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miércoles, 12 de octubre de 2011

EL DISCERNIMIENTO ( III)



EN EL USO DEL DINERO

En la reforma de vida consideramos principalmente el tiempo y dedicación que
damos a nuestras diversas obligaciones. Pero otro punto muy importante es el
uso del dinero.

Se puede decir que este uso es un termómetro para medir mi amor. No daré
nada a quien no amo; seré injusto en mi reparto si amo a alguna persona
(quizás a mí mismo) con
detrimento de otras personas con quienes tengo igual o mayor obligación. Si mi
amor está ordenado, el uso del dinero también lo será; sea mucho o poco ese
dinero.

1.Principio fundamental

El amor que me mueve en el reparto del dinero debe descender de arriba, del
amor de Dios, nuestro Señor, de forma que sienta primero en mí que el amor,
más o menos, que tengo a las personas es por Dios, y que en la
administración de mi dinero reluzca Dios. Como diría san Pablo: “Que nos
tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores es que sean
fieles a su Señor” (cf. 1 Cor 4, 1-2)

2.Discernimiento

Para aplicar el principio fundamental a la práctica, es necesario el
discernimiento: ¿qué normas generales quiere Dios que yo tenga en la
distribución de mis ingresos? ¿Qué quiere Dios que yo haga en este caso
particular?

Tres puntos de vista me ayudarán:

a) Me imaginaré a un hombre que nunca he visto ni conocido. Está él en un
caso idéntico al mío, y pide mi consejo para acertar en lo que sea la
mayor gloria de Dios y la mayor perfección de su alma. Yo encomiendo el
asunto al Señor, pido sus luces y doy mi consejo. Luego guardaré esa
misma regla y medida para mí.


b) Me imaginaré que estoy en mi lecho de muerte, recordando este mismo
asunto que tengo entre manos. En este momento adoptaré la forma y
medida que entonces querría haber tenido en mi administración.

c) Me imaginaré en el juicio universal, mirando el rostro del Señor. La regla
que entonces querría haber tenido, la tomaré ahora.



3.Normas generales
A la luz del discernimiento anterior puedo adoptar algunas normas generales.
En el Antiguo Testamento los israelitas tenían varias normas prescritas por la
ley: p.ej., entregaban al Señor las primicias de las cosechas y del ganado;
también entregaban el diezmo; cada tres años el diezmo se repartía a los
levitas, forasteros, huérfanos y viudas (Deut 14, 22-28; 26 1-15)

Según una tradición, los padres de la Virgen María, san Joaquín y santa Ana,
dividían sus entradas en tres partes: la primera para los pobres, la segunda
para el servicio del Templo, la tercera la guardaban para el sustento de ellos
mismo y el de su familia.

Si soy administrador de los bienes de Dios, debo también adoptar ciertas
normas generales, determinando qué nivel de vida me pide Dios, cuántos
han de ser los gastos de familia, cuánto reservaré para mis gastos
personales, qué proporción daré a los pobres, a la Iglesia, a obras
apostólicas, etc.

Si miro el ejemplo y las enseñanzas de Cristo, que es nuestro modelo,
comprenderé que en cuanto a mis gastos personales y a los de mi familia, lo
mejor y más seguro es restringir lo más posible.

Debo recordar que hay muchas maneras de dar una ayuda material a
nuestros hermanos: p.ej., hay profesionales que dedican gran parte de su
trabajo a ayudar gratuitamente a otros; a prestar sus servicios a una
institución con ninguno o bajo salario; hay familias que adoptan a niños, aún
cuando tienen hijos propios, etc.

Además de los bienes materiales que debo administrar a nombre del Señor,
también tengo bienes intelectuales, artísticos, afectivos, espirituales. Todo
esto y mi propia existencia son un don continuo de Dios.
El puede pedirme que participe a los demás, mucho de lo que El me confía.

4.Casos imprevistos

Aunque tengamos bien ordenados nuestros gastos habituales, hay casos en
que necesitamos acudir al Señor pidiendo luz e inspiración. El caso imprevisto
puede ser una tentación para gastar más dinero en mi propia persona; la
presión para hacer buen negocio; el deseo de asegurarme mejor para el
porvenir; o una necesidad urgente de otra persona.



