¿ Y LA PUREZA DE
CORAZÓN ?
La vida de los
santos ha consistido en esta lucha continua;
y en esta guerratendrás que luchar
tú hasta que mueras.
"Tal es el
combate que tienes que sostener: una lucha continua contra la carne, el
demonio y el mundo.
Pero no temas; porque aquél que nos manda pelear no es
un espectador
indiferente, ni tampoco te ha dicho que confíes en tus solas fuerzas
Lucha: La
corona de la victoria se ha prometido únicamente a los que combaten.
El apóstol San
Pablo nos dice claramente: He terminado mi obra, he concluido mi
carrera, he
guardado la fe; nada me resta sino aguardar la corona de justicia que
me está reservada
(Tm 4,7).
Conoce a tu
enemigo, y si sales vencedor, serás
coronado.
Tu enemigo es tu
propio deseo: eres tentado, cuando eres atraído y halagado por
tu propio deseo;
después, tu deseo, llegando a concebir, pare el pecado, el cual,
una vez consumado,
engendra la muerte.
Lucha contra tus
malos deseos. En el bautismo se te borraron los pecados, pero
quedó la
concupiscencia, y por ello, aunque regenerado, debes luchar contra ella.
Lucha, lucha con
esfuerzo: El mismo que te regeneró es el juez de la lucha; y el
mismo que te ha
hecho descender a la arena está dispuesto para coronarte si
obtienes la
victoria.
Una cosa es, sin
combatir, disfrutar de paz verdadera y perpetua; otra, combatir
y conseguir
victoria; otra, combatir y ser vencido; y otra, sin pelear, ser juguete
del enemigo.
Si la razón de no luchar es porque no detestas el mal, ya eres víctima de tu
Malicia. Si
entras a la lucha confiado en tus propias fuerzas, por este acto de
Soberbia saldrás
mal parado. Combatiste, es cierto; pero fuiste vencido. Para
Vencer, coloca tu
esperanza en aquél que te ha mandado combatir, y con el
Auxilio del que te
ha ordenado que combatas, conseguirás el triunfo de tu
Enemigo.
Pero una cosa es no
sentir los aguijones del deseo y otra no dejarse arrastrar por
sus impulsos. No
sentir los malos deseos es del hombre perfecto; no seguir sus
inclinaciones es
propio del que lucha, del que combate y se afianza en
su posición. Mientras dura el combate, ¿por qué desesperar de la
victoria?
Bien sé que tú
desearías no tener deseo alguno que te solicitase a malos o ilícitos
placeres. ¿Qué
santo no deseó esto
mismo? Pero éste es un deseo inútil:
mientras se vive en
este mundo, será una aspiración irrealizable. La carne tiene
tendencias
contrarias al espíritu, y el espíritu aspiraciones opuestas a la carne, y
siendo éstas las dos partes combatientes, muchas veces no puedes hacer
aquello que quisieras. Por eso camina guiado por la ley del espíritu, y ya
que no puedes destruir en ti los deseos del hombre carnal, ponte en
guardia para no secundarlos.
Si tu espíritu no
ha entablado lucha con las pasiones, mira si esto procede de
haber pactado con el
enemigo una paz vergonzosa.
¿Qué esperanza de
conseguir victoria final puedes abrigar no habiendo
aún comenzado a
pelear?
Resiste a las
tentaciones. Con no consentir ya has obtenido victoria.
¿Se sublevan?
Sublévate. ¿Luchan? Lucha tú también. ¿Te atacan? Ataca tú.
Atiende sólo a que
no te venzan nunca. Este combate durará siempre; pues si
bien las pasiones
pueden debilitarse con el tiempo, jamás desaparecen.
Tus preceptos,
Señor y Dios mío, serán mis armas. Haz que escuche tu voz, a fin
de armarme con lo
que voy oyendo. Con la ayuda de tu Espíritu seré dueño de mi
mismo. Si las bajas
pasiones se encienden, y Tú me ayudas a dominarme, ¿qué
podrán contra mí?
Sujeta mis pies
para que no caminen hacia lo prohibido; refrena mis ojos para
que no se vuelvan a
lo malo; cierra mis oídos para que no escuchen
voluntariamente palabras
lascivas;
sujeta todo mi cuerpo, de uno a otro costado y desde la cabeza a
los pies.
Estás navegando en
un mar en que nunca faltan vientos y tempestades; habrás
visto muchas veces
zozobrar y casi sumergirse tu navecilla bajo las olas
enfurecidas de las
tentaciones
Si tienes fe,
tienes también contigo a Cristo, porque Cristo habita en nuestros
corazones por la
fe. De aquí resulta que tener fe en Cristo es tener a Cristo en tu
corazón.
Dormía Cristo en la
barca y temblaban los apóstoles; rugía el viento,
embravecíanse las
olas y se sumergía la nave porque Jesús dormía. Lo mismo te
ocurre a ti cuando
te combaten los vientos de la tentación en este mundo: tu
corazón se agita
como la nave.
