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martes, 25 de septiembre de 2012

¿LA GUARDA DE LA CASTIDAD .?



¿ Y LA PUREZA DE CORAZÓN ?

La vida de los santos ha consistido en esta lucha continua; 
y en esta guerratendrás que luchar tú hasta que mueras.

"Tal es el combate que tienes que sostener: una lucha continua contra la carne, el
demonio y el mundo. Pero no temas; porque aquél que nos manda pelear no es
un espectador indiferente, ni tampoco te ha dicho que confíes en tus solas fuerzas


Lucha: La corona de la victoria se ha prometido únicamente a los que combaten.
El apóstol San Pablo nos dice claramente: He terminado mi obra, he concluido mi
carrera, he guardado la fe; nada me resta sino aguardar la corona de justicia que
me está reservada (Tm 4,7).

Conoce a tu enemigo, y si sales vencedor, serás
coronado.

Tu enemigo es tu propio deseo: eres tentado, cuando eres atraído y halagado por
tu propio deseo; después, tu deseo, llegando a concebir, pare el pecado, el cual,
una vez consumado, engendra la muerte.

Lucha contra tus malos deseos. En el bautismo se te borraron los pecados, pero
quedó la concupiscencia, y por ello, aunque regenerado, debes luchar contra ella.
Lucha, lucha con esfuerzo: El mismo que te regeneró es el juez de la lucha; y el
mismo que te ha hecho descender a la arena está dispuesto para coronarte si
obtienes la victoria.

Una cosa es, sin combatir, disfrutar de paz verdadera y perpetua; otra, combatir
y conseguir victoria; otra, combatir y ser vencido; y otra, sin pelear, ser juguete
del enemigo.

Si  la  razón  de  no  luchar  es  porque  no  detestas  el  mal,  ya  eres  víctima  de  tu
Malicia.  Si entras a la lucha confiado en tus propias fuerzas, por este acto de
Soberbia saldrás mal parado. Combatiste,  es cierto; pero fuiste vencido. Para
Vencer, coloca tu esperanza en aquél  que te ha mandado combatir, y con el
Auxilio del que te ha ordenado que combatas, conseguirás  el triunfo de tu
Enemigo.

Pero una cosa es no sentir los aguijones del deseo y otra no dejarse arrastrar por
sus impulsos. No sentir los malos deseos es del hombre perfecto; no seguir sus
inclinaciones es propio del que lucha, del que combate y se afianza en su posición. Mientras dura el combate, ¿por qué desesperar de la victoria?

Bien sé que tú desearías no tener deseo alguno que te solicitase a malos o ilícitos
placeres. ¿Qué santo no deseó esto mismo?  Pero  éste  es  un  deseo  inútil:

mientras se vive en este mundo, será una aspiración irrealizable. La carne tiene
tendencias contrarias al espíritu, y el espíritu aspiraciones opuestas a la carne, y siendo éstas las dos partes combatientes, muchas veces no puedes hacer aquello que quisieras. Por eso camina guiado por la ley del espíritu, y ya que no puedes destruir en ti los deseos del hombre carnal, ponte en guardia para no secundarlos.

 Si tu espíritu no ha entablado lucha con las pasiones, mira si esto procede de
haber pactado con el enemigo una paz vergonzosa.

¿Qué esperanza de conseguir victoria final puedes abrigar no habiendo
aún comenzado a pelear?
Resiste a las tentaciones. Con no consentir ya has obtenido victoria.

¿Se sublevan? Sublévate. ¿Luchan? Lucha tú también. ¿Te atacan? Ataca tú.
Atiende sólo a que no te venzan nunca. Este combate durará siempre; pues si
bien las pasiones pueden debilitarse con el tiempo, jamás desaparecen.

Tus preceptos, Señor y Dios mío, serán mis armas. Haz que escuche tu voz, a fin
de armarme con lo que voy oyendo. Con la ayuda de tu Espíritu seré dueño de mi
mismo. Si las bajas pasiones se encienden, y Tú me ayudas a dominarme, ¿qué
podrán contra mí?

Sujeta mis pies para que no caminen hacia lo prohibido; refrena mis ojos para
que no se vuelvan a lo malo; cierra mis oídos para que no escuchen 
voluntariamente palabras lascivas; 
sujeta todo mi cuerpo, de uno a otro costado y desde la cabeza a los pies.


Estás navegando en un mar en que nunca faltan vientos y tempestades; habrás
visto muchas veces zozobrar y casi sumergirse tu navecilla bajo las olas
enfurecidas de las tentaciones

Si tienes fe, tienes también contigo a Cristo, porque Cristo  habita en nuestros
corazones por la fe. De aquí resulta que tener fe en Cristo es tener a Cristo en tu
corazón.

