagro. "Propósito sincero: tener siempre fe en Dios".

Jesús, quiero moverme, quiero salir de este estado mortecino o muerto- en el que me encuentro. Quiero oír tu voz, tu llamada, y salir del mundo de mis miserias, de mis egoísmos, de mis envidias, de mis planes y proyectos personales en los que no cabe Dios ni los demás. Mi alma yace quizá un poco paralítica porque no tiene fuerza para vencer la comodidad, la vanidad, la sensualidad, el egoísmo.

"Yo iré y lo curaré". Jesús, vas a venir al mundo para salvarme, pero aún "no soy digno de que entres en mi casa." Quiero prepararme bien. Quiero aprender a amarte. Y veo que lo primero que debo hacer es limpiarme, rechazar verdaderamente el pecado, empezando por acudir al sacramento de la confesión.

Jesús, vas a venir al mundo para salvar a todos los hombres. No sólo a los de Israel: "muchos de Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos". No haces grupitos, buscas a todos: sabios y menos sabios, ricos y pobres, sanos y enfermos. Has venido a salvar a todos y por eso de todos esperas una respuesta. Que sepa responder con fe, con mi vida de cristiano, a esa muestra tan grande de amor que es tu Encamación: la demostración más clara de que Tú no me abandonas.

 Cada día que transcurre es un paso más hacia la celebración del nacimiento del Redentor y, por lo tanto, un motivo grande de alegría. Junto a esa alegría, es inevitable que nos sintamos cada vez más indignos de recibir al Señor. Toda preparación debe parecernos poca, y toda delicadeza insuficiente para recibir a Jesús. Si alguna vez nos sentimos fríos o físicamente desganados no por eso vamos a dejar de comulgar.

Procuraremos salir de ese estado ejercitando más la fe, la esperanza y el amor. Y si se tratara de tibieza o de rutina, está en nuestras manos removerlas, pues contamos con la ayuda de la gracia. Nosotros, al pensar en el Señor que nos espera, podemos cantar llenos de gozo en lo más íntimo de nuestra alma: ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor! (Salmo 121, 1-2). El Señor también se alegra cuando ve nuestro esfuerzo para recibirlo con una gran dignidad y amor.


II. El Evangelio de la Misa (Mateo 8, 5-13) nos trae las palabras de un centurión del ejército romano que han servido para la preparación inmediata de la Comunión a los cristianos de todos los tiempos: Domine, non sum dignus ?Señor, yo no soy digno. La fe, la humildad y la delicadeza se unen en el alma de este hombre: la Iglesia nos invita no sólo a repetir sus palabras como preparación para recibir a Jesús cuando viene a nosotros en la Sagrada Comunión, sino a imitar las disposiciones de su alma.


III. Prepararnos para recibir al Señor en la Comunión significa en primer lugar recibirle en gracia. Cometería un sacrilegio quien fuera a comulgar en pecado mortal. Hemos de preparar esmeradamente el alma y el cuerpo: deseo de purificación, luchar por vivir en presencia de Dios durante el día, cumplir lo mejor posible nuestros deberes cotidianos, llenar la jornada de actos de desagravio, de acciones de gracias y comuniones espirituales. Junto a estas disposiciones interiores, y como su necesaria manifestación, están las del cuerpo: el ayuno prescrito por la iglesia, las posturas, el modo de vestir, etc. , que son signos de respeto y reverencia.

Pidámosle a Nuestra Señora que nos enseñe a comulgar "con aquella pureza, humildad y devoción" con que Ella recibió a Jesús en su seno bendito, "con el espíritu y fervor de los santos", aunque nos sintamos indignos y poca cosa.



sábado, 26 de noviembre de 2011

la Medalla Milagrosa y santa Catalina Labouré

Oh María sin pecado concebida:
Ruega por nosotros que recurrimos a Ti.



 Santa Catalina LabouréEsta fue la santa que tuvo el honor de que la Sma. Virgen se le apareciera para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa.


Nació en Francia, de una familia campesina, en 1806. Al quedar huérfana de madre a los 8 años le encomendó a la Sma. Virgen que le sirviera de madre, y la Madre de Dios le aceptó su petición.

 Como su hermana mayor se fue de monja vicentina, Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del lavadero en la casa de su padre, y por esto no pudo aprender a leer ni a escribir.

 A los 14 años pidió a su papá que le permitiera irse de religiosa a un convento pero él, que la necesitaba para atender los muchos oficios de la casa, no se lo permitió. Ella le pedía a Nuestro Señor que le concediera lo que tanto deseaba: ser religiosa. Y una noche vio en sueños a un anciano sacerdote que le decía:
"Un día me ayudarás a cuidar a los enfermos".

 La imagen de ese sacerdote se le quedó grabada para siempre en la memoria.Al fin, a los 24 años, logró que su padre la dejara ir a visitar a la hermana religiosa, y al llegar a la sala del convento vio allí el retrato de San Vicente de Paúl y se dió cuenta de que ese era el sacerdote que había visto en sueños y que la había invitado a ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día se propuso ser hermana vicentina, y tanto insistió que al fin fue aceptada en la comunidad.

Siendo Catalina una joven monjita, tuvo unas apariciones que la han hecho célebre en toda la Iglesia. En la primera, una noche estando en el dormitorio sintió que un hermoso niño la invitaba a ir a la capilla. Lo siguió hasta allá y él la llevó ante la imagen de la Virgen Santísima. Nuestra Señora le comunicó esa noche varias cosas futuras que iban a suceder en la Iglesia Católica y le recomendó que el mes de Mayo fuera celebrado con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Catalina creyó siempre que el niño que la había guiado era su ángel de la guarda.


 Santa Catalina y la Santísima VirgenPero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830. Estando por la noche en la capilla, de pronto vio que la Sma. Virgen se le aparecía totalmente resplandeciente, derramando de sus manos hermosos rayos de luz hacia la tierra. Y le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase "Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti". Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración.

Catalina le contó a su confesor esta aparición, pero él no le creyó. Sin embargo el sacerdote empezó a darse cuenta de que esta monjita era sumamente santa, y se fue donde el Sr. Arzobispo a consultarle el caso. El Sr. Arzobispo le dio permiso para que hicieran las medallas, y entonces empezaron los milagros.

Las gentes empezaron a darse cuenta de que los que llevaban la medalla con devoción y rezaban la oración "Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti", conseguían favores formidables, y todo el mundo comenzó a pedir la medalla y a llevarla. Hasta el emperador de Francia la llevaba y sus altos empleados también.

En París había un masón muy alejado de la religión. La hija de este hombre obtuvo que él aceptara colocarse al cuello la Medalla de la Virgen Milagrosa, y al poco tiempo el masón pidió que lo visitara un sacerdote, renunció a sus errores masónicos y terminó sus días como creyente católico.
La Medalla Milagrosa

Catalina le preguntó a la Sma. Virgen por qué de los rayos luminosos que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y no caen en la tierra. Ella le respondió: "Esos rayos que no caen a la tierra representan los muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden". Y añadió: "Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se piden".

 Después de las apariciones de la Sma. Virgen, la joven Catalina vivió el resto de sus años como una cenicienta escondida y desconocida de todos. Muchísimas personas fueron informadas de las apariciones y mensajes que la Virgen Milagrosa hizo en 1830. Ya en 1836 se habían repartido más de 130,000 medallas. El Padre Aladel, confesor de la santa, publicó un librito narrando lo que la Virgen Santísima había venido a decir y prometer, pero sin revelar el nombre de la monjita que había recibido estos mensajes, porque ella le había hecho prometer que no diría a quién se le había aparecido. Y así mientras esta devoción se propagaba por todas partes, Catalina seguía en el convento barriendo, lavando, cuidando las gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde e ignorada de todas las hermanitas, y recibiendo frecuentemente maltratos y humillaciones.

