Para afrontar decididamente la lucha contra el pecado venial es preciso reconocerlo como tal, como ofensa a Dios que retrasa la unión con Él. Es preciso llamarlo por su nombre. Debemos pedir al Espíritu Santo que nos ayude a reconocer con sinceridad nuestras faltas y pecados, a tener una conciencia delicada, que pide perdón y no justifica sus errores.
«Escuchad otra parábola. Cierto hombre que era propietario plantó una viña, la
rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar edificó una torre, la arrendó a unos
labradores y se marchó de allí. Cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió
sus criados a los labradores para percibir sus frutos. Pero los labradores,
agarrando a los criados, a uno lo golpearon, a otro lo mataron y a otro lo
lapidaron. De nuevo envió a otros criados en mayor número que los primeros, pero
hicieron con ellos lo mismo.
Por último les envió a su hijo, diciéndose:
a mi hijo lo respetarán. Pero los labradores, al ver al hijo, dijeron entre sí:
Este es el heredero. Vamos, matémoslo y nos quedaremos con su heredad. Y,
agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando venga el dueño de
la viña, ¿que hará con aquellos labradores?
Le contestaron: A esos malvados les
dará una mala muerte y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los
frutos a su tiempo.»
(Mateo 21, 32-43.45-46)
Jesús, en esta parábola hablas del cuidado con que Dios escogió y cuidó al pueblo de Israel, la viña del Señor. Pero luego, cuando envió a los diferentes profetas para recoger los frutos de tu alianza, éstos fueron maltratados y asesinados. Por último, Dios Padre envía a su Hijo, que eres Tú, Jesús. Aquí profetizas tu propia muerte fuera de las murallas de Jerusalén: «agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron.»
Jesús, a mí también me has escogido para ser cristiano. Y me has cuidado dándome todo tipo de gracias; dándome unos sacramentos entre los que está el del perdón y el de la Eucaristía: limpieza y alimento del alma. Y te has quedado en el Sagrario para que pueda dirigirme a Ti, pedirte cosas, darte gracias, decirte que te quiero... Además, me has dado familiares y amigos que me han aconsejado en mi vida cristiana; y acontecimientos que me han hecho reflexionar sobre el verdadero fin de mi existencia; y medios de formación, pláticas, y libros; y el catecismo, que he estudiado de pequeño y, tal vez, hasta he enseñado a otros.
Jesús, ¿qué he hecho con mi propia viña? ¿Dónde están los frutos que esperas de mi?
«Dios está metido en el centro de tu alma, de la mía, y en la de todos los hombres en gracia. Y está para algo: para que tengamos más sal, y para que adquiramos mucha luz, y para que sepamos repartir esos dones de Dios, cada uno desde su puesto. ¿Y cómo podremos repartir esos dones de Dios? Con humildad, con piedad, bien unidos a nuestra Madre la Iglesia.
-¿Te acuerdas de la vid y de los sarmientos? ¡Qué fecundidad la del sarmiento unido a la vid! ¡Qué racimos generosos! ¡Y qué esterilidad la del sarmiento separado, que se seca y pierde la vida!» (Forja.- 932).
Jesús, Tú eres la vid. ¡Qué fecundidad la del sarmiento unido a la vid! Me quieres bien unido a Ti, para dar fruto: esa sal y esa luz, para que sepamos repartir esos dones de Dios, cada uno desde su puesto. Como me recuerda el Catecismo, "siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia", es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo» (CEC.- 864).
Pero ¿cómo puedo estar unido a Ti?
- Primero estando en gracia de Dios, sin pecado. Así Tú puedes estar en el centro de mi alma.
- Y luego, con humildad, con piedad, bien unidos a nuestra Madre la Iglesia. Dios se resiste a los soberbios, pero a los humildes da su gracia. Por eso, humildad. La piedad es el trato contigo a través de la oración y de otras prácticas de devoción, penitencia o caridad. Bien unidos a nuestra Madre la Iglesia.
Estar unido a Ti, Jesús, es estar unido a tu Iglesia. La savia que da la vida al sarmiento son los sacramentos y, especialmente, la Santa Misa: centro y raíz de mi vida interior. De la Misa me viene tu gracia; en la Misa revivo tu sacrificio en la Cruz y te recibo en la comunión. Que no ponga excusas para acudir a la Santa Misa no sólo los domingos, sino siempre que pueda.
La liturgia de estos días nos acerca poco a poco al misterio central de la Redención. El Señor vino a traer la luz al mundo, enviado por el Padre: vino a su casa y los suyos no le recibieron (Juan 1, 11)... Así hicieron con el Señor: lo sacaron fuera de la ciudad y lo crucificaron.
Los pecados de los hombres han sido la causa de la muerte de Jesucristo. Todo pecado está relacionado íntima y misteriosamente con la Pasión de Jesús. Sólo reconoceremos la maldad del pecado si, con la ayuda de la gracia, sabemos relacionarlo con el misterio de la Redención. Sólo así podremos purificar de verdad el alma y crecer en contrición de nuestras faltas y pecados.
La conversión que nos pide el Señor, particularmente en esta Cuaresma, debe partir de un rechazo firme de todo pecado y de toda circunstancia que nos ponga en peligro de ofender a Dios. Y así lo haremos, por la misericordia divina, con la ayuda de la gracia.
. El esfuerzo de conversión personal que nos pide el Señor debemos ejercitarlo todos los días de nuestra vida, pero en determinada épocas y situaciones –como es la Cuaresma- recibimos especiales gracias que debemos aprovechar. Para comprender mejor la malicia del pecado debemos contemplar lo que Jesucristo sufrió por los nuestros.
El Señor nos ha llamado a la santidad, a amar con obras, y de la postura que se adopte ante el pecado venial deliberado depende el progreso de nuestra vida interior, pues los pecados veniales, cuando no se lucha por evitarlos o no hay contrición después de cometerlos, producen un gran daño en el alma, volviéndola insensible a las mociones del Espíritu Santo. Debilitan la vida de la gracia, hacen más difícil el ejercicio de las virtudes, y disponen al pecado mortal. En la lucha decidida contra todo pecado demostraremos nuestro amor al Señor. Le pedimos a Nuestra Madre su ayuda.
. Para afrontar decididamente la lucha contra el pecado venial es preciso reconocerlo como tal, como ofensa a Dios que retrasa la unión con Él. Es preciso llamarlo por su nombre. Debemos pedir al Espíritu Santo que nos ayude a reconocer con sinceridad nuestras faltas y pecados, a tener una conciencia delicada, que pide perdón y no justifica sus errores.
Fomentemos un sincero arrepentimiento de nuestros pecados y luchemos por quitar toda rutina al acercarnos al sacramento de la Misericordia divina. La Virgen, refugio de los pecadores nos ayudará a tener una conciencia delicada para amar a su Hijo y a todos los hombres, a ser sinceros en la Confesión y a arrepentirnos de nuestras pecados con prontitud.
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