Visitar estos dos link.

miércoles, 30 de enero de 2013

La tentación...


...Es la sugestión interior, motivada por causas internas o externas, 
que nos incitan a pecar.. 


...Las tentaciones se vencen con la frecuencia 
de los sacramentos de la Eucaristía 
y la Penitencia, la oración, la mortificación 
de los sentidos, 
la abnegación del entendimiento 
y de la voluntad, la huida de las 
ocasiones de pecado y, sobre todo, 
con la devoción a la Virgen Santísima y 
al Ángel de la Guarda. 


Quien quiera servir a Dios  puede contar con tentaciones,
 preparase contra ellas; 
el mejor preparativo es armarse de fortaleza, para 
hacerles frente cuando vengan 
(San Francisco de Sales)

El ocio es origen de muchas tentaciones. San Francisco de Sales dice: la tentación nunca nos coge tan flacos como cuando estamos tan ociosos. 

Y en otro lugar dice: “No dejéis que se entretenga vuestro espíritu en pensamientos varios e inútiles; si se acostumbra a  éstos, luego pasará más allá, deteniéndose en los malos y nocivos”. 

“Combates tendréis y no pequeños, porque nuestros enemigos son muchos y muy crueles, por tanto no os descuidéis; si no, luego sois perdidos. Si los que velan aún tienen trabajo en guardarse, qué pensáis será de los descuidados, sino ser todo vencidos” 
(San Juan de Ávila)

Las tentaciones actúan en el hombre de tres maneras:

engañando el entendimiento con falsas ilusiones, por ejemplo: me salvaré aunque siga pecando.

debilitando nuestra voluntad, debilitándolo a base de caer continuamente en la comodidad, la negligencia, la fantasía, etc.

instigando a los sentidos internos, principalmente la imaginación, ofreciendo imágenes sensuales, soberbias, odios, etc.

La tentación sólo puede incitar a pecar, pero nunca nos puede obligar a pecar, 

porque la voluntad permanece dueña de su libertad.La tentación es pecado, no cuando la sentimos, sino cuando voluntariamente la consentimos.

Pero estamos en buenas manos, estamos en el Corazón divino de nuestro Salvador: 

Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados  sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito para que podáis resistirla 
(1 Cor 10, 15)

San Juan de Ávila nos advierte: Un santo dice que el hombre que se cree a sí mismo no ha menester demonio que lo tiente, que él es demonio para sí. 

Esto es verdad, lo ha dicho un doctor de la Iglesia, pero también es verdad que detrás de cada tentación, directa o indirectamente, está el demonio. 

El oficio propio del demonio es tentar, llevar a los hombres a pecar. 

El demonio empieza con una sugestión o mera representación del
mal y después sigue con  complacencia deliberada  y
 consentimiento de la libertad.

Las tentaciones se vencen con la frecuencia de los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia, la oración, la mortificación de los sentidos, la abnegación del entendimiento y de la voluntad, la huida de las ocasiones de pecado y, sobre todo, con la devoción a la Virgen Santísima y al Ángel de la Guarda. 

También con el absoluto desprecio del demonio: Son tantas veces las que estos malditos demonios me atormentan, y tan poco el miedo que ya los he, con ver que no pueden menear si el Señor no les da licencia…Sepan que cada vez se nos da poco de ellos quedan con menos fuerza y el alma muy más señora…

Porque no son nada sus fuerzas si no ven almas rendidas a ellos y cobardes que aquí muestran ellos su poder”(Santa Teresa de Jesús)


Al copiar este articulo favor conservar 
o citar la Fuente:
     www.iterindeo.blogspot.com
 Visitamos


martes, 29 de enero de 2013

El Poder de la Gracia Divina...


...Que ningún alma ni siquiera la más miserable dude, 
mientras siga con vida, de poder ser muy santa. 

Porque grande es el poder de la gracia divina».


Es curioso pensar que José tuviese un guardaespaldas en medio de las dificultades que estaba viviendo y aun mas interesante la paciencia y gallardía de nuestro soñador para encarar cada una de las pruebas que tuvo que superar.

