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miércoles, 18 de julio de 2012

Dios tiene toda nuestra vida en la palma de Sus Manos — podemos descansar seguros en nuestro Pasado, Presente y Futuro porque Él nos Ama.



"Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía."

 (Jer 1, 5)

Nuestras mentes no pueden comprender cuán especial es cada alma para Dios. 
No entendemos la dignidad de ser elegidos por su Bondad para vivir, pensar, conocer, ver y amar.

No somos por casualidad,

Hemos sido elegidos por Dios para existir. 

Antes de que el tiempo comenzara, Dios nos escogió a cada uno y esta elección fue deliberada. Dios vio a todos los posibles seres humanos que podría crear a lo largo de la historia del mundo. Sobre los posibles billones de seres humanos que pudieran existir en la mente de Dios — su Ojo se fijó en cada uno de nosotros y entonces se detuvo y dijo," Tú serás." Vio a todos los que podrían haber sido y decidió que no serían. Su providencia nos puso en un tiempo y estado de vida que pudiera extraer nuestro mayor potencial.

Nos dio a cada uno talentos especiales, dones y virtudes naturales, destinados todos ellos hacia un conocimiento más profundo de Él mismo. Incluso aquéllos cuyas circunstancias les impiden conocerlo directamente, poseen una convicción profunda de Su existencia y providencia.

Nos colocó a cada uno un sistema de radar interno que nos advierte del peligro y nos garantiza intuitivamente Su cuidado, para que nunca estemos alejados de Él y no nos privemos del conocimiento de Su existencia.

La Mano que nos formó a cada uno dejó Su impronta en nuestras mentes y almas, porque Él nos hizo a Su propia imagen. El alma que Él insufló sobre esta obra de Sus Manos —nuestro cuerpo— fue grabado con algo de Su amor — Su poder creativo — Su fuerza.

Nosotros reflejamos Su eternidad, una vez que Su voluntad nos llamó de la nada, nos convertimos en inmortales — nuestra alma nunca morirá.

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"Yahveh desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre." (Is. 49, 1)

Leemos en el Evangelio de S. Juan que, cuando Jesús se apareció a María Magdalena, ella pensó que era el jardinero. Su mente no estaba lista para la Resurrección y entonces oyó su nombre—" ¡María!" ¿Fue el tono de voz lo que le hizo reconocer a Jesús o fue porque el Dios-hombre lo pronunció? ¿Quizá tenía la resonante cualidad del eco lo que llegó a sus oídos? Ese nombre fue pronunciado por Dios antes de que ella naciera —antes que comenzara el tiempo. A su sonido despertó una criatura, primero salió de la nada, después salió del pecado y ahora salió de la tristeza. 

La primera vez que fue pronunciado, decretó su nacimiento — la segunda vez ella vino a ser —la tercera le llamó a su renacimiento, y ahora, después de la Resurrección, le llamó a reconocer a su Dios en Espíritu, en ella, en su prójimo y en la fe. Cuando un hombre pronuncia un nombre es principalmente una llamada para servir, pero cuando Dios lo pronuncia, da vida, poder, gracia y alegría. Cuando Jesús dijo, "Lázaro sal fuera", un hombre muerto resucitó; cuando Él cambió el nombre de Simón a Pedro, le dio una misión específica y el poder a un hombre. 

Cuando Él tronó," Saúl, Saúl, por qué Me persigues”, un hombre fue cegado de golpe, transformado y llamado con el nombre de Pablo. Qué estupendo y cuán afortunados somos; pues Dios nos llama constantemente por nuestro nombre y nos da la gracia para cambiar y responder a Su amor.

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"Fuiste tú quien del vientre me sacó, a salvo me tuviste en los pechos de mi madre; a ti me confiaron al salir del seno, desde el vientre materno tú eres mi Dios.” (Sal. 22, 9-10)
El salmista comprende que fue el Señor Dios quien lo sostuvo en Su regazo; pero su madre natural lo alimentó y lo cuidó. Ve a Dios sostener su cuerpo, dándole la fuerza y todas las funciones corporales necesarias para crecer. 

No debemos perder nunca de vista esta realidad. Ni por un momento, Dios ha dejado de cuidarnos, proveyéndonos y amándonos. Incluso en esas ocasiones en que parecía que otros se hacían cargo de nuestro crecimiento y cuidado —se hacía en el regazo de Dios — el cuidado amoroso de un Padre compasivo, quién nunca dejó de cuidarnos. 

