«Habiéndose reunido una gran muchedumbre, comenzó a decir: Esta generación es
una generación perversa; busca una señal y no se le dará otra sino la señal de
Jonás. Porque así como Jonás fue señal para los habitantes de Nínive, del mismo
modo lo será también el Hijo del Hombre para esta generación.
La reina
del Mediodía se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y
los condenará; porque ella vino de los extremos de la tierra para escuchar la
sabiduría de Salomón, pero mirad que aquí hay algo más que Salomón. Los hombres
de Nínive se levantarán en el juicio contra esta generación y la condenarán,
porque ellos hicieron penitencia ante la predicación de Jonás; pero mirad que
aquí hay algo más que Jonás.»
(Lucas 11, 29-32)
Jesús, Jonás
llama al arrepentimiento en Nínive, y los habitantes de esa ciudad creen en él y
hacen penitencia. Pero Tú eres «más que Jonás». Tú eres el Hijo de Dios, eres
Dios. Y en este tiempo de Cuaresma me pides más penitencia, para purificar mis
pecados y los pecados de todos los hombres. ¿Qué he hecho en esta primera
semana? ¿Me he concretado alguna mortificación especial para ofrecértela cada
día? ¿Me he propuesto rezar un poco más? ¿He procurado servir más a los que me
rodean? ¿Cómo aprovecho mi trabajo para tenerte presente y presentarte a los
demás?
Hay gente que gasta su vida buscando la sabiduría y la verdad con
gran esfuerzo. «Pero mirad que aquí hay algo más que Salomón». Tú eres la misma
Sabiduría, porque eres Dios. A pesar de todo, cómo me cuesta obedecer tus
mandamientos, cómo me cuesta seguir los consejos de los ministros de tu Iglesia.
Prefiero seguir mis ideas pequeñitas porque las entiendo más fácilmente, o
porque me exigen menos esfuerzo.
Ayúdame Jesús a no pedirte tanta señal
y, en cambio, que me decida a obedecerte más. Que me deje exigir en la dirección
espiritual; que ponga empeño en cumplir esos propósitos que hago en la oración o
esos consejos que me dice el director espiritual.
«Señales
inequívocas de la verdadera Cruz de Cristo: la serenidad, un hondo sentimiento
de paz, un amor dispuesto a cualquier sacrificio, una eficacia grande que dimana
del mismo Costado de Jesús, y siempre -de modo evidente- la alegría: una alegría
que procede de saber que, quien se entrega de veras, está junto a la Cruz y, por
consiguiente, junto a Nuestro Señor» (Forja 772).
«Así como Jonás fue
señal para los habitantes de Nínive, del mismo modo lo será también el Hijo del
Hombre para esta generación». Jesús, Tú eres señal para el mundo; Tú me has dado
una señal clara: la señal de la Cruz, que es la señal del cristiano. «Para
llegar a Dios, Cristo es el Camino; pero Cristo está en la Cruz» (Vía Crucis.- X
estación).
Jesús, en este tiempo de Cuaresma quiero verte en la Cruz y
preguntarte muchas veces: ¿Por qué estás ahí? ¿Cómo puede ser que me quieras
tanto y yo, en cambio, me olvide de Ti? Jesús, viéndote clavado en la Cruz, que
es señal de lo que me quieres, me pregunto: ¿es mi amor un amor dispuesto a
cualquier sacrificio? A veces no. A veces veo que me pides más esfuerzo en el
trabajo, más sacrificio y generosidad a la hora de encontrar tiempo para ir a
Misa o para hacer cada día la oración, más mortificación en los sentidos.
Ayúdame desde la Cruz a ser generoso, a no dejarme llevar por la
comodidad o por la pereza. Jesús, cuando me cueste obedecerte, he de volver mi
mirada a la Cruz. Allí encontraré la fuerza que necesito para seguir adelante.
«Díjome una vez (el Señor), que no era obedecer si no estaba determinada a
padecer; que pusiese los ojos en lo que Él había padecido y todo se me haría
fácil» (Santa Teresa).
Jesús, los frutos de seguir tu señal, de vivir
pegado a tu Cruz, son inequívocos: «la serenidad, un hondo sentimiento de paz,
un amor dispuesto a cualquier sacrificio, una eficacia grande, una alegría
profunda, porque procede de saber que, quien se entrega de veras, está junto a
la Cruz y por consiguiente, junto a Ti.» (Forja.-772).
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas (Salmo 24, 6),
leemos en la Antífona de la Misa. La Cuaresma es un tiempo oportuno para cuidar
muy bien el modo de recibir el sacramento de la Penitencia, ese encuentro con
Cristo, que se hace presente en el sacerdote: encuentro siempre único y
distinto. Allí nos acoge, nos cura, nos limpia, nos fortalece.
Cuando
nos acercamos a este sacramento debemos pensar ante todo en Cristo. Él debe ser
el centro del acto sacramental. Y la gloria y el amor a Dios han de contar más
que nuestros pecados. Se trata de mirar mucho más a Jesús que a nosotros mismos;
más a su bondad que a nuestra miseria, pues la vida interior es un diálogo de
amor en el que Dios es siempre el punto de referencia. Somos como el hijo
pródigo que vuelve a la casa paterna. Debemos sentir deseos de encontrarnos con
el Señor lo antes posible para descargar en Él el dolor por nuestros pecados.
Muchas veces a lo largo de la vida hemos pedido perdón, y muchas
veces nos ha perdonado el Señor. Cada uno de nosotros sabe cuánto necesita de la
misericordia divina. Así acudimos a la Confesión: a pedir absolución de nuestras
culpas como una limosna que estamos lejos de merecer. Pero vamos con confianza,
fiados no en nuestros méritos, sino en Su misericordia, que es eterna e
infinita, siempre dispuesto al perdón.
La confesión debe ser concisa,
concreta, clara y completa. Confesión concisa, de no muchas palabras: las
precisas, sin adornos. Confesión concreta, sin divagaciones: pecados y
circunstancias. Confesión clara, para que nos entiendan, poniendo de manifiesto
nuestra miseria con modestia y delicadeza. Confesión completa, íntegra, sin
dejar de decir nada por falsa vergüenza.
La Confesión nos hace
participar en la Pasión de Cristo y, por sus merecimientos, en su Resurrección.
Cada vez que la recibimos con las debidas disposiciones se opera en nuestra alma
un renacimiento a la vida de la gracia, fuerzas para combatir las inclinaciones
confesadas, para evitar las ocasiones de pecar, y para no reincidir en las
faltas cometidas.
La Confesión sincera deja en el alma una gran paz y una
gran alegría. "Ahora comprendes cuánto has hecho sufrir a Jesús, y te llenas de
dolor: ¡Qué sencillo pedirle perdón, y llorar tus traiciones pasadas! ¡No te
caben en el pecho las ansias de reparar!"
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