 En 1842 sucedió un caso que hizo mucho más popular la Medalla Milagrosa y sucedió de la siguiente manera: el rico judío Ratisbona, fue hospedado muy amablemente por una familia católica en Roma, la cual como único pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara por un tiempo al cuello la medalla de la Virgen Milagrosa. Él aceptó esto como un detalle de cariño hacia sus amigos, y se fue a visitar como turista el templo, y allí de pronto frente a un altar de Nuestra Señora vio que se le aparecía la Virgen Santísima y le sonreía. Con esto le bastó para convertirse al catolicismo y dedicar todo el resto de su vida a propagar la religión católica y la devoción a la Madre de Dios. Esta admirable conversión fue conocida y admirada en todo el mundo y contribuyó a que miles y miles de personas empezaran a llevar también la Medalla de Nuestra Señora (lo que consigue favores de Dios no es la medalla, que es un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que le hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).

 Desde 1830, fecha de las apariciones, hasta 1876, fecha de su muerte, Catalina estuvo en el convento sin que nadie se le ocurriera que ella era a la que se le había aparecido la Virgen María para recomendarle la Medalla Milagrosa. En los últimos años obtuvo que se pusiera una imagen de la Virgen Milagrosa en el sitio donde se le había aparecido (y al verla, aunque es una imagen hermosa, ella exclamó: "Oh, la Virgencita es muchísimo más hermosa que esta imagen").

 Al fin, ocho meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó a sus funerales (quien se humilla será enaltecido).


 Santa Catalina Labouré en su tumbaPoco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de 11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa, quedó instantáneamente curado.

 .
En 1947 el santo Padre Pío XII declaró
santa a Catalina Labouré, y con esa declaración quedó también confirmado que lo que ella contó acerca de las apariciones de la Virgen sí era Verdad.

La vidente Santa Catalina Labouré

 

Catalina nació el 2 de mayo de 1806 en el pueblito de Fain-lès.Moutier, en la Cote-d'Or (Francia) y era la novena hija de una familia que contaría con once. Sus padres, Pedro Labouré y Luisa Magdalena Gontard, propietarios de la granja que ellos mismos trabajaban, eran profundamente cristianos. Formaron a su numerosa familia en el temor y amor de Dios. La devoción a María era muy estimada.
Por desgracia, la señora de Labouré murió en 1815. Catalina no tenía más que nueve años. Huérfana de su madre terrenal, la niña se buscó otra madre en la SS. Virgen. En efecto, poco tiempo después, una criada de la granja, la sorprendió subida sobre la mesa con la estatua de María que había tomado de la chimenea y la estrechaba sobre sus bracitos.
A los doce años, como consecuencia de la entrada de su hermana mayor en la Compañía de las Hijas de la Caridad, su padre le confió el cuidado de la casa, en cuya tarea fue ayudada por la anciana sirvienta y por su hermana menor Antonieta, llamada familiarmente Tonina. Los testigos en el proceso de beatificación han asegurado que se desempeñó muy bien en su cometido. Tonina reveló que a partir de los catorce años, pese a los trabajos agotadores, Catalina empezó a ayudar el viernes y el sábado y a concurrir a misa entre semana, en el Hospicio de Moutiers Saint-Jean, distante tres kilómetros. Prácticamente no fue a la escuela y sólo más tarde aprenderá a leer y a escribir aún bastante imperfectamente.
Desde su primera comunión había oído el llamado de Dios y soñaba con la vida religiosa. Rechazó varias veces propuestas de matrimonio.

Dudaba sin embargo, en la elección de una comunidad. Un sueño la ayudó a orientarse.
Un venerable sacerdote se le había aparecido y le había dicho estas palabras:

- Un día serás feliz en venir hacia mí. Dios tiene sus designios sobre ti.
Algún tiempo después Catalina tuvo la oportunidad de ir a la Casa de las Hijas de la Caridad en Chatillon-sur-Seine. Entrando al locutorio su mirada se detuvo en un cuadro adosado a la pared:

Ese, exclamó, es el sacerdote que yo ví en sueño. ¿Cuál es su nombre?
Se le hizo saber que era San Vicente de Paúl. Desde ese momento no dudó más.
El 21 de abril de 1830 Catalina era recibida en el noviciado de la calle du Bac. Algunos día después tuvo la dicha de asistir a la traslación solemne de las reliquias de San Vicente de Paúl, desde Nôtre-Dame hasta la Capilla de los sacerdotes lazaritas, en la calle de Sèvres.

Su noviciado transcurrió ciertamente en el fervor, como lo atestiguan las gracias extraordinarias con que fue favorecida y su alma mariana debió apreciar profundamente la devoción muy particular que las Hijas de San Vicente tenían a la Inmaculada Concepción. Sin embargo nada en ella llamó la atención de los que la rodeaban. He aquí el juicio más bien insignificante que sus superiorers emitieron sobre ella cuando terminó el noviciado:
Catalina Labouré: fuerte, de mediana estatura, sabe leer y escribir para sí misma. Su caracter pareció bueno. Su inteligencia y juicio no son sobresalientes. Es piadosa. Trabaja en adquirir la virtud.
Catalina fue colocada entonces en París mismo en el hospicio del barrio Saint Antoine en la seccional XII y allí pasó toda su vida, entregada a los humildes trabajos de servir a los ancianos, atender la cocina, la ropería, el gallinero y la portería.

Catalina guardará secreto absoluto acerca de las apariciones de la Virgen María. Solamente su confesor, el Padre Aladel, fue el confidente. María lo quiso así y solamente cuando el confesor murió, pocos meses antes que ella, creyó Catalina que debía hablar a su superiora, porque la estatua que la Virgen había pedido aún no había sido hecha.

Catalina Labouré expiró el 31 de diciembre de 1876. Su cuerpo fue encontrado intacto con ocasión de su beatificación en 1933, y reposa en la Capilla de las Apariciones bajo el altar mismo en el que María se le apareció. Fué canonizada el 27 de julio de 1947.

Tal fue, dice el P. Gasnier O.P., aquella que la Santísima Virgen se eligió como mensajera cuando se dignó revelar al mundo su "Medalla Milagrosa" ¡Estaríamos tentados de sorprendernos de esta elección! Nuestro espíritu superficial, tan poco apto para juzgar las cosas sobrenaturales, esperaría encontrar en semejante vidente un caracter más definido, sucesos extraordinarios, éxtasis repetidos, una santidad deslumbrante y no hay nada de esto. Estamos en la presencia de un alma recta, sencilla, sin nerviosismo ni exaltación, dueña de sí misma, perfectamente equilibrada.

Dios hace bien lo que hace: el caracter de la vidente basta, en efecto, para autenticar su testimonio. Catalina dirá un día de sí misma a su Superiora que le felicitaba por haber sido favorecida con gracias extraordinarias:
¿Yo favorecida? Solo he sido un instrumento. No fue debido a mis méritos el que la SS. Virgen se me hubiere aparecido. Yo no sabía nada ni siquiera escribir; en la Comunidad aprendí cuanto sé y por este motivo la SS. Virgen me eligió, a fin de que no se pueda dudar.

No se podría hablar mejor. Dios tiene sus razones al elegir los instrumentos más humildes para sus obras más hermosas y las apariciones de la calle du Bac no son una excepción a esta regla.

Las Apariciones

Primera Aparición

La primera aparición tuvo lugar en la noche del 18 al 19 de julio de 1830, víspera de la fiesta de San Vicente de Paul y debía preparar a la vidente a su misión posterior.

He aquí como la describe ella misma en la relación que hace a su confesor:
Llegó la víspera de la fiesta de San Vicente. Nuestra buena Madre Marta, nos dio una charla sobre la devoción a los santos, en particular sobre la devoción a la SS. Virgen, charla que me inspiró un deseo tan grande de ver a la SS. Virgen que me fui a acostar con el pensamiento de que esa noche vería a mi buena Madre. ¡Hacía tanto tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de género de la sobrepelliz de S. Vicente corté la mitad del mismo, me la tragué y me dormí con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la SS. Virgen.

En fin a las once y media de la noche, oí que alguien me llamaba por mi propio nombre:
Capilla Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa
calle Rue du Bac Nº 140. París. Francia
- Hermana, Hermana.

Despertándome, miré hacia el costado de donde escuchaba la voz, que era del lado del pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de 4 o 5 años de edad, que me dice:

- Ven a la Capilla, allí te espera la SS. Virgen.
Inmediatamente me asaltó la idea:
- Me van a oír.

