Si Tú aspiras a la devoción, , porque eres cristiano y sabes que es una virtud sumamente agradable a la divina Majestad;
Mas, como sea que las pequeñas faltas que se cometen al
comienzo de una empresa crecen infinitamente en el decurso de la misma y son
casi irreparables al fin, es menester, ante todo, que sepamos en qué consiste
la virtud de la devoción, porque,
no existiendo más que una verdadera y siendo
muchas las falsas y vanas, si no conocieses cuál es aquélla, podrías engañarte
y seguir alguna devoción impertinente y supersticiosa.
Aurelio pintaba
el rostro de todas las imágenes que hacía según el aire y el aspecto de las
mujeres que amaba, y cada uno pinta la devoción según su pasión y fantasía.
El que es
aficionado al ayuno se tendrá por muy devoto si puede ayunar, aunque su corazón
esté lleno de rencor, y -mientras no se atreverá, por sobriedad, a mojar su
lengua en el vino y ni siquiera en el agua-, no vacilará en sumergirla en la
sangre del prójimo por la maledicencia y la calumnia.
Otro creerá que
es devoto porque reza una gran cantidad de oraciones todos los días, aunque
después se desate su lengua en palabras insolentes, arrogantes e injuriosas
contra sus familiares y vecinos.
Otro sacará con
gran presteza la limosna de su bolsa para darla a los pobres, pero no sabrá
sacar dulzura de su corazón para perdonar a sus enemigos.
Otro perdonará a sus
enemigos, pero no pagará sus deudas, si no le obliga a ello, a viva fuerza, la
justicia.
Todos estos son tenidos vulgarmente por
devotos y, no obstante, no lo son en manera alguna. Las gentes de Saúl buscaban
a David en su casa; Micol metió una estatua en la cama, cubrióla con las
vestiduras de David y les hizo creer que era el mismo David que yacía enfermo.
Así muchas
personas se cubren con ciertas acciones exteriores propias de la devoción, y el
mundo cree que son devotas y espirituales de verdad, pero, en realidad, no son
más que estatuas y apariencias de devoción.
La viva y
verdadera devoción, presupone el amor de Dios;
mas no un amor cualquiera,
porque, cuando el amor divino embellece a nuestras almas, se llama gracia,
la
cual nos hace agradables a su divina Majestad;
Cuando nos da
fuerza para obrar bien, se llama caridad; pero, cuando llega a un tal grado de
perfección, que no sólo nos hace obrar bien, sino además, con cuidado,
frecuencia y prontitud, entonces se llama devoción.
Las avestruces
nunca vuelan; las gallinas vuelan, pero raras veces, despacio, muy bajo y con
pesadez; mas las águilas, las palomas y las golondrinas vuelan con frecuencia
veloces y muy altas.
De la misma manera, los pecadores no vuelan hacia Dios por
las buenas acciones, pero son terrenos y rastreros; las personas buenas, pero
que todavía no han alcanzado la devoción, vuelan hacia Dios por las buenas
oraciones, pero poco, lenta y pesadamente; las personas devotas vuelan hacia
Dios, con frecuencia con prontitud y por las alturas.
En una palabra,
la devoción no es más que una agilidad y una viveza espiritual, por cuyo medio
la caridad hace sus obras en nosotros, o nosotros por ella, pronta y
afectuosamente, y, así como corresponde a la caridad el hacernos cumplir
general y universalmente todos los mandamientos de Dios, corresponde también a
la devoción hacer que los cumplamos con ánimo pronto y resuelto.
Por esta
causa, el que no guarda todos los mandamientos de Dios, no puede ser tenido por
bueno ni devoto, porque, para ser bueno es menester tener caridad y, para ser
devoto, además de la caridad se requiere una gran diligencia y presteza en los
actos de esta virtud.
Y, puesto que la
devoción consiste en cierto grado de excelente caridad, no sólo nos hace
prontos, activos y diligentes, en la observancia de todos los mandamientos de
Dios, sino además, nos incita a hacer con prontitud y afecto, el mayor número
de obras buenas que podemos, aun aquellas que no están en manera alguna
mandadas, sino tan sólo aconsejadas o inspiradas.