Dormía Cristo en la barca y temblaban los apóstoles; rugía el viento,
embravecíanse las olas y se sumergía la nave porque Jesús dormía. Lo mismo te
ocurre a ti cuando te combaten los vientos de la tentación en este mundo: tu
corazón se agita como la nave.

Tu barca se agita y amenaza naufragio,
porque Cristo duerme dentro de ti.
¿Por qué hablas así? ¿Por qué te asustan las olas y las tempestades
de este mar del  mundo?

Porque  a  Jesús  lo  tienes  dormido,  porque  tu  fe  en  Cristo  Jesús dormita en tu corazón. Despierta a Jesús en ti y dile de corazón: "¡Maestro, que perezco! Me aterran los peligros del mundo; ¡estoy perdido!".  Al despertar Cristo, cesará la tempestad de agitar tu corazón y las olas desistirán de  anegar  la  nave,  porque  tu  fe  dominará los vientos y las olas y se alejará el peligro.

La vida de los santos ha consistido en esta lucha continua; 
y en esta guerra tendrás que luchar tú hasta que mueras.

El diablo está al acecho para ver cuándo resbala tu pie, a fin de hacerte caer en
tierra. El observa tu talón; tú atiende a su cabeza. Su cabeza es el principio de la
mala insinuación. Por tanto, apenas empiece a sugerirte malos deseos, recházale
pronto, antes de experimentar algún agrado que pueda arrastrar tras de sí el
consentimiento. De este modo tú esquivarás su cabeza y él no podrá apresar tu
talón.

Siempre que te venga a la mente el deseo de algo ilícito, aparta de él tu atención,
para no consentir. Esta imaginación es la cabeza de la serpiente; aplástala y te
librarás de otros movimientos pecaminosos. Resiste desde el principio a la
insinuación porque el diablo está atento a tu talón, a tu tropiezo.

Si tropiezas, caerás, y en cuento caigas, serás su posesión. Para no caer, procura
no salirte del camino. Estrecho es el sendero que el Señor te ha trazado, pero
fuera de él no hay más que tropiezos. Cristo es la verdadera luz y Cristo es el
camino. Caminas por Cristo y vas a Cristo. Si te separas de Cristo, te escondes de
la luz y te apartas del camino.

 La serpiente no cesa de aconsejarte el mal; te dice: « ¿Por qué vives así? ¿Acaso
eres tú el único cristiano? ¿Por qué no haces lo que hacen otros?». El enemigo no
ceja nunca: insistirá y procurará vencerte, invocando el ejemplo de los malos
cristianos.

Examina tu modo de obrar y no imites  a los malos cristianos. No digas: «Haré
esto, porque son muchos los fieles que  lo hacen». Esto no es preparar las
defensas del alma, sino más bien buscar  compañeros para el infierno. Procura
crecer en el campo del Señor, donde  encontrarás buenos cristianos que te
llenarán de gozo si es que tú eres bueno también.

Ataca desde fuera la ciudad amurallada, pero no puede rendirla.
El tentador no cesa de llamar una y otra vez para entrar; pero si una y otra vez la
encuentra cerrada, sigue su camino.
Supongamos que el fuego de la tentación  arde dentro de tu alma: si en ella
encuentra oro y no paja, te purificará en vez de reducirte a cenizas.
Aunque te parezca que la fortuna te sonríe, no presumas de tus fuerzas ni entres
en diálogo con tus pasiones. Funda sobre Cristo tu edificio, a fin de que no seas
arrastrado por las aguas, el viento o las lluvias.  Pasará el cautiverio, llegará la felicidad, será confundido tu enemigo y habrás triunfado para siempre con Dios.

Todos los días me combaten algunas tentaciones. El atractivo de los placeres me
hace guerra continua; y aunque no consienta, sin embargo, me molesta esta
lucha y corro peligro de quedar vencido. Y cuando por no consentir quedo
triunfante, me cuesta todavía resistir a los atractivos del placer.

Escúchame, te ruego, Señor; clamo  a Ti, que estás dentro de mí para
escucharme. Purifica la morada íntima  de mi corazón, ya que dondequiera que
esté y en cualquier parte que ore, Tú,  que escuchas, estás dentro de mí, sí,
dentro, en lo más secreto; porque Tú que me oyes, no estás fuera de mí.

Pero si me molestan las tentaciones,
dirigiré una mirada a Ti, pendiente de la cruz.

Corrige a tu Amigo :
 Dice el Señor: Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros
(Jn 13,34). Lo nuevo en el mandato de  Cristo está en que debemos amarnos
mutuamente como Él mismo nos amó . Hermano mío, practica este
amor y vive tranquilo.

¿Tienes que reprender a alguno? Esto lo hace el amor, no la crueldad. Pongamos
un ejemplo: hay uno que odia a su enemigo y, sin embargo, finge amistad con él;
y cuando le ve cometer el mal, le alaba, a fin de que, rodando por el precipicio,
vaya a dar al fondo del abismo, corriendo ciego tras sus pasiones desordenadas,
de modo que no pueda volver atrás. Para esto le alaba y emborracha con sus
adulaciones. Es decir, le odia y le alaba.