Tu barca se agita y
amenaza naufragio,
porque Cristo
duerme dentro de ti.
¿Por qué hablas
así? ¿Por qué te asustan las olas y las tempestades
de este mar del mundo?
Porque a Jesús lo tienes dormido, porque tu fe en Cristo Jesús dormita
en tu corazón. Despierta a Jesús en ti y dile de corazón: "¡Maestro,
que perezco! Me aterran los peligros del mundo; ¡estoy
perdido!". Al despertar Cristo, cesará la tempestad de agitar
tu corazón y las olas desistirán
de anegar la nave, porque tu fe dominará
los vientos y las olas y se alejará el peligro.
La vida de los
santos ha consistido en esta lucha continua;
y en esta guerra tendrás que
luchar tú hasta que mueras.
El diablo está al
acecho para ver cuándo resbala tu pie, a fin de hacerte caer en
tierra. El observa
tu talón; tú atiende a su cabeza. Su cabeza es el principio de la
mala insinuación.
Por tanto, apenas empiece a sugerirte malos deseos, recházale
pronto, antes de
experimentar algún agrado que pueda arrastrar tras de sí el
consentimiento. De
este modo tú esquivarás su cabeza y él no podrá apresar tu
talón.
Siempre que te
venga a la mente el deseo de algo ilícito, aparta de él tu atención,
para no consentir.
Esta imaginación es la cabeza de la serpiente; aplástala y te
librarás de otros
movimientos pecaminosos. Resiste desde el principio a la
insinuación porque
el diablo está atento a tu talón, a tu tropiezo.
Si tropiezas,
caerás, y en cuento caigas, serás su posesión. Para no caer, procura
no salirte del
camino. Estrecho es el sendero que el Señor te ha trazado, pero
fuera de él no hay
más que tropiezos. Cristo es la verdadera luz y Cristo es el
camino. Caminas por
Cristo y vas a Cristo. Si te separas de Cristo, te escondes de
la luz y te apartas
del camino.
La serpiente no
cesa de aconsejarte el mal; te dice: « ¿Por qué vives así? ¿Acaso
eres tú el único
cristiano? ¿Por qué no haces lo que hacen otros?». El enemigo no
ceja nunca:
insistirá y procurará vencerte, invocando el ejemplo de los malos
cristianos.
Examina tu modo de
obrar y no imites a los malos cristianos. No digas: «Haré
esto, porque son
muchos los fieles que lo hacen». Esto no es preparar las
defensas del alma,
sino más bien buscar compañeros para el infierno. Procura
crecer en el campo
del Señor, donde encontrarás buenos cristianos que te
llenarán de gozo si
es que tú eres bueno también.
Ataca desde fuera
la ciudad amurallada, pero no puede rendirla.
El tentador no cesa
de llamar una y otra vez para entrar; pero si una y otra vez la
encuentra cerrada,
sigue su camino.
Supongamos que el
fuego de la tentación arde dentro de tu alma: si en ella
encuentra oro y no
paja, te purificará en vez de reducirte a cenizas.
Aunque te parezca
que la fortuna te sonríe, no presumas de tus fuerzas ni entres
en diálogo con tus
pasiones. Funda sobre Cristo tu edificio, a fin de que no seas
arrastrado por las
aguas, el viento o las lluvias. Pasará el cautiverio, llegará la
felicidad, será confundido tu enemigo y habrás triunfado para siempre con Dios.
Todos los días me
combaten algunas tentaciones. El atractivo de los placeres me
hace guerra
continua; y aunque no consienta, sin embargo, me molesta esta
lucha y corro
peligro de quedar vencido. Y cuando por no consentir quedo
triunfante, me
cuesta todavía resistir a los atractivos del placer.
Escúchame, te
ruego, Señor; clamo a Ti, que estás dentro de mí para
escucharme.
Purifica la morada íntima de mi corazón, ya que dondequiera que
esté y en cualquier
parte que ore, Tú, que escuchas, estás dentro de mí, sí,
dentro, en lo más
secreto; porque Tú que me oyes, no estás fuera de mí.
Pero si me molestan
las tentaciones,
dirigiré una mirada
a Ti, pendiente de la cruz.
Corrige a tu Amigo
:
Dice el Señor: Un
mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros
(Jn 13,34). Lo
nuevo en el mandato de Cristo está en que debemos amarnos
mutuamente como Él
mismo nos amó . Hermano mío, practica este
amor y vive
tranquilo.
¿Tienes que
reprender a alguno? Esto lo hace el amor, no la crueldad. Pongamos
un ejemplo: hay uno
que odia a su enemigo y, sin embargo, finge amistad con él;
y cuando le ve
cometer el mal, le alaba, a fin de que, rodando por el precipicio,
vaya a dar al fondo
del abismo, corriendo ciego tras sus pasiones desordenadas,
de modo que no
pueda volver atrás. Para esto le alaba y emborracha con sus
adulaciones. Es decir,
le odia y le alaba.
