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miércoles, 19 de octubre de 2011

La lealtad exige hambre de formación, porque -movido por un amor sincero- no deseas correr el riesgo de difundir o defender, por ignorancia, criterios y posturas que están muy lejos de concordar con la verdad»




Sabed esto: si el dueño de la casa conociera a qué hora va a llegar el ladrón, no permitiría que se horadase su casa. Vosotros, pues, estad preparados, porque a la hora que menos pensáis viene el Hijo del Hombre». 

Y le preguntó Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?». El Señor respondió: «¿Quién piensas que es el administrador fiel y prudente a quien el amo pondrá al frente de su casa, para dar a tiempo la ración adecuada? Dichoso aquel siervo, al que encuentre obrando así su amo cuando vuelva. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si aquel siervo dijera en sus adentros: "Mi amo tarda en venir", y se pusiera a golpear a los criados y criadas, a comer, a beber y a emborracharse, llegará el amo de aquel siervo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará duramente y le dará el pago de los que no son fieles. 

El siervo que conociendo la voluntad de su amo, no fue previsor mi actuó conforme a la voluntad de aquél, será muy azotado; en cambio, el que sin saberlo hizo algo digno de castigo será poco azotado. A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán». (Lucas 12, 39-48) 


I. Jesús, a la pregunta de Pedro «-¿dices esta parábola por nosotros o por todos?»- respondes que se refiere a todos, pero no de la misma manera: «a todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá». Los apóstoles recibieron mucho, conviviendo personalmente contigo, recibiendo la doctrina personalmente de tus labios, aprendiendo a rezar y a querer a los demás a través de tu ejemplo. Por eso se les pidió mucho, y acabaron entregando su vida por Ti, muriendo mártires.

«Ninguno hay que pueda decir con verdad: No he recibido ningún talento, por lo tanto no estoy obligado a dar cuenta y razón de él. Pues uno recibe la inteligencia, y por este talento queda obligado a la predicación. Otro recibe bienes terrenales, y éste debe distribuir su talento de esos bienes. Otro no recibió ni la inteligencia ni bienes terrenos, pero aprendió el arte que profesa; a éste se le reputa como talento recibido su mismo arte. Luego el que tiene inteligencia procure no callar; el que tiene riquezas trate de no cansarse en las obras de misericordia; el que posee un arte o profesión trate muy principalmente de que su uso y utilidad redunde en provecho del prójimo» (San Gregorio Magno). 

Jesús, a mí que, por ser cristiano, también me has dado mucho, ¿qué es lo que me vas a pedir? Me vas a pedir que sea un «administrador fiel y prudente». Me vas a pedir que utilice con responsabilidad los dones que me has dado: que sea ejemplar en mi trabajo profesional; que sea un apoyo para los que viven conmigo; que aproveche bien el tiempo; que sea leal y sincero. En una palabra, que sea fiel a mi vocación cristiana. 


II. «La lealtad exige hambre de formación, porque -movido por un amor sincero- no deseas correr el riesgo de difundir o defender, por ignorancia, criterios y posturas que están muy lejos de concordar con la verdad» (Surco.-346).

Jesús, hablas de dos siervos que no hacen «la voluntad de su amo:» el que conocía esa voluntad, y el que «sin saberlo hizo algo digno de castigo». El primer siervo recibe muchos azotes, y el segundo pocos. Entiendo el primer caso, pero ¿por qué castigas al que no sabía? Precisamente porque no sabia cuál era la voluntad de su amo, y tenía el deber de enterarse. Jesús, por ser cristiano, hijo de Dios, tengo la responsabilidad de conocer bien tu doctrina. Si no la conozco es porque no quiero, y esa actitud indica falta de amor a Ti, que has venido al mundo para revelarme el camino de la vida eterna. 

La lealtad exige hambre de formación. ¿Cómo es mi deseo de conocer a fondo tu doctrina? ¿Pongo los medios a mi alcance, dedicando el tiempo necesario, para formarme bien? Jesús, quiero ser un «administrador fiel y prudente» de esos dones inmerecidos que me has dado, empezando por el don de la vida y el de la fe. Quiero utilizar mis talentos en una vida útil, en una vida de servicio y de amor, de trabajo, de alegría y de penas que no son penas, porque te las puedo ofrecer. «Dichoso aquel siervo al que encuentre obrando así su amo cuando vuelva». 

Dios nos llamará para rendir cuentas de la herencia que dejó en nuestras manos y nos pedirá a cada uno de nosotros según nuestras circunstancias personales y las gracias que recibimos: puede venir en la segunda vigilia o en la tercera..., a cualquier hora. Todos tenemos que cumplir una misión en la tierra, y de ella hemos de responder al final de la vida. Seremos juzgados según los frutos, abundantes o escasos, que hayamos dado.

A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán (Lucas 12, 39-48). ¿Cuánto nos ha encomendado a nosotros? ¿Cuántos dependen de mi correspondencia personal a las gracias que recibo?


II. La responsabilidad en una persona que vive en medio del mundo ha de referirse, en buena parte, a su trabajo profesional, con el que da gloria a Dios, sirve a la sociedad, consigue los medios necesarios para el sostenimiento de la propia familia y realiza su apostolado personal.

El sentido de responsabilidad llevará al cristiano a labrarse un prestigio profesional sólido, y a cumplir y a excederse en su tarea. "Cuando tu voluntad flaquee ante el trabajo habitual, recuerda una vez más aquella consideración: "el estudio, el trabajo, es parte esencial de mi camino. El descrédito profesional ?consecuencia de la pereza- anularía o haría imposible mi labor de cristiano. Necesito ?así lo quiere Dios- el ascendiente del prestigio profesional, para atraer y ayudar a los demás" "No lo dudes: si abandonas tu tarea, ¡te apartas ?y apartas a otros- de los planes divinos" (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco)


III. Pensemos en las incontables gracias que hemos recibido a lo largo de la vida, larga o corta, aquellas que conocimos palpablemente, y esa infinidad de dones que nos son desconocidos. Todos aquellos bienes que habíamos de repartir a manos llenas: alegría, cordialidad, ayudas pequeñas pero constantes... Meditemos hoy si nuestra vida es una verdadera respuesta a lo que Dios espera de nosotros.

El Señor ha llegado ya y está todos los días entre nosotros. Es a Él a quien en cada jornada dirigimos nuestra mirada para comportarnos como hijos delante de su Padre, como el amigo delante del Amigo. Y cuando al final de nuestra vida demos cuenta de la administración que hicimos de nuestros bienes, se llenará nuestro corazón de alegría al ver esa fila interminable de personas que, con la gracia o nuestro empeño se acercaron a Él.
A Nuestra Señora le pedimos que nos ayude a cumplir todo lo que su Hijo nos ha encomendado. 

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