«Entonces se acercó a él la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se
postró para hacerle una petición. Él le preguntó: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Di
que estos dos hijos míos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y otro a tu
izquierda. Jesús respondió: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que
yo he de beber? Le dijeron: Podemos. El añadió: Mi cáliz silo beberéis; pero
sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo, sino que es
para quienes ha dispuesto mi Padre.
Al oír esto, los diez se indignaron
contra los dos hermanos. Pero Jesús les llamó y les dijo: sabéis que los que
gobiernan los pueblos los oprimen y los poderosos los avasallan. No ha de ser
así entre vosotros; por el contrario, quien entre vosotros quiera llegar a ser
grande, sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, sea
vuestro esclavo. De la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir y dar su vida en redención por muchos.»
(Mateo 20, 17-28)
Jesús, como a la madre de Santiago y Juan, a veces también me tienes que decir: «no sabéis lo pedís». Te pido aprobar un examen cuando no he puesto todas las horas que debía; te pido superar un defecto pero luego no lucho en serio para combatirlo. «No alcanzamos la gracia si no la buscamos, porque no se conceden los dones de lo alto a los que los menosprecian. Llamad por medio de la oración, de los ayunos y de las limosnas» (San Juan Crisóstomo).
«¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?» ¿Puedes sacrificarte por Mí como yo me he sacrificado por ti? Jesús, también a Ti te ha costado esfuerzo la redención. Y San Pablo dice: «Pues no habéis resistido aún hasta la sangre para combatir el pecado» Jesús he de tomarme más en serio la lucha por mejorar en mi vida cristiana. Sólo entonces mi petición será sincera.
«Le dijeron: Podemos.» Jesús, puedo esforzarme más. Al menos quiero intentarlo. Quiero ser más generoso en mis pequeñas mortificaciones: en las comidas, en la vista, en el orden; en la puntualidad a la hora de ponerse a estudiar o hacer la oración; en el minuto heroico de levantarse a la hora (o de acostarse a la hora, que también cuesta). Puedo... si Tú me ayudas, porque como dice San Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta». (Filipenses 4, 13).
«También a nosotros nos llama, y nos pregunta, como a Santiago y a Juan: ¿estáis dispuestos a beber el cáliz -este cáliz de la entrega completa al cumplimiento de la voluntad del Padre- que yo voy a beber? Possumus!; ¡sí, estamos dispuestos!, es la respuesta de Juan y de Santiago. Vosotros y yo, ¿estamos seriamente dispuestos a cumplir en todo, la voluntad de nuestro Padre Dios? ¿Hemos dado al Señor nuestro corazón entero, o seguimos apegados a nosotros mismos, a nuestros intereses, a nuestra comodidad, a nuestro amor propio? ¿Hay algo que no responde a nuestra condición de cristianos, y que hace que no queramos purificarnos? Hoy se nos presenta la ocasión de rectificar.
Es necesario empezar por convencerse de que Jesús nos dirige personalmente estas preguntas. Es El quien las hace, no yo. Yo no me atrevería ni a planteármelas a mí mismo. Estoy siguiendo mi oración en voz alta, y vosotros, cada uno de nosotros, por dentro, está confesando al Señor:
Señor ¡qué poco valgo, qué cobarde he sido tantas veces! ¡Cuántos errores!: en esta ocasión y en aquélla, y aquí y allá. Y podemos exclamar aún: menos mal, Señor que me has sostenido con tu mano, porque me veo capaz de todas las infamias. No me sueltes, no me dejes, trátame siempre como a un niño. Que sea yo fuerte, valiente, entero. Pero ayúdame como a una criatura inexperta; llévame de tu mano, Señor y haz que tu Madre esté también a mi lado y me proteja, y así, possumus!, podremos, seremos capaces de tenerte a Ti por modelo» (Es Cristo que pasa.-15).
Los Apóstoles no han puesto ningún límite a su Señor; tampoco nosotros lo hemos puesto. Por eso, cuando pedimos algo en nuestra oración debemos estar dispuestos a aceptar, por encima de todo, la Voluntad de Dios; también cuando no coincida con nuestros deseos. Quiere que le pidamos lo que necesitamos y deseemos pero, sobre todo, que conformemos nuestra voluntad con la suya. Él nos dará siempre lo mejor.
El Señor nos invita a una profunda amistad y a compartir un destino común a todos los que queremos seguirle. Para participar en su resurrección gloriosa es necesario compartir con Él la Cruz, y nos pregunta como preguntó a los Apóstoles: ¿Podéis beber el cáliz (2), -el cáliz de la entrega completa al cumplimiento de la voluntad del Padre- que yo voy a beber? ¡Possumus! ¡Podemos, sí, estamos dispuestos! Contestamos como los Apóstoles. Hoy nos preguntamos en la oración si hemos dado al Señor nuestro corazón entero, o seguimos apegados a nuestro amor propio.
No existe vida cristiana sin mortificación. El Señor hizo del dolor un medio de redención; con su dolor nos ha redimido. La mortificación y la vida de penitencia, a la que nos llama la Cuaresma, tienen como motivo principal la corredención, participar del mismo cáliz del Señor. La voluntaria mortificación es medio de purificación y desagravio, necesario para poder tratar al Señor en la oración e indispensable para la eficacia apostólica.
Este espíritu de penitencia y de mortificación lo manifestamos en nuestra vida corriente en el quehacer de cada día, sin esperar ocasiones extraordinarias: cumplimiento de nuestro horario, compaginar nuestras obligaciones con Dios, con los demás y con nosotros mismos, tratar con caridad a los demás empezando por los nuestros, soportar con buen humor las mil contrariedades de la jornada, corregir cuando tenemos una misión de gobierno, renunciar a nuestros propios proyectos...
El servicio de Cristo a la humanidad va encaminado a la salvación. Nuestra actitud ha de ser servir a Dios y a los demás con visión sobrenatural, especialmente en lo referente a la salvación, pero también en todas las ocasiones que se presentan cada día. Servir a los demás requiere mortificación y presencia de Dios, y olvido de uno mismo. No nos importe servir y ayudar mucho a quienes están a nuestro lado, aunque no recibamos ningún pago ni recompensa. Nuestra Madre, que sirvió a su hijo y a San José, nos ayudará a darnos sin medida ni cálculo.
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