"Cada día tiene bastante con su propio mal."
(Mt. 6, 34)
No pensamos en la preocupación como una
"resaca espiritual”, pero lo es.
La preocupación es el resultado de una falta de confianza
en el cuidado y la providencia de Dios.
Algunas almas están en un estado de preocupación perpetua. Viven en una clase de frustración que nunca es aliviada.
Hay oscuridad en mañana y el momento presente es vivido en la sombra de ayer.
Sus vidas enteras se agotan entre el crepúsculo y la media noche; porque nunca ven el alba de nuevos horizontes o el sol luminoso del amor y la providencia de Dios.
Este "estado" de preocupación es sobre el que Jesús nos advirtió.
Cuando pensamos
en alguien que tiene una "resaca", nuestras mentes describen
inmediatamente a alguien que está pagando cara su excesiva permisividad con el
alcohol.
La pena por este
exceso es: dolor de cabeza, dolor de estómago y un sentimiento general de miseria.
El cuerpo ha dado una advertencia al individuo — una experiencia corporal de un
problema emocional. La falta de autodominio del alma ha influido tanto en las
funciones corporales que la muerte parece inminente.
Cualquier forma
de exceso hace aparecer en el cuerpo señales de destrucción. Fumar demasiado
produce cáncer pulmonar.
la lujuria produce enfermedades venéreas, el exceso en
la comida debilita el corazón, la bebida causa cirrosis hepática, las drogas
producen enfermedades mentales y emocionales. Son tan importantes que son
visibles y claras.
Esto es una
bendición porque tanto la causa como el efecto pueden ser usados por el alma.
El exceso puede ser controlado por una vida virtuosa y los efectos de
enfermedad pueden curarse con ayuda médica.
El alma se da cuenta de sus
debilidades y falta de autodominio por la ruptura de las funciones corporales.
La auto-conservación y el egoísmo permiten al alma practicar el autodominio que
ni Dios ni el prójimo habían logrado para ella.
De este modo,
existe un tipo de "válvula de seguridad” para algunas debilidades. Cuando
nuestras debilidades afectan a la salud y a la amistad, somos mucho más
conscientes de su existencia.
Esto no siempre
es verdad con otras debilidades. Quizás esto es así porque creemos que no
siempre estamos tratando con faltas, debilidades o inclinaciones sino más bien
con la influencia que la gente y los hechos tienen sobre nosotros.
Culpando de
nuestras reacciones a las personas o a las circunstancias, hacemos que
cualquier actitud anticristiana que adoptemos parezca justificada. Es en este
estado de justificación de la mente cuando alimentamos y nutrimos nuestros
resentimientos, cólera, odio, pesar y culpa.
Todo parece tan
correcto que nunca conseguimos desembarazarnos del fango del mal. Nuestras
mentes, como discos rallados, repiten, refunden y reviven las heridas, los
momentos de enfado y las desilusiones.
Si esta actitud continúa durante días y
los días se convierten en años, podemos estar seguros de que estamos
consintiendo una mala actitud.
El lujo de albergar un resentimiento nos ha
costado caro, porque experimentamos una “resaca espiritual”. Estamos
permitiendo algo que perturba nuestras almas, por la resaca, durante meses o
años y nos destruye.
Es esta
autocomplacencia la causa de nuestras resacas espirituales. Un alma que
deliberadamente se refugia en malos sentimientos experimentará pronto una
"resaca". San Pablo dijo a los Gálatas, que el odio, discordias,
envidia, celos, mal genio y riñas estaban clasificados como los mismos vicios.
Aquéllos que encuentran placer en estas tendencias y continúan alimentándolas
en sus almas, vivirán con una “resaca” perpetua.
Sin embargo, hay
otros tipos de “resacas”. Éstas son diferentes de las anteriores; son el efecto
de las imperfecciones, los estallidos súbitos, los actos de impaciencia y
palabras indiscretas.
Tras permitir estas faltas, un alma ferviente, mira
atrás, hace un acto de arrepentimiento y amor y sigue adelante como si nada
hubiese pasado. Sin embargo, el alma que tiende a permitir la autocompasión,
mira atrás, se arrepiente; pero no olvida lo ocurrido.
El remordimiento
y el pesar comienzan a roer al alma.
El desaliento y la tristeza toman posesión
de este templo de Dios y, aunque el Espíritu no ha dejado el alma porque no se
ha cometido un pecado grave.
El trabajo del Espíritu se frena por esta “resaca
espiritual”. El Espíritu espera hasta que el alma olvida sus sentimientos y
puede volver a escucharle.
Jesús sabía que
necesitamos librarnos de estos efectos a largo plazo. Parecía estar más
interesado en el efecto que las personas y las cosas tienen sobre nuestras
almas, que en la justicia o injusticia de las situaciones.
