Algunas de las dudas y cuestiones que frecuentemente les hacen o se
hacen los creyentes. Esta vez se trata del interesante tema de los
milagros:
Consideremos una
objeción a la fe que es particularmente cortante para un científico, ¿cómo se
pueden conciliar los milagros con una concepción científica del mundo? En el
habla moderna, hemos abaratado la palabra “milagro”. Hablamos de “medicinas
milagrosas”, “dietas milagrosas”, “milagro sobre hielo”, incluso “limpiadores
milagrosos”. Pero claro que ése no era el sentido original de la palabra.
Con más precisión, un milagro es un hecho que ocurre sin que las leyes de la
naturaleza lo puedan explicar y por lo tanto se considera de origen
sobrenatural.
Todas las religiones
incluyen la creencia en ciertos milagros. La historia de cuando los israelitas
cruzaron el mar Rojo conducidos por Moisés mientras que los hombres del faraón
se ahogaron, es contada en el libro del Éxodo, una historia poderosa, una
providencia de Dios en prevención de la inminente destrucción de su pueblo. De
manera similar, cuando José le pidió a Dios que prolongara el día para que
pudieran ganar una batalla, se dice que el sol se quedó quieto en un modo que
sólo puede ser descrito como milagro.
En el Islam se dice
que Mohamed empezó a escribir del Corán en una cueva cercana a La Meca, cuando
recibió la orden sobrenatural por parte del ángel Jibril (Gabriel). El ascenso
de Mohamed es también un hecho milagroso, ya que se la da oportunidad de ver
todas las características del cielo y del infierno.
Los milagros tienen
un papel particularmente poderoso en la cristiandad, en especial el más
importante de todos: Cristo surgiendo de entre los muertos.
¿Cómo
puede uno aceptar estas afirmaciones y a la vez afirmar que se es un ser humano
moderno y racional?
Bueno, si uno parte del supuesto de que los
hechos sobrenaturales son imposibles entonces no puede haber milagros. De nuevo
podemos dirigirnos a C. S. Lewis para encontrar un pensamiento realmente claro
sobre este tema en su libro Milagros:
“Cada hecho del que se pueda
afirmar que es un milagro, en última instancia es algo que se presenta a
nuestros sentidos, algo que vemos, escuchamos tocamos, olemos o probamos. Y
nuestros sentidos no son infalibles. Si algo extraordinario ocurre alguna vez,
siempre podemos decir que fuimos víctimas de una ilusión. Si sostenemos una
filosofía que excluya lo sobrenatural, esto es lo que siempre podremos decir.
Lo
que aprendemos de la experiencia depende de la clase de filosofía que le demos a
la experiencia. Por lo tanto es inútil apelar a la experiencia antes de
establecer, tan bien como podamos, la cuestión
filosófica”.
A riesgo de
asustar a los que se sientan incómodos con los enfoques matemáticos de los
problemas filosóficos, consideremos el siguiente análisis: el
reverendo Thomas Bayes, era un teólogo escocés poco recordado por sus
reflexiones filosóficas, pero muy respetado por haber expuesto un teorema de la
probabilidad en particular. El teorema de Bayes ofrece una fórmula mediante la
cual se puede calcular la probabilidad de observar un hecho en particular, dada
cierta información previa (el “previo”) y cierta información adicional (el
“condicional”). Su teorema es particularmente útil cuando se enfrentan dos o más
posibles explicaciones para que un hecho ocurra.
Consideremos el
siguiente ejemplo: usted ha sido raptado por un hombre trastornado. Él le da una
oportunidad de dejarlo en libertad: le permitirá sacar una carta de entre un
mazo, regresarla al mazo, barajar y volver a sacar una carta. Si saca el as de
espadas las dos veces, lo dejará en libertad. Dudando de que esto incluso valga la pena intentarse,
procede. Ante su sorpresa, saca el as de espadas las dos veces consecutivas.
Sueltan sus cadenas y usted regresa a casa.
Como tiene inclinaciones
matemáticas, calcula la probabilidad de su buena suerte como 1/52 x 1/52 =
1/2704. Algo muy poco probable, pero sucedió.