El niño me respondió:
- Quédate tranquila, son las once y media, todo el mundo duerme profundamente. Ven, te espero.

Me vestí rápidamente y me dirigí adonde estaba el niño que había permanecido de pie, sin adelantarse más allá de la cabecera de mi cama. El me siguió o más bien, yo le seguí, siempre a mi izquierda, por donde pasaba. Las luces estaban prendidas en todas partes, lo que me sorprendió mucho; pero mayor fue mi asombro cuando al entrar a la Capilla, la puerta se abrió, apenas el niño la hubo tocado con la punta del dedo. Mi sorpresa creció todavía más, cuando vi todos los cirios y antorchas encendidos, lo que me recordó la misa de Nochebuena. Sin embargo no veía a la SS. Virgen.

El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del P. Director, me puse de rodillas y el niño quedó de pie todo el tiempo. Como me parecía larga la espera, yo miraba si las centinelas (las Hermanas designadas para vigilar durante la noche) no andaban por las tribunas. Al fin llegó la hora. El niño me alerta y me dice:
-  ¡He aquí a la SS. Virgen, hela aquí!.

Escucho un ruido, como el roce de un vestido de seda que venía del lado de la tribuna, del lado del cuadro de San José. Ella vino a detenerse sobre las gradas del altar del lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que no tenía el mismo aspecto que el de Santa Ana.

Yo dudaba si sería la SS. Virgen. Sin embargo, el niño que estaba allí me dijo: ¡He aquí a la SS. Virgen! Me sería imposible expresar lo que experimenté en ese momento, lo que sucedía dentro de mí; me parecía que no veía a la SS. Virgen. Entonces el niño me habló no como un niño sino como un hombre, ¡con voz muy enérgica! Mirando entonces a la SS. Virgen, no hice más que dar un salto hasta Ella, me puse de rodillas en las gradas del altar, las manos apoyadas sobre las rodillas de la SS. Virgen.

Allí, transcurrió un momento, el más dulce de mi vida; me sería imposible decir todo lo que experimenté. Ella me dijo:

- ¡Hija mía! Dios quiere confiarte una misión. Tendrás que sufrir, pero sobrellevarás esto pensando en que lo haces por la gloria de Dios; serás atormentada hasta que lo hayas comunicado al que está encargada de dirigirte. Se te contradirá, pero tendrás la gracia, no temas. Háblale con confianza y sencillez; ten confianza y no tengas miedo. Verás algunas cosas, da cuenta de ellas. Te sentirás inspirada durante tu oración.
La SS. Virgen me enseñó como debía comportarme con mi Director y agregó muchas cosas más que no debo decir.

Respecto al modo de proceder en mis penas, me señaló con su mano izquierda, el pie del altar y me recomendó acudir allí y desahogar mi corazón, asegurándome que en ese lugar recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad.

- Los tiempos son muy malos. Calamidades van a caer sobre Francia, el trono será derribado; el mundo entero se verá trastornado por desgracias de toda clase (la SS. Virgen tenía aspecto muy apenado al decir esto). Pero venid al pie de esta altar: ahí las gracias serán derramadas sobre todas las personas que las pidan con confianza y fervor, serán derramadas sobre grandes y chicos. ¡Hija mía! me complazco en derramar mis gracias, sobre la Comunidad en particular, a la que amo mucho...

Respecto a otras Comunidades, habrá víctimas (la SS. Virgen tenía lágrimas en los ojos al decir esto). El Clero de París tendrá sus víctimas, el Arzobispo morirá (a esta palabra de nuevo las lágrimas) ¡Hija mía! La cruz será despreciada, correrá la sangre en la calle (aquí la SS. Virgen no podía hablar más, el dolor se pinta en su rostro). ¡Hija mía!, me dijo, todo el mundo estará triste.

(todos estos detalles se cumplirán al pie de la letra en 1870-1871).

Yo pensaba cuando sucedería esto. Entendí muy bien: cuarenta años.
No sé cuanto tiempo quedé a los pies de la SS. Virgen; lo único que sé es que cuando hubo partido, sólo percibí algo que se desvanecía, como una sombra que se dirigía hacia el costado de la tribuna, por el mismo camino por donde había llegado.
Me levanté de las gradas del altar y vi al niño en el mismo lugar donde lo había dejado; me dijo:
- ¡Se ha ido!
Volvimos por el mismo camino, siempre iluminado y ese niño estaba siempre a mi izquierda. Creo que ese niño era mi ángel de la guarda que se había vuelto visible para hacerme ver a la SS. Virgen, porque yo le había rogado mucho que me obtuviese este favor.
Estaba vestido de blanco, llevando una luz milagrosa delante de él, es decir estaba resplandeciente de luz, poco más o menos de cuatro a cinco años de edad. Escuché sonar la hora; no me dormí más.

Segunda Aparición

Esta es la gran aparición en la que María comunica a la Vidente el mensaje que debía transmitir. Nada mejor que dejar también aquí, la palabra a la misma Sor Catalina. La aparición tuvo lugar el 27 de noviembre de 1830, mientras las novicias se encontraban reunidas en la Capilla para la meditación de la tarde, víspera del primer domingo de Adviento. La escena se desarrolla en tres cuadros sucesivos y progresivos que introducen a la Vidente cada vez más profundamente en la inteligencia del mensaje y de todo el misterio mariano.
Era el 27 de noviembre de 1830, que caía el sábado anterior el primer domingo de Adviento. Yo tenía la convicción de que vería de nuevo a la SS. Virgen y que la vería "más hermosa que nunca"; yo vivía con esta esperanza. A las cinco y media de la tarde, algunos minutos después del primer punto de la meditación, durante el gran silencio, me pareció escuchar ruido del lado de la tribuna, cerca del cuadro de San José, como el roce de un vestido de seda.

Primer cuadro: La Virgen con el globo.

Habiendo mirado hacia ese costado, vi a la SS. Virgen a la altura del cuadro de San José. La SS. Virgen estaba de pie, era de estatura mediana; tenía un vestido cerrado de seda aurora, hecho según se dice "a la virgen", mangas lisas; un velo blanco le cubría la cabeza y le caía por ambos lados hasta sus pies; debajo del velo vi sus cabellos lisos, divididos por la mitad, ligeramente apoyado sobre sus cabellos tenía un encaje de tres centímetros, sin fruncido, su cara estaba bastante descubierta. Sus pies se apoyaban sobre la mitad de un globo blanco o al menos no me pareció sino la mitad, tenía también bajo sus pies una serpiente de color verdoso con manchas amarillentas. Con sus manos sostenía un globo de oro, con una pequeña cruz encima, que representaba al mundo; sus manos estaban a la altura del pecho, de manera elegante; sus ojos miraban hacia el Cielo. Su aspecto era extraordinariamente hermoso, no lo podría describir.
De pronto vi anillos en sus dedos, tres en cada dedo; el más grande cerca de la mano, uno de mediano tamaño en el medio y uno más pequeño en la extremidad y cada uno estaba recubierto de piedras preciosas de tamaño proporcionado. Rayos de luz, unos más hermosos que otros salían de las piedras preciosas; las piedras más grandes emitían rayos más amplios, las pequeñas, más pequeños; los rayos iban siempre prologándose de tal forma que toda la parte baja estaba cubierta por ellos y yo no veía más sus pies.
Esta fase fue silenciosa; preparaba la siguiente. El globo desapareció, la Virgen va a cambiar de actitud, a bajar la mirada y teniendo los dedos siempre guarnecidos de anillos con piedras preciosas destellantes, va a hablar a Sor Catalina.

Segundo cuadro: El anverso de la Medalla.