Tú, al contrario, cuando veas a tu amigo conducirte de modo semejante, debes
amonestarle; si no te escucha, emplea palabras graves y severas; grítale,
incrépale y, si es necesario, procésale.

Que tu caridad sea celosa del bien del prójimo, para corregir y para enmendarle.
Si las costumbres de tu prójimo son intachables, ámale y alégrate; si son malas,
no tengas reparo en hacerle las reflexiones convenientes para corregirle.
No debes amar el error en el hombre, sino al hombre; el hombre es criatura de
Dios, el error es obra del hombre.
Paciencia del Señor con los Pecadores :
Aunque debes confiar mucho en la misericordia de Dios, debes también tener
presente a toda hora su justicia. Con justicia ha de juzgarte el que te redimió con
misericordia.  El que durante tanto tiempo te haya perdonado tantas veces no es señal de indiferencia, sino de paciencia. Ni ha sufrido menoscabo su poder, antes bien te
ha proporcionado tiempo para hacer penitencia. Tanto como misericordioso,
mientras vivamos en este mundo, será justo en el otro para dar a cada uno lo
que sus obras merezcan.

Ahora es el tiempo de la misericordia; por eso, si cuando le vuelves la espalda te
llama y cuando te conviertes te concede el perdón de los pecados, todo esto es
paciencia que usa contigo en espera de tu conversión. No dejes, pues, pasar este
tiempo precioso de la misericordia; no, no lo dejes pasar.

¿Fuiste malo ayer? Sé bueno hoy. ¿Has pasado también en pecado el día de hoy?
Pues al menos mañana cambia de vida.

Siempre lo dejas para más adelante, abusando de la misericordia divina, como si
el  que  te  ofrece  el  perdón  te  prometiera  al  mismo  tiempo  una  vida  larga.
Humíllate ahora, confiesa haber andado por malos derroteros y sigue el camino
recto; porque en la otra vida serán confundidos todos los que no se humillaren
para recobrar la vida espiritual. Dios te facilita ahora este camino de saludable
confusión, con tal que no deprecies el remedio de la confesión.

En cuanto empieces a disgustarte de  ti mismo, te ayudará Dios con su
misericordia; y al verte deseoso de castigarte, te concederá el perdón. El
reconocimiento de tu iniquidad te trae la indulgencia divina.

Cambia de vida ahora que puedes hacerlo; echa mano al arado para cultivar tu
tierra endurecida; arranca las piedras y destruye las malezas. No sea tu corazón
como tierra endurecida, en que no penetra la semilla de la palabra de Dios. No
digas jamás: "He pecado y nada desagradable me ha ocurrido". Dios sigue siendo
omnipotente y te exige que hagas penitencia.

Si has tenido la desgracia de pecar, mira la gravedad de la herida; pero no de
modo que desesperes de la majestad del médico. Ahora es tiempo de
misericordia para enmendarte.

¿Ofendiste a Dios?

Arrepiéntete pronto. No has concluido aún tu peregrinación;
aún te queda tiempo para hacerlo. No desesperes, porque éste sería el mayor mal
de los males; más bien clama al Señor como David: Piedad de mí,
Dios mío, portu gran misericordia —Salmo 50,3

¡Qué Dulce es el Señor!
¡Qué suave vida sería no tener deseos desordenados! ¡Oh, dulce vida!
Dulce es también el placer del pecado;  de lo contrario, los hombres no lo
seguirían. Los teatros, los espectáculos, las torpes canciones, dulzuras son de la
concupiscencia, que realmente deleitan, pero no según tu ley, oh Señor.

¡Dichosa  el  alma  que  se  complace  en  las  dulzuras  de  tu  ley,  en  la  que  no  la
contamina torpeza alguna, sino que la purifica el aire fresco de la verdad!
Tú eres suave, oh Señor; con tu suavidad enséñame tus bondades.

Cierto que cuando el mal me solicita y  es dulce me resulta amarga la verdad.
Enséñame con tu suavidad, de modo que me sea agradable la verdad y tu dulzura
me haga despreciar la iniquidad.

Mucho mayor y más suave es la verdad; pero, como sucede con el pan, no es
agradable más que para los sanos. ¿Qué cosa mejor y más excelente que el pan
del cielo? Nada, en verdad, pero sólo para el que no padezca la dentera de la
maldad.  ¿De  qué  me  sirve  alabar  el  pan,  si  vivo  mal?
No  me  nutro  de  lo  que alabo.

Escucho la palabra de la justicia y de  la verdad, y la alabo; pero la mejor
alabanza sería practicarla.
¡Ayúdame, Señor, a practicar lo que alabo!

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