En semejantes casos suelen suscitarse emociones fuertes a favor o en contra
del gesto imprevisto. No debe dejarme arrastrar por el afecto, sino
detenerme y remirar el principio fundamental y las ayudas del discernimiento
(1-2 de este capítulo), y no daré un paso hasta que, conforme a ellas, haya
sido eliminado ese afecto que, conturbaba la paz y clara visión de la voluntad
de Dios.

Los gastos ilícitos o no razonables serán fácilmente detectados y rechazados
si sigo las normas anteriores. Pero aun en el caso evidente de gastos muy
razonables puede haber ofuscación por defecto de apegos o repugnancias
sobre todo si estos gastos están relacionados conmigo mismo o con personas
con quien tengo un lazo emocional. Por esto es necesario acostumbrarse a
buscar la voluntad de Dios de la manera indicada.

5.Ofrecimiento y confirmación

Una vez tratadas mis normas generales, debo presentarlas al Señor en
oración. Le pediré confirmación de mis propósitos con las luces y consolación
que da el Señor cuando se ha procedido según su mayor servicio y alabanza.
Los casos imprevistos no se pueden reglamentar de antemano, pero la
experiencia de ellos puede enseñarnos mucho para los casos futuros y para el
consejo a otras personas. Por esto, después de cada uno, conviene que yo
examine para adelante; y si bien, para dar gracias a Dios y proceder otra vez
de la misma manera.

VI. EN LA MANERA DE ACTUAR

Dice san Pablo: “Ya sea que ustedes coman o beban o hagan cualquiera otra
cosa, háganlo todo para gloria de Dios” (1 Cor 10, 31). “Miren con diligencia
cómo deben andar, como sabios y no como necios, aprovechando bien el
tiempo. Por lo tanto vivan comprendiendo cuál sea la voluntad del Señor” (Ef 5,
15-17)

Hay muchas actividades ordinarias, algunas son necesidades diarias, otras son
casi necesidades, que debo ordenar para ser seguidor de Cristo y reflejo de El
para los demás.

Me ayudarán las normas siguientes:

1. Reconocer el campo

Casi todas las actividades que desarrollo pueden caber en uno de los
siguientes grupos:

a) Actividades necesarias para vivir, como el comer y el dormir;

b) Actividades de esparcimiento, como los deportes, el cine, la TV.

c) Actividades de trabajo, como el estudio, el trabajo intelectual y manual.

No considero aquí el tiempo que debo dedicar a cada una, porque ese aspecto
se consideró en el cap. 2 sino, sobre todo, la manera de actuar.

2. Principios generales

Tomando como tema principal el ordenamiento en el comer, podemos
discernir con los ojos de la fe, los principios generales que deben regirnos.
Será fácil aplicar estos principios a otras clases de actividades.

a) Medios para un fin

La comida, el sueño, un honesto entretenimiento, etc., son actividades que
tienen finalidades inmediatas (p.ejm., la conservación de las fuerzas físicas
y mentales). Estas finalidades inmediatas son medios para que el hombre
haga de toda su vida una alabanza y servicio de Dios, que incluye el amor
y servicio del prójimo según la voluntad de Dios. Luego, ni la comida
puede ser un fin en sí mismo, ni la salud física a que está subordinada. En
la otra cosa que, en todo y por todo, la mayor alabanza y gloria de Dios
nuestro Señor.

Y bajando a lo concreto observaré que puedo desordenarme en la cantidad
de comida y de sueño; quitar lo superfluo no es penitencia sino templanza
digna del hombre y del cristiano.

b) El ejemplo de Cristo

En los ejercicios pedimos al Señor la gracia para imitar a Jesús en su vida
de pobreza y sencillez. Si a esta luz examinamos nuestra vida,
descubriremos quizás excesos en el cuidado de la salud (con excesivas
preocupaciones y remedios), en la blandura y comodidades de la cama y
de la ropa; en la calidad de la comida, en la cantidad de la bebida; del
fumar; de los entretenimientos, etc.

c) El foco de la atención

En el comer, beber, mirar, TV, hacer deportes, estudiar, crear
artísticamente, oír música, etc., podemos concentrarnos tanto en esa
actividad que perdemos el contacto con nuestros hermanos, y aun el
dominio sobre nosotros mismos. Si nos dejamos arrastrar por el gusto
sensual, o el entusiasmo competitivo, o la actividad intelectual, o cualquier
otro interés absorbente,entonces nos deshumanizamos y descristianizamos.