 Sin duda alguna su motor principal era la confianza que tenia en el dador de los sueños y día a día se aferraba a las promesas que un día le había sido hechas.
De la misma manera Dios nos ha dado sueños y promesas a cada uno de nosotros. Aqui te dejo algunas cuantas promesas que Nuestro Gran Dios nos ha dado.

Serás de bendición. Gen. 12.2

Crecerás espiritualmente. Filipenses 1.6

Serás testigo de su poder. Hechos 1.8, 1 Corintios 2:9

Serás su representante. 1 Pedro 2:9, Hechos 22:14-15

Recuerda como dice un dicho NO HAY GLORIA SIN SUFRIMIENTO. 

Esto es como decir si quieres ver tus sueños realizados tendrás que pagar el precio, y quizá no te parecerá del todo bonito pero si no pasas por el fuego 

No podrás ser esa Joya que Dios quiere hacer de ti.


La tarea de aceptarse a uno mismo es bastante más 
difícil de lo que parece. 
El orgullo, el temor a no ser amado 

Y la convicción de nuestra poca valía están 
firmemente enraizados en nosotros. 

Basta con constatar lo mal que llevamos nuestras caídas, nuestros errores y nuestras debilidades; cuánto nos pueden desmoralizar y crear en nosotros sentimientos de culpa o inquietud.

Creo que no somos realmente capaces de aceptarnos a nosotros mismos si no es bajo la mirada de Dios. 

Para amarnos necesitamos de una mediación, de la mirada de alguien que, como el Señor por boca de Isaías, nos diga: 

Eres a mis ojos de muy gran estima, de gran precio y te amo`.

En este sentido, existe una experiencia humana muy común: la jovencita que, creyéndose fea (cosa que, curiosamente, les ocurre a muchas jovencitas, incluso a las que son guapas), comienza a pensar que no es tan horrorosa el día que un joven se fija en ella y posa sobre su rostro su tierna mirada de enamorado.

Para amarnos y aceptarnos como somos tenemos una necesidad vital de la mediación de la mirada de otro. 

Esa mirada puede ser la de un padre, un amigo o un director espiritual, pero por encima de todas ellas se encuentra la mirada de nuestro Padre Dios: la mirada más pura, más verdadera, más cariñosa, más llena de amor, más repleta de esperanza que existe en el mundo. 

Creo que el mejor regalo que obtiene quien busca el rostro de Dios mediante la perseverancia en la Oración es que, un día u otro, percibirá posada sobre él esa mirada y se sentirá tan tiernamente amado que recibirá la gracia de aceptarse plenamente a sí mismo.

Todo lo dicho trae consigo una importante consecuencia: cuando el hombre se aparta de Dios, desgraciadamente se priva al mismo tiempo de toda posibilidad real de amarse a sí mismo. 

Esto se observa claramente en la evolución de la cultura moderna. El hombre que se aparta de Dios acaba perdiendo el sentido de su dignidad y aborreciéndose a sí mismo. 

Resulta chocante comprobar -en los medios de comunicación, por ejemplo- cómo el humor se vuelve cada vez menos compasivo y amable y mucho más corrosivo. 

En ocasiones, también el arte es incapaz de reproducir la belleza del rostro humano. Y a la inversa: quien no se ama a sí mismo, se aparta de Dios, como hemos explicado un poco antes. 

En el Diálogo de carmelitas, de Bemanos, la anciana priora dirige estas palabras a la joven Blanche de la Force: «Ante todo no te desprecies nunca. Es muy difícil despreciarse sin ofender a Dios en nosotros».

Me gustaría concluir este punto citando un breve pasaje del hermoso libro de Henri Nouwen Le retour de l'Enfant prodigue": 

«Durante mucho tiempo consideré la imagen negativa que tenía de mí como una virtud. Me habían prevenido tantas veces contra el orgullo y la vanidad que llegué a pensar que era bueno despreciarme a mí mismo. 

Ahora me doy cuenta de que el verdadero pecado consiste en negar el amor primero de Dios por mí, en ignorar mi bondad original. Porque, si no me apoyo en ese amor primero y en esa bondad original, pierdo el contacto con mi auténtico yo y me destruyo».