Sin embargo, unas
semanas más tarde, conoce a un benévolo empleado de la compañía que fabrica las
cartas y que, sabiendo de las apuestas del hombre trastornado, ha arreglado que
uno de cada cien mazos de cartas esté formado con cincuenta y dos ases de
espadas. ¿Así que no se trató de un golpe de suerte?
Quizá una persona
entendida y bondadosa (el empleado), desconocido para usted en el momento de su
captura, intervino para mejorar las probabilidades de su liberación. La
probabilidad de que el mazo del que usted sacara las cartas fuera un mazo
regular con cincuenta y dos cartas diferentes era de 99/100, y la probabilidad
de que se tratara del mazo especial con 52 ases de espadas, era de 1/100. Para
esos dos puntos de partida, las probabilidades del “condicional” de sacar dos
ases de espadas consecutivamente serían de 1/2704 y 1, respectivamente. Por el
teorema de Bayes ahora es posible calcular las probabilidades “posteriores” y
concluir que existe un 96 por ciento de ellas de que el mazo de cartas del que
usted extrajo la suya fuera uno de los “milagrosos”.
Este mismo
análisis se puede aplicar a los hechos aparentemente milagrosos de la vida
diaria.
Supongamos que usted observó la cura espontánea de un cáncer en
estado avanzado, que se sabe que es fatal en casi todos los casos. ¿Es esto un
milagro? Para evaluar la pregunta en el sentido bayesiano, se requiere primero
que usted postule cuál es el “previo” de que ocurra una cura milagrosa del
cáncer. ¿Es uno entre mil? ¿Uno en un millón? ¿O es cero?
Por supuesto, es
aquí en donde la gente razonable estará en desacuerdo, a veces de manera
ruidosa. El materialista comprometido, para comenzar, no se permite ninguna
posibilidad de milagros (su “previo” será de cero) y, por lo tanto, incluso una
cura de cáncer extremadamente inusual será descontada como evidencia de milagro,
y en cambio será atribuida al hecho de que ocasionalmente ocurren hechos
extraños en el mundo natural.
Sin embargo, el que cree en la existencia de Dios,
después de examinar la evidencia concluirá que semejante cura no pudo haber
ocurrido por ningún proceso natural, y habiendo admitido que la probabilidad
previa de un milagro, aunque pequeña no llega a ser cero, realizará sus propios
cálculos bayesianos (muy informalmente) para llegar a la conclusión de que un
milagro tiene más posibilidades de ocurrir que las que tiene de que no
ocurra.
Todo esto es
sólo para decir que una discusión sobre lo milagroso rápidamente se convierte en
un argumento sobre si uno está dispuesto, o no, a considerar alguna posibilidad
de lo sobrenatural. Yo creo que la posibilidad existe, pero al mismo tiempo, el
“previo” en general debe ser muy bajo. Es decir, el supuesto en cualquier caso
dado debe ser hacia una explicación natural. Un hecho mundano pero sorpresivo no
es automáticamente milagroso. El deísta, que ve a Dios como creador del universo
pero que luego se va a otra parte a desarrollar otras actividades, no tiene
mayores razones para considerar los hechos naturales como milagrosos que el
materialista convencido.
El teísta, que cree en un Dios involucrado con las
vidas de los seres humanos, puede aplicar una variedad de umbrales en el
supuesto de los milagros, dependiendo de que la percepción del individuo sobre
la probabilidad de que Dios intervenga en las circunstancias
diarias.
Al margen de la
opinión personal, es esencial que se aplique un escepticismo saludable al
interpretar hechos potencialmente milagrosos, a menos que la integridad y la
racionalidad de la perspectiva religiosa se pongan en duda. La única cosa que
matará la posibilidad de los milagros más rápidamente que un materialista
convencido es asignar el estado de milagro a hechos cotidianos para los que ya
existe una explicación natural. Cualquiera que declare que el florecer de una
rosa es un milagro, está pisoteando un creciente entendimiento de la biología de
las plantas, el cual ha avanzado mucho en elucidar todos los pasos entre la
germinación de la semilla y el florecimiento de una bella y perfumada rosa, todo
dirigido por el manual de instrucciones de ADN de esa planta.
