( BREVE EXPLICACIÓN DEL CUADRO )
El Paraíso.
Es un palacio donde reina Dios, en la parte de arriba, adorado por sus ángeles, un trío de los cuales forma un grupo musical en el jardín.
En la puerta san Pedro atiende a los humanos desnudos que llegan -los que están ya dentro visten muy elegantes- y san Miguel le acompaña con su cruz-espada, atento a que el demonio de turno no se lleve a la que no debe.
La mesa contiene también unas inscripciones copiadas del
capítulo 32 del Deuteronomio.
La de arriba reza: "Esa gente ha perdido el juicio y carece de inteligencia:
si fuesen sensatos entenderían la suerte que les espera".
Y la de abajo: "Esconderé de ellos mi rostro y consideraré sus postrimerías".
Queda claro pues que Dios espía las acciones de los
humanos y que actuará en consecuencia.
Hijo, yo debo ser tu supremo y último fin, se deseas de
verdad ser
bienaventurado.
Con este propósito se purificará tu deseo, que vilmente se abate muchas
veces a sí mismo, y a las criaturas.
Porque si en algo te buscas a ti mismo, luego desfalleces,
y te quedas
árido.
Atribúyelo, pues, todo principalmente a Mí,
que soy el que todo lo he dado.
Así, considera cada cosa como venida del Soberano Bien, y por esto todas
las cosas se deben reducir a Mí como a su origen.
De Mí sacan agua como de fuente viva el pequeño y el rico;
y los que me
sirven de buena
voluntad y libremente, recibirán gracia por gracia.
Pero el que se quiere ensalzar fuera de Mí o deleitarse en algún bien
particular, no será confirmado en el verdadero gozo, ni dilatado en su corazón, sino que estará impedido y
angustiado
de muchas maneras.
Por eso no te apropies a ti alguna cosa buena, ni atribuyas a algún hombre
la virtud, sino refiérelo todo a Dios,
sin el cual nada tiene el hombre.
Yo lo di todo, Yo quiero que se me vuelca todo; y con todo rigor exijo que
se me den gracias por ello.
. Esta es la verdad con que se destruye la vanagloria.
Y si la gracia celestial y la caridad verdadera entraren en el alma, no
habrá envidia alguna ni quebranto de corazón,
ni te ocupará el amor propio.
La caridad divina lo vence todo, y dilata todas las fuerzas del alma.
Si bien lo entiendes, en Mí solo te has de alegrar, y en Mí solo has de
esperar; porque ninguno es bueno sino sólo Dios, el cual es de alabar sobre todas las cosas, y debe
ser bendito en todas ellas.
Hijo, no eres aun fuerte y prudente amador.
¿Por qué, Señor?
Porque por una contradicción pequeña, faltas en lo
comenzado,
y buscas la consolación ansiosamente.
El constante amador está fuerte en las tentaciones, y no
cree a las
persuasiones engañosas del enemigo.
Como Yo le agrado en las prosperidades, así no le
descontento en las adversidades.
El discreto amador no considera tanto el don del amante,
cuando el amor del que da.
Antes mira a la voluntad que a la merced;
y todas las
dádivas estima menos que el amado.
El amador noble no descansa en el don, sino
en Mí sobre
todo don.
Por eso, si algunas veces no gustas de Mí o de mis Santos
tan bien como deseas: no está todo perdido. Aquel tierno y dulce afecto que sientes algunas veces,
obra es de la presencia de la gracia, y gusto anticipado de la patria celestial, sobre lo cual no se
debe estribar mucho, porque va y viene.
Pero pelear contra las perturbaciones incidentes del
ánimo, u menospreciar la sugestión del diablo, señal es de virtud y de gran merecimiento.
No te turben, pues, las imaginaciones extrañas de
diversas
materias que te ocurrieren.
Guarda tu firme propósito y la intención recta
para con
Dios.
Ni tengas a engaño que de repente te arrebaten alguna vez
a lo alto, y luego te torne a las pequeñeces acostumbradas del corazón.
Porque más las sufres contra tu voluntad que las causas;
y mientras te dan pena y las contradices, mérito es y no pérdida.
Persuádete que el enemigo antiguo de todos modos se
esfuerza para impedir tu deseo en el bien, y apartarte de todo ejercicio devoto, como es
honrar a los Santos, la piadosa memoria de mi pasión, la útil contrición de los pecados, la guarda del
propio corazón, el firme propósito de aprovechar en la virtud.
Te trae muchos pensamientos malos para disgustarte y
atemorizarte, para desviarte de la oración y de la lección sagrada.
Desagrádale mucho la humilde confesión; y si pudiese,
haría que dejases de comulgar.
No le creas, ni hagas caso de él; aunque muchas
veces te
arme lazos para seducirte.
Cuando te trajere pensamientos malos y torpes,
atribúyelos a él, y dile:
Vete de aquí, espíritu inmundo; avergüénzate,
desventurado; muy sucio eres, pues me traes tales cosas a la imaginación.
Apártate de mí, malvado engañador;
no tendrás parte
ninguna en mí; mas Jesús estará conmigo como invencible capitán, y tú estarás confundido.
Más quiero morir y sufrir cualquier pena que condescender
contigo.
Calla y enmudece, no te oiré ya aunque más me importunes.
El Señor es mi luz y mi salud. ¿A quién temeré?
Aunque se ponga contra mi un ejercito, no temerá mi
corazón.
El Señor es mi ayuda y mi Redentor.
Pelea como buen soldado; y si alguna vez cayeres por
flaqueza de corazón, procura cobrar mayores fuerzas que las primeras, confiando de mayor
favor mío, y guárdate mucho del vano contentamiento y de la soberbia.
Por eso muchos están engañados, y caen algunas veces en
ceguedad casi incurable.