Él lo hacía tan silenciosamente que no éramos conscientes de Su preocupación. Era como que si Su poder pudiera asustarnos o Su fuerza aplastarnos, es por ello que se ocupó de nuestra formación y crecimiento con la tal ternura y silencio. Es desafortunado que nosotros hayamos confundido silencio con ausencia y ternura con abandono.

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“Porque tú has formado mis riñones, me has tejido en el vientre de mi madre;... Mi aliento conocías cabalmente, mis huesos no se te ocultaban, cuando era formado en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra." (Sal. 139, 14-15)
Sólo Dios nos conoce como somos. Cuando el Salmista dice que Dios nos conoce cabalmente, él quiere decir cada aspecto de nuestra creación, vida, talentos, temperamento y características. Él sabe las cruces que vendrían a nuestro camino y como cada una nos ayudaría a cambiar, moldear y conformar nuestra alma a Su Imagen. Como todos los padres, espera el día en que verá claramente Su reflejó en nosotros. Él nos anticipó el elegirle sobre todas las cosas y ve la gloria maravillosa que esa elección nos proporciona. Él vio la santidad que podríamos obtener, la humildad de corazón que sería como un escudo a nuestro alrededor. Él vio las lágrimas que Su amor enjugaría suavemente y las veces que se inclinaría para tomar y sostener nuestra mano cuando cayéramos en desgracia. Él vio nuestras malas elecciones y se apenó por nuestro dolor y entonces buscó maneras de sacar lo bueno de todo. Sí, nos conoció entonces, profundamente y profundamente nos conoce ahora y — todavía Él nos ama.

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".. en tu libro están inscritos los días que me has fijado, sin que aún exista el primero." (Sal. 139, 16)

Tenemos una baja opinión sobre nosotros mismos — nuestro sentido de la justicia de Dios es muy severo — nuestro concepto de Su misericordia, pobre — nuestro gozo en Su amor, efímero. Reservamos nuestras expresiones de amor a Dios como un acto de gratitud después de algún favor recibido. ¿Cuán a menudo pensamos en el amor de Dios por nosotros antes que comenzara el primer día de nuestra existencia? ¡Con qué amor y cuidado Él nos dio a luz y determinó la longitud de nuestros días! Nosotros no somos por casualidad. Tenemos una misión que cumplir, un lugar que ocupar en Su Reino, un deber que realizar y un trabajo que llevar a cabo. Somos importantes para Dios y una parte integral de la historia de la salvación. 

Cada ser humano ejerce una influencia, cambia a las personas para el bien o el mal, construye o destruye, se sirve o crea oportunidades. Podemos decir ciertamente que cada ser humano cambia el mundo para el bien o el mal y el mundo no es el mismo porque cada uno de nosotros ha vivido en él. No importa cuán insignificante sea nuestro papel, la humildad de nuestra posición, o lo desconocido de nuestra contribución, cada uno de nosotros deja una marca en alguna parte de este mundo. Sin portentos Él nos elige con gran cuidado y determina nuestro curso con amor infinito. ¡Qué don es la vida!

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"El Espíritu santo te vendrá sobre ti," el ángel respondió a María, "y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra." "He aquí la esclava del Señor..., hágase en mí según tu palabra." (Lc 1, 35-38)

Qué maravillas y misterios de Dios envuelve este corto párrafo. El mundo entero esperaba, estudiaba, discernía, ayunaba y oraba por la venida del Santo. El relato de Su Encarnación es corto, pero lleno de alimento para el pensamiento. Dios envió a un ángel a pedirle a María que consintiera ser la Madre del Redentor. 

Él respeta el poderoso regalo que nos ha dado. Él no realizará esta maravilla de maravillas sin su consentimiento. El ángel le dijo que no temiera —su virginidad quedaría asegurada — fue el Espíritu Santo, envolviendo este precioso Templo del Señor, el que dijo "Permite que la Palabra se haga Carne." La misma Voz que cubrió con sus alas la nada y dijo, "haya luz", daría a luz a la Palabra Eterna y lo pondría en la cuna del útero de María. En el instante en que su voluntad concurrió con la Voluntad del Padre, la Palabra se hizo Carne y habitó entre nosotros.

Hay muchas opiniones hoy acerca de cuando un embrión se convierte en persona — un ser humano — una especie con poderes para decidir y realizar. ¿Cuándo se implanta el alma en el cuerpo de un ser humano en vías de desarrollo? Algunos dicen que cuando el corazón empieza a latir, otros cuando las ondas cerebrales comienzan a funcionar. ¿Qué dice la Escritura? ¿Qué prueba visible poseemos para resolver este misterio?

