Jesús llamó a los Apóstoles conociendo sus defectos. Confía en ellos y los forma con paciencia; cuenta con el tiempo para hacerlos idóneos para la misión que han de desempeñar. Encontraremos resistencias, consecuencia del pecado original o de los pecados personales. A nosotros nos toca ser buenos canales por los que llega la gracia del Señor, facilitar la acción del Espíritu Santo en nuestros amigos, parientes y conocidos.
No sabemos cómo ni cuándo, pero todo esfuerzo apostólico da su fruto, aunque en muchas ocasiones nosotros no le veamos.
El Señor nos pide la paciente espera de los pescadores
«Después se apareció de nuevo Jesús a sus discípulos junto al mar de Tiberíades.
Se apareció así: estaban juntos Simón Pedro y Tomas, llamado Dídimo, Natanael,
que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.
Les dijo Simón Pedro: Voy a pescar Le contestaron: Vamos también nosotros
contigo. Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron
nada.
Llegada ya la mañana, se presentó Jesús en la orilla; pero sus
discípulos no sabían que era Jesús. Les dijo Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo de
comer? Le contestaron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y
encontraréis. La echaron, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces.
Aquel discípulo a quien amaba Jesús dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Al oír Simón
Pedro que era el Señor se ciñó la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al
mar Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra,
sino a unos doscientos codos,
arrastrando la red con los peces.»
(Juan 21, 1-8)
Jesús, los apóstoles te obedecen y vuelven a Galilea en espera de
verte allí. Mientras, aprovechan para hacer lo que saben hacer: pescar. Y vuelve
a suceder lo que ocurrió en la anterior pesca milagrosa, cuando llamaste a los
primeros discípulos para que fueran pescadores de hombres y ellos lo dejaron
todo para seguirte. Ahora, después de resucitado, es como una segunda llamada.
Esta vez serán ellos los que tengan que predicar, y llevar el peso de las
contradicciones, las persecuciones, los azotes y hasta su propia muerte.
Jesús, Tú no les abandonas: estás siempre cerca, en la orilla, para
bendecir con fruto abundante el trabajo de tus apóstoles. Jesús, hoy me vuelves
a enseñar que el fruto apostólico no es proporcional al esfuerzo humano
-«aquella noche no pescaron nada»-, sino que depende de la obediencia a tus
mandatos: «echad la red a la derecha.» Porque «Dios no necesita de nuestros
trabajos, sino de nuestra obediencia» San Juan Crisóstomo.
Ayúdame,
Jesús, a obedecerte en aquellos planes apostólicos que me sugieres a través de
la oración o de la dirección espiritual.
«Pasa al lado de sus
Apóstoles, junto a esas almas que se han entregado a Él: y ellos no se dan
cuenta. ¡Cuántas veces está Cristo, no cerca de nosotros, sino en nosotros; y
vivimos una vida tan humana! (...). Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo
que, en tantas ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro: pescadores de
hombres, apóstoles. Y comprenden que todo es posible, porque Él es quien dirige
la pesca.
«Entonces, el discípulo aquel que Jesús amaba se dirige a
Pedro: es el Señor». El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que
capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que
siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura
de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor! «Simón
Pedro apenas oyó es el Señor vistiose la túnica y se echó al mar». Pedro es la
fe. Y se lanza al mar lleno de una audacia de maravilla. Con el amor de Juan y
la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?
Jesús, a veces me falta el amor de Juan para verte en el trabajo, para
tratarte en la oración y en la Comunión, para servirte en los que me rodean.
Necesito toda la pureza y toda la ternura del apóstol adolescente, a quien
amabas tanto. Por mi parte, he de intentar tener el corazón limpio a través de
la Confesión frecuente y luchando por vivir las virtudes
cristianas.
También te pido la fe de Pedro, para lanzarme de cabeza a
todo lo que me pidas, y no quedarme en mi barca: en mis cosas, en mi comodidad,
en el éxito de una pesca profesional que es tuya, y que sólo vale la pena si
sirve para ponerla a tus pies. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta
dónde llegaremos nosotros? Jesús, si me fío de Ti, si obedezco, si busco
únicamente tu gloria, si me esfuerzo por amarte con fortaleza y con piedad, Tú
llenarás de fruto mi barca de apóstol, pues todo es posible cuando Tú diriges la
pesca.
Los Apóstoles han marchado de Jerusalén a Galilea, como les había indicado el
Señor (Mateo 28, 7). Han vuelto a su antigua profesión, la que tenían cuando el
Señor los llamó, junto al lago. Jesús resucitado va en busca de los suyos para
fortalecerlos en la fe y en su amistad, y para seguir explicándoles la gran
misión que les espera.
Los discípulos no acaban de reconocerle cuando les
indica de lejos: Echad la red a la derecha de la barca, y encontraréis. Juan
confirma la certeza interior de Pedro. Inclinándose hacia él, le dijo: ¡Es el
Señor! Pedro salta como un resorte. No espera que las barcas llenas con una
pesca abundante, lleguen a la orilla. El amor de Juan distinguió inmediatamente
al Señor en la orilla: ¡Es el Señor! “El amor, el amor lo ve de lejos”
El drama de un cristiano comienza
cuando no ve a Cristo en su vida; cuando por la tibieza, el pecado o la soberbia
se nubla el horizonte; cuando se hacen las cosas como si no estuviera Jesús
junto a nosotros, como si no hubiera resucitado.
. “¿Porqué contó
el Señor tantos pescadores entre sus Apóstoles? ¿Qué cualidad vio en ellos
Nuestro Señor? Una paciencia inquebrantable. Han trabajado toda la noche y no
han pescado nada; muchas horas de espera, en las que la luz gris de la aurora
les traería un premio, y no lo ha habido”
No sabemos cómo ni cuándo, pero
todo esfuerzo apostólico da su fruto, aunque en muchas ocasiones nosotros no le
veamos. El Señor nos pide la paciente espera de los pescadores. Ser constantes
en el apostolado personal, no abandonarlo jamás, no dejar a nadie por imposible.
La paciencia es parte principal de la fortaleza y nos lleva a saber esperar
cuando así lo requiera la situación, a poner los medios humanos y
sobrenaturales, a recomenzar muchas veces, a contar con nuestros defectos y con
los de las personas que queremos llevar a Dios.
Jesús llamó a
los Apóstoles conociendo sus defectos. Confía en ellos y los forma con
paciencia; cuenta con el tiempo para hacerlos idóneos para la misión que han de
desempeñar. Encontraremos resistencias, consecuencia del pecado original o de
los pecados personales. A nosotros nos toca ser buenos canales por los que llega
la gracia del Señor, facilitar la acción del Espíritu Santo en nuestros amigos,
parientes y conocidos.
Si el Señor no se cansa de dar su ayuda a todos,
¿cómo nos vamos a desalentar nosotros que somos simples instrumentos? El Señor
era Amigo de sus discípulos. Nosotros pidamos a Santa María que nos ayude a
imitar a Jesús para llevar a Él a nuestros amigos.
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