En ese momento en que yo la contemplaba, la SS. Virgen bajó sus ojos mirándome. Una voz se hizo escuchar y me dijo estas palabras:
- Este globo representa al mundo entero, especialmente a Francia... y a cada persona en particular.
Aquí yo no sé expresar lo que experimenté lo que vi.
- La hermosura y el brillo de los rayos tan bellos... son el símbolo de las gracias que yo derramo sobre los que me las piden, haciéndome comprender cuán generosa se mostraba hacia las personas que se las pedían, cuánta alegría experimenta concediéndoselas... Estos diamantes de los que no salen rayos, son las gracias que dejan de pedirme.
En este momento o yo estaba o no estaba, no sé... yo gozaba. Se formó un cuadro alrededor de la SS. Virgen, algo ovalado, en el que se leían estas palabras escritas en semicírculo, comenzando a la altura de la mano derecha, pasando por encima de la cabeza de la SS. Virgen y terminando a la altura de la mano izquierda: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!, escritas en caracteres de oro. Entonces oí una voz que me dijo:
- Haz acuñar una medalla según este modelo, las personas que la llevaren en el cuello recibirán grandes gracias; las gracias serán abundantes para las personas que la llevaren con confianza.

Tercer cuadro: El reverso de la Medalla.

En aquel instante me pareció que el cuadro se daba vuelta. Vi sobre el reverso de la Medalla la letra M, coronada con una cruz, apoyada sobre una barra y, debajo de la letra M los sagrados Corazones de Jesús y de María, que yo distinguí, porque uno estaba rodeado de una corona de espinas y el otro, traspasado por una espada.
Inquieta por saber que sería necesario poner en el reverso de la Medalla, después de mucha oración, un día, en la meditación, me pareció escuchar una voz que me decía:
- La letra M y los dos corazones dicen lo suficiente.
Las notas de la Vidente no mencionan las doce estrellas que rodeaban el monograma de María y los dos corazones. Sin embargo han figurado siempre en el reverso de la medalla. Es moralmente seguro que este detalle ha sido dado de viva voz por la Santa en el momento de las apariciones o un poco más tarde.

Tercera Aparición

El P. Aladel, confesor de Sor Catalina, recibió con indiferencia, hasta se puede decir con severidad, las comunicaciones de su penitente. Le prohibió aún darles fe. Pero la obediencia de la Santa, atestiguada por su mismo Director, no tenía el poder de borrar de su mente el recuerdo de lo que ella había visto. El pensamiento de María y lo que Ella pedía no la dejaban, ni tampoco una íntima convicción de que la volvería a ver.
En efecto, en el curso del mes de diciembre de 1830, Catalina fue favorecida con una nueva aparición, exactamente parecida a la del 27 de noviembre, y en el mismo momento, durante la oración de la tarde. Hubo sin embargo una diferencia notable. La SS. Virgen se apareció no a la altura del cuadro de San José, como la vez anterior, sino cerca y detrás del Tabernáculo.
Sor Catalina debía tener la certeza de que no se había equivocado en el momento de la visión del 27 de noviembre. Recibió nuevamente la orden de hacer acuñar una medalla según el modelo que veía. Termina el relato de esta aparición con estas palabras:
Decirle lo que sentí en el momento en que la SS. Virgen ofrecía el globo a Nuestro Señor, es imposible expresarlo, como también lo que experimenté mientras la contemplaba. Una voz se hizo escuchar en el fondo de mi corazón y me dijo: Estos rayos son el símbolo de las gracias que la SS. Virgen consigue para quienes se las piden.
María insistió de una manera muy especial sobre el simbolismo del globo que Ella tenía en sus manos:
- Hija mía, este globo representa el mundo entero, particularmente a Francia y a cada persona en particular. Fíjese bien (dirigiéndose a su Confesor): el mundo entero, particularmente Francia y a cada persona en particular.

Por eso, Sor Catalina acaba su relato con esta exclamación: 
¡Oh que hermoso será escuchar decir: María es la Reina del Universo y particularmente de Francia! Los niños gritarán: María es la Reina de cada persona en particular.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Pobres pero felices

Un estudio norteamericano revela que los sacerdotes son el colectivo más feliz y satisfecho con su vida y profesión



La famosa revista Forbes ha publicado recientemente un artículo titulado “The ten happiest jobs” (Los diez trabajos más felices), recogiendo un estudio realizado por la Universidad de Chicago. Dicho estudio enumeraba las siguientes diez profesiones como las que más felicidad aportan a quienes las desempeñan.

Encabezan la lista de los más felices los sacerdotes, seguidos por los bomberos, fisioterapeutas, escritores, profesores de Educación Especial, profesores, artistas, psicólogos, agentes de servicios financieros y conductores de vehículos especiales.

Al mismo tiempo, el estudio presenta las diez profesiones más infelices: director de tecnología de la información, director de ventas y marketing, productor-manager, desarrollador web, técnico especialista, técnico en electrónica, secretario jurídico, analista de soporte técnico, maquinista y gerente de marketing.
Curiosamente, las profesiones más felices tienen en común una baja remuneración, un bajo prestigio social, un fuerte componente vocacional y un marcado elemento humano y social, y las más infelices vienen acompañadas de una alta remuneración económica y un alto prestigio social.

Un libro recientemente publicado, ¿Por qué los sacerdotes son felices?, insiste en la misma idea. Su autor, Stephen Rossetti, sacerdote y psicólogo, ha llegado a esa conclusión después de hacer entrevistado a 2500 sacerdotes de todo el mundo. Contrariamente a lo que suele aparecer en los medios de comunicación, los encuestados consideran el celibato como un aspecto positivo en sus vocaciones. «Las tragedias y los escándalos llenan las portadas pero los rostros de los muchos sacerdotes felices no lo hacen», asegura Rosetti.

La encuesta de Rosetti revela que, exactamente, el 92,4% de los sacerdotes manifiestan un grado alto de felicidad y satisfacción con su vida, mientras que el 50% de los entrevistados que desempeñan profesiones civiles se declararon infelices con su trabajo.

¿Cuál es el secreto de esta felicidad sacerdotal? Rosetti es claro y rotundo: “La secularización engendra una especie de opinión negativa hacia la religión organizada. Existe la creencia en la actualidad de que practicar la fe es algo opresivo y triste. Algunos pensadores modernos sugieren que la única manera de encontrar la felicidad humana es liberarse de las imposiciones de la religión. Consideran la religión como algo restrictivo para la verdadera libertad y humanidad de la persona. Por tanto, usando la lógica ser un sacerdote debe ser la cosa más triste del mundo.

De esta manera, escuchar que los sacerdotes están entre las personas más felices del país es increíble. El hecho de la felicidad clerical es un desafío poderoso y fundamental para la mentalidad secular moderna. El pensamiento laico busca esta alegría pero lo hace en lugares equivocados. Lo único que tiene sentido es que estos hombres, que han dedicado sus vidas al servicio de Dios y al de los demás en la fe católica como sacerdotes, han sido completados lenta y suavemente por Dios con una felicidad y alegría interiores. Jesús nos prometió esta alegría y es una verdad demostrable.”

En este libro, se analizan muchos otros elementos que intervienen en esta felicidad, como la centralidad de la vida espiritual y la relación con Dios, la importancia de las relaciones humanas y de las relaciones de ayuda y entrega, y el celibato. Aquí pueden seguir leyendo sobre este libro.

En definitiva, el sacerdocio no garantiza la riqueza económica pero sí la felicidad. Que no se enteren los chicos que están pensando en este momento por dónde orientar sus vidas…

«Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios» (CEC.-901).


«Y les dijo una parábola: "Observad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, conocéis por ellos que ya está cerca el verano. Así también vosotros cuando veáis que sucede todo esto, sabed que está cerca el Reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». (Lucas 21,29-33)

I. Jesús, profetizas que la destrucción de Jerusalén va a suceder en esa misma generación. Muchos de tus apóstoles serían gente joven entre veinte y treinta años; cuando cuarenta años más tarde los romanos destruyen Jerusalén y el templo desde el que te habían oído esta profecía, se acordarían de tus palabras. Sin embargo, la destrucción de Jerusalén no es el fin del mundo; es sólo un símbolo: «porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin del mundo no es inmediato» (Lucas 21, 9).

Jesús, también es cierto que «no pasará esta generación» hasta que llegue el fin de los tiempos. En este caso, «generación» tiene un sentido más amplio: la generación de los creyentes, la Iglesia. Porque generación también significa estilo de vida y cultura. En este sentido dicen los salmos: «ésta es la generación de los que buscan al Señor» (Salmo 24, 6); es decir, éste es el pueblo de los que creen en Dios, el pueblo escogido.

