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viernes, 13 de abril de 2012

El drama de un cristiano comienza cuando no ve a Cristo en su vida; cuando por la tibieza, el pecado o la soberbia se nubla el horizonte; cuando se hacen las cosas como si no estuviera Jesús junto a nosotros, como si no hubiera resucitado.



Jesús llamó a los Apóstoles conociendo sus defectos. Confía en ellos y los forma con paciencia; cuenta con el tiempo para hacerlos idóneos para la misión que han de desempeñar. Encontraremos resistencias, consecuencia del pecado original o de los pecados personales. A nosotros nos toca ser buenos canales por los que llega la gracia del Señor, facilitar la acción del Espíritu Santo en nuestros amigos, parientes y conocidos. 

No sabemos cómo ni cuándo, pero todo esfuerzo apostólico da su fruto, aunque en muchas ocasiones nosotros no le veamos. 
El Señor nos pide la paciente espera de los pescadores


«Después se apareció de nuevo Jesús a sus discípulos junto al mar de Tiberíades. Se apareció así: estaban juntos Simón Pedro y Tomas, llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro: Voy a pescar Le contestaron: Vamos también nosotros contigo. Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. 

Llegada ya la mañana, se presentó Jesús en la orilla; pero sus discípulos no sabían que era Jesús. Les dijo Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo de comer? Le contestaron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces. Aquel discípulo a quien amaba Jesús dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor se ciñó la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, 
arrastrando la red con los peces.» 
(Juan 21, 1-8) 


 Jesús, los apóstoles te obedecen y vuelven a Galilea en espera de verte allí. Mientras, aprovechan para hacer lo que saben hacer: pescar. Y vuelve a suceder lo que ocurrió en la anterior pesca milagrosa, cuando llamaste a los primeros discípulos para que fueran pescadores de hombres y ellos lo dejaron todo para seguirte. Ahora, después de resucitado, es como una segunda llamada. Esta vez serán ellos los que tengan que predicar, y llevar el peso de las contradicciones, las persecuciones, los azotes y hasta su propia muerte. 

Jesús, Tú no les abandonas: estás siempre cerca, en la orilla, para bendecir con fruto abundante el trabajo de tus apóstoles. Jesús, hoy me vuelves a enseñar que el fruto apostólico no es proporcional al esfuerzo humano -«aquella noche no pescaron nada»-, sino que depende de la obediencia a tus mandatos: «echad la red a la derecha.» Porque «Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra obediencia» San Juan Crisóstomo. 

Ayúdame, Jesús, a obedecerte en aquellos planes apostólicos que me sugieres a través de la oración o de la dirección espiritual. 


 «Pasa al lado de sus Apóstoles, junto a esas almas que se han entregado a Él: y ellos no se dan cuenta. ¡Cuántas veces está Cristo, no cerca de nosotros, sino en nosotros; y vivimos una vida tan humana! (...). Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo que, en tantas ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro: pescadores de hombres, apóstoles. Y comprenden que todo es posible, porque Él es quien dirige la pesca. 

«Entonces, el discípulo aquel que Jesús amaba se dirige a Pedro: es el Señor». El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor! «Simón Pedro apenas oyó es el Señor vistiose la túnica y se echó al mar». Pedro es la fe. Y se lanza al mar lleno de una audacia de maravilla. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?

Jesús, a veces me falta el amor de Juan para verte en el trabajo, para tratarte en la oración y en la Comunión, para servirte en los que me rodean. Necesito toda la pureza y toda la ternura del apóstol adolescente, a quien amabas tanto. Por mi parte, he de intentar tener el corazón limpio a través de la Confesión frecuente y luchando por vivir las virtudes cristianas.

También te pido la fe de Pedro, para lanzarme de cabeza a todo lo que me pidas, y no quedarme en mi barca: en mis cosas, en mi comodidad, en el éxito de una pesca profesional que es tuya, y que sólo vale la pena si sirve para ponerla a tus pies. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros? Jesús, si me fío de Ti, si obedezco, si busco únicamente tu gloria, si me esfuerzo por amarte con fortaleza y con piedad, Tú llenarás de fruto mi barca de apóstol, pues todo es posible cuando Tú diriges la pesca.



Los Apóstoles han marchado de Jerusalén a Galilea, como les había indicado el Señor (Mateo 28, 7). Han vuelto a su antigua profesión, la que tenían cuando el Señor los llamó, junto al lago. Jesús resucitado va en busca de los suyos para fortalecerlos en la fe y en su amistad, y para seguir explicándoles la gran misión que les espera.

Los discípulos no acaban de reconocerle cuando les indica de lejos: Echad la red a la derecha de la barca, y encontraréis. Juan confirma la certeza interior de Pedro. Inclinándose hacia él, le dijo: ¡Es el Señor! Pedro salta como un resorte. No espera que las barcas llenas con una pesca abundante, lleguen a la orilla. El amor de Juan distinguió inmediatamente al Señor en la orilla: ¡Es el Señor! “El amor, el amor lo ve de lejos” 

El drama de un cristiano comienza cuando no ve a Cristo en su vida; cuando por la tibieza, el pecado o la soberbia se nubla el horizonte; cuando se hacen las cosas como si no estuviera Jesús junto a nosotros, como si no hubiera resucitado. 


. “¿Porqué contó el Señor tantos pescadores entre sus Apóstoles? ¿Qué cualidad vio en ellos Nuestro Señor? Una paciencia inquebrantable. Han trabajado toda la noche y no han pescado nada; muchas horas de espera, en las que la luz gris de la aurora les traería un premio, y no lo ha habido” 

No sabemos cómo ni cuándo, pero todo esfuerzo apostólico da su fruto, aunque en muchas ocasiones nosotros no le veamos. El Señor nos pide la paciente espera de los pescadores. Ser constantes en el apostolado personal, no abandonarlo jamás, no dejar a nadie por imposible. La paciencia es parte principal de la fortaleza y nos lleva a saber esperar cuando así lo requiera la situación, a poner los medios humanos y sobrenaturales, a recomenzar muchas veces, a contar con nuestros defectos y con los de las personas que queremos llevar a Dios. 

 Jesús llamó a los Apóstoles conociendo sus defectos. Confía en ellos y los forma con paciencia; cuenta con el tiempo para hacerlos idóneos para la misión que han de desempeñar. Encontraremos resistencias, consecuencia del pecado original o de los pecados personales. A nosotros nos toca ser buenos canales por los que llega la gracia del Señor, facilitar la acción del Espíritu Santo en nuestros amigos, parientes y conocidos. 

Si el Señor no se cansa de dar su ayuda a todos, ¿cómo nos vamos a desalentar nosotros que somos simples instrumentos? El Señor era Amigo de sus discípulos. Nosotros pidamos a Santa María que nos ayude a imitar a Jesús para llevar a Él a nuestros amigos. 

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