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lunes, 26 de septiembre de 2011

«Todo aquel que acoge a este niño en mi nombre, me recibe a mí;

«Les vino al pensamiento cuál de ellos sería el mayor. Pero Jesús, conociendo los pensamientos de su corazón, tomó a un niño, y lo puso a su lado, y les dijo: «Todo aquel que acoge a este niño en mi nombre, me recibe a mí; y todo aquel que me recibe a mí recibe al que me ha enviado: pues el menor entre todos vosotros, ése es el mayor». Entonces Juan dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y se lo hemos prohibido, porque no viene con nosotros». Y Jesús le dijo: «No se lo prohibáis; pues el que no está contra vosotros, está con vosotros». (Lucas 9, 46-50)


I. Jesús, de nuevo el Evangelio me recuerda que conoces hasta los más profundos pensamientos de mi corazón. Nada se te oculta a tu conocimiento divino. Pero esto no debe producirme una sensación de inquietud, como si estuviera acorralado, sino un sentimiento de paz y de seguridad, porque Tú -que eres mi Padre- estás conmigo, porque me acompañas siempre, y me ayudas con tu gracia.

Jesús, ante la conducta soberbia de los apóstoles, no les reprimes -como si fueras un inspector que ha cogido a alguien en falso-, sino que les ayudas a entender el valor de la humildad tomando el ejemplo de un niño. Así haces conmigo, si yo procuro mantenerme en tu presencia a lo largo del día; me enseñas, me guías, me animas, me das una mayor visión sobrenatural.

«El menor entre todos vosotros, ése es el mayor». Jesús, muchos de tus grandes mensajes me los das a conocer mediante paradojas. «El que quiera salvar su vida la perderá» (Mateo 11,39).; o: «bienaventurados los que lloran» (Mateo 5,4). El sentido de estas aparentes contradicciones se encuentra en la comparación entre el plano humano y el plano espiritual, entre el mundo terreno y la vida eterna. En el caso de hoy, me quieres recordar que el humilde, el que no busca el aplauso de los hombres y es tenido por nada en la tierra, es el que realmente vale a los ojos de Dios.

«El humilde se mantiene alejado de los honores terrenos, y se tiene por el último de los hombres; aunque exteriormente parezca poca cosa, es de gran valor ante Dios. Y cuando ha hecho todo lo que el Señor le ha mandado, afirma no haber hecho nada, y anda solícito por esconder todas las virtudes de su alma. Pero el Señor divulga y descubre sus obras, da a conocer sus maravillosos hechos, le exalta y le concede todo lo que pide en su oración» (San Basilio).


II. Tú, sabio, renombrado, elocuente, poderoso: si no eres humilde, nada vales. «-Corta, arranca ese «yo», que tienes en grado superlativo -Dios te ayudará-, y entonces podrás comenzar a trabajar por Cristo, en el último lugar de su ejército de apóstoles» (Camino.-604)

Jesús, tu vida es un ejemplo constante de humildad. Siendo Dios, naces en una cueva, sin ningún recurso material; vives en una pequeña aldea perdida en las montañas trabajando como uno más; incluso en tu vida pública no buscas el espectáculo, y sólo haces milagros cuando lo necesitan los demás; mueres en el más profundo abandono -ni los tuyos te acompañan- y, después de tu resurrección, en el más increíble milagro de la humildad, te quedas escondido en el Pan de la Eucaristía.

Jesús, por el contrario, yo intento constantemente brillar ante los ojos de los hombres: que me valoren, que aprecien lo que sé y lo que tengo. Ayúdame a darme cuenta de que, a tus ojos, la escala de valores es muy distinta. Repíteme una y otra vez: si no eres humilde, nada vales. Entre otras cosas, porque no te estaré imitando, y sin parecerme a Ti, mi vida cristiana -vida de Cristo en mí- nada vale. Corta, arranca ese «yo».

Jesús, para ser más humilde la receta es sencilla: olvidarme de mi mismo, arrancar el «yo», pensar en los demás: servir. Ésta es precisamente tu actitud durante los años que pasaste en la tierra: «el hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20,28). Que me decida a servir a los demás: sólo entonces podré comenzar a trabajar por Cristo.

La desgracia y el dolor son una realidad con la que nos tropezamos frecuentemente. Las enseñanzas del Libro de Job son siempre actuales. Job era un hombre temeroso de Dios que había recibido innumerables bendiciones. Satán insinúa que la virtud de Job es interesada y que desaparecería con la destrucción de sus riquezas. Job fue despojado de todos sus bienes y de su salud. Su conformidad con la voluntad divina y su fe se mantuvo firme a pesar de las burlas hirientes de su mujer: Si recibimos de Dios los bienes, ¿porqué no también los males? (Job 2, 10)

Hoy puede ser un buen día para que examinemos nuestra postura ante el Señor cuando, en nosotros o en aquellos que más queremos, se hacen presentes la desgracia y el dolor. Dios es nuestro Padre. También cuando nos visita la aflicción. ¿Nos comportamos como hijos agradecidos en la abundancia y en la escasez, en la salud y en la enfermedad?


II. Muchas veces, fuera de la fe, el sufrimiento del inocente y justo causa desconcierto... mientras que a otros que han vivido de espaldas a Dios parece que la vida les sonríe. La Pasión de Cristo es la única que puede dar luz a este misterio del sufrimiento humano, de modo particular al dolor del inocente.

En la Cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido. Los padecimientos de Jesús fueron el precio de nuestra salvación (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja). Desde entonces, nuestro dolor puede unirse al de Cristo y, mediante él, participar en la Redención de la humanidad entera.


III. Nunca pasa el dolor a nuestro lado dejándonos como antes. Purifica el alma, la eleva, aumenta el grado de unión con la voluntad divina, nos ayuda a desasirnos de los bienes, del excesivo apego a la salud, nos hace corredentores con Cristo..., o por el contrario, nos aleja del Señor y deja el alma torpe para lo sobrenatural y entristecida.

Nosotros hemos de mirar a Cristo en medio de nuestras pruebas y tribulaciones. Nos fijaremos menos en la Cruz y daremos paso al amor. Encontraremos que cargar con la Cruz tiene sentido cuando la llevamos junto al Maestro. · "A los pies del Crucificado es donde comprenderemos que en este mundo nos es posible amar sin sacrificio, pero el sacrificio es dulce al que ama" (A. TANQUEREY, La divinización del sufrimiento).

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