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jueves, 13 de octubre de 2011

Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.

Ea, Hombrecillo.
Deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos.
Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas.
Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia.
Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios:
 'Busco tu rostro;
Señor, anhelo ver tu rostro.'

Y ahora. Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.

Señor, si no estás aquí,
 ¿dónde te buscaré, estando ausente?
Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?
Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?,
¿cómo me acercaré a ella?
¿Quién me conducirá hasta ahí para verte en ella?
Y luego, ¿con qué señales, bajo qué rasgo te buscaré?
 Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.


Úngete de Cristo por el Espíritu, experimenta la íntima presencia de aquel que te amó y se entregó por ti. La fuerza de tu seguimiento será engendrada por la energía de tu oración. El Señor Jesús no está fuera sino en el interior, y en íntima fusión con Él, podrás vivir en comunión con los hermanos.

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