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miércoles, 12 de octubre de 2011

En la fiesta de la Virgen del Pilar

 

 



Cuando el pequeño Tomás cumplió nueve años, su familia, los señores de Aquino, confiaron su educación a los frailes de Montecasino. Tomás pasó a vivir en el Monasterio. Cuentan que una noche se desató una impresionante tormenta. El monje que tenía el niño a su cuidado se acercó al dormitorio del pequeño temiendo que se asustase. Con sorpresa descubrió que no estaba allí. Le buscó en vano por todo el convento. Al final lo encontró en la iglesia, acurrucado al lado del Sagrario, abrazándolo.
• ¿Qué haces aquí? ­le preguntó el fraile.

• Tenía mucho miedo por la tormenta. Y como Jesús calmaba las tempestades, me vine a estar con Él. El fraile sonrió emocionado.

En santo Tomás de Aquino el cariño y el afán de estar cerca del Señor en la Eucaristía fue en aumento a lo largo de toda su vida: Porque Tú eres, Señor, mi fortaleza.

Hoy es el Pilar, una fiesta de la Virgen con una honda tradición en España, que nos habla también de la fortaleza del Pilar. Y me ha venido la idea de que ese pilar espiritual es, muy especialmente hoy día, precisamente el tono humano, ese conjunto de virtudes humanas que tan profundamente configuran nuestro carácter. Y es que, si queremos ser santos no podemos descuidar este fundamento: el edificio de la santidad se construye sobre las virtudes humanas: la gracia presupone la naturaleza. La personalidad del santo comienza a construirse en el hogar, en el colegio, en el trabajo, en las relaciones de amistad, en las diversas situaciones de la vida diaria. Se necesita, especialmente en estos momentos, conducirse siempre con nobleza y rectitud, porque empieza a ser experiencia bastante común que ante los múltiples reclamos que no llenan el corazón, las personas buenas terminan por buscar algo que merezca realmente la pena.

Este afán por cultivar las virtudes humanas hará que se respire, como dice san Pablo, el buen aroma de Cristo, ese “tono humano” cordial y respetuoso en las relaciones con los demás. Estimulémoslo en nuestra familia, en el trabajo, en el entretenimiento y el deporte, en el descanso, aunque tengamos que ir contracorriente a veces. Hoy se alza imperiosa la necesidad de cuidar el tono humano y de promoverlo a nuestro alrededor. Con frecuencia, en la familia y en la sociedad se descuidan esas manifestaciones de respeto mutuo en el modo de vestir, en los temas de conversación. Urge la promoción de un espíritu de servicio alegre, dentro del hogar, en la escuela, en la universidad, en los lugares de diversión o descanso. Muy especialmente cuidar el nivel cultural, adecuándolo a las circunstancias de cada uno, en función de los estudios realizados, del ambiente social, de los gustos y aficiones personales.
Muchas chicas y muchos chicos jóvenes —decía Juan Pablo II en una ocasión— «son exigentes en lo que atañe al sentido y al modelo de su vida y desean librarse de la confusión religiosa y moral. Ayudadles en esta empresa. En efecto, las nuevas generaciones están abiertas y son sensibles a los valores religiosos, aunque a veces sea de modo inconsciente. Intuyen que el relativismo religioso y moral no da la felicidad y que la libertad sin la verdad es vana e ilusoria» (Juan Pablo II, Discurso 18-XI-1999).

María nos enseña también que la unión con Dios, la vida sobrenatural, comporta siempre la práctica atractiva de las virtudes humanas: María lleva la alegría al hogar de su prima, porque “lleva” a Cristo (cfr. Surco 566)

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