San Ignacio recomienda que al comer, pensemos en cómo comía Cristo, o
pongamos atención en una lectura, o en la conversación con los demás.
Así no seremos absortos por el gusto ni tentados a comer o beber en
forma voraz y descontrolada. Podemos aplicar estos consejos en forma
adecuada a otras actividades.

d) El justo medio

Conviene determinar de una manera experimental el justo medio que nos
conviene a cada uno para no pecar por carta de más o por carta de
menos. Por ejemplo, para la comida o el sueño, disminuiré durante
algunos días lo que suelo comer o dormir. Muchas veces me imagino que
la salud exige más de lo que realmente requiere. Por los resultados en lo
físico y en lo espiritual el Señor me mostrará el justo medio que realmente
me conviene para su mejor servicio y la ayuda del prójimo.

e) La Solidaridad

Cristo nos llama a compartir con El sus penalidades en el establecimiento
del Reino de Dios; nos predica las bienaventuranzas y nos recuerda que, a
pesar de estar en su gloria, El sigue viviendo de una manera especial en
los que sufren (Mt 25, 31-46)

Estas realidades me inspirarán una sobriedad y sencillez de vida para
diferenciarme menos, en cuanto es posible, de mis hermanos que tienen
menos que yo, en comida, deportes, entretenimientos, etc. Como vivir
más simplemente (dentro de mis compromisos) para poder dar más.

3. Examen y corrección

La búsqueda del justo medio nos indicó la necesidad de examinarnos de una
manera practica y determinar ciertas normas razonables de una manera
experimental.

Otra manera de proceder (que también puede combinarse con la anterior) es
la siguiente: después de comer o en otra hora en que ya no sienta apetito,
determinaré la cantidad que comeré en la próxima comida. De este propósito
no me apartaré por ningún apetito que tuviere. Más aún, para vencer
completamente todo apetito desordenado y toda tentación del enemigo, si
estoy tentado a comer más, comeré menos.

Este método (de examen, propósito, combate valeroso contra la tentación)
puede aplicarse a cualquier desorden de mis actividades, sea en cuanto a la
cantidad, calidad o manera de actuar, pero debo recordar que la debilidad
humana es muy grande y mis propias fuerza pueden muy poco sin la gracia
divina.


Más aún, frecuentemente, Dios permite que no podamos vencer un defecto
nuestro, a pesar de todos nuestros esfuerzos, para que, convencidos de
nuestra debilidad, recurramos a El y pongamos nuestra confianza en El
.
VII.EN LOS CASOS DUDOSOS

Hay casos en que es indudable nuestro deber de corregirnos y es evidente la
voluntad de Dios. Por ejemplo, cuando hay algún hábito de pecado, o una
manera defectuosa de proceder; en todos los casos los mandamientos de Dios o
las normas de la Iglesia nos muestran el recto camino. No se trata de buscar la
voluntad de Dios, porque está clara.

Hay otros casos en que no se trata de desorden ni de mandamientos, sino de un
clarísimo llamado de Dios. Entonces Dios atrae y mueve la voluntad de tal
manera que sin dudar, una persona conoce cuál es la voluntad de Dios.
Como ejemplos de esta clara voluntad de Dios podemos recordar la llamada del
Señor a san Mateo, o la vocación de san Pablo.

Pero hay muchos casos en que queremos decidir un asunto importante según la
voluntad de Dios y esta voluntad no es clara. Estamos entonces en duda.
Hay varias maneras de salir de ella:

1. Por discernimiento de varios espíritus

Confiamos en que Dios nos iluminará con sus inspiraciones si sinceramente
buscamos su voluntad. En la práctica se toman se toman los siguientes
pasos:

a) Formulo claramente el problema que quiero resolver, p.ej., vida en el
mundo o sacerdocio

b) Purifico mi intención mirando al Señor: El me ha creado para que toda mi
vida sea un cumplimiento perfecto de su voluntad, una alabanza de El en
este mundo y en la eternidad. En esto está mi plena realización personal y
mi felicidad. Todo otro problema debe resolverse a la luz de esta
estupenda realidad.

c) Pido la inspiración del Señor: que El quiera hacerme sentir lo que sea su
voluntad.