De manera similar,
un individuo que se gana la lotería y anuncia que es un milagro porque ha rezado
por ese resultado, presiona nuestra credulidad. Después de todo, la amplia
distribución de ciertos vestigios de fe en nuestra sociedad moderna, es probable
que una fracción significativa de los individuos que compran boletos de la
lotería también rece de alguna forma para ser ellos los ganadores. De ser así,
la afirmación del verdadero ganador sobre una intervención milagrosa suena
hueca.
Más difíciles de
evaluar son las afirmaciones de curas milagrosas de problemas médicos. Como
médico, en ocasiones he visto circunstancias en donde ciertos individuos se
curaron de enfermedades que aparentemente eran irreversibles. Sin embargo, me
resisto a adscribir esos hechos a la intervención milagrosa, dado nuestro
incompleto entendimiento de la enfermedad y de cómo afecta a nuestro cuerpo. Con
demasiada frecuencia, cuando se ha investigado cuidadosamente alguna supuesta
cura milagrosa por parte de observadores objetivos, tales pretensiones se han
quedado cortas. A pesar de esas reservas, y bajo la insistencia de que las
afirmaciones sean respaldadas por extensas evidencias, no me sorprendería
escuchar que ocurren curaciones genuinamente milagrosas en ocasiones
extremadamente raras. Mi “previo” es bajo, pero no es cero.
Por lo tanto, los
milagros no suponen un conflicto irreconciliable para el creyente que confía en
la ciencia como un medio para investigar el mundo natural, y que observa que
éste está regido por leyes. Si, como yo, usted admite que puede existir algo o
alguien fuera de la naturaleza, entonces no existe razón lógica por la que esa
fuerza no pueda en raras ocasiones perpetrar una invasión. Por otro lado, para
evitar que el mundo caiga en el caos, los milagros deben ser muy poco
comunes.
Como
escribió Lewis: “Dios no esparce milagros en la naturaleza
aleatoriamente como si estuviera salpimentando. Ocurren en grandes ocasiones: se
encuentran en los grandes ganglios de la historia, no de la historia política o
social, sino de la historia espiritual que no puede ser completamente conocida
por el hombre. Si tu propia vida no resulta estar cerca de alguno de esos
grandes ganglios, ¿cómo puedes esperar ver uno?”
Aquí no sólo vemos
un argumento sobre la rareza de los milagros, sino también el argumento de que
deben tener algún propósito, en vez de representar los actos sobrenaturales de
un mago caprichoso, diseñados simplemente para asombrar. Si Dios es la
encarnación última de la omnipotencia y la bondad, no jugaría el papel de un
impostor así. John Polkinghorne aborda este punto de manera contundente:
“Los milagros no se deben interpretar como actos divinos contra las
leyes de la naturaleza (ya que esas leyes son en sí mismas expresión de la
voluntad de Dios), sino como revelaciones más profundas del carácter de la
relación divina hacia la creación. Para ser creíbles, los milagros deben
transmitir un entendimiento más profundo de lo que se hubiera obtenido sin
ellos”.
A pesar de estos
argumentos, los escépticos materialistas que no desean darle cabida al concepto
de lo sobrenatural, aquellos que refutan la evidencia de la ley moral y la
sensación universal del anhelo de Dios, sin duda argumentarán que no hay ninguna
necesidad de considerar los milagros en absoluto.
Desde su punto de
vista, las leyes de la naturaleza pueden explicarlo todo, incluso lo
excesivamente improbable. Pero, ¿se puede sostener este punto completamente? Existe
al menos un hecho singular, excesivamente improbable y profundo en la historia,
que los científicos de casi todas las disciplinas concuerdan en que no se
entiende y que nunca será entendido, y para el que las leyes de la naturaleza se
quedan completamente cortas al ofrecer una explicación. ¿Sería eso un
milagro?
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