La libertad de ser pecadores,
 la libertad de ser santos

Cuando nos descubrimos a nosotros mismos a la luz de la mirada divina un descubrimiento maravilloso, experimentamos una gran libertad; una doble libertad, podríamos decir: la de ser pecadores y la de ser santos.

En cuanto a la primera, evidentemente no significa que seamos libres de pecar tranquilamente y sin consecuencias (eso no sería libertad, sino irresponsabilidad); me refiero más bien a que nuestra condición de pecadores no nos aniquila, que de alguna manera tenemos «derecho»a ser miserables, derecho a ser lo que somos. 

Dios conoce nuestras debilidades y nuestras flaquezas, pero no nos condena ni se escandaliza de ellas. 

Como se apiada un padre de sus hijos, se apiada Yavé de los que lo temen; Él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo'. 

Con la mirada que posa sobre nosotros, Dios nos invita a la santidad y nos estimula a la conversión y al progreso espiritual, pero sin provocar nunca la angustia de no llegar, esa «presión» que sentimos a veces bajo la mirada de los demás o en el modo en que nos juzgamos a nosotros mismos: nunca estamos del todo bien, nunca suficientemente de tal manera o de tal otra; el descontento de nosotros mismos es permanente y nos consideramos culpables de no haber respondido a esa expectativa o a aquella norma.

No debemos sentirnos culpables de existir (como les ocurre a muchos, a menudo de una manera inconsciente) porque seamos unos pobres pecadores. 

La mirada que Dios nos dirige nos autoriza plenamente a ser nosotros mismos, con nuestras limitaciones y nuestra incapacidad; nos otorga el «derecho al error» y nos libera de esa especie de angustia u obligación, que no tiene su origen en la voluntad divina, sino en nuestra psicología enferma, y que con frecuencia hace presa en nosotros: la obligación de ser, al fin y al cabo, otra cosa distinta de la que somos.

En nuestra vida social sufrimos frecuentemente la tensión constante de responder a lo que los demás esperan de nosotros 
(o a lo que nos imaginamos que esperan de nosotros), 
lo cual puede acabar resultando agotador. 

Nuestro mundo ha desechado el cristianismo, sus dogmas y sus mandamientos bajo el pretexto de que es una religión culpabilizadora, cuando nunca hemos estado más culpabilizados que hoy en día: todas las jovencitas se sienten más o menos culpables de no ser tan atractivas como la última «top-model» del momento, y los hombres de no tener tanto éxito como el dueño de Microsoft... 

Los modelos propuestos por la cultura contemporánea son mucho más gravosos de imitar que la llamada a la perfección que nos dirige Jesús en el Evangelio: 

Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Pues mi yugo es suave y mi carga ligera .

Bajo la mirada de Dios nos sentimos liberados del apremio de ser «los mejores», los perpetuos «ganadores»; y podemos vivir con el ánimo tranquilo, sin hacer continuos esfuerzos por mostrarnos como en nuestro mejor día, ni gastar increíbles energías en aparentar lo que no somos; podemos -sencillamente- ser como somos. 

No existe mejor técnica de relajación que ésta: apoyarnos como niños pequeños en la ternura de un Padre que nos quiere como somos.

Vemos tanta dificultad en aceptar nuestras flaquezas porque pensamos que éstas nos incapacitan para el amor: como fallamos en tal punto y en tal otro, no merecemos ser amados. 

Vivir bajo la mirada de Dios nos hace percibir la falsedad de esta idea: el amor es gratuito -y no se merece, y nuestras debilidades no impiden que Dios nos ame, sino al contrario. 

Nos hemos liberado de una obligación desesperante y terrible: la de ser personas de bien para ser amadas.

Sin embargo, la mirada de Dios, al tiempo que nos autoriza a ser nosotros mismos, pobres pecadores, nos permite también toda clase de audacias en nuestra lucha hacia la santidad: 

Tenemos derecho a aspirar a la cima, a desear la más alta santidad, porque Dios puede y quiere concedérnosla. 