d) Recuerdo cómo me he sentido ante la perspectiva de una de las decisiones
posibles. ¿He sentido aumento de fe, esperanza, caridad? ¿He sentido
mayor ánimo y cercanía al Señor? O bien, ¿he sentido aridez, desolación,
lejanía del Señor, frialdad, deseo de satisfacción puramente mundana? Por
otro lado, ¿cómo me he sentido ante la perspectiva de la otra decisión posible? Ahora mismo, ¿cómo me siento cuando presento a Dios una u otra de las dos alternativas?

e) Después de la reflexión debo volver a orar, ofreciendo a Dios lo que me
parece su voluntad, pero no tomando todavía una resolución. Debo
discernir de nuevo en otras ocasiones privilegiada: p.ej., después de la
comunión, en otro rato de oración,

f) etc., hasta que se haga más luz. Puedo conversar el punto con personas
prudentes y examinar qué siento ante el Señor.

g) Si he logrado plena claridad por este método, hago mi resolución . Si no he
logrado esa claridad, pruebo los métodos siguientes:

2. Pensando las ventajas y desventajas

Se usa cuando el alma no es agitada de varios espíritus, y puede reflexionar
racionalmente con tranquilidad. Aquí también hay varios pasos:

a) y b) Son los mismos del método anterior

c) Pido al Señor que ilumine mi entendimiento para acertar; y que me mueva
la voluntad para no querer sino lo que Dios quiera.

d) Tomaré una de las alternativas posibles, y consideraré todas las ventajas y
desventajas que resultan si me decido por esa alternativa. Se entiende
“ventaja y desventaja” mirando el servicio de Dios, y no mi comodidad o
preferencias personales.

e) Después de que he recorrido todos los aspectos y reflexionado, consideraré
dónde se inclina más la razón. Elegiré una de las alternativas.

f) Volveré a la oración con mucho deseo de que mi vida entera sea para
alabanza de Dios. Le presentaré al Señor mi elección y pediré su
confirmación. Si siento que es según su voluntad, decido ponerla por obra.

3. Con imaginación creadora

Esta capacidad que me ha dado Dios, me permite proyectarme hacia el
futuro, y ponerme en situaciones muy reales.

Hay varios pasos:

a) y b) Como en los métodos anteriores

c) Pediré que el Señor me haga experimentar en la situación imaginada lo que
sea una indicación clara de su voluntad.

d) Me imaginaré ante un hombre que no he conocido anteriormente. El me
consulta lo que debe hacer en su caso, que resulta idéntico al mío. Veo en
ese hombre una decisión generosa de cumplir perfectamente la voluntad de
Dios; y siento deseo de ayudarle a acertar. Mi consejo para ese hombre
puede ser un indicio de la voluntad de Dios para mí.
Luego me imaginaré en el lecho de la muerte, recorriendo mentalmente
toda mi vida. En ese momento, ¿qué querría que hubiese yo resuelto
acerca del problema que llevo entre manos? Aquí puedo tener otro indicio
de la voluntad de Dios.

Luego me imaginaré en el día del juicio, ante la mirada de Dios ¿Qué me
dice esa mirada acerca del problema que debo resolver ahora?

e) y f) Como en el método anterior

1. DESOLACIÓN ESPIRITUAL

Depresión y tinieblas

Los tiempos de desolación espiritual hacen contraste con los tiempos claros y
vivificantes de que hemos hablado ¿Altas y bajas presiones de nuestra
atmósfera interior? Después de todo, la imagen no es tan mala, hace resaltar el
carácter accidental de nuestras variaciones. La atmósfera, parte integrante de
nuestro planeta, no transforma sino en superficie la tierra firme o las aguas
profundas. Tan luego sus variaciones son favorables a la vida, como la
destruyen; pero finalmente, la vida surge de todas partes. Así nuestras
fluctuaciones interiores son parte de nosotros mismos, bajo sus remolinos
subsiste un núcleo sólido: nuestra voluntad fundamental de ser de Dios y de
amar a los hermanos. A través de estas alternativas, nuestra vida espiritual
prosigue ya estimulada, ya embotada.