Sírvate de aviso y de perpetua humildad la caída de los
soberbios, que locamente presumen de sí.
LA GRACIA BAJO EL VELO DE LA
HUMILDAD.
Hijo, te es más útil y más seguro encubrir la gracia de
la devoción, y no ensalzarte ni hablar mucho de ella, ni estimarla mucho; sino despreciarte a ti
mismo, y temer, porque se te ha dado sin merecerla.
No es bien estar muy pegado a esta afección; porque se
puede mudar presto en otra contraria.
Piensa cuando estás en gracia, cuán miserable
y pobre
sueles ser sin ella.
Y no está sólo el aprovechamiento de la vida espiritual
en tener gracia de consolación, sino en que con humildad, abnegación y paciencia lleves a bien que se
te quite, de suerte que entonces, no aflojes en el cuidado de la oración, ni dejes del todo
las demás buenas obras que sueles hacer ordinariamente.
Mas como mejor pudieres y entendieres, haz de buena gana
cuanto está en ti, sin que por la sequedad o angustia del espíritu que sientes, te
descuides del todo.
. Porque hay muchos que cuando las cosas no les suceden a
su placer, se hacen impacientes o desidiosos.
Porque no está siempre en la mano del hombre su camino,
sino que a Dios pertenece el dar y consolar cuando quiere y cuanto quiere, y a quien quiere,
según le agradare, y no más.
Algunos indiscretos de destruyeron a si mismos por la
gracia de la devoción; porque quisieron hacer más de lo que pudieron, no mirando la medida de su
pequeñez, y siguiendo más el deseo de su corazón que el juicio de la razón.
Y porque se atrevieron a mayores cosas que Dios quería,
por esto perdieron pronto la gracia.
Se hallaron pobres, y quedaron viles los que pusieron en
el cielo su nido, para que humillados y empobrecidos a prendan a no volar con sus alas, sino a
esperar debajo de las mías.
Los que aún son nuevos e inexpertos en el camino del
Señor, si no se gobiernan por el consejo de discretos, fácilmente pueden ser engañados y perderse.
Si quieren más seguir su parecer que creer a los
ejercitados, les será peligroso el fin, y si se niegan a ceder de su propio juicio.
Los que se tienen por sabios, rara vez sufren con
humildad que otro los dirija.
Mejor es saber poco con humildad, y poco entender, que
grandes tesoros de ciencia con vano contento.
Más te vale tener poco, que mucho con que te puedes
ensoberbecer.
No obra discretamente el que se entrega todo a la
alegría, olvidando su primitiva miseria y el casto temor del Señor, que recela perder la gracia concedida.
No tampoco sabe mucho de virtud el que en tiempo de adversidad
y de cualquiera molestia de desanima demasiado, y no piensa ni siente de Mí con la
debida confianza.
El que quisiere estar muy seguro en tiempo de paz, se
encontrará abatido y temeroso en tiempo de guerra.
Si supieses permanecer siempre humilde y pequeño para
contigo, y moderar y regir bien tu espíritu, no caerías tan
presto en peligro ni pecado.
Buen consejo es que pienses cuando estás con fervor de
espíritu, lo que puede ocurrir con la ausencia de la luz.
Cuando esto acaeciere, piensa que otra vez puede volver
la luz, que para tu seguridad y gloria mía te quité por algún tiempo.
Más aprovecha muchas veces esta prueba, que si tuvieses
de continuo a tu voluntad las cosas que deseas.
Porque los merecimientos no se han de calificas por tener
muchas visiones o consolaciones, o porque sea uno entendido en la Escritura, o por estar
levantado en dignidad más alta.
Sino que consiste en estar fundado en verdadera humildad
y lleno de caridad divina, en buscar siempre pura y enteramente la honra de Dios, en reputarse
a sí mismo por nada, y verdaderamente despreciarse, y en desear más ser abatido y despreciado,
que honrado de otros.
ANTE LOS OJOS DE DIOS.
¿Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y ceniza? Si
por más me reputare, Tú estás contra mí, y mis maldades dan verdadero testimonio que no puedo
contradecir.
Mas si me humillare y anonadare, y dejare toda propia
estimación, y me volviere polvo como lo soy, será favorable para mí tu gracia, y tu luz se acercará a
mi corazón, y toda estimación, por poca que sea, se hundirá en el valle de mi miseria, y perecerá
para siempre.
Allí me hacer conocer a mí mismo lo que soy, lo que fui y
en lo que he parado; porque soy nada y no lo conocí.
Abandonado a mis fuerzas, soy nada y todo flaqueza; pero
al punto que Tú me miras, luego me hago fuerte, y me lleno de gozo nuevo.
Y es cosa maravillosa por cierto cómo tan de repente soy
levantado sobre mí, y abrazado de Ti con tanta benignidad; siendo así que yo, según mi propio
peso, siempre voy a lo bajo.
Esto hace tu amor gratuitamente, anticipándose y
socorriéndome en tanta multitud de necesidades, guardándome también de graves peligros, y
librándome de males verdaderamente innumerables.
Porque yo me pedí amándome desordenadamente; pero
buscándote a Ti solo, y amándote puramente me hallé a mí no menos que a Ti; y por el amor
me anonadé más profundamente.
Porque Tú, oh dulcísimo Señor, haces conmigo mucho más de
lo que merezco y más de lo que me atrevo a esperar y pedir.
Bendito seas, Dios mío, que aunque soy indigno de todo
bien, todavía tu liberalidad e infinita bondad nunca cesa de hacer bien aun a los desagradecidos
y apartados lejos de Ti.
Vuélvenos a Ti para que seamos agradecidos, humildes y
devotos; pues Tú eres nuestra salud, virtud y fortaleza.
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