Es por lo que dijo,
"en cuanto a la aprobación humana, esto no significa nada para mí".
(Jn. 5. 41)
Es por lo que
nos dijo que nos alegráramos cuando fuéramos perseguimos e insultados por Su
causa (Mt. 5, 11-12) y que temiéramos cuando "los hombres pensaran bien de
nosotros." (Lc 6, 26).
¿Cuál es nuestra
situación actual que actúa en nosotros en lugar de para nosotros?
¿Es el vecino
en quien no confiamos, el pariente con un carácter difícil, el trabajo más allá
de nuestra fuerza empujándonos hacia abajo o levantándonos a elevadas alturas?
¿Nuestras emociones nos controlan o las controlamos?
¿Es nuestro presente el
cielo o el infierno?
Dios permite el
momento presente y Él está en este momento de dificultades.
Debemos asegurarnos
de no permitir que este momento sea tierra abonada para largos enfados,
resentimientos, pesares y culpa.
Éstas son las "resacas espirituales” por
consentir nuestras debilidades, nuestra falta de amor,
nuestra mezquindad y
nuestro orgullo.
Debemos ver lo
que Jesús nos dijo que hiciéramos y así no emborracharnos con ellas y no sufrir
el daño incalculable de "resacas espirituales” de amargura y resentimiento.
Veamos lo que Jesús nos dijo que hiciéramos para evitar el desenfreno presente
y sufrir una "resaca espiritual”.
"No se
ponga el sol sobre vuestro enfado ni deis
ocasión al diablo” (Ef. 4, 27).
No pensamos a
menudo en que damos “ocasión” al enemigo solo por un enfado, pero el pasaje de
la escritura no nos dice que un arranque momentáneo de cólera sea la
"ocasión”. No, es permitiendo que el enfado se asiente en nuestro corazón,
memoria y mente hasta y después de la puesta del sol, cuando permitimos al
enemigo tener una “ocasión”.
Cuando el enfado
"permanece” durante horas, días, meses y años, podemos estar seguros que
le hemos dado una ocasión al enemigo.
La razón de esta ocasión es que sentimos
que nuestro enfado está justificado y que tenemos derecho de expresarnos de un
modo airado.
Esto puede o no puede ser verdad, pero una cosa es cierta, el
continuo embrollo sobre el incidente, el adorno de cada detalle y el
sentimiento de fariseísmo, afectan al alma y hace de ella una nave de
resentimiento aborrecible.
¿Cuál es la
chispa que prende este fuego en el alma?
¿Estamos tratando de justificar
nuestro enfado?
¿Nos deleitamos en sentirnos superiores?
¿Qué hace a nuestras
almas vivir y revivir el pasado?
¿Qué nos mantiene en este estado de perpetua
agitación?
¿No es una falta de perdón en nuestros corazones — perdón a otros y
a nosotros mismos?
Escogemos, diseccionamos, analizamos y escrutamos cada
ofensa para justificar nuestra cólera y hacemos del ofensor un alma
irredimible.
Sea la ofensa real o imaginaria, consecuencia de otros hechos o
por el temperamento hipersensible del otro, el remedio es el mismo — perdonar —
y dejar al ofensor, al ofendido y la situación en el Corazón de Jesús.
San Pablo
comprendió la importancia de esto cuando dijo a los Colosenses, "...
soportándoos unos a otros, y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja
contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros.”(Col 3, 13)
Estamos para ver en cada ocasión la oportunidad de imitar a Dios — para
manifestar misericordia y compasión.
Sin embargo, la imitación de Dios está a
menudo lejos de nuestras mentes. Exigimos la restitución, disculpas, reparación
y justicia. Esto no es lo peor.
Continuamos
atormentando nuestras almas, reviviendo situaciones tensas y proyectando situaciones
similares en el futuro.
Creamos en nuestra alma un estado de constante
perturbación. Cada faceta de la vida diaria se ve a través de la niebla de esta
"resaca espiritual”.
Tenemos visión doble porque sólo vemos el momento
presente de un modo desproporcionado sin luz
para discernir la Voluntad de
Dios.
El requerimiento
más pequeño de sacrificio se convierte en intolerable, de la misma manera que
el ruido más leve resuena en la cabeza de un borracho.
La incapacidad para
permitir una desilusión, una herida, una ofensa o un insulto, corroe al alma
hasta desorientarla y desconcertarla. El luminoso y brillante “momento
presente" queda anulado por la niebla de ayer y la oscuridad de mañana.
Jesús quiere que
le confiemos el cuidado de todos
nuestros ayeres y mañanas.
Busca almas que
están deseosas de ver al Padre en cada acontecimiento y que dejen que Él lo
resuelva, justifique, corrija o enderece.
