« (?) Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no se comportan conforme a la tradición de los antiguos, sino que comen el pan con las manos impuras? Él les respondió: Bien profetizó Isaías de vosotros los hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está bien lejos de mí. En vano me dan culto, mientras enseñan doctrinas que son preceptos humanos. Abandonando el mandamiento de Dios, retenéis la tradición de los hombres.
Y les decía: ¡Qué bien anuláis el mandamiento de Dios, para guardar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldiga al padre o a la madre, sea reo de muerte. Vosotros, en cambio, decís: si dice un hombre al padre o a la madre, "lo que de mi parte pudieras recibir sea Corbán", que significa ofrenda, ya no le permitís hacer nada por el padre o por la madre; con ello anuláis la palabra de Dios por vuestra tradición, que vosotros mismos habéis establecido; y hacéis otras muchas cosas semejantes a éstas». (Marcos 7, 1-13)
. «Abandonando el mandamiento de Dios, retenéis la tradición de los hombres». Jesús, algunos cristianos no católicos han creído ver en este texto una prueba de que la Tradición en la Iglesia no tiene ningún valor, pues -dicen- no es más que «tradición de los hombres». Para ellos, la única fuente de revelación es la Biblia, y creen que lo que cada uno interpreta en la Biblia está inspirado por el Espíritu Santo.
Jesús, aunque Tú me enseñas a querer a todos -y con más motivo si son cristianos-, quieres que defienda la verdadera fe.
Para empezar, debo saber que aunque Tú rechazas las tradiciones de los fariseos, no rechazas las de la Iglesia, especialmente las que proceden directamente de Ti, como es la Eucaristía: «haced esto en memoria mía» (Lucas 22,19). Además, en el Nuevo Testamento queda claro el valor de la Tradición y del magisterio de la Iglesia para los primeros cristianos.
San Pablo escribe: «manteneos firmes y guardad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de palabra o por carta» (2 Tesalonicenses 2,15).
Y San Pedro advierte que «ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia» (2 Pedro 1,20), pues «hay algunos puntos difíciles de entender que los ignorantes e inconscientes tergiversan lo mismo que las demás Escrituras para su propia perdición» (2 Pedro 3,16).
«Ya hace algunos años vi con claridad meridiana un criterio que será siempre válido: el ambiente de la sociedad, con su apartamiento de la fe y la moral cristianas, necesita una nueva forma de vivir y de propagar la verdad eterna del Evangelio:
en la misma entraña de la sociedad, del mundo, los hijos de Dios han de brillar por sus virtudes como linternas en la oscuridad» (Surco.-318).
«Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está bien lejos de mí». Jesús, aunque muchos pueblos mantienen ciertas tradiciones cristianas (como la Navidad), en realidad se hallan muy lejos de Ti. Hace falta recristianizar de verdad la sociedad; y para ello, hace falta una nueva forma de propagar el Evangelio: en medio del mundo: viviendo santamente -con ejemplaridad- la misma vida terrena de tantos y tantas; compartiendo ilusiones, sufrimientos y alegrías, pero con afán de servicio, con visión sobrenatural.
En la misma entraña de la sociedad, del mundo, los hijos de Dios han de brillar por sus virtudes como linternas en la oscuridad. Jesús, para brillar como esperas de mí e influir en el ambiente con mi vida cristiana, necesito virtudes: laboriosidad, generosidad, optimismo, fortaleza, justicia, sobriedad. Ayúdame para que no me canse en la lucha por adquirirlas.
A Dios le es tan grato el cumplimiento del Cuarto Mandamiento que lo adornó de incontables promesas de bendición: El que honra a su padre expía sus pecados; y cuando rece será escuchado.
Y como el que atesora es el que honra a su madre. El que respeta a su padre tendrá larga vida (Eclesiastés 3, 4 - 5, 7). Santo Tomás de Aquino (Sobre el precepto de la caridad), enseña que la vida es larga cuando está llena, y esta plenitud no se mide por el tiempo, sino por las obras.
El Cuarto Mandamiento, que es también de derecho natural, requiere de todos los hombres, la ayuda abnegada y llena de cariño a los padres, especialmente cuando son ancianos o están más necesitados (B. ORCHARD y otros, Verbum Dei).
Dios paga con felicidad, ya en esta vida, a quien cumple con amor este mandamiento. El Beato Josemaría Escrivá de Balaguer solía llamarlo el dulcísimo precepto del Decálogo, porque es una de las más gratas obligaciones que el Señor nos ha dejado.
. El único que puede considerarse Padre en toda su plenitud es Dios, de quien deriva toda paternidad en el cielo y en la tierra (Efesios 3, 15). Nuestros padres, al engendrarnos, participaron de esa paternidad de Dios que se extiende a toda la Creación. En ellos vemos un reflejo del Creador, y al amarles y honrarles, en ellos estamos honrando y amando también al mismo Dios, como Padre.
El amor a Dios tiene unos derechos absolutos, y a él deben subordinarse todos los amores humanos, incluyendo el de los padres. Son muchas manifestaciones del Cuarto Mandamiento: amándolos y respetándolos a nuestros padres; cuando pedimos a Dios por su felicidad, cuando los socorremos con lo necesario para su sustento y una vida digna, o cuando están enfermos; entonces debemos poner los medios para que reciban los Sacramentos. Y cuando una vez difuntos, cuidando sus funerales, las misas por su alma, y ejecutando fielmente su testamento
El primer deber de los padres es amar a los hijos con amor verdadero, independientemente de sus cualidades, porque son sus hijos y porque son hijos de Dios. Su amor se manifestará en su esfuerzo para que en los hijos arraiguen las virtudes humanas y sean buenos cristianos.
Los padres son administradores de un inmenso tesoro de Dios, por lo que deben ser ejemplares, especialmente en su amor a Cristo.
Al terminar nuestra oración, ponemos a nuestra familia bajo la protección de la Virgen y de los Ángeles Custodios.
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