Nosotros sabemos que "Jesús fue como nosotros en todo excepto en el pecado." Debemos ver si la Palabra Encarnada en el útero del Templo Inmaculado de Dios —María—fructificó, fue poderosa —viva — una Persona Divina — Dios — hombre. La escritura nos dice que el ángel Gabriel había informado a María que su prima Isabel había concebido un hijo en su vejez. 

Inmediatamente después del anuncio de su propia Maternidad, " En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá. “Estamos hablando aquí de un viaje de unos ocho kilómetros — un viaje hecho por una mujer que acababa de decir su "Amén” a Dios. No había ninguna duda en su mente de que ella inmediatamente poseyó y llevó en su útero al Hijo de Dios.
Tan evidente era la Presencia Divina dentro del ella — tan poderosa y fuerte esa diminuta semilla que, en cuanto ella saludó a su prima Isabel, el niño que Isabel llevaba experimentó la fuerza de la Palabra hecha Carne. 

Isabel y su hijo de seis meses sintieron la Presencia de Aquel que los sacó de la nada. El Dios-hombre que había sido puesto justo un día antes en la oscuridad del seno de María Inmaculada, dio la luz de la santidad y la gracia santificante a Su viviente, pero aún no nato, Precursor. La madre y el niño sintieron una Presencia y sus almas sintieron, humildes y jubilosas. "Isabel exclamó a gritos: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor?" Era ciertamente un misterio para Isabel. El Hijo Encarnado de Dios empezó la redención de la humanidad y la propagación de la Buena Nueva tan pronto como Él fue hecho Carne.

En el momento de la Encarnación, Isabel estaba en su sexto mes y Lucas nos informa que María se quedó con ella tres meses — hasta el nacimiento y circuncisión de Juan el Bautista. No hay ninguna duda de que María realizó esa visita inmediatamente después de que la Palabra se hiciera Carne. No puede haber pues ninguna duda en nuestras mentes acerca de cuando se unen alma y cuerpo para formar un ser hecho a imagen y semejanza de Dios. Es en la concepción.

Si sólo hubiera habido en María el principio de un cuerpo, sin un alma humana unida a la Divinidad, no habría habido ninguna reacción por parte de Isabel y su hijo nonato —ninguna exclamación de sorpresa por el honor de ser visitados y cuidados por la propia Madre de Dios. La maternidad empieza ciertamente cuando hay un ser completo dentro de una mujer, un ser con un cuerpo y un alma, unidos para formar juntos una persona humana. Isabel atestiguó la verdad de esta realidad llamando a María la Madre de su Señor. Ella vio dos misterios en una mirada intuitiva — la Encarnación del Mesías y la realidad de una persona totalmente humana en la concepción.

Cuándo Dios dice, "haya vida" ¿nos atreveremos a decir "no será?

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"¿O no sabéis que vuestros cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo. (1 Cor 6, 19)

Tenemos tendencia a pensar que nuestro cuerpo es nuestro y que podemos hacer con él lo que nos gusta. Pero esto no es así. Hemos sido creados por Dios — creados como débiles seres humanos — una parte humana otra espiritual. Nuestra dignidad como seres humanos fue degradada en el principio, por el orgullo y la rebelión de nuestros primeros padres, Adán y Eva, y después por nuestras propias malas decisiones. 

El amor de Dios por nosotros inventó un modo de levantarnos sobre nuestra degradación — sobre nuestra propia naturaleza, y nos escogió como seres a los que Él podría llamar legítimamente "hijos". Envió a Su propio Hijo a tomar nuestra carne sobre sí — vivir y morirse como uno de nosotros y después resucitarlo de la muerte para que fuéramos liberados de la esclavitud del pecado. 

¡Qué precio se pagó por alguien de naturaleza tan frágil, tan vacilante en su voluntad y tan inclinada al mal! El Gran Rey busca un campesino para elevarlo a la dignidad de un Príncipe. Cada uno de nosotros es un tipo de Cenicienta que es atraído por el Rey para vivir una nueva vida. La elección es nuestra, pero el premio es Suyo — Él tiene ya derecho sobre todo lo que somos, todo lo que poseemos. 