No es fácil, pero es tranquilizador
porque estaremos dando buenos frutos. Dios está dando frutos dentro de nosotros
y nosotros habremos dado testimonio a nuestro prójimo de
que Jesús vive en
nosotros.
Cuando
reaccionamos frente al enfado del otro con amabilidad, hemos mirado el defecto
de esa persona con compasión, comprendiéndola, y no juzgando.
El que comete una
falta está hambriento de algo — hambriento de la palabra y el poder de Dios
para cambiarlo. Ser manso en ese momento es dar a esa alma el alimento de Jesús
— es manifestar a Jesús y alimentar esa alma con comida espiritual. El poder
del ejemplo hace cambiar y produce frutos en otros. Les da una visión de los
atributos de Dios — una muestra de las cosas buenas por venir.
"No os
preocupe el mañana: mañana cuidará de sí mismo.
Cada día tiene bastante con su
propio mal." (Mt. 6, 34)
No pensamos en
la preocupación como una "resaca espiritual”, pero lo es.
La preocupación
es el resultado de una falta de confianza
en el cuidado y la providencia de
Dios.
Algunas almas están en un estado de preocupación perpetua. Viven en una
clase de frustración que nunca es aliviada.
Hay oscuridad en
mañana y el momento presente es vivido en la sombra de ayer. Sus vidas enteras
se agotan entre el crepúsculo y la media noche; porque nunca ven el alba de
nuevos horizontes o el sol luminoso del amor y la providencia de Dios. Este
"estado" de preocupación es sobre el que Jesús nos advirtió.
El momento
actual contiene a Dios para darnos paz, sufrimientos que fortalecen el valor,
demandas que nos hacen virtuosos y la alegría de evitar malas situaciones.
Nuestra confianza en Dios debe alcanzar
fases heroicas si estamos para ser
santos.
El heroísmo es
la fidelidad constante a nuestro estado en la vida. Buscar a Jesús en dónde
estamos y en lo que está pasando, es esforzarse por la santidad.
Nos
convertimos, a través de la Gracia, en lo que Jesús
es por naturaleza, en hijos
de Dios.
Somos fieles porque Él siempre está en medio de todo. Él sólo espera
para preguntarnos si puede darse a nosotros. Él desea que lo hagamos nuestro,
para ejercer nuestros talentos, para verlo en todo y en todos.
Él no está
disgustado con nuestros planes para mañana o porque utilizamos los errores de
ayer en beneficio nuestro.
Sin embargo, nos privamos de la gracia y de la
gloria de Dios cuando vivimos en el miedo al mañana. Este bendito conocimiento
de Su presencia y la comprensión del poder de Su gracia, nos permitirá vivir
para hoy, sin el miedo al futuro o la atadura del pasado.
Su amor y cuidado de
nosotros son más profundos que el océano y mayores que el universo. Él cuenta
los cabellos que caen de nuestra cabeza. Él mide la duración de nuestra vida.
Su amor por los pobres pecadores le llevó a tomar sobre Él la humillación de
nuestra naturaleza humana.
Un Dios que hace
tanto por un pecador tendrá cuidado ciertamente de cada mañana.
"¿Por qué
os turbáis, y por qué se suscitan dudas
en vuestro corazón?" (Lc 24, 38)
¿Hay alguien que
no se pusiera del lado de los Apóstoles después de la resurrección?
Habían
visto sus esperanzas aparentemente tiradas por tierra. Aquel a quien amaron y
en cuyo poder creyeron, había sucumbido de repente a la debilidad.
¿Dónde iban
a ir?
¿Qué iban a hacer?
Sí, ellos le vieron curar a
los ciegos y resucitar a los muertos. Vieron Su poder; pero ¿cómo puede ser
posible, para un hombre muerto, resucitarse a sí mismo? Ellos le oyeron decir
que resucitaría; pero ¿quién entendió tal misterio? El horror de los últimos
días les dio ciertamente una excusa para la agitación, pero Jesús no pensaba
así
— les
preguntaron "por qué" esta agitación —
¿por qué cuestionaban Sus
revelaciones?
Jesús no habría
encontrado reparo en su compasión sobre Sus sufrimientos, su realización del
horror de pecado o su arrepentimiento por el fracaso de apoyarlo en Su hora de
necesidad. Pero estos no eran obviamente sus sentimientos.
Estaban enfadados —
enfadados con los Fariseos, con la muchedumbre, con ellos y con Jesús.
No entendían por
qué Él permitió que todo ocurriera.
Dudaron de Su poder, Su amor y Su
Divinidad. Estaban llenos de "resacas espirituales”. Cayeron en la
cobardía, encontraban difícil de aceptar el reino espiritual que Él predicó.