Jesús, Tú sabes que, durante la historia, habrá muchos cambios: lo que está de moda hoy, es considerado antiguo mañana, y se olvidará pasado mañana. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». Todo pasa, pero tu palabra permanece. Y no te refieres a tu palabra escrita -la Biblia- porque hay libros más antiguos que también han llegado hasta nosotros. Te refieres a tu palabra de vida: a tu enseñanza y a los medios que has dejado para vivirla.

Tu palabra «viva y eficaz» se mantiene a lo largo de los siglos en tu Iglesia. La Iglesia tiene la misión -con la ayuda del Espíritu Santo- de custodiar fielmente tu doctrina y tus Sacramentos.


II. «Carga sobre mí la solicitud por todas las iglesias», escribía San Pablo, y este suspiro del Apóstol recuerda a todos los cristianos -¡también a ti!- la responsabilidad de poner a los pies de la Esposa de Jesucristo, de la Iglesia Santa, lo que somos y lo que podemos, amándola fidelísimamente, aun a costa de la hacienda, de la honra y de la vida» (Forja.-584).

Jesús, aunque has prometido que la Iglesia permanecerá hasta el final de los tiempos, y que siempre contará con tu ayuda para custodiar tu palabra, Tú cuentas con la fidelidad de los cristianos de cada generación para que pongan en práctica tus mandamientos y extiendan tus enseñanzas por toda la tierra. En concreto, esperas de cada uno y de cada una que seamos santos: que sepamos ofrecerte nuestro trabajo y nuestro descanso especialmente en la celebración de la Santa Misa.

«Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios» (CEC.-901).

Jesús, Tú pides a cada cristiano -a mí- que ame a la Iglesia como a una madre, puesto que la Iglesia me ha dado la vida espiritual con el Bautismo, y me sustenta con los Sacramentos y con la doctrina cristiana. Y no sólo debo quererla, sino también sentir -como San Pablo- el peso de la Iglesia: la responsabilidad de colaborar para que cumpla su misión fielmente. Ayúdame a amar a tu Iglesia fidelísimamente, aún a costa de la hacienda, de la honra y de la vida.

A punto de concluir el ciclo litúrgico, leemos en el Evangelio de la Misa esta expresión del Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Lucas 21, 33) Permanecerán porque fueron pronunciadas por Dios para cada hombre, para cada mujer que viene a este mundo. Jesucristo sigue hablando, y sus palabras, por ser divinas, son siempre actuales.

Toda la Escritura anterior a Cristo adquiere su sentido exacto a la luz de la figura y de la predicación del Señor. Él es quien descubre el profundo sentido que se contiene en la revelación anterior. Los judíos que se negaron a aceptar el Evangelio se quedaron como con un cofre con un gran tesoro adentro, pero sin la llave para abrirlo. Desde siempre la Iglesia ha recomendado su lectura y meditación, principalmente del Nuevo Testamento, en el que siempre encontramos a Cristo que sale a nuestro encuentro.

Unos pocos minutos diariamente nos ayudan a conocer mejor a Jesucristo, a amarle más, pues sólo se ama lo que se conoce bien.


II. Cuando en el Evangelio de la Misa leemos hoy que el cielo y la tierra pasarán, pero no sus palabras, nos señala de algún modo que en ellas se contiene toda la revelación de Dios a los hombres: la anterior a su venida, porque tiene valor en cuanto hace referencia a Él, que la cumple y clarifica; y la novedad que Él trae a los hombres, indicándoles con claridad el camino que han de seguir.

Jesucristo es la plenitud de la revelación de Dios a los hombres. Cuántas veces hemos pedido a Jesús luz para nuestra vida con las palabras ?Ut videam!, Que vea, Señor- de Bartimeo: o hemos acudido a su misericordia con las del publicano: ¡Oh Dios, apiádate de mí que soy un pecador! ¡Cómo salimos confortados después de ese encuentro diario con Jesús en el Evangelio!


III. Cuando la vida cristiana comienza a languidecer, es necesario un diapasón que nos ayude a vibrar de nuevo. ¡Cuántas veces la meditación de la Pasión de Nuestro Señor, ha sido como una enérgica llamada a huir de esa vida menos vibrante, menos heroica! No podemos pasar las páginas del Evangelio como si fuera un libro cualquiera. Su lectura, dice San Cipriano, es cimiento para edificar la esperanza, medio para consolidar la fe, alimento de la caridad, guía que indica el camino... (Tratado sobre la oración).

Acudamos amorosamente a sus páginas, y podremos decir con el Salmista: Tu palabra es para mis pies una lámpara, la luz de mi sendero (Salmo 118, 105)



jueves, 24 de noviembre de 2011

«CREO EN EL ESPÍRITU SANTO».






"Con María, la sierva del Señor, descubriréis la alegría y la fecundidad de la vida oculta. Con Ella, la discípula del Maestro, seguiréis a Jesús
por las calles de Palestina, convirtiéndoos en testigos de su predicación y de sus milagros. Con Ella, Madre dolorosa,
 acompañaréis a Jesús en su pasión y muerte. Con Ella, Virgen de la esperanza,
acogeréis el anuncio gozoso de la Pascua y el don inestimable del Espíritu Santo."


(Ven. Juan Pablo II)

1. «CREO EN EL ESPÍRITU SANTO».
LA PROMESA DE CRISTO  (Catequesis 26-IV-89)

1. « Creo en el Espíritu Santo».
En el desarrollo de una catequesis sistemática bajo la guía del Símbolo de los Apóstoles, después de haber explicado los artículos sobre Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación, hemos llegado a la profesión de fe en el Espíritu Santo. Completado el ciclo cristológico, se abre el pneumatológico, que el Símbolo de los Apóstoles expresa con una fórmula concisa: «Creo en el Espíritu Santo».

El llamado Símbolo niceno-constantinopolitano desarrolla más ampliamente la fórmula del artículo de fe: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas

2. El Símbolo, profesión de fe formulada por la Iglesia, nos remite a las fuentes bíblicas, donde la verdad sobre el Espíritu Santo se presenta en el contexto de la revelación de Dios Uno y Trino. Por tanto, la pneumatología de la Iglesia está basada en la Sagrada Escritura, especialmente en el Nuevo Testamento, aunque, en cierta medida, hay preanuncios de ella en el Antiguo.

La primera fuente a la que podemos dirigirnos es un texto joaneo contenido en el «discurso de despedida» de Cristo el día antes de la pasión y muerte en cruz. Jesús habla de la venida del Espíritu Santo en conexión con la propia «partida», anunciando su venida (o descenso) sobre los Apóstoles. «Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré» (Jn 16, 7).

El contenido de este texto puede parecer paradójico. Jesús, que tiene que subrayar: «Pero yo os digo la verdad», presenta la propia «partida» (y por tanto la pasión y muerte en cruz) como un bien: «Os conviene que yo me vaya ... ». Pero enseguida explica en qué consiste el valor de su muerte: por ser una muerte redentora, constituye la condición para que se cumpla el plan salvífico de Dios que tendrá su coronación en la venida del Espíritu Santo; constituye por ello la condición de todo lo que, con esta venida, se verificará para los Apóstoles y para la Iglesia futura a medida que, acogiendo el Espíritu, los hombres reciban la nueva vida. La venida del Espíritu y todo lo que de ella se derivará en el mundo serán fruto de la redención de Cristo.

3. Si la partida de Jesús tiene lugar mediante la muerte en cruz, se comprende que el Evangelista Juan haya podido ver, ya en esta muerte, la potencia y, por tanto, la gloria del Crucificado: pero las palabras de Jesús implican también la Ascensión al Padre como partida definitiva (cfr Jn 16,10), según lo que leemos en los Hechos de los Apóstoles: «Exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido» (Hch 2, 33).