Él jamás nos encierra dentro de nuestra mediocridad, ni nos condena a una triste resignación; siempre conservamos la esperanza de progresar en el amor. 

Dios es capaz de hacer del pecador un santo: 

Su gracia puede hacer realidad ese milagro...
...y hay que tener una fe sin límites en el poder de su amor. 

La persona que todos los días cae y, a pesar de ello, se levanta diciendo: «Señor, te doy gracias porque estoy seguro de que harás de mí un santo», agrada enormemente al Señor, más pronto o más tarde, recibirá lo que espera de El.

Por lo tanto, nuestra actitud ante Dios ha de ser ésta: una sosegada y «distendida» aceptación de nosotros mismos y de nuestras debilidades, a un tiempo unida a un inmenso deseo de santidad, a una firme determinación de progresar, apoyados en una ilimitada confianza en el poder de la gracia divina. 

Una doble actitud magníficamente expresada en el siguiente pasaje, tomado del diario espiritual de Santa Faustina:

«Deseo amarte más de lo que nadie te haya amado nunca. A pesar de mi miseria y mi pequeñez, he anclado firmemente mi alma en el abismo de tu misericordia, ¡Dios mío y Creador mío! A pesar de mis grandes miserias, no temo nada y albergo la esperanza de cantar eternamente mi canto de alabanza. 

Que ningún alma ni siquiera la más miserable dude, 
mientras siga con vida, de poder ser muy santa. 
Porque grande es el poder de la gracia divina».

«Creencias limitadoras» y prohibiciones

Todo cuanto venimos diciendo permite evitar un concepto erróneo de la aceptación de sí y de las flaquezas. Ésta no consiste en dejamos encerrar por las limitaciones que consideramos tales y que, como ocurre con frecuencia, no lo son en realidad.

 A consecuencia de nuestras caídas y de la educación recibida (esa persona que nos ha repetido mil veces: «tú no llegarás», o «nunca harás nada bueno», etc.); a causa de los reveses sufridos y de nuestra falta de confianza en Dios, tenemos una fuerte tendencia a llevar inscrita en nosotros toda una serie de «creencias limitadoras» y de convicciones, que no se corresponden con la realidad, de acuerdo con las cuales nos hemos persuadido de que jamás seremos capaces de hacer esto o aquello, de afrontar tal o cual situación. Los ejemplos son innumerables: «no llegaré», «jamás saldré de esto», «no puedo», «siempre será así»...

Afirmaciones de este tipo nada tienen que ver con la aceptación de nuestras limitaciones ; son, por el contrario, el fruto de la historia de nuestras heridas, de nuestros temores y de nuestras faltas de confianza en nosotros mismos y en Dios, a las que conviene dar salida y de las cuales es preciso desembarazarse.

Aceptarse a uno mismo significa acoger las miserias propias, pero también las riquezas, permitiendo que se desarrollen todas nuestras legítimas posibilidades y nuestra auténtica capacidad. Así pues, antes de expresarnos en términos tales como 

«soy incapaz de hacer tal cosa o tal otra», resulta conveniente discernir si esta afirmación procede de un sano realismo espiritual, o es una convicción de naturaleza puramente psicológica que deberíamos desechar.

A veces podemos sentir también la tendencia a prohibirnos determinadas sanas aspiraciones, o bien ciertos modos de realizarnos a nosotros mismos, e incluso algunas formas legítimas de felicidad, a través de una serie de mecanismos psicológicos inconscientes que nos inclinan a considerarnos culpables o a prohibirnos la felicidad. 

Este hecho también puede tener su origen en una falsa representación de la voluntad divina, como si Dios quisiera privarnos sistemáticamente de todo lo bueno de la vida. Esto, desde luego, no tiene nada que ver con el realismo espiritual y la aceptación de nuestras limitaciones. 

Es cierto que Dios nos pide a veces sacrificios y renuncias, pero también lo es que nos libera de los miedos y las falsas culpabilidades que nos aprisionan, devolviéndonos la libertad de aceptar plenamente todo cuanto de bueno y grato Él, en su sabiduría, quiere otorgarnos, animándonos y manifestándonos su amor.