Depresión, decíamos, pero espiritual. Luego, un BAJON, un abatimiento, una
depresión nerviosa no bastan para constituir una “desolación espiritual”. Nuestro
tono espiritual no puede ser dañado por estos malestares. Inversamente, un
hastío espiritual aparece veces en un estado psicológico satisfactorio – aunque
hay que reconocer que las perturbaciones que nacen en un punto, repercutirán
frecuentemente en otros niveles -. En todo caso, no llega a ser espiritual, sino
cuando el dominio espiritual está alcanzado; cuando nuestras relaciones con
Dios, con nuestra fe, nuestra confianza en El, cuando nuestro amor por los
demás se hallan perturbados. Es entonces cuando la depresión desorienta
nuestro camino hacia Dios.

Nótese que esta “depresión espiritual” no es en sí misma una tentación, en el
sentido de la incitación a hacer el mal. Directamente ella no puede proponer
nada malo. Se podría decir que ella no es mi vida ni muerte; es una atmósfera
enervante, en la cual uno correría el riesgo de la asfixia si se dejara llevar.
Importa, pues, detectar su presencia y saber cómo reaccionar.
Con rostros múltiples La “desolación” es todo lo contrario de la “consolación”. La “consolación" nos
lleva a abrirnos a Dios y a los demás; nos eleva, ensancha nuestros horizontes,
da ánimo y deseo de gastarnos por el prójimo. La “desolación” es una caída a
tierra, una recaída sobre nosotros mismos; nuestras miras están entonces
perturbadas; tienden a hacerse estrechas, cortas; no más anhelos, no más
fervor en el don de sí mismo, una especie de atascamiento, de descorazonamiento que hace penosa la marcha. Todos los signos de la “consolación” deben ser invertidos: en vez de paz, turbación; en vez de alegría, tristeza ...

Felizmente no todos los elementos de una depresión se precipitan, a la vez,
sobre nuestra cabeza. Puede haber un cielo nublado y no una tormenta. Los
elementos de una “desolación” aparecen, a menudo, de una manera aislada, con
más o menos intensidad, o bien se asocian y refuerzan mutuamente. De todos
modos; cada uno basta para señalar que estamos en una zona, si no malsana, al
menos desfavorable, de la cual es mejor salir – sin trastornarse – si la depresión
dura más de lo que se quiera.

Dibujamos en algunos rasgos las formas de la “depresión espiritual”. Las
variedades son infinitas. De un día para otro, como el cielo cambiante, no
presenta la misma coloración.

OSCURIDAD: Ya no se sabe de que lado avanzar. ¿Dónde está lo mejor? ¿Qué
debo hacer? No hay respuesta. O bien la decisión que ayer, bien pensada,
aparecía incontestablemente buena, se halla hoy en día incierta. O aun, y más
dolorosamente, la verdad misma de nuestra fe, se ha oscurecido: las certezas,
como pájaros caídos, yacen muertas; la noche es completa.

TRISTEZA DEPRIMENTE: Su origen es, a menudo, inalcanzable, o
simplemente; banal: una separación, un asunto fallido, una torpeza cometida;
pero es el impulso inicial, la onda gana todo el ser, y quedó abatido, sin resorte,
indiferente ante Dios o los demás. O bien arrastró un mal humor difuso, y toda
melancolía que lacera la vida espiritual.

FASCINACIÓN DE LAS CERTEZAS SENSIBLES: Nuestros pensamientos
espirituales pierden su conciencia y su interés. Estamos sutilmente cautivados
por lo temporal; lo sensible se hace opaco, de manera que nuestras miras se

detienen en las cosas y en las personas, sin percibir la dimensión religiosa. La
fuerza del espíritu evangélico es menos captada, y una inclinación interior nos
lleva a no apoyarnos sino en las seguridades materiales y en los medios
humanos. Estamos inclinados a poner nuestras seguridades en las realidades
terrestres y tangibles, como el faraón en sus carros y en sus cabalgaduras. Así
se llega por esta pendiente a reducir la vida cristiana a valores culturales y
políticos. ¿Qué fue de la vitalidad de nuestra fe?

TURBACIONES E INQUIETUDES: De toda especie: escrúpulos, temores de no
elegir lo mejor, miedo irracional de hundirse en la tentación, ansiedades,
complicaciones indefinidas por preocuparnos de una humildad mal comprendida
..., etc.

SEQUEDAD DE CORAZON: En la oración o en el apostolado. La voluntad de vivir
para Dios permanece en el fondo del alma, pero todo sentimiento ha
desaparecido. Ya no hay ni calor ni deseo. Parece que ya no se sabe lo que es
amar a los demás. En nosotros una tierra árida. Una ausencia. Un vacío,
tranquilo, tal vez; pero en una “desolación” más intensa, una náusea de las
cosas espirituales, de la vida, de Dios mismo, hace subir en mí el deseo de no
saber otra cosa que llorar mi soledad.