La venida del Espíritu Santo sucede después de la Ascensión al cielo. La pasión y muerte redentora de Cristo producen entonces su pleno fruto. Jesucristo, Hijo del hombre, en el culmen de su misión mesiánica, «recibe» del Padre el Espíritu Santo en la plenitud en que este Espíritu debe ser «dado» a los Apóstoles y a la Iglesia, para todos los tiempos. Jesús predijo: «Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). Es una clara indicación de la universalidad de la redención, tanto en el sentido extensivo de la salvación obrada para todos los hombres, cuanto en el intensivo de totalidad de los bienes de gracia que se les han ofrecido. Pero esta redención universal debe realizarse mediante el Espíritu Santo.

4. El Espíritu Santo es el que «viene» después y en virtud de la «partida» de Cristo. Las palabras de Jn 16, 7, expresan una relación de naturaleza causal. El Espíritu viene mandado en virtud de la redención obrada por Cristo: «Cuando me vaya os lo enviaré» (cfr Encíclica Dominum et vivificantem, S). Más aún, «según el designio divino, la «partida» de Cristo es condición indispensable del «envio» y de la venida del Espíritu Santo, indican que entonces comienza la nueva comunicación salvífica por el Espíritu Santo» (Ibid., n. 1 l

Si es verdad que Jesucristo, mediante su «elevación» en la cruz, debe «atraer a todos hacia sí» (cfr Jn 12, 32), a la luz de las palabras del Cenáculo entendemos que ese «atraer» es actuado por Cristo glorioso mediante el envío del Espíritu Santo. Precisamente por esto Cristo debe irse. La encarnación alcanza su eficacia redentora mediante el Espíritu Santo. Cristo, al marcharse de este mundo, no sólo deja su mensaje salvífico, sino que «da» el Espíritu Santo, al que está ligada la eficacia del mensaje y de la misma redención en toda su plenitud.


5. El Espíritu Santo

6. El Espíritu Santo revelado por Jesús es, por tanto, un ser personal (tercera Persona de la Trinidad) con un obrar propio personal. Pero en el mismo «discurso de despedida», Jesús muestra los vínculos que unen a la persona del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo: por ello el anuncio de la venida del Espíritu Santo -en ese «discurso de despedida»-, es al mismo tiempo la definitiva revelación de Dios como Trinidad. Efectivamente, Jesús dice a los Apóstoles: «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito» (Jn 14,16): "el Espíritu de la verdad, que procede del Padre" (Jn 15,26) "que el Padre enviará en mi nombre" (Jn 14,26). El Espíritu Santo es, por tanto, una persona distinta del Padre y del Hijo y, al mismo tiempo, unida íntimamente a ellos: "procede"del Padre, el Padre "lo envía" en el nombre del Hijo: y esto en consideración de la redención , realizada por el Hijo mediante la ofrenda de sí mismo en la cruz. Por ello Jesucristo dice: "Si me voy os lo enviaré" (Jn 16,7). "El Espíritu de verdad que procede del Padre" es anunciado por Cristo como el Paráclito, que "yo os enviaré de junto al Padre" (Jn 15,26).

7. En el texto de Juan, que refiere el discurso de Jesús en el Cenáculo, está contenida, por tanto, la revelación de la acción salvífica de Dios como Trinidad. En la Encíclica Dominum et vivificantem he escrito: "El Espíritu Santo, consubstancial al Padre y al Hijo en la divinidad, es amor y don (increado), del que deriva como de una fuente (fons vivus) toda dádiva a las criaturas (don creado): la donación de la existencia a todas las cosas mediante la creación; la donación de la gracia a los hombres mediante toda la economía de la salvación" (n. 10). En el Espíritu Santo se halla, pues, la revelación de la profundidad de la Divinidad: el misterio de la Trinidad en le que subsisten las Personas divinas, pero abierto al hombre para darle vida y salvación. A ello se refiere San Pablo en la Primera carta a los Corintios, cuando escribe: "El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios" (1Cor 2,10

2. EL ESPÍRITU DE LA VERDAD  (Catequesis 17-V-89)

 1. Hemos citado varias veces las palabras de Jesús, que en el discurso de despedida dirigido a los Apóstoles
en el Cenáculo promete la venida del Espíritu Santo como nuevo y definitivo defensor y consolador: «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce» (Jn 14, 16 - 7). Aquel «discurso de despedida», que se encuentra en la narración solemne de la última Cena (cfr Jn 13, 2), es una fuente de primera importancia para la pneumatología, es decir, para la disciplina teológica que se refiere al Espíritu Santo.. Jesús habla de Él como del Paráclito, que «procede» del Padre, y que el Padre «enviará» a los Apóstoles y a la Iglesia «en nombre del Hijo», cuando el propio Hijo «se vaya», «a costa» de su partida mediante el sacrificio de la cruz.

Hemos de considerar el hecho de que Jesús llama al Paráclito el «Espíritu de la verdad». También en otros momentos lo ha llamado así (cfr Jn 15, 26; Jn 16, 13).

2. Tengamos presente que en el mismo «discurso de despedida» Jesús, respondiendo a una pregunta del Apóstol Tomás acerca de su identidad, afirma de sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). De esta doble referencia a la verdad que Jesús hace para definir tanto a sí mismo como al Espíritu Santo, se deduce que, si el Paráclito es llamado por Él «Espíritu de la verdad», esto significa que el Espíritu Santo es quien después de la partida de Cristo, mantendrá entre los discípulos la misma verdad, que Él ha anunciado y revelado y, más aún, que es Él mismo. El Paráclito en efecto, es la verdad, como lo es Cristo. Lo dirá Juan en su Primera carta: «El Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad» (1 - Jn 5, 6). En la misma Carta el Apóstol escribe también: «Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error 'spiritus erroris'» (1 Jn 4, 6). La misión del Hijo y la del Espíritu, Santo se encuentran, están ligadas y se complementan recíprocamente en la afirmación de la verdad y en la victoria sobre el error. Los campos de acción en que actúa son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y el error es el primer momento de dicha actuación.

3. Permanecer en la verdad y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos
de Cristo, tanto de los primeros tiempos como de todas generaciones de la Iglesia a lo largo de los siglos. Desde este punto de vista, el anuncio del Espíritu de la verdad tiene una importancia clave. Jesús dice en el Cenáculo: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora (todavía) no podéis con ello » (Jn 16, 12). Es verdad que la misión mesiánica de Jesús duró poco, demasiado poco para revelar a los discípulos todos los contenidos de la revelación. Y no sólo fue breve el tiempo a disposición, sino que también resultaron limitadas la preparación y la inteligencia de los oyentes. Varias veces se dice que los mismos Apóstoles «estaban desconcertados en su interior» (cfr Mc 6, 52), y «no entendían» (cfr, por ejemplo, Mc 8, 21), o bien entendían erróneamente las palabras y las obras de Cristo (cfr, por ejemplo, Mt 16, 6-11)

Así se explican en toda la plenitud de su significado las palabras del Maestro: «Cuando venga... el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16, 13).

4. La primera confirmación de esta promesa de Jesús tendrá lugar en Pentecostés y en los días sucesivos, como atestiguan los Hechos de los Apóstoles. Pero la promesa no se refiere sólo a los Apóstoles y a sus inmediatos compañeros en la evangelización, sino también a las futuras generaciones de discípulos y de confesores de Cristo. El Evangelio, en efecto, está destinado a todas las naciones y a las generaciones siempre nuevas, que se desarrollarán en el contexto de las diversas culturas y del múltiple progreso de la civilización humana. Mirando todo el arco de la historia Jesús dice: «El Espíritu de la verdad, que procede del Padre, dará testimonio de mí». «Dará testimonio», es decir, mostrará el verdadero sentido del Evangelio en el interior de la Iglesia, para que ella lo anuncie de modo auténtico a todo el mundo. Siempre y en todo lugar, incluso en la interminable sucesión de las cosas que cambian desarrollándose en la vida de la humanidad, el «Espíritu de la verdad» guiará a la Iglesia «hasta la verdad completa» (Jn 16, 13).