Si en todo caso existiera un terreno en el que nada se nos prohibirá jamás, es en el de la santidad. Siempre, claro está, que no confundamos la santidad con lo que no es, es decir, la perfección externa, el heroísmo o la impecabilidad. 

Pero, si entendemos la santidad en el sentido correcto (la posibilidad de crecer indefinidamente en el amor a Dios y a nuestros hermanos), convenzámonos de que en ese campo nada nos resultará inaccesible. Basta con no desanimarnos nunca y no ofrecer resistencia a la acción de la gracia divina, confiando enteramente en ella.

No todos poseemos madera de héroe; pero, por la gracia divina, 
sí tenemos todos madera de santo: 
es la ropa bautismal de la que nos revestimos al recibir el sacramento que nos hace hijos de Dios.

Al copiar este articulo favor conservar 
o citar la Fuente:
     www.iterindeo.blogspot.com
 Visitamos

lunes, 28 de enero de 2013

El Juicio Final...

...Jesús, al final de los tiempos vas a juzgamos a todos. 

«El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias
 lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado 
de hacer durante su vida terrena»  


Es el juicio final, que es algo distinto al juicio particular. 
El juicio particular es el que tendré nada más morir; 

El final es la confirmación pública y solemne del juicio anterior, al final de los tiempos. 

«¿Quieres un secreto para ser feliz?...
...date y sirve a los demás, sin esperar que te lo agradezcan» 


«Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. 

Entonces le responderán los justos: 
Señor; ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer; o sediento y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o desnudo y te vestimos? o ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte? 


Y el Rey en respuesta les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis. 


Entonces dirá a los que estén a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al juego eterno preparado para el diablo y sus ángeles; porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; era peregrino y no me acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.

Entonces le replicarán también ellos: Señor; ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, peregrino o desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos? 

Entonces les responderá: En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de éstos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo. Y éstos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna.» 
(Mateo 25, 34-46) 


Jesús, al final de los tiempos vas a juzgamos a todos. 
Es el juicio final, que es algo distinto al juicio particular. 
El juicio particular es el que tendré nada más morir; el final es la confirmación pública y solemne del juicio anterior, al final de los tiempos. 


«El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias
 lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado 
de hacer durante su vida terrena»  

El resultado de este juicio es claro e irreversible: los pecadores «irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna.»

Jesús, me doy cuenta de que ésta es la gran asignatura que debo aprobar, el gran examen que he de pasar al final de mi vida. Además, no hay examen de recuperación.


 Vale la pena, por tanto, que me prepare muy bien
 para ese momento. 

En realidad, es lo único que vale la pena; pues si al final no me salvo, ¿qué ganancia en la tierra me puede compensar la eternidad?


Pero, Jesús, ¿qué entra en este examen?; ¿qué me vas a preguntar cuando te tenga que rendir cuentas de mi vida? El temario es claro: «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo» (Mateo 22, 37-39). 

Y más en concreto, por temas: «tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed...» Porque todo lo que haga a otra persona, es como si te lo hiciera a Ti. 

. «¿Quieres un secreto para ser feliz?: date y sirve a los demás, sin esperar que te lo agradezcan» 

Jesús, servir a los demás no es sólo prepararse para ganar el cielo; es ganar el cielo ya aquí, en la tierra: servir es sinónimo de ser feliz, y también su consecuencia más inmediata. 

El triste sólo hace que encerrarse en sí mismo y entristecerse más. Pero el que está feliz, se vuelca en detalles hacia los demás y aún es más feliz.

Jesús, ayúdame a imitarte en este punto. Ayúdame a servir sin esperar a que me lo agradezcan. Pero el servicio también tiene un orden. No puedo pretender servir en un país lejano y, a la vez, descuidar a los que me rodean. 


Por eso, en un principio, lo primero será tener detalles de servicio en casa: que puedan contar conmigo para hacer un recado, 
para poner la mesa, para vigilar a un hermano pequeño,
 para arreglar una silla, etc. 