PERDIDA DE CONFIANZA O DE ESPERANZA: Ya sean casos benignos en los que
ya no experimentamos el sostén de la presencia de Dios, o en que se insinúa
una duda sobre su bondad; ya sea casos más agudos en los cuales llegamos a
creernos separados de nuestro Creador y Señor, y tal vez en el paroxismo de la
desolación, a creernos rechazados por El, al borde de la desesperación, aun
cuando en lo más profundo del corazón permanezca una adhesión a Dios, como
una roca en la tempestad, que enceguecidos, no logramos tocar.
Oscuridad, tristeza, turbación, fascinación de lo terrestre, frialdad, indigencia, o
todo movimiento que venga a romper nuestra progresión, tal es la “desolación
espiritual”. Para resumir en algunas palabras los rasgos de ella: uno no sabe
dónde está, y no sabe dónde está el Señor.

Las numerosas lecciones

Pero, ¿por qué Dios, que nos encamina hacia El, permite estas depresiones
paralizantes, puesto que nada sucede sin que El lo sepa?

La verdad es que algunas acontecen por falta nuestra. Porque hemos sido
negligentes en rezar, en examinar nuestro caminar, en poder los sarmientos a fin
de que la vida crezca en nosotros. Nuestras disposiciones profundas se fortifican
por el ejercicio. Por falta de haber puesto en práctica nuestra fe y nuestro amor
ellas se han debilitado. La “desolación” nos da un aviso.-

En otros casos no ha habido falta de nuestra parte. La “desolación” ha podido
propagarse a partir de una causa ignorada o independiente de nuestra voluntad.
Y a menudo seremos llevados a tratar una depresión por medios físicos y
sicológicos junto con medios espirituales. Pero esta ausencia de responsabilidad
no hace sino agudizar el problema: ¿por qué esta “desolación”?
Observemos lo que resulta de la “desolación” cuando se quiere ser totalmente
fiel. Esta observación aportará algún elemento de respuesta.
La “desolación espiritual” nos pone a prueba: prueba nuestro valer y hasta
dónde podemos llegar en el amor y el servicio de Dios, cuando estamos privados
del apoyo del ardor y de la alegría. Cuando la corriente nos lleva, no es
necesario remar; pero cuando nos es contraria, hay que dar pruebas de energía.
Los tiempos agitados tiran a romper sobre nuestra fidelidad a Dios. Nos obligan
a reforzar la barca para no ceder. Nos urgen a dar prueba de fe pura, de amor
desinteresado. Y por este crecimiento de nuestra fidelidad y de un don de sí más
despojado, la “desolación” se vuelca a favor nuestro y a nuestra glorificación de
Dios.

Ella nos enseña, en fin, no ya en los libros, sino por experiencia, que nos es
posible hacer surgir a nuestro arbitrio un muy vivo amor del Señor, un gozo
verdaderamente espiritual: la “consolación” no está en nuestro poder. Así los
tiempos amargos nos hacen comprender cómo los períodos vivificantes, felices,
apacibles son más que todos los otros, tiempos de gracia. Ellos nos enseñan el
verdadero sentido de la “consolación” que es un don de Dios y que no nos es
concedida sino a título de MEDIO a fin de proseguir una obra más allá de lo
sensible. Lo experimentamos cada vez más: todo lo que nuestra tierra produce
de bueno, viene del Señor, aun nuestra fidelidad en la “desolación”. Así, los
tiempos desolados nos ayudan a descubrir mejor el Misterio del cual vivimos.

2. CONDUCTA QUE SE DEBE TENER
¿Cómo comportarnos en las depresiones espirituales, y en los tiempos
favorables, de modo que a través de los tiempos fuertes y débiles, montañas y
valles, prosigamos nuestra marcha en la fe? ¿Cómo adecuar nuestros
movimientos interiores para que nos dirijan del mejor modo hacia el Señor por
orientación desde el interior hacia nuestro fin?