5. La relación entre la revelación comunicada por el Espíritu Santo y la de Jesús es muy estrecha. No se trata de una revelación diversa, heterogénea. Esto se puede argumentar desde una peculiaridad del lenguaje que Jesús usa en su promesa: «El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26). El recordar es la función de la memoria. Recordando se vuelve a lo pasado, a lo que se ha dicho y realizado, renovando así en la conciencia las cosas pasadas, y casi haciéndolas revivir. Tratándose especialmente del Espíritu Santo, Espíritu de una verdad cargada del poder divino, su misión no se agota al recordar el pasado como tal: «recordando» las palabras, las obras y todo el misterio salvífico de Cristo, el Espíritu de la verdad lo hace continuamente presente en la Iglesia, de modo que revista una «actualidad» siempre nueva en la comunidad de la salvación. Gracias a la acción del Espíritu Santo, la Iglesia no sólo recuerda la verdad, sino que permanece y vive en la verdad recibida de su Señor. También de este modo se cumplen las palabras de Cristo: «Él (el Espíritu Santo) dará testimonio de mí» (Jn 15, 26). Este testimonio del Espíritu de la verdad se identifica así con la presencia de Cristo siempre vivo, con la fuerza operante del Evangelio, con la actuación creciente de la redención , con una continua ilustración de verdad y de virtud. De este modo, el Espíritu "guía" a la Iglesia "hasta la verdad completa".

6. Tal verdad está presente, al menos de manera implícita, en el Evangelio. Lo que el Espíritu Sa nnto revelará ya lo dijo Cristo. Lo revela Él mismo cuando, hablando del Espíritu Santo, subraya que "no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga,... El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros" (Jn 16, 13-14). Cristo, glorificado por el Espíritu de la verdad, es ante todo el mismo Cristo crucificado, despojado de todo y casi "aniquilado" en su humanidad para la redención mundo. Precisamente por obra del Espíritu Santo la "palabra de la cruz" tenía que ser aceptada por los discípulos, a los cuales el mismo Maestro había dicho: "Ahora (todavía) no podéis con ello" (Jn 16, 12).

Se presentaba, ante aquellos pobres hombres, la imagen de la cruz. Era necesaria una acción profunda para hacer que sus mentes y sus corazones fuesen capaces de descubrir la "gloria de la redención" que se había realizado precisamente en la cruz. Era necesario una intervención divina para convencer y transformar interiormente a cada uno de ellos, como preparación, sobre todo, para el día de Pentecostés, y, posteriormente la misión apostólica en el mundo. Y Jesús les advierte que el Espíritu que el Espíritu Santo "me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros". Sólo el Espíritu que , según San Pablo (1 Cor 2,10) "sondea las profundidades de Dios", conoce el misterio del Hijo-Verbo en su relación filial con el Padre y en su relación redentora con los hombres de todos los tiempos. Sólo El, el Espíritu de la verdad, puede abrir las mentes y los corazones humanos haciéndolos capaces de aceptar el inescrutable misterio de Dios y de su Hijo encarnado, crucificado y resucitado, Jesucristo el Señor.

7. Jesús añade: "El Espíritu de la verdad... os anunciará lo que ha de venir" (Jn 16,13). ¿Qué significa esta proyección profética y escatológica con la que Jesús coloca bajo el radio de acción del Espíritu Santo el futuro de la Iglesia, todo el camino histórico que ella está llamada a realizar a lo largo de los siglos? Significa ir al encuentro de Cristo glorioso, hacia el que tiende en virtud de la invocación suscitada por el Espíritu Santo: "¡Ven , Señor Jesús!" (Ap 22,17.20). El Espíritu conduce a la Iglesia hacia un constante progreso en la comprensión de la verdad, por su conservación por su aplicación a las cambiantes situaciones históricas. Suscita y conduce el desarrollo de todo lo que contribuye al conocimiento y a la difusión de esta verdad: en particular, la exégesis de la Sagrada Escritura y la investigación teológica, que nunca se pueden separar de la dirección del Espíritu de la verdad ni del Magisterio de la Iglesia, en el que el Espíritu siempre está actuando.
Todo acontece en la fe y por la fe, bajo la acción del Espíritu, como he dicho en la Encíclica Dominum et vivificantem: "El misterio de Cristo en su globalidad exige la fe, ya que ésta introduce oportunamente al hombre en la realidad del misterio revelado. El "guiar hasta la verdad completa" se realiza, pues, en la fe y mediante la fe, lo cual es obra del Espíritu de verdad y fruto de su acción en el hombre. El Espíritu debe ser en esto la guía suprema del hombre y la luz del espíritu humano . Esto sirve para los Apóstoles, testigos oculares, que deben llevar ya a todos los hombres el anuncio de lo que Cristo "hizo y enseñó"y, especialmente, el anuncio de su cruz y de su resurrección. En una perspectiva más amplia esto sirve también para todas las generaciones de discípulos y confesores del Maestro, ya que deberían aceptar con fe y confesar con lealtad el misterio de Dios operante en la historia del hombre, el misterio revelado que explica el sentido definitivo de esa historia"

8. De este modo, el "Espíritu de la verdad" continuamente anuncia los acontecimientos futuros; continuamente muestra a la humanidad este futuro de Dios, que está por encima y fuera de todo futuro "temporal"; y así llena de valor eterno el futuro del mundo. Así el Espíritu convence al hombre, haciéndole entender que, con todo lo que es, y tiene, y hace, está llamado por Dios en Cristo a la salvación. Así, el "Paráclito", el Espíritu de la verdad, es el verdadero "Consolador" del hombre. Así es el verdadero Defensor y Abogado. Así es el verdadero Garante del Evangelio en la historia: bajo su acción la buena nueva es siempre "la misma" y es siempre "nueva"; y de modo siempre nuevo ilumina el camino del hombre en la perspectiva del cielo con "palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

3. «PARAKLETOS». 

1. En la pasada catequesis sobre el Espíritu Santo hemos partido del texto de Juan, tomado del «discurso de despedida» de Jesús, que, constituye, en cierto modo, la principal fuente, evangélica, de la pneumatología. Jesús anuncia la venida del Espíritu Santo, Espíritu de la verdad, que «procede del Padre» (Jn 15, 26) y que será enviado por el Padre a los Apóstoles y a la Iglesia «en el nombre» de Cristo, en virtud de la redención llevada a cabo en el sacrificio de la cruz, según el eterno designio de salvación. Por la fuerza de este sacrificio también el Hijo "envía" el Espíritu, anunciando que su venida se efectuará como consecuencia y casi al precio de su propia partida (cfr Jn 16, 17). Hay por tanto un vínculo establecido por el mismo Jesús, entre su muerte- resurrección-ascensión y la efusión del Espíritu Santo, entre Pascua y Pentecostés.
Más aún, según el IV Evangelio, el don del Espíritu Santo se concede la misma tarde de la resurrección (cfr Jn 20, 22-25). Se puede decir que la herida del costado de Cristo en la cruz abre el camino a la efusión del Espíritu Santo, que será un signo y un fruto de la gloria obtenida con la pasión y muerte.

El texto del discurso de Jesús en el Cenáculo nos manifiesta también que Él llama al Espíritu Santo el «Paráclito»: «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre» (Jn 14, 16). De forma análoga, también leemos en otros textos: « ... el Paráclito, el Espíritu Santo» (cfr Jn 14, 26; Jn 15, 26; Jn 6, 7). En vez de «Paráclito» muchas traducciones emplean la palabra «Consolador»; ésta es aceptable, aunque es necesario recurrir al original griego «Parakletos» para captar plenamente el sentido de lo que Jesús dice del Espíritu Santo



3. Cuando Jesús en el Cenáculo, la vigilia de su pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa de la siguiente manera: «El Padre os dará otro Paráclito». Con estas palabras se pone de relieve que el propio Cristo es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será semejante a la que Él ha realizado, constituyendo casi su prolongación.

Jesucristo, efectivamente, era el "defensor" y continua siendolo. El mismo Juan lo dirá en su Primera carta: «Si alguno peca, tenemos a uno que abogue (Parakletos) ante el Padre: a Jesucristo, el Justo » (1 Jn 2, l).