Si soy trabajador o estudiante, después de mi familia vendrá mi trabajo: servir significará ser competente, hacer bien ese trabajo, estudiar con profesionalidad; y aprovechar las mil circunstancias diarias para servir a los amigos y compañeros. 


Al copiar este artículo favor conservar
o citar la Fuente:
www.iterindeo.blogspot.com
Visitamos

viernes, 25 de enero de 2013

¡HACE FALTA SOTANAS SOBRE LA TIERRA!...

...SEÑOR, NECESITAMOS SACERDOTES SANTOS.
Así pues el sacerdote debe convertirse en verdadero templo puro que resguarda los manjares de Dios, demostrándolo con el ejercicio de su vida imitada a la de Cristo Buen Pastor que, 

“No vino a ser servido sino a Servir” 

Sellando con su sangre en el madero su amor profundo por su Padre,
 y sus hermanos los hombres.
  
Ciertamente el pueblo de Dios, a través de la historia, ha tenido a bien considerar la súplica insistente por la petición de pastores según el corazón de Jesucristo.

Lo cual Dios, como buen Padre, ha querido responder con profunda benevolencia, alimentando la fe de la Iglesia con un buen número de Santos, hombres y mujeres entregados totalmente al servicio de Dios. 

Ejemplo de ellos son los Sacerdotes.

La anterior es una petición que en este siglo XXI, cada vez se eleva con más fuerza ante la falta de hombres entregados a un servicio extraordinario, de los cuales Dios quiere disponer para ser verdaderos maestros en la purificación de las vidas humanas. 

Es cierto que Dios sigue llamando pero el hombre por su libre voluntad, que por Dios mismo le fue dada, decide no responder con generosidad a este llamado, se tiene miedo al compromiso que éste exige y, en consecuencia, no se da cuenta del grandioso proyecto que Dios le tiene preparado para ser completamente feliz toda su vida.

En definitiva, todos estamos llamados a ser santos pero en mayor responsabilidad aquél que se le ha conferido el sacramento del orden. 

Porque en su fragilidad pecadora, ha querido Dios resguardar los tesoros de su multiforme gracia, que son los Sacramentos, de los cuales el pueblo de Dios se sirve para acercarse un poco más hacia el escalón último de la Santidad. 

Así pues el sacerdote debe convertirse en verdadero templo puro que resguarda los manjares de Dios, demostrándolo con el ejercicio de su vida imitada a la de Cristo Buen Pastor que, 

“No vino a ser servido sino a Servir” 

Sellando con su sangre en el madero su amor profundo por su Padre, y sus hermanos los hombres.

La responsabilidad del consagrado en esta cuestión de Santidad se da en una dualidad, que es la de tomar el camino particular que se nos otorga por el bautismo, pero también, ser maestro capaz de instruir a otros hacia el modelo de perfección que es Jesucristo. 

En el Sacramento del orden se configuran los presbíteros con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, como ministros de la Cabeza, para construir y edificar todo su cuerpo, que es la Iglesia. 

Cierto es que ya en la consagración del bautismo, recibimos el signo y don de tan gran vocación y gracia, a fin de que, aun con la flaqueza humana, los puedan y deban aspirar a la perfección, según la palabra del señor: 

vosotros, pues, sed perfectos, como es perfecto vuestro padre celestial”
(Mt 5, 48). 

De esta manera observamos que el sacerdote está obligado en todos los aspectos a representar a Cristo aquí en la Tierra, con un rostro lleno de amor y de misericordia hacia los fieles. 

Y que por este mismo hecho de personificar al mismo Jesucristo, es cubierto de una gracia particular para que pueda alcanzar mejor, por el servicio de los fieles que se le han confiado y de todo el pueblo de Dios, la perfección de Aquel a quien representa, y cure la flaqueza humana de la carne, y lod conduzca la santidad de aquel que fue hecho para nosotros pontífice “santo, inocente, incontaminado” (Heb 7- 26).

“Necesitamos señor sacerdotes santos”, es la expresión de un pueblo que tiene ese espíritu de sequedad, de hombres que sean como espejos que dejen trasparentar un poquito de la santidad del mismo Dios. 