A través de la “desolación” continuar el camino
En la “desolación espiritual” hay que observar un primer punto no hay que
cambiar nada de lo que hacíamos antes de que llegara la “depresión”. Pero,
¡atención! Es bien evidente que si la depresión se injerta en una fatiga física
habría que concederse más descanso; que si ella tomaba su fuente en una
perturbación síquica caracterizada, sería necesario, según el consejo del médico,

afrontar un cambio en el género de vida. Pero en condiciones físicas y síquicas
normales, hay que mantener la ruta espiritual que no se había trazado de
antemano.

Es de sabiduría elemental. Porque antes de la depresión estábamos, tranquilos,
lúcidos, a tono con el Señor y, por consiguiente, en buenas condiciones para
determinar nuestra línea de conducta. Ahora, en la perturbación, en la
oscuridad, el desaliento, las condiciones son desfavorables para reconocer
nuestro camino: los malos elementos manifiestan en nosotros su actividad; el
sentido de lo real se esfuma, la mirada de la fe se enturbia. Si modificamos
nuestra manera de actuar hay toda una nueva probabilidad para que la nueva
decisión sea trunca e inadaptada. Luego mantenerse con firmeza en las
determinaciones anteriores, conformes a los deseos de Dios.
Tender a la calma, a la objetividad

Pero si bien no hay nada que cambiar en lo que hacíamos, es preciso que
nosotros mismos nos cambiemos, o más bien, nuestro estado interior, tratando
de reabsorber la desolación. ¿Cómo? Permanentemente apaciguarse tanto como
sea posible; cultivar la calma, aún física, por los medios habituales; buscar la
relajación del cuerpo y del alma, hasta en el tiempo de oración; sentado, sin
decir otra palabra que se está ahí; abatido, que el Señor en su ministerio lo sabe
y basta.

En la calma, apenas esbozada, mirar objetivamente lo que nos sucede, como se
miraría el desarrollo de un film interior: somos nosotros todo esto, pero no lo
esencial de nosotros mismos; hacer una constatación de los hechos: el Señor
me deja ahí en el banco de la prueba y toda esta baraúnda en mí, este
trastorno, aparentemente trágico, es en el fondo bastante vano, puesto que no
llega a mi voluntad profunda. Conservar la perspectiva para no dejar
impresionar. ¡Feliz el que conserva el humor con respecto a sí mismo!
En la fe

Y, sobre todo, re-crear la confianza, pensando en las realidades sólidas de la Fe.
Ciertamente que no sentimos ninguna relación con Dios, pero sabemos que la
noche oculta su presencia. El nos permanece fiel. El que vino sabiendo que sería
crucificado: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Sentidos o
imperceptibles - ¡qué importa! – Su amor y su ayuda nos bastan. No solamente
para salvarnos del malo, sino para permitirnos, a pesar de la lasitud, el trabajar
todavía en hacerlo conocer.

Insistiendo en la oración Para disipar nuestro estado de inquietud y de hastío, ¿qué hacer aún? Hacer lo
contrario de lo que él nos inspira: REZAR. En una tan brusca ausencia de Dios,
estaríamos tentados de abandonar nuestra búsqueda a tientas. Al contrario, hay
que insistir, como la viuda del Evangelio importuna al juez para obtener la
audiencia. “Llamen, llamen, y se les abrirá”. Prolongar un minuto la oración más
bien que ceder ante el deseo de acortarla.

La oración pone en movimiento nuestra fe y nuestro deseo de Dios. Tal vez
nuestra inercia espiritual será removida con esto. En todo caso, nuestras fuerzas
habrán aumentado para aguantar, esperando que vuelva el fervor.
En la “desolación” estaríamos tentados de soltar la brida. Al contrario. Tenemos
que EXAMINAR la situación para ponerle remedio: ¿Cómo me dejé llevar por el
desaliento? ¿Conservo acaso la línea de conducta que me había propuesto
anteriormente? ¿Cuáles son mis debilidades, ¿Qué puntos son obstáculo al
regreso del vigor y de la alegría espirituales?, ¡Oh Señor, envía tu espíritu y la
alegría de la tierra será renovada! Volver regularmente al examen para quitar los
obstáculos y reabrir el paso .. En fin, sacudir nuestra pesadez espiritual con
alguna entrega a los demás, con alguna renuncia ofrecida a nuestro Creador y
Señor. Conocerlo a El, que no se deja vencer en liberalidad, sacrificándole algo
que amamos, sólo para expresarle nuestra preferencia. Encontrar la justa
medida de esta penitencia que reanime sin agobiar.