Tú, al contrario,
cuando veas a tu amigo conducirte de modo semejante, debes
amonestarle; si no
te escucha, emplea palabras graves y severas; grítale,
incrépale y, si es
necesario, procésale.
Que tu caridad sea
celosa del bien del prójimo, para corregir y para enmendarle.
Si las costumbres
de tu prójimo son intachables, ámale y alégrate; si son malas,
no tengas reparo en
hacerle las reflexiones convenientes para corregirle.
No debes amar el error
en el hombre, sino al hombre; el hombre es criatura de
Dios, el error es
obra del hombre.
Paciencia del Señor
con los Pecadores :
Aunque debes
confiar mucho en la misericordia de Dios, debes también tener
presente a toda
hora su justicia. Con justicia ha de juzgarte el que te redimió con
misericordia. El
que durante tanto tiempo te haya perdonado tantas veces no es señal
de indiferencia, sino de paciencia. Ni ha sufrido menoscabo su poder,
antes bien te
ha proporcionado
tiempo para hacer penitencia. Tanto como misericordioso,
mientras vivamos en
este mundo, será justo en el otro para dar a cada uno lo
que sus obras
merezcan.
Ahora es el tiempo
de la misericordia; por eso, si cuando le vuelves la espalda te
llama y cuando te
conviertes te concede el perdón de los pecados, todo esto es
paciencia que usa
contigo en espera de tu conversión. No dejes, pues, pasar este
tiempo precioso de
la misericordia; no, no lo dejes pasar.
¿Fuiste malo ayer?
Sé bueno hoy. ¿Has pasado también en pecado el día de hoy?
Pues al menos
mañana cambia de vida.
Siempre lo dejas
para más adelante, abusando de la misericordia divina, como si
el que te ofrece el perdón te prometiera al mismo tiempo una vida larga.
Humíllate ahora,
confiesa haber andado por malos derroteros y sigue el camino
recto; porque en la
otra vida serán confundidos todos los que no se humillaren
para recobrar la
vida espiritual. Dios te facilita ahora este camino de saludable
confusión, con tal
que no deprecies el remedio de la confesión.
En cuanto empieces
a disgustarte de ti mismo, te ayudará Dios con su
misericordia; y al
verte deseoso de castigarte, te concederá el perdón. El
reconocimiento de
tu iniquidad te trae la indulgencia divina.
Cambia de vida
ahora que puedes hacerlo; echa mano al arado para cultivar tu
tierra endurecida;
arranca las piedras y destruye las malezas. No sea tu corazón
como tierra
endurecida, en que no penetra la semilla de la palabra de Dios. No
digas jamás:
"He pecado y nada desagradable me ha ocurrido". Dios sigue siendo
omnipotente y te
exige que hagas penitencia.
Si has tenido la
desgracia de pecar, mira la gravedad de la herida; pero no de
modo que desesperes
de la majestad del médico. Ahora es tiempo de
misericordia para
enmendarte.
¿Ofendiste a Dios?
Arrepiéntete
pronto. No has concluido aún tu peregrinación;
aún te queda tiempo
para hacerlo. No desesperes, porque éste sería el mayor mal
de los males; más
bien clama al Señor como David: Piedad de mí,
Dios mío, portu
gran misericordia —Salmo 50,3
¡Qué Dulce es el
Señor!
¡Qué suave vida
sería no tener deseos desordenados! ¡Oh, dulce vida!
Dulce es también el
placer del pecado; de lo contrario, los hombres no lo
seguirían. Los
teatros, los espectáculos, las torpes canciones, dulzuras son de la
concupiscencia, que
realmente deleitan, pero no según tu ley, oh Señor.
¡Dichosa el alma que se complace en las dulzuras de tu ley, en la que no la
contamina torpeza
alguna, sino que la purifica el aire fresco de la verdad!
Tú eres suave, oh
Señor; con tu suavidad enséñame tus bondades.
Cierto que cuando
el mal me solicita y es dulce me resulta amarga la verdad.
Enséñame con tu
suavidad, de modo que me sea agradable la verdad y tu dulzura
me haga despreciar
la iniquidad.
Mucho mayor y más
suave es la verdad; pero, como sucede con el pan, no es
agradable más que
para los sanos. ¿Qué cosa mejor y más excelente que el pan
del cielo? Nada, en
verdad, pero sólo para el que no padezca la dentera de la
maldad. ¿De qué me sirve alabar el pan, si vivo mal?
No me nutro de lo que alabo.
Escucho la palabra
de la justicia y de la verdad, y la alabo; pero la mejor
alabanza sería
practicarla.
¡Ayúdame, Señor, a practicar lo que alabo!
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