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EL CAMINO HACIA DIOS
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Jesús, a veces no es fácil perdonar, olvidar el daño que otro me ha hecho. No me refiero a simples fallos, errores o malos entendidos. Me refiero a los que positivamente han ido a hacerme daño o a dejarme mal; a los que han ido a fastidiar a sabiendas, o que -pudiendo- no han hecho nada por evitarme un disgusto. « ¡De acuerdo!, lo admito: esa persona se ha portado mal.» Pero Tú me has enseñado con tu vida y con tu muerte a perdonar. Muchas veces el odio procede de la ignorancia: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»
(Lucas 23, 34).
(Lucas 23, 34).
«Y al orar no empleéis muchas palabras como los gentiles, que se figuran que por su locuacidad van a ser escuchados. No seáis, pues, como ellos; porque bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis.
Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Pues si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre Celestial Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados.» (Mateo 6, 7-15)
Jesús, hoy me enseñas el Padrenuestro, la oración más repetida por los cristianos de todos los tiempos. Tú quieres que aprendamos de Ti a hacer oración, a dirigirnos a Dios, y a tratarle como el que es: mi Padre.
Un Padre Todopoderoso y de sabiduría infinita. Por eso me dices: «bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis». Dios mío, Tú me conoces perfectamente, sabes lo que necesito en cada momento, pero quieres que te lo pida en la oración.
«Padre nuestro que estás en tos Cielos,» sé que también estas en mi alma en gracia y en el sagrario. Estás cerca de mí: estás dentro de mí. ¿Trato de tenerte presente a lo largo del día, ofreciéndote todo lo que hago?
«Santificado sea tu nombre.» ¿Qué puedo hacer yo para que tu nombre sea más conocido y más amado? ¿Qué ejemplo doy entre mis amigos, yo que llevo el nombre de tu Hijo, el nombre de cristiano?
«Venga tu reino:» -el reino de la paz entre los pueblos y entre las personas; -el reino del amor y del servicio; -el reino de la justicia, de la misericordia y de la solidaridad. ¿Cómo empiezo yo creando ese reino a mí alrededor?
«Hágase tu voluntad, así en lo tierra como en el cielo.» ¿Qué quieres que haga? ¿Estoy buscando hacer mi voluntad o la tuya? ¿Son mis objetivos acordes con lo que Tú esperas de mí?
De acuerdo!, lo admito: esa persona se ha portado mal; su conducta es reprobable e indigna; no demuestra categoría ninguna. -¡Merece humanamente todo el desprecio!, has añadido. -Insisto, te comprendo, pero no comparto tu última afirmación; esa vida mezquina es sagrada: ¡Cristo ha muerto para redimirla! Si Él no la despreció, ¿cómo puedes atreverte tú? (Surco.- 760).
«El pan nuestro de cada día dánosle hoy.» «Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros». Una vez hecho nuestro trabajo, el alimento viene a ser un don del Padre; es bueno pedírselo y darle gracias por él Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana» «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores».
Jesús, a veces no es fácil perdonar, olvidar el daño que otro me ha hecho. No me refiero a simples fallos, errores o malos entendidos. Me refiero a los que positivamente han ido a hacerme daño o a dejarme mal; a los que han ido a fastidiar a sabiendas, o que -pudiendo- no han hecho nada por evitarme un disgusto. « ¡De acuerdo!, lo admito: esa persona se ha portado mal.» Pero Tú me has enseñado con tu vida y con tu muerte a perdonar. Muchas veces el odio procede de la ignorancia: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lucas 23, 34).
Esa otra persona puede haber tenido una educación muy distinta a la mía; y sobretodo, Tú has muerto por ella. Si Él no la despreció, ¿cómo puedes atreverte tú? «Pues si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre Celestial» Jesús, ayúdame a imitarte a la hora de saber perdonar a los demás. Sólo entonces podré pedirte perdón por tantos pecados y faltas de amor a Ti que he cometido y cometo. Y no me dejes caer en la tentación cualquiera que sea. Yo, por mi parte, intentaré no ponerme nunca en ocasión de pecar.
San Mateo termina la narración de las tentaciones de nuestro Señor con este versículo: Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían (Mateo 4, 11). Es doctrina común que todos los hombres, bautizados o no, tienen su Ángel Custodio. Su misión comienza en el momento de la concepción de cada hombre y se prolonga hasta el momento de su muerte.
San Juan Crisóstomo afirma que todos los ángeles custodios concurrirán al juicio universal para "dar testimonio ellos mismos del ministerio que ejercieron por orden de Dios para la salvación de cada hombre"
En los Hechos de los Apóstoles encontramos numerosos pasajes en que se manifiesta la intervención de estos santos ángeles, y también la confianza con que eran tratados por los primeros cristianos (5, 19-20; 8, 26; 10, 3-6).
Nosotros hemos de tratarles con la misma confianza, y nos asombraremos muchas veces del auxilio que nos prestan, para vencer en la lucha contra los enemigos.
Los ángeles custodios tienen la misión de ayudar a cada hombre a alcanzar su fin sobrenatural, por lo tanto, los auxilian contra todas las tentaciones y peligros, y traen a su corazón buenas inspiraciones. Son nuestros intercesores, nuestros custodios, y nos prestan su ayuda cuando los invocamos.
Nuestro Ángel Custodio nos puede prestar también ayudas materiales, si son convenientes para nuestro fin sobrenatural o para el de los demás.
No tengamos reparo en pedirle su favor en las pequeñas cosas materiales que necesitamos cada día, como por ejemplo, encontrar estacionamiento para el coche. Especialmente pueden colaborar con nosotros en el trato de las personas que nos rodean y en el apostolado.
Hemos de tratarle como a un entrañable amigo; él siempre está en vela y dispuesto a prestarnos su concurso, si se lo pedimos. Y al final de la vida, nuestro Ángel nos acompañará ante el tribunal de Dios.
Para que nuestro Ángel nos preste su ayuda es necesario darle a conocer, de alguna manera, nuestras intenciones y deseos, puesto que no puede leer el interior de la conciencia como Dios. Basta con que le hablemos mentalmente para que nos entienda, o incluso para que llegue a deducir lo que no somos capaces de expresar. Por eso debemos tener un trato de amistad con él; y tenerle veneración, puesto que a la vez que está con nosotros, está siempre en la presencia de Dios.
Hoy le pedimos a la Virgen, Regina Angelorum, que nos enseñe a tratar a nuestro Ángel, particularmente en esta Cuaresma.
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