Establecerse en la paciencia A pesar de todos los esfuerzos, puede ser que la “desolación” persista más de lo que quisiéramos. No caigamos por esto en un desaliento, que sería pero que lo
primero. Repitámonos tranquilamente: ¡Paciencia!, ya pasará. Nuestras
inquietudes serán atenuadas con esto. ¡Paciencia!, las situaciones más
desesperadas tienen una salida espiritual, todas ella se resuelven cerca de Dios.
Pero esta escapada hacia Dios hay que descubrirla pacientemente. Porque Dios
nos conduce por caminos de los que ni siquiera hubiéramos querido oír hablar, y
que, desde el momento en que aceptamos pasar por ellos, resultan ser los
verdaderos y únicos caminos de nuestra liberación. ¡Paciencia!, llega el tiempo
cercano o lejano, en que el Señor nos dirá, y me ven, porque el invierno ha
pasado, la lluvia ha terminado, las flores han aparecido, el tiempo del cantar ha
llegado y la voz de la tórtola se ha hecho oír en el país”.

3. EN LA CONSOLACIÓN

Consolidar y prever En el entusiasmo de la “consolación” no precipitarse a tomar decisiones o a
hacer promesas a Dios. Sino tomar su tiempo, examinar y, si es necesario, pedir
consejo.

En estos períodos de gracia constatar hasta qué punto la fe realmente vivida,
nos transforma. Atentos a esta experiencia de la vida con Dios, habremos sido
consolidados. Establezcamos recta y solidariamente nuestra vida espiritual, y
para no ser sorprendidos en adelante, desprovistos, preveamos la conducta que
habremos de tener cuando vengan los tiempos desolados. Reconocer los
beneficios que Dios nos concede en este tiempo de abundancia, a fin de
recordarlos en los días de escasez, como Israel en el desierto se acordaba de la
salida de Egipto.

No gloriarse Los períodos en que todo va bien, especialmente presenta el riesgo de
enorgullecernos; nos atribuimos la facilidad que teníamos entonces. Podemos
tener la tendencia a juzgarnos admirables y a creer que habíamos llegado a la
perfección. Para poner las cosas en sus justas proporciones, nos basta recordar
la triste figura que hacíamos cuando había que sufrir solos en las desolaciones
precedentes.

¿Tenemos tendencia a gloriarnos? Hagamos un llamado a la humildad, viendo lo
poco que podemos por nosotros mismos. ¿Tenemos tendencia, al contrario, a
desesperar por nuestra mediocridad? Pensemos en lo que Dios ha puesto de
bueno en nosotros, y en lo que nos ha dado a realizar por amor a los demás, y
agradezcámosle sus dones. Así, rectificando las desviaciones por un movimiento
contrario, a fin de quedarnos en el justo medio, aseguraremos el equilibrio de
nuestra marcha.

Dos hitos en nuestra marcha.

Dos hitos nos ayudarán a verificar la justeza de nuestra marcha en su conjunto:
si la vida espiritual, a lo largo de los años no favorece en nosotros el SENTIDO
DE LO REAL y el CRECIMIENTO DE NUESTRA LIBERTAD
INTERIOR
, está
conducida equivocadamente. Porque es normal que en una vida más íntima con
nuestro Creador y Señor las criaturas tomen más consistencia a nuestros ojos;
que las personas y las cosas adquieran para nosotros una densidad de
existencia; es normal que el color de un follaje, el grano de una piedra, los
rasgos de un rostro, la singularidad de cada persona nos lleguen a ser más
significativos. Nada en esta percepción de lo real es incompatible con un
desprendimiento radical. Si nuestra vida espiritual no guarda este contacto con
lo real, pierde su equilibrio.

De igual modo, si la vida espiritual, en lugar de encaminarse hacia nuestra
madurez, contribuyera a mantenernos en un infantilismo psicológico bajo un
forma u otra, no contribuiría en el sentido de Dios. La larga y lenta búsqueda de
Dios, debe ayudarnos normalmente a desasirnos de nuestros temores religiosos,
y tanto como se pueda, de nuestras trabas sicológicas. Haciéndonos poco a poco
a semejanza de Dios, ella debe hacernos también progresivamente más
verdaderos y más libres en medio de los hombres.

Sigue.......

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