Porque, así como
un hombre que está convaleciente anda tan sólo el camino que le es necesario,
pero lenta y pesadamente, de la misma manera, el pecador recién curado de sus
iniquidades, anda* lo que Dios manda, pero despacio y con fatiga, hasta que
alcanza la devoción, ya que entonces, como un hombre lleno de salud, no sólo
anda sino que corre y salta «por los caminos de los mandamientos de Dios»,
y,
además, pasa y corre por las sendas de los consejos y de las celestiales
inspiraciones. Finalmente, la caridad y la devoción sólo se diferencian entre
sí como la llama y el fuego; pues siendo la caridad un fuego espiritual, cuando
está bien encendida se llama devoción, de manera que la devoción nada añade al
fuego de la caridad, fuera de la llama que hace a la caridad pronta, activa y
diligente no sólo en la observancia de los mandamientos de Dios, sino también
en la práctica de los consejos y de las inspiraciones celestiales.
En la creación,
manda Dios a las plantas que lleven sus frutos, cada una según su especie; de
la misma manera que a los cristianos, plantas vivas de la Iglesia, les manda
que produzcan frutos de devoción, cada uno según su condición y estado.
De
diferente manera han de practicar la devoción el noble y el artesano, el criado
y el príncipe, la viuda, la soltera y la casada; y no solamente esto, sino que
es menester acomodar la práctica de la devoción a las fuerzas, a los quehaceres
y a las obligaciones de cada persona en particular.
¿sería cosa
puesta en razón que el obispo quisiera vivir en la soledad, como los cartujos? Y
si los casados nada quisieran allegar, como los capuchinos, y el artesano
estuviese todo el día en la iglesia, como los religiosos, y el religioso
tratase continuamente con toda clase de personas por el bien del prójimo, como
lo hace el obispo, ¿no sería esta devoción ridícula, desordenada e insufrible?
Sin embargo, este desorden es demasiado frecuente, y el mundo que no discierne
o no quiere discernir, entre la devoción y la indiscreción de los que se
imaginan ser devotos, murmura y censura la devoción, la cual es enteramente
inocente de estos desórdenes.
No, , la
devoción nada echa a perder, cuando es verdadera; al contrario, todo lo
perfecciona, y, cuando es contraria a la vocación de alguno, es, sin la menor
duda, falsa.
La abeja, dice Aristóteles, saca su miel de las flores sin
dañarlas y las deja frescas y enteras, según las encontró; mas la verdadera
devoción todavía hace más, porque no sólo no causa perjuicio a vocación ni
negocio alguno, sino, antes bien, los adorna y embellece.
Las piedras
preciosas, introducidas en la miel, se vuelven más relucientes, cada una según
su propio color; así también cada uno de nosotros se hace más agradable a Dios
en su vocación, cuando la acomoda a la devoción: el gobierno de la familia se
hace más amoroso; el amor del marido y de la mujer, más sincero; el servicio
del príncipe, más fiel; y todas las ocupaciones, más suaves y amables.
Es un error, y
aun una herejía, querer desterrar la vida devota de las compañías de los
soldados, del taller de los obreros, de la corte de los príncipes y del hogar
de los casados.
Es cierto, que la devoción puramente contemplativa,
monástica y propia de los religiosos, no puede ser ejercitada en aquellas
vocaciones; pero también lo es que, además de estas tres clases de devoción,
existen muchas otras, muy a propósito para perfeccionar a los que viven en el
siglo.
Abrahán, Isaac, Jacob, David, Job, Tobias, Sara, Rebeca y Judit nos dan
en ello testimonio en el Antiguo Testamento, y, en cuanto al Nuevo, San José,
Lidia y San Crispín fueron perfectamente devotos en sus talleres; las santas
Ana, Marta, Mónica, Aquila, Priscila, en sus casas; Cornelio, San Sebastián,
San Mauricio, entre las armas, y Constantino, Santa Helena, San Luis, el
bienaventurado Amadeo y San Eduardo, en sus reinos.
Más aún: ha llegado a
acontecer que muchos han perdido la perfección en la soledad, con todo y ser
tan apta para alcanzarla, y otros la han conservado en medio de la multitud,
que parece ser tan poco favorable. Lot, dice San Gregorio, que fue tan casto en
la ciudad, se mancilló en la soledad.
Dondequiera que nos encontremos, podemos
y
debemos aspirar a la perfección.
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