No
oraron para no caer en la tentación. El efecto de este tipo de complacencia fue
la ansiedad, el desasosiego y las dudas. El manto del miedo cayó sobre ellos y
cuanto más intentaban quitárselo más aumentaba su tensión.
La aparición de
Jesús en medio de ellos sólo había agregado confusión, porque pensaron que Él
era un fantasma. La pregunta que Jesús les hizo, les conmocionó tanto que no
podían responder. Estaban convencidos de que tenían todas las razones para
lamentarse, preocuparse y afligirse.
Él les había
dado bastantes gracias y habían visto pruebas suficientes de Su Divinidad, como
para no cuestionar el camino que Él escogió para redimir a la humanidad.
Él
esperó que confiaran en Su Sabiduría, para ver al Padre en cada acontecimiento,
para amar la Voluntad del Padre más que ellos mismos, sus ideales y su propio
bien.
Él vino para
cumplir esa voluntad. Les dijo muchas veces que el cumplimiento de esa voluntad
les haría formar parte de la familia de Dios.
¿Por qué continuaron dudando?
Quizás nosotros debemos hacernos la misma pregunta.
Si creemos en Su
Amor, Su Redención, Su Resurrección, Su Espíritu y Su Providencia,
¿por qué nos
rebelamos, nos preguntamos y dudamos?
¿Por qué vivimos en un estado de
confusión y miedo?
¿Por qué no permitimos a Dios tomar todas las ruinas de
nuestro ayer, enterrarlas en Su Corazón y verlas resucitar para darnos alegría,
mérito, paz y humildad?
Estemos contentos con el hecho de que Él saca el bien
de todo porque nos ama. No permitamos poner la Cruz del ayer sobre el hoy,
porque Jesús nos asegura, "Cada día tiene bastante con su mal." (Mt
6, 34)
Quizás la
principal causa de todas nuestras "Escases espiritual” sea nuestra
incapacidad para levantarnos inmediatamente después de una caída y nuestra
tendencia a reaccionar ante las situaciones en lugar de responder.
¡Debemos
empezar a ver el trabajo del Espíritu en nuestras vidas en lugar de ver los
instrumentos que Él usa para transformarnos!
En cada momento, en la vida de
cada día, el Espíritu usa, permite, ordena, coloca y reestructura las
circunstancias, las personas, el trabajo y cada faceta de nuestras vidas para
purificarnos y santificarnos.
Si necesitamos paciencia, se presentarán
situaciones
para la impaciencia.
Si tenemos
temperamento, Él nos dará muchas oportunidades de ser manso. En todo podemos
decir "Es el Señor." Cuando caemos, es Él quién inspira el
arrepentimiento profundo en nuestras almas.
Debemos ver Su Presencia en nuestro
arrepentimiento, reconciliarnos con Dios y entonces seguir viviendo en ese
Inmenso Amor.
Viendo la mano
de Dios actuando por el bien de nuestras almas en el momento presente,
responderemos a este momento con amor y humildad.
Podremos controlar nuestras
reacciones emocionales y prevenir muchas "resacas espirituales”. Cuando
caigamos, levantémonos inmediatamente, convirtamos la situación en un bien
espiritual para nosotros, arrepintámonos con amor y sigamos adelante con
confianza en Su Misericordia y Bondad.
Recordemos que si vemos al Espíritu
trabajando en nuestras almas en el momento presente, responderemos con amor;
pero, si sólo nos miramos a nosotros, reaccionaremos con emociones
incontroladas.
Remedios sugeridos para las Resacas Espirituales
Fíjese más en la acción del
Espíritu en el momento presente.
Convierta en hábito el ver lo que el Espíritu está
haciendo por usted en las situaciones de la vida.
Mírese objetivamente, reciba el auto-conocimiento con
gratitud. Bendiga a aquéllos que hacen que se manifiesten sus defectos. Es
realmente el Espíritu mostrándole áreas en su alma que no son como Jesús.
Después de una caída, levántese arrepentido y siga con
amor.
Ejercite la Fe, viendo al Espíritu que lo hace santo, la
Esperanza, comprendiendo que Él sacará el bien de todo, y la Caridad,
respondiendo con una unión de Voluntades —la de Él y la suya.
Intente comprender que la vida y todo lo que ocurre
durante este corto espacio de tiempo, es permitido para transformarnos en la
imagen de Jesús.
Cada momento de ese tiempo nos da la oportunidad de cambiar,
transformarnos y brillar luminosos.
La claridad de la luz que irradie de
nosotros será determinada
por nuestra respuesta al momento presente y
nuestra
unión de voluntades.
Si Su Palabra vive en nosotros y nosotros
nos esforzamos en perseverar siguiendo
esa Palabra, Su Espíritu santificará
nuestros
esfuerzos.
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