Hombres fuera de lo común que demuestren ese deseo ardiente de hacer la voluntad del Padre y no la propia, serenos, sencillos. 

Hombres cuya existencia sólo se comprenda en el servicio a los demás y a dar culto a Dios. 

Hombres que encuentren el sentido trascendente y con ello se esfuercen por realizarse en las virtudes humanas, hombres que no se callen ante los abusos de diversos líderes sociales, hombres llenos del espíritu de Dios.

Hombres que sean el signo de esperanza ante un ambiente de pecado y de tristeza, etc., en fin miles de peticiones que surgen en el cristiano a raíz de la problemática vivida en la sociedad.

En este sentido profundo el pueblo orante debe estar bien consciente de la realidad que viven los sacerdotes, de que no es tan fácil el camino que han decidido seguir, puesto que, si fuera sencillo, muchos se animarían a realizarse como uno de ellos. 

Al contrario, requiere de un gran esfuerzo por optar a no pertenecer a este mundo sino al eterno que el mismo Cristo nos promete, y en este sentido el sacerdote está inserto al mundo, en el cual debe vencer poco a poco los goces vanos que éste le presenta. 

Son muchas las tentaciones y, sobre todo, son más recurrentes en ellos 
que se esfuerzan por la santidad. 
  
Por esto debemos entender que no han sido llamados porque son perfectos.

Sino que se esfuerzan por serlo, y que en este camino de constante purificación, puede haber tropiezos, que deben ser entendidos por la sociedad con un signo de completa madurez, por el simple hecho de que tienen naturalidad propensa al pecado.

Por lo tanto, nuestro compromiso como pueblo de Dios es grande, puesto que tenemos el profundo deber de orar por la santificación de los futuros sacerdotes y de los que ya están ejerciendo su ministerio, para que el que los ha llamado, les ayude a vencer las tentaciones del pecado y los mantenga fieles en sus mandatos. 

Convenzámonos de que necesitan de nuestra ayuda en todos los aspectos, pero sobre todo en la súplica constante a Nuestro Señor, que oye las plegarias de su pueblo y que no le desampara por ser un Padre infinitamente bueno.

 Y así santificándose los sacerdotes, pueda también el pueblo de Dios santificarse y llegar a expresar esa frase de San Agustín: 

“Nos hiciste señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”
    
"Oren al dueño de la mies, para que envíe más operarios…", nos dice Jesús.

Jesús pasa, en algún momento de nuestra vida; nos mira con amor a los ojos y nos llama, a una vocación específica: 

algunos a la vida sacerdotal; a otros, al matrimonio, a la vida consagrada o laical… Llama y a unos "los elige", esperando nuestra respuesta libre, generosa y fiel.

Para que, desde "nuestra entrega en el amor generoso", los demás puedan descubrir" su presencia salvadora"…

Dejemos que dios mire nuestra familia. no tengamos miedo…El Señor, tal vez quiere elegir a uno de nuestros hijos, familiares o amigos para "el sacerdocio o la vida consagrada". como dice el Papa Benedicto. "El no quita nada, y lo da todo. quien se da a Él, recibe el ciento por uno…"

Oremos, para que el buen dios nos regale "muchas y santas vocaciones sacerdotales o a la vida consagrada".

Aquí, les dejo esta hermosa Plegaria … 
que todos podemos rezar en "familia"…

  
ORACIÓN PARA PEDIR "SANTOS SACERDOTES"

"SEÑOR ,
Necesitamos Sacerdotes,
pero sacerdotes calcados en Ti.

No queremos sacerdotes ocasionales,
sino Sacerdotes a toda hora y auténticos.
Que nos transmiten a Ti sin términos medios,
sin restricciones, sin miedos.

QUEREMOS sacerdotes que consagran Hostias,
pero sobre todo almas transformadas en Ti.

Sacerdotes que hablen con la vida,
más que títulos académicos.
sacerdotes que gasten su sacerdocio,
en vez de estudiar cómo salvaguardar "su dignidad".

