www.iterindeo.blogspot.com
Visitamos
El Santo Job toleró a este demonio cuando fue atormentado con
ambas tentaciones, pero en ambas salió victorioso con el vigor constante de la
Paciencia y con las armas de la piedad.
Primero perdió cuanto tenía, pero con
el cuerpo ileso, para que cayese el ánimo, antes de atormentarle en la carne,
al quitarle las cosas que más suelen estimar los hombres, y dijese contra Dios
algo, al perder aquellas cosas por las que se pensaba que Job servía a Dios.
Fue afligido también con la pérdida instantánea de todos sus hijos, de modo que
los que recibió uno a uno, los perdiera de una vez, como si su mayor número no
se le hubiera otorgado para mostrar la plena felicidad, sino para acumular
calamidad.
Al padecer todas estas cosas, permaneció inconmovible en su Dios,
apegado a su divina voluntad, pues a Dios no podía perderle sino por su propia
voluntad. Perdió las cosas, pero retuvo al que se las quitó para encontrar en
él lo que permanece para siempre. Pues tampoco se las había quitado el que tuvo
voluntad de dañar, sino el que había dado la potestad de tentar.
Job, fue más cauto que Adán, entonces el enemigo se ensañó con el cuerpo, no en las cosas
externas al hombre, sino que hirió, cuanto pudo, al hombre mismo. De la cabeza
a los pies ardían los dolores, manaban los gusanos, corría la purulencia.
Pero
el espíritu permanecía íntegro en un cuerpo pútrido y toleró, con una piedad
inviolable y una paciencia incorruptible, los horribles suplicios de la carne
que se corrompía. La esposa estaba presente, pero no ayudaba nada al marido,
sino que más bien le impulsaba a blasfemar contra Dios.
No se la había llevado
el diablo con los hijos como hubiera hecho un ingenuo en el arte de hacer daño,
pues en Eva había aprendido cuán necesaria era la esposa al tentador.
Sólo que
ahora no encontró otro Adán a quien pudiera seducir por medio de la mujer. Más
cauto fue Job en los dolores que Adán entre flores.
Éste fue vencido en las
delicias, aquél venció en las penas, éste consintió en la dulzuras, aquél
resistió en la torturas.
Estaban también presentes los amigos, pero no para
consolarle en el mal, sino para hacerle sospechoso del mal. Pues no podían
creer que el que tanto padecía pudiera ser inocente, y su lengua no callaba lo
que su conciencia ignoraba.
Así, entre los crueles tormentos del cuerpo, el
alma se cubría de falsos oprobios.
Pero Job toleró en su carne los propios
dolores, y en su corazón los ajenos errores. A la esposa corrigió en su
insensatez, y a los amigos enseñó la sapiencia, y en todo conservó la
paciencia.
La virtud del alma que se llama, Paciencia es un don de Dios
tan grande, que Él mismo, que nos la otorga, pone
de relieve
la suya, cuando aguarda a los malos hasta que se corrijan.
Así, aunque Dios nada puede padecer,
y el término paciencia se deriva de padecer (patientia, a patiendo), no
solo creemos firmemente que Dios es paciente, sino que también lo confesamos
para nuestra salvación.
Pero ¿quién podrá explicar con palabras la calidad
y grandeza de la paciencia de Dios, que nada padece pero tampoco permanece
impasible, e incluso aseguramos que es pacientísimo?
Así pues, su paciencia es
inefable como lo es su celo, su ira
y otras cosas parecidas.
Porque si pensamos estas cosas a nuestro modo,
en Él, ciertamente, no se dan así. En efecto, nosotros no sentimos ninguna de
estas cosas sin molestias, pero no podemos ni sospechar que Dios, cuya
naturaleza es impasible, sufra tribulación alguna.
Así, tiene celos sin envidia, ira sin
perturbación alguna, se compadece sin sufrir, se arrepiente sin corregir una
maldad propia. Así es paciente sin pasión. Pero
ahora voy a exponer, en cuanto el Señor me lo conceda y la brevedad del
presente discurso lo consienta, la naturaleza de la paciencia humana de modo
que podamos comprenderla y también procuremos tenerla.
La auténtica paciencia humana,
digna de ser alabada y de llamarse virtud, se muestra en el buen ánimo, con el
que toleramos los males, para no dejar de mal humor los bienes que nos
permitirán conseguir las cosas mejores. Pues los impacientes, cuando no quieren padecer cosas malas,
no consiguen escapar de ellas, sino sufrir males mayores.
