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lunes, 19 de septiembre de 2011

Caritas in veritate: La verdad del hombre

 



El título mismo de la encíclica, recogiendo una expresión de San Pablo en sentido inverso: hay una “necesidad de unir no sólo la caridad con la verdad, en el sentido señalado por San Pablo de la «veritas in caritate» (Ef 4, 15), sino también en el sentido, inverso y complementario, de «caritas in veritate». Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la «economía» de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad. De esta manera, no sólo prestaremos un servicio a la caridad, iluminada por la verdad, sino que contribuiremos a dar fuerza a la verdad, mostrando su capacidad de autentificar y persuadir en la concreción de la vida social” (n.2). Lo más importante es la correspondencia entre los dos conceptos: la moral católica no responde sin más a un imperativo, sino al bien auténtico de la persona, por tanto a la plenitud de su ser y por ello a su verdad.

La verdad del hombre es su condición de criatura que, tras la caída original, ha sido redimida por Cristo. Por esta razón, “la verdad originaria del amor de Dios, que se nos ha dado gratuitamente, es lo que abre nuestra vida al don y hace posible esperar en un «desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres», en el tránsito de «condiciones menos humanas a condiciones más humanas», que se obtiene venciendo las dificultades que inevitablemente se encuentran a lo largo del camino” (n.84).

Esta verdad conduce a la caridad, a la vez que le proporciona su recto sentido y permite que sea ejercida con prudencia.Puesto que está llena de verdad, la caridad puede ser comprendida por el hombre en toda su riqueza de valores, compartida y comunicada. En efecto, la verdad es «lógos» que crea «diálogos» y, por tanto, comunicación y comunión. (…) La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el lógos del amor: éste es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad” (n.4).

Aceptar esta verdad es lo que permite superar lo que podría denominarse “pensamiento instrumental” -en el
fondo, una especie de escepticismo disfrazado- que lleva a juzgarlo todo según las circunstancias, los intereses o los sentimientos, sin anteponer a ellos la verdad; en su dimensión moral, esta instrumentalización conduce, más o menos conscientemente según los casos, a la adopción de un utilitarismo como guía de la conducta. “En el contexto social y cultural actual, en el que está difundida la tendencia a relativizar lo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral” (n.4).

La conveniencia de distinguir lo que viene exigido por la ley natural de lo que es propio del mensaje específicamente cristiano -sobre todo en el diálogo con no creyentes-, no debe significar el olvido por parte del cristiano del hecho de tener la plenitud de la verdad sobre el hombre. Con una visión trascendente del hombre, cobran relieve los valores del espíritu, y se abre paso una esperanza que vitaliza personas y sociedades; sin ella, se cae el un materialismo que pronto muestra una desesperanza paralizante de la iniciativa. Por eso señala la encíclica que “sin la perspectiva de la vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Encerrado dentro de la historia, queda expuesto sólo al incremento del tener; así, la humanidad pierde la valentía de estar disponible para los bienes más altos, para las iniciativas grandes y desinteresadas que la caridad universal exige” (n.11). La conclusión es que el desarrollo humano integral “exige una visión trascendente de la persona: necesita a Dios” (n.11); “no hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre al Absoluto en el reconocimiento de una vocación que da la idea verdadera de la vida humana” (n.16).

Se debe concluir que la doctrina social de la Iglesia pone al cristiano ante e1 reto de encontrar cauces creativos y eficaces para convertir en realidad las exigencias de la verdad y del amor. Éstas no tienen fronteras: se refieren tanto al más cercano como a los más alejados, a1 mundo entero: “la caridad en la verdad es una fuerza que funda la comunidad, unifica a los hombres de manera que no haya barreras o confines” (n.34). Corresponde a cada uno entender lo que a este respecto puede llegar a hacer desde la posición profesional y social que le ha tocado ocupar. “Por eso, la caridad y la verdad nos plantean un compromiso inédito y creativo, ciertamente muy vasto y complejo. Se trata de ensanchar la razón y hacerla capaz de conocer y orientar estas nuevas e imponentes dinámicas, animándolas en la perspectiva de esa «civilización del amor», de la cual Dios ha puesto la semilla en cada pueblo y en cada cultura” (n.34).

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