SEÑOR;
el hombre de hoy no ha cambiado mucho
del hombre de tu tiempo:
todavía tiene hambre, todavía tiene sed:
hambre y sed de Ti, y que Tú sólo puedes apagar.

DANOS, entonces, sacerdotes colmados de ti:
sacerdotes que nos den a Ti, esto es lo único que necesitamos.

A NOSOTROS, SEÑOR, nos sirven
sacerdotes de corazón abierto,
de manos agujereadas, de mirada limpia.

BUSCAMOS sacerdotes que sepan rezar,
más que organizar.

Sacerdotes que sepan hablar contigo,
porque cuando un sacerdote reza,
el pueblo está seguro.

HOY, SEÑOR, están de moda las encuestas;
se hacen sondeos acerca de cómo debe ser,
acerca del sacerdote que queremos,
acerca del tipo de Iglesia que queremos.

PERDÓNAME, SEÑOR,
jamás he respondido a estos requerimientos,
pero a Ti, Señor, te lo puedo decir:
el sacerdote lo quiero amasado en oración.

DANOS, SEÑOR, sacerdotes de rodillas callosas,
que sepan esperar, expiar, implorar…

AH, SEÑOR, me olvidaba:
Háznos dignos de tener sacerdotes así. 
Amén ".

¡ Oremos en familia, ofreciendo un Padre nuestro al Señor ¡…

María Reina y Madre de los sacerdotes;
ruega por nuestros sacerdotes, házlos fieles y entregados.

Así sea.


Al copiar este artículo favor conservar
o citar la Fuente:
www.iterindeo.blogspot.com
Visitamos

jueves, 24 de enero de 2013

El Diablo Existe...

...El santo Cura de Ars dice que :
"el demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes 
se le acercan demasiado". 


La Sagrada Escritura habla de él desde el primero hasta el último libro revelado, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. 

La historia del hombre ha padecido la influencia del diablo. 
Hay rasgos presentes en nuestros días de una intensa malicia, que no se explican por la sola actuación humana. 

El demonio, en formas muy diversas, causa estragos en la Humanidad. La actuación del demonio es misteriosa, real y eficaz. 

Con Jesucristo ha quedado mermado el dominio del diablo, pues Él "nos ha liberado del poder de Satanás" 

Por razón de la obra redentora, el demonio sólo puede causar verdadero daño a quienes libremente le permitan hacérselo, consintiendo en el mal y alejándose de Dios: 
nadie peca por necesidad. 

Además, para librarnos del influjo diabólico, Dios ha dispuesto también un Ángel que nos ayude y proteja. "Acude a tu Ángel Custodio, a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones" 



El demonio es un ser personal, real y concreto, de naturaleza espiritual e invisible, y que por su pecado se apartó de Dios para siempre. Es el padre de la mentira (Juan 8, 44), del pecado, de la discordia, de la desgracia, del odio, de lo malo y absurdo que hay en la tierra (Hebreos 2, 14), el enemigo que siembra el mal en el corazón del hombre (Mateo 13, 28-39), y al único que hemos de temer si no estamos cerca de Dios. 

Su único fin en el mundo, al que no ha renunciado, es nuestra perdición. Y cada día intentará llevar a cabo ese fin a través de todos los medios a su alcance. Es el primer causante de las rupturas en las familias y en la sociedad. 

Sin embargo, el demonio no puede violentar nuestra voluntad para inclinarla al mal. 

El santo Cura de Ars dice que "el demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado". 

Nos debe dar gran confianza saber que el Señor nos ha dejado muchos medios para vencer y para vivir en el mundo con la paz y alegría de un buen cristiano: 

La oración, la mortificación, la Confesión y la Eucaristía, 
y el amor a la Virgen. 


El uso del agua bendita es también eficaz protección 
contra el influjo del diablo. 

Nuestro esfuerzo en la Cuaresma por mejorar la fidelidad a lo que sabemos que Dios nos pide, es la mejor manifestación de que frente al Non serviam del demonio, 

queremos poner nuestro personal Serviam: 
Te serviré, Señor. 


Al copiar este artículo favor conservar
o citar la Fuente:
www.iterindeo.blogspot.com
Visitamos