Pero los que tienen
paciencia prefieren soportar los males antes que cometerlos y no cometerlos
antes que soportarlos, aligeran el mal que toleran con paciencia y se libran de
otros peores en los que caerían por la impaciencia. Pues los bienes
eternos y más grandes no se pierden mientras no se rinden a los males
temporales y mezquinos: porque no son comparables los padecimientos de
esta vida con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros . Y
también: lo que en nuestra tribulación es temporal y leve, de una forma
increíble, nos produce un peso eterno de gloria .
Veamos, pues, qué duros trabajos
y dolores soportan los hombres por las cosas que aman, viciosamente, y cómo se
juzgan más felices con ellas cuanto más infelizmente las codician. ¡Qué de cosas peligrosísimas y muy
molestas afrontan, con suma paciencia, por unas falsas riquezas, unos vanos
honores o unas pueriles satisfacciones!
Los vemos hambrientos de dinero, de
gloria y de lascivia, y, para conseguir esas cosas, tan deseadas y una vez
adquiridas no carecer de ellas, soportar, no por una necesidad inevitable sino
por una voluntad culpable, el sol, la lluvia, los hielos, el mar y las
tempestades más procelosas, las asperezas e incertidumbres de la guerra, golpes
y heridas crueles, llagas horrendas. E, incluso, estas locuras les parecen, en cierto
modo, muy lógicas.
Efectivamente, se piensa que la
avaricia, la ambición, la lujuria y otros mil pasatiempos más son cosas
inocentes mientras no sirvan de pretexto para cometer algún delito o un crimen
prohibido por las leyes humanas.
Es más, cuando alguien soportó grandes
trabajos y dolores, sin cometer fraude, para adquirir o aumentar su dinero,
para alcanzar o mantener sus honores, o para luchar en la palestra o cazar, o
para exhibir algo plausible en el teatro, no parece una nonada dejar sin
reprensión esa vanidad popular, sino que es exaltada con las mayores alabanzas,
como está escrito: porque se alaba al pecador en los apetitos de su
alma . Pues la
fuerza de los deseos lleva a tolerar trabajos y dolores, y nadie acepta
espontáneamente lo que causa dolor, sino por aquello que causa placer.
Mas, como digo, se juzgan lícitas
y permitidas por las leyes, esas apetencias por las que soportan, con la mayor
paciencia, trabajos y asperezas, los que inflamados por ellas tratan de
satisfacerlas.
¿Y qué decir, cuando los hombres
soportan grandes calamidades, no para castigar crímenes notorios sino para
perpetrarlos? ¿No nos
cuentan los escritores de literatura civil de cierto nobilísimo parricida de la
patria que podía soportar el hambre, la sed y el frío, y que su cuerpo podía
tolerar el ayuno, el frío, el insomnio más de lo que nadie pudiera creer? ¿Y
qué diré de los ladrones que, cuando acechan a los viandantes, pasan noches sin
dormir, y para asaltar a los inocentes transeúntes someten su alma dañada y su
cuerpo a todas las inclemencias del cielo? Algunos de ellos se atormentan entre
sí con tal rigor, que su entrenamiento para los castigos en nada difiere de los
castigos, pues tal vez no los tortura tanto el juez para arrancarles la verdad
como los torturan sus cómplices para que no canten en el tormento.
Y, sin embargo, en todo esto, la paciencia es cosa
más de admirar que de alabar, mejor dicho, no es de admirar ni de alabar,
porque no es tal paciencia. Es una
terquedad admirable, pero no se trata de paciencia. Aquí no hay, justamente, nada que alabar, nada
útil para imitar. Y, si
juzgamos rectamente, un alma es digna de tanto mayor suplicio cuanto más somete
a los vicios los medios de la virtud. La paciencia es compañera de la
sapiencia, no esclava de la concupiscencia; es amiga de la buena conciencia, no
enemiga de la inocencia.
Así pues, cuando veas que alguien
tolera algo pacientemente, no te apresures a alabar su paciencia mientras no
aparezca el motivo de su padecer. Cuando éste es bueno, aquélla es verdadera; cuando éste no se
mancha con la codicia, entonces aquélla se aparta de la falsedad; cuando aquél
se hunde en el crimen, entonces se yerra en darle a ésta el nombre de
paciencia. Pues, así como todos los que saben participan de la ciencia, no
todos los que padecen participan de la paciencia, sino que los que viven
rectamente su pasión, ésos son alabados como verdaderos pacientes, y son
coronados con el galardón de la paciencia.
