«¿Quieres un secreto para ser feliz?: date y sirve a los demás, sin esperar que te lo agradezcan»
«Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: Venid, benditos de mi Padre,
tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo;
porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era
peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me
visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.
Entonces le responderán
los justos: Señor; ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer; o sediento y
te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o desnudo y te
vestimos? o ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte? Y el Rey
en respuesta les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis
hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis.
Entonces dirá a los que
estén a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al juego eterno preparado para
el diablo y sus ángeles; porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y
no me disteis de beber; era peregrino y no me acogisteis; estaba desnudo y no me
vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.
Entonces le
replicarán también ellos: Señor; ¿cuándo te vimos hambriento o sediento,
peregrino o desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Entonces les
responderá: En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de éstos más
pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo. Y éstos irán al suplicio eterno;
los justos, en cambio, a la vida eterna.»
(Mateo 25, 34-46)
.
Jesús, al final de los tiempos vas a juzgamos a todos. Es el juicio final, que
es algo distinto al juicio particular. El juicio particular es el que tendré
nada más morir; el final es la confirmación pública y solemne del juicio
anterior, al final de los tiempos. «El Juicio final revelará hasta sus últimas
consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante
su vida terrena» (CEC.- 1039). El resultado de este juicio es claro e
irreversible: los pecadores «irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, a
la vida eterna.»
Jesús, me doy cuenta de que ésta es la gran asignatura
que debo aprobar, el gran examen que he de pasar al final de mi vida. Además, no
hay examen de recuperación. Vale la pena, por tanto, que me prepare muy bien
para ese momento. En realidad, es lo único que vale la pena; pues si al final no
me salvo, ¿qué ganancia en la tierra me puede compensar la
eternidad?
Pero, Jesús, ¿qué entra en este examen?; ¿qué me vas a
preguntar cuando te tenga que rendir cuentas de mi vida? El temario es claro:
«Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo» (Mateo 22,
37-39). Y más en concreto, por temas: «tuve hambre y me disteis de comer; tuve
sed...» Porque todo lo que haga a otra persona, es como si te lo hiciera a Ti.
. «¿Quieres un secreto para ser feliz?: date y sirve a los demás,
sin esperar que te lo agradezcan»
Jesús, servir a los
demás no es sólo prepararse para ganar el cielo; es ganar el cielo ya aquí, en
la tierra: servir es sinónimo de ser feliz, y también su consecuencia más
inmediata. El triste sólo hace que encerrarse en sí mismo y entristecerse más.
Pero el que está feliz, se vuelca en detalles hacia los demás y aún es más
feliz.
Jesús, ayúdame a imitarte en este punto. Ayúdame a servir sin
esperar a que me lo agradezcan. Pero el servicio también tiene un orden. No
puedo pretender servir en un país lejano y, a la vez, descuidar a los que me
rodean. Por eso, en un principio, lo primero será tener detalles de servicio en
casa: que puedan contar conmigo para hacer un recado, para poner la mesa, para
vigilar a un hermano pequeño, para arreglar una silla, etc. Si soy trabajador o
estudiante, después de mi familia vendrá mi trabajo: servir significará ser
competente, hacer bien ese trabajo, estudiar con profesionalidad; y aprovechar
las mil circunstancias diarias para servir a los amigos y compañeros.
El diablo existe. La Sagrada Escritura habla de él desde el primero hasta el
último libro revelado, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. La historia del
hombre ha padecido la influencia del diablo. Hay rasgos presentes en nuestros
días de una intensa malicia, que no se explican por la sola actuación humana. El
demonio, en formas muy diversas, causa estragos en la Humanidad. La actuación
del demonio es misteriosa, real y eficaz. Con Jesucristo ha quedado mermado el
dominio del diablo, pues Él "nos ha liberado del poder de Satanás"
Por razón de la obra redentora, el
demonio sólo puede causar verdadero daño a quienes libremente le permitan
hacérselo, consintiendo en el mal y alejándose de Dios: nadie peca por
necesidad. Además, para librarnos del influjo diabólico, Dios ha dispuesto
también un Ángel que nos ayude y proteja. "Acude a tu Ángel Custodio, a la hora
de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones"
. El demonio es un ser personal,
real y concreto, de naturaleza espiritual e invisible, y que por su pecado se
apartó de Dios para siempre. Es el padre de la mentira (Juan 8, 44), del pecado,
de la discordia, de la desgracia, del odio, de lo malo y absurdo que hay en la
tierra (Hebreos 2, 14), el enemigo que siembra el mal en el corazón del hombre
(Mateo 13, 28-39), y al único que hemos de temer si no estamos cerca de Dios.
Su único fin en el mundo, al que no ha renunciado, es nuestra perdición.
Y cada día intentará llevar a cabo ese fin a través de todos los medios a su
alcance. Es el primer causante de las rupturas en las familias y en la sociedad.
Sin embargo, el demonio no puede violentar nuestra voluntad para inclinarla al
mal. El santo Cura de Ars dice que "el demonio es un gran perro encadenado, que
acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan
demasiado".
Nos debe dar gran confianza saber que el Señor nos
ha dejado muchos medios para vencer y para vivir en el mundo con la paz y
alegría de un buen cristiano: la oración, la mortificación, la Confesión y la
Eucaristía, y el amor a la Virgen. El uso del agua bendita es también eficaz
protección contra el influjo del diablo. Nuestro esfuerzo en la Cuaresma por
mejorar la fidelidad a lo que sabemos que Dios nos pide, es la mejor
manifestación de que frente al Non serviam del demonio, queremos poner nuestro
personal Serviam: Te serviré, Señor.
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