El abogado (defensor) es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a los pecados cometidos, los defiende del castigo merecido por sus pecados, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es precisamente lo que ha realizado Cristo. Y el Espíritu Santo es llamado «el Paráclito», porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna

4. El Paráclito será «otro abogado-defensor» también por una segunda razón. Permaneciendo con los discípulos de Cristo, Él los envolverá con su vigilante cuidado con virtud omnipotente. «Yo pediré al Padre dice Jesús y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre» (Jn 14, 16): «... mora con vosotros y en vosotros está» (Jn 14, 17). Esta promesa está unida a las otras que Jesús ha hecho al ir al Padre: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Nosotros sabemos que Cristo es el Verbo que «se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 14). Sí, yendo al Padre, dice: «Yo estoy con vosotros... hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20), se deduce de ello que los Apóstoles y la Iglesia tendrán que reencontrar continuamente por medio del Espíritu Santo medio del Espíritu Santo medio del Espíritu Santo aquella presencia del Verbo-Hijo, que durante su misión terrena era "física" y visible en la humanidad asumida, pero que, después de su ascensión al Padre, estará totalmente inmersa en el misterio

La presencia del Espíritu Santo que, como dijo Jesús, es íntima a las almas y a la Iglesia («Él mora con vosotros y en vosotros está»: Jn 14, 17), hará presente a Cristo invisible de modo estable, «hasta el fin del mundo». La unidad trascendente del Hijo y del Espíritu Santo hará que la humanidad de Cristo, asumida por el Verbo, habite y actúe dondequiera que se realice, con la potencia del Padre, el designio trinitario de la salvación.


5. El Espíritu Santo-Paráclito

Jesús lo predijo y lo prometió: «os entregarán a los tribunales... seréis llevados ante gobernadores y reyes... Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar.. no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mt 10, 17-20; análogamente Mc 13, 11; Lc 12, 12, dice: «porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir»).

También en este sentido tan concreto, el Espíritu Santo es el Paráclito-Abogado. Se encuentra cerca de los Apóstoles, más aún, se les hace presente cuando ellos tienen que confesar la verdad, motivarla y defenderla. Él mismo se convierte, entonces, en su inspirador, Él mismo habla con sus palabras, y juntamente con ellos y por medio de ellos da testimonio de Cristo y de su Evangelio. Ante los acusadores Él llega a ser como el «Abogado» invisible de los acusados, por el hecho de que actúa como su patrocinador, defensor, confortador.

6. Especialmente durante las persecuciones contra los Apóstoles y contra los primeros cristianos, y también en aquellas persecuciones de todos los siglos, se verificarán las palabras que Jesús pronunció en el Cenáculo: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre..., Él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio" (Jn 15, 26-27

La acción del Espíritu Santo es "dar testimonio". Es una acción interior, "inmanente", que se desarrolla en el corazón de los discípulos, los cuales, después, dan testimonio de Cristo al exterior: Mediante aquella presencia y aquella acción inmanente, se manifiesta y avanza en el mundo el "trascendente"poder de la verdad de Cristo, que es el Verbo-Verdad y Sabiduría. De Él deriva a los Apóstoles , mediante el Espíritu, el poder de dar testimonio según su promesa: "Yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios" ( Lc 21, 15). Esto viene sucediendo ya desde el caso del primer mártir, Esteban, del que el autor de los Hechos de los Apóstoles escribe que estaba "lleno del Espíritu Santo" (Hch 6, 5), de modo que los adversarios "no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba" (Hch 6,10). También en los siglos sucesivos los adversarios de la fe cristiana han continuado ensañándose contra los anunciadores del Evangelio apagando a veces su voz en la sangre, sin llegar, sin embargo, a sofocar la Verdad de la que eran portadores: ésta ha seguido fortaleciéndose en el mundo con la fuerza del Espíritu Santo

7. El Espíritu Santo- Espíritu de la verdad, Paráclito- es aquel que, según la palabra de Cristo, "convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio" (Jn 16,8). Es significativa la explicación que Jesús mismo hace de estas palabras: pecado, justicia y juicio. "Pecado" significa, sobre todo, la falta de fe que Jesús encuentra entre "los suyos", es decir los de su pueblo, los cuales llegaron incluso a condenarle a muerte en la cruz. Hablando después de la "justicia", Jesús parece tener en mente aquella justicia definitiva, que al Padre le hará ("... porque voy al Padre") en la resurrección y en la ascensión al cielo. En este contexto, "juicio" significa que el Espíritu de la verdad mostrará la culpa del "mundo" al rechazar a Cristo, o, más generalmente, al volver la espalda a Dios. Pero puesto que Cristo no ha venido al mundo para juzgarlo o condenarlo, sino para salvarlo, en realidad también aquel "convencer respecto al pecado" por parte del Espíritu de la verdad tiene que entenderse como intervención orientada a la salvación del mundo, al bien último de los hombres

El "juicio" se refiere, sobre todo, al "príncipe de este mundo", es decir, a Satanás. Él, en efecto, desde el principio, intenta llevar la obra de la creación contra la alianza y la unión del hombre con Dios: se opone conscientemente a la salvación. Por esto "ha sido ya juzgado" desde el principio, como expliqué en la Encíclica Dominum et vivificantem (n. 27).
8. Si el Espíritu Santo Paráclito debe convencer al mundo precisamente de este "juicio", sin duda lo tiene que hacer para continuar la obra de Cristo que mira a la salvación universal (cfr Ibid.).

Por tanto, podemos concluir que en el dar testimonio de Cristo, el Paráclito es un asiduo (aunque invisible) Abogado y Defensor de la obra de la salvación, y de todos aquellos que se comprometen en esta obra. Y es también el Garante de la definitiva victoria sobre el pecado y sobre el mundo sometido al pecado, para librarlo del pecado e introducirlo en el camino de la salvación.
Será el abogado defensor de los Apóstoles, y de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, serán en la Iglesia los herederos de su testimonio y de su apostolado, especialmente en los, momentos difíciles que comprometerán su responsabilidad hasta el heroísmo«Parakletos» literalmente significa: «aquel que es invocado» (de para-kaléin, «llamar en ayuda»); y, por tanto, «el defensor», «el abogado», además de «el mediador», que realiza la función de intercesor (intercessor). Es en este sentido de «Abogado-Defensor», el que ahora nos interesa, sin ignorar que algunos Padres de la Iglesia usan «Parakletos» en el sentido de «Consolador», especialmente en relación a la acción del Espíritu Santo en lo referente a la Iglesia. Por ahora fijamos nuestra atención y desarrollamos el aspecto del Espíritu Santo como Parakletos-Abogado-Defensor. Este término nos permite captar también la estrecha afinidad entre la acción de Cristo y la del Espíritu Santo, como resulta de un ulterior análisis del texto de Juan.


especialmente en el discurso de despedida en el Cenáculo, es evidente una Persona diversa de Él. « Yo pediré al Padre otro Paráclito» Jn 14, 16). «Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho (Jn 14, 2 6). Jesús habla del Espíritu Santo adoptando frecuentemente el pronombre personal «Él»: «Él convencerá al mundo en lo referente al pecado» (Jn 16, 8). «Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16, 13). «Él me dará gloria» (Jn 16, 4). De estos textos emerge la verdad del Espíritu Santo como Persona, y no sólo como una potencia impersonal emanada de Cristo (cfr por ejemplo Lc 6, 19: «De Él salía una fuerza»). Siendo una Persona, le pertenece un obrar propio, de carácter personal. En efecto, Jesús, hablando del Espíritu Santo, dice a los Apóstoles: «Vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros está» (Jn 14, 17). «Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26); «Dará testimonio de mí» (Jn 15, 26); «Os guiará a la verdad completa», «Os anunciará lo que ha de venir» (Jn 16, 13); Él «dará gloria» a Cristo (Jn 16, 14), y «convencerá al mundo en lo referente al pecado» (Jn 16, 8). El Apóstol Pablo, por su parte, afirma que el Espíritu «clama» en nuestros corazones (Gal 4, 6), «distribuye» sus dones «a cada uno en particular según su voluntad» (1 Cor 12, 1 l), «intercede por los fieles» (cfr Rom 8,27).
EL ESPÍRITU SANTO, NUESTRO ABOGADO DEFENSOR
 presentado por Jesús