Los humanos, por esta vida
temporal y su salud, toleran males horrendos, de modo admirable, incluso por
sus pasiones y sus crímenes, así nos amonestan cuánto hemos de sufrir por una
vida buena, para que luego pueda ser eterna, y sin ningún límite de tiempo ni
detrimento de nuestro interés, con una felicidad verdadera y segura.
El Señor ha dicho:
en vuestra paciencia
poseeréis vuestras almas.
No
dijo: Poseeréis vuestras fincas, vuestras honras y vuestras lujurias, sino vuestras
almas. Si tanto sufre el alma para alcanzar la causa de su
perdición, ¿cuánto debe sufrir para no perderse? Y, para mencionar algo que no es pecaminoso,
si tanto sufre por la salud de su cuerpo en las manos de los médicos que cortan
o cauterizan, ¿cuánto debe sufrir por su salvación entre los arrebatos de sus
enemigos? Los médicos
tratan el cuerpo con tormentos para que no muera, pero los enemigos nos
amenazan con castigos y la muerte corporal, para empujarnos al infierno donde
mueran cuerpo y alma.
Verdad es que miramos más
prudentemente por el propio cuerpo cuando despreciamos su salud temporal, por
la justicia, y por la justicia toleramos con paciencia los castigos y la
muerte. Porque de la
redención última y definitiva del cuerpo habla el Apóstol cuando dice: dentro
de nosotros, gemimos, esperando la adopción de hijos, la redención de nuestro
cuerpo. Después prosigue: en esperanza hemos sido salvados; pero
la esperanza que se ve no es esperanza, ya que lo que uno ve, ¿cómo lo espera?,
y si esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos .
Así pues, cuando nos torturan
algunos males pero no nos destruyen las malas obras, no solo poseemos nuestra
alma por la paciencia, sino que cuando por la paciencia se aflige y se
sacrifica el cuerpo temporalmente, se lo recupera con una salud y una seguridad
eterna, y por el dolor y la muerte se conquista una salud inviolable y una
inmortalidad feliz.
Por eso, Jesús, al exhortar a sus mártires a la paciencia,
les prometió también la integridad futura del mismo cuerpo que no ha de perder,
no digo ya un miembro, sino ni siquiera un pelo: En verdad os digo, dice,
que no perecerá un cabello de vuestra cabeza . Y como dice el Apóstol: nadie
tuvo jamás odio a su carne . Vele, pues, el hombre fiel más por la paciencia que por la
impaciencia, por la salud de su carne y compare los dolores del presente, por
grandes que sean, con la inestimable ganancia de la incorrupción futura.
Así pues, aunque la paciencia sea una virtud del espíritu, el
alma ha de practicarla tanto en sí misma como en su cuerpo. En sí misma se
practica la paciencia cuando, mientras el cuerpo permanece ileso e intacto y se
lo incita a una acción desafortunada, como una torpeza de obra o se le invita
de palabra a ejecutar o decir algo que no es conveniente o decente, y sufre con
paciencia todos los males para no cometer mal alguno de palabra o de obra.
Hijo,
al entrar al servicio de Dios, mantente en justicia y temor, y prepara tu alma
para la tentación. Humilla
tu corazón y aguanta, para que, al final, florezca tu vida.
Acepta todo lo que
te sobrevenga, aguanta en el dolor y sé paciente con humildad. Porque se prueba a fuego el oro y la plata, pero los
hombres se hacen aceptables en el camino de la humillación . Y en otro lugar se dice: Hijo, no decaigas
en la disciplina del Señor ni desmayes cuando seas reprendido por Él.
Pues al que Dios ama, le castiga; y azota a todo hijo
que le es aceptable . Aquí
se dice hijo aceptable como arriba se dijo hombres aceptables.
Pues es muy justo que los que fuimos expulsados de la felicidad primera del
paraíso, por una apetencia contumaz de las delicias, seamos aceptados de nuevo
por la paciencia humilde de los trabajos. Hemos sido fugitivos por hacer el mal,
pero seremos acogidos por padecer el mal. Porque allí delinquimos contra la
justicia, y aquí sufrimos por la justicia.
Al copiar este articulo favor conservar o citar este link.
www.iterindeo.blogspot.com
Visitamos
No hay comentarios:
Publicar un comentario