Él sólo tiene el bien para darnos. ¿Por qué preferimos tan a menudo lo que nos daña? 
¿Es el derecho de escoger el bien y el mal más precioso para nosotros que la paz, la felicidad y la alegría? ¿Preferiríamos ser miserables y emplear mal nuestra libertad para elegir, en lugar de ser humildes y admitir que Dios Sabe lo que es mejor para nosotros? ¿Qué precio pagó para salvarnos y qué precio pagamos cuándo hacemos nuestra voluntad? No, nosotros no tenemos derecho a hacer cuanto deseamos con nuestra vida o con la de otros. Nuestra vida pertenece a Dios y ese Dios es bastante poderoso para mantenerla, suficientemente bueno para sostenerla y lo bastante prudente para atender todas sus necesidades.

Nuestro cuerpo, dice S. Pablo, es casa del Espíritu del Señor. Es un Templo. Profanarlo por el pecado o quitarle la vida que da el espíritu, es cometer una injusticia con Dios, los hombres y uno mismo — con Dios porque lo creó y Le pertenece, con nuestro prójimo porque necesita ver a Dios irradiar en nuestras vidas y a nosotros porque fuimos creados para ser hijos de Dios y herederos de Su Reino.

Nos olvidamos que todo lo que Dios creó es bueno. En el Libro de Génesis, para asegurárnoslo, después del relato de cada día, dice Dios "vio que era bueno." Si esto es verdad en la creación de los seres inanimados y los animales, cuánto más verdadero en la del ser humano — hecho a imagen y semejanza de Dios. Aquellas cosas que no convienen a nuestras vidas es lo que hacemos la mayor parte del tiempo, pero, incluso en estas circunstancias, Dios saca lo bueno de ellas para nosotros. 

El único mal en el mundo es el pecado, por el pecado se destruye y se mata, pero la gracia de Dios resucita las almas muertas y las hace nuevas por el arrepentimiento, la confesión y la absolución. Una vez más Dios puede decir, "es bueno — es muy bueno."
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"Escuchadme.... los que habéis sido transportados desde el seno, llevados desde el vientre materno, Hasta vuestra vejez. Yo seré el mismo, hasta que se os vuelva el pelo blanco, yo os llevaré,” (Is. 46, 3) 

"Serás como un hijo del Altísimo, y él te amará más que tu madre,” (Eclo 4, 10). “Como aquel a quien su madre consuela, así yo os consolaré.” (Is. 66, 13). "Yo, yo soy tu consolador. ¿Quién eres tú que tienes miedo del mortal y del hijo del hombre, al heno equiparado?” (Is 51, 12).

Sí, nosotros no apreciamos el don de la vida. Hemos olvidado la realidad del cuidado y del amor de Dios por nosotros desde la Concepción a la muerte. Contemplamos la naturaleza como si esta obra irracional, hecha por la mano de Dios, decidiera nuestro destino — el destino de unos seres inteligentes. Buscamos en el mundo directrices para pensar y actuar. Miramos a nuestro vecino e intentamos medir sus conceptos e ideales. Buscamos guía y ayuda por todas partes y en cualquier parte, pero no nos dirigimos al Origen de nuestra vida, la Causa de nuestro ser, el Dispensador de nuestra inteligencia y la Vida de nuestro espíritu.

Algunos contemplan su nacimiento como un accidente, la vida como un mal necesario y la muerte como una resignación a lo inevitable. La visión puede nublarse tanto, por el egoísmo, las estadísticas y el orgullo, que un útero que da la vida se ha convertido en una tumba de muerte. Hay otros cuyos conceptos de la vida se estrechan, su futuro es tan desesperado y su presente tan insufrible, que la única solución a su problema es la extinción completa de esta vida. Y hay muchos que viven en un tipo de oscuro mundo — la oscuridad de lo inferior — de desesperación, sin un pensamiento sobre Dios, el amor o lo que pueda venir. 

Viven dentro del círculo de sus propios pensamientos, deseos egoístas y odio a sí mismos. Si aquellos que viven en estas actitudes dolorosas y frustrantes, comprendieran solo cuánto les ama Dios, cómo tienen un lugar en Sus planes, cómo cuida de ellos y desea que estén con Él en Su Reino. 

Ciertamente la comprensión de ser creados, sostenidos, amados y cuidados desde la concepción, en la vida y en la muerte, aseguraría la libertad a los nonatos, daría fuerza a los desamparados y confianza a los desesperados.

Dios tiene toda nuestra vida en la palma de Sus Manos — podemos descansar seguros en nuestro pasado, presente y futuro porque Él nos ama.

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