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Cuanto más y mejor entiendes, tanto
más gravemente serás juzgado si no vivieres santamente.
Por eso no te
ensalces por alguna de las artes o ciencias; mas teme del conocimiento que de
ella se te ha dado. Si te parece que sabes mucho y entiendes muy bien, ten por
cierto que es mucho más lo que ignoras.
No quieras saber cosas altas (Ron., 11, 21); mas confiesa tu
ignorancia. ¿Por qué te quieres tener en más que otro, hallándose
muchos más doctos y sabios en la Ley que tú?
Si quieres saber y aprender algo
provechosamente,
desea que no te conozcan ni te estimen.
LA PRUDENCIA EN LAS
ACCIONES
No se debe dar crédito a cualquier palabra ni a
cualquier espíritu; mas con prudencia y espacio se deben, según Dios, examinar
las cosas. ¡Oh dolor! Muchas
veces se cree y se dice más fácilmente del prójimo el mal que el bien ¡Tan
flacos somos! Mas los varones perfectos no creen de ligero cualquier cosa que
les cuentan, porque saben ser la flaqueza humana presta al mal y muy Deleznable en las palabras.
Gran sabiduría es no ser el hombre inconsiderado en lo
que ha de hacer, ni porfiado en su propio sentir.
A esta sabiduría
también pertenece no creer a cualesquiera palabras de hombres, ni decir luego a
los otros lo que oye o cree. Toma consejo del hombre sabio y de buena
conciencia; y apetece más ser enseñado de otro mejor, que seguir tu parecer. La
buena vida hace al hombre sabio, según Dios, y experimentado en muchas cosas.
Cuanto alguno fuere más humilde en sí y más sujeto a Dios, tanto será más sabio
y sosegado en todo.
LAS SANTAS ESCRITURAS
En las Santas Escrituras se debe buscar
la verdad, no la elocuencia. Toda la Escritura. santa se debe leer con el
espíritu que se hizo. Más debemos buscar el provecho en la Escritura que no la sutileza
de palabras.
De
tan buena gana debemos leer los libros sencillos y devotos como los
sublimes y profundos. No te
mueva la autoridad del que escribe si es de pequeña o grande ciencia; mas
convídete a leer el amor de la pura verdad. No mires quién lo ha dicho, mas
atiende qué tal es lo que se dijo. Los hombres pasan; mas la verdad del Señor permanece para
siempre (Salmo ll6, 2).
De diversas maneras nos habla Dios
sin acepción de personas. Nuestra curiosidad nos impide muchas
veces el provecho que se saca en leer las escrituras, cuando queremos entender
y escudriñar lo que llanamente se debía pasar. Si quieres aprovechar, lee con
humildad fiel y sencillamente, y nunca desees nombre de letrado. Pregunta de buena voluntad y oye
callado las
palabras de los
Santos; y no te desagraden las sentencias de los viejos, porque no las dice)
sin causa.
DESEOS DESORDENADOS
Cuantas veces desea el hombre desordenadamente alguna
cosa, luego pierde el sosiego. El soberbio y el avariento nunca están quietos;
el pobre y el humilde de espíritu viven en mucha paz. El hombre que no es
perfectamente mortificado en sí, presto es tentado y vencido de cosas pequeñas
y viles.
El flaco de espíritu
y que aún está inclinado a lo animal y sensible, con dificultad se puede
abstraer totalmente de los deseos terrenos.
Y cuando se abstiene recibe muchas
veces tristeza, y se enoja presto si alguno le contradice.
Pero si alcanza
lo que desea, siente luego pesadumbre por el remordimiento de la conciencia; porque
siguió a su apetito, el cual nada aprovecha, para alcanzar la paz que busca.
En resistir, pues, a las pasiones se
halla la, verdadera paz del corazón, y no en seguirlas.
No hay, pues,
paz en el corazón del hombre carnal, ni del que se entrega a lo exterior, sino
en el que es fervoroso y espiritual.
SE HA DE HUIR LA VANA ESPERANZA Y LA SOBERBIA
Vano es el que pone su esperanza en
los hombres o en las criaturas. No te avergüences de servir a otros por
amor a Jesucristo y parecer pobre en este siglo.
No confíes de ti mismo, sino pon tu
esperanza en Dios. Haz lo que puedas, y Dios favorecerá tu buena
voluntad. No confíes en tu ciencia ni en la astucia d ningún viviente, sino en
la gracia de Dios que ayuda a los humildes y abate a los presumidos.
Si tienes riquezas, no te gloríes en ellas ni en los
amigos, aunque sean poderosos, síno en Dios, que todo lo da, y, sobre todo,
desea darse a Sí mismo. No te ensalces por la gallardía y hermosura del cuerpo, que con pequeña enfermedad
destruye y afea. No te
engrías de tu habilidad o ingenio, no sea que
desagrades a Dios, de quien es todo bien natural que tuvieres.
No te estimes por mejor que otros, porque no seas
quizá tenido por peor delante de Díos, que sabe lo que
hay en el hombre. No te ensoberbezcas de tus buenas obras, porque de otra
manera son los juicios
de Dios que los de los hombres, y a El muchas veces desagrada lo que a ellos
contenta. Si tuvieres
algo bueno, piensa que son mejores los otros, porque así conservas la humildad.
No te daña si te pusieres
debajo de todos; mas es muy dañoso si te antepones a sólo uno. Continua paz
tiene el humilde; mas
en el corazón del soberbio hay emulación y saña frecuente.
EVITAR LA MUCHA
FAMILIARIDAD
No descubras tu corazón a cualquiera (Eccl., 8, 22), mas
comunica tus cosas con el sabio y temeroso de Dios.
Con los jóvenes y extraños conversa
poco. Con los ricos no seas lisonjero, ni estés de buena gana delante de los
grandes. Acompáñate con los humildes y sencillos y con los devotos y bien acostumbrados,
y trata con ellos cosas de edificación: No tengas familiaridad con ninguna
mujer más en general encomienda a Dios todas las buenas. Desea ser familiar a
sólo Dios y a sus. Ángeles, y huye de ser conocido de los hombres.
Justo es tener caridad con todos;
pero no conviene la familiaridad. Algunas veces sucede que la persona no
conocida resplandece por la buena fama; pero su presencia suele parecer mucho
menos.
Todos los hombres, naturalmente, desean saber; mas ¿qué
aprovecha la ciencia, sin el temor de Dios? Por cierto, mejor es el rústico
humilde que a Dios sirve, que el soberbio filósofo que, dejando de conocerse,
considera el curso del cielo. El que bien se conoce, tiénese por vil, y no se deleita en alabanzas humanas.
Si yo
supiera cuanto hay en el mundo y no estuviera en caridad, ¿Qué me aprovecharía
delante de Dios, que me juzgará según mis obras?
No tengas deseo demasiado de saber,
porque en ello se halla grande estorbo y engaño. Los letrados
gustan de ser vistos y tenidos por tales.
Muchas cosas hay que, el saberlas,
poco o nada aprovecha al alma; y muy loco es el que en otras cosas entiende,
sino en las que tocan a la salvación. Las muchas palabras no hartan el alma;
mas la buena vida le da refrigerio, y la pura, conciencia causa gran confianza
en Dios.
Cuanto más y mejor entiendes, tanto
más gravemente serás juzgado
si no vivieres santamente.
Por eso no te
ensalces por alguna de las artes o ciencias; mas teme del conocimiento que de
ella se te ha dado. Si te parece que sabes mucho y entiendes muy bien, ten por
cierto que es mucho más lo que ignoras. No quieras saber cosas altas
(Ron., 11, 21); mas confiesa tu
ignorancia. ¿Por qué te quieres tener en más que otro, hallándose
muchos más doctos y sabios en la Ley que tú? Si quieres
saber y aprender algo
provechosamente, desea que no te conozcan ni te estimen.
EI verdadero conocimiento y
desprecio de sí mismo es altísima y doctísima lección. Gran sabiduría y
perfección es sentir siempre bien y grandes cosas de otros, y tenerse y
reputarse en nada. Si vieres a alguno pecar públicamente o cometer culpas
graves, no te debes juzgar por mejor, porque no sabes cuánto podrás perseverar
en el bien. Todos somos
flacos; mas tú a nadie tengas
por más flaco que a ti.
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