Los enfermos que no son curados después de habérselo pedido al Padre, son amados por Él de una manera especial.
Dios confía en que su fe no será sacudida mientras
compartan una astilla de la Cruz de Su Hijo.
Ellos son testigos del poder del Espíritu Santo y los débiles reciben por medio de Él el don de la fortaleza para soportar el peso de la Cruz.
Irradian esperanza porque su aceptación y el crecimiento espiritual de sus almas les permiten crecer en su imagen de Cristo,
así como también caminar siguiendo los pasos del Señor
que los guía amorosamente.
"Benditos aquellos que han creído sin haber visto."
(Jn. 20:29)
Las Curaciones y los Milagros
han
sido un misterio para los hombres de todos los tiempos.
Para algunos, el fenómeno es
aterrador; mientras que para otros es emocionante.
Quizá resulta más común que
sea aterrador dada la posibilidad de la decepción y el mal.
Cuando Dios le dio
a Moisés el poder de realizar milagros, los magos y adivinos del faraón fueron
capaces de repetir algunos de los mismos.
Se habla de prodigios fantásticos en
tiempos paganos durante el periodo helénico y muchos milagros que fueron
realizados por rabinos judíos y por los antiguos profetas.
Elías evitó que
cayera la lluvia durante tres años y medio. Elisha terminó con cuarenta y dos
niños que se burlaban de él y lo llamaban "pelado".
Dios siempre hizo maravillas a
través de sus profetas para incrementar la fe de su pueblo escogido o para
corregir sus desobediencias. Sin embargo, Su enemigo ha imitado algunos de esos
milagros para engañar a los fieles.
Jesús nos advierte de ello cuando dice,
"Falsos cristos y falsos profetas aparecerán y harán signos y portentos
para engañar a los elegidos, si es que pueden hacerlo. Por lo tanto, deben
estar alertas". (Mc, 13,23).
Jesús nos pide ser cautelosos pero
no incrédulos. Se sintió profundamente golpeado cuando el padre de un
endemoniado epiléptico le dijo,
"'Si puedes hacer algo, ten compasión de
nosotros y ayúdanos." ¿Si puedes? -replicó Jesús.
"Todo es posible
para aquel que tiene fe".
Inmediatamente el padre del niño exclamó:
"Tengo fe, ayuda a la poca fe que poseo" (Mc. 9,23)
Qué distinto fue
el grito del leproso cuando dijo a viva voz: "Señor, si quieres,
sáname." Jesús extendió su mano y le dijo:
"Claro que quiero, estás
curado." (Mt. 8,1).
La diferencia entre aquellos dos
hombres es que uno se maravillaba porque existía la posibilidad de ser curado y
el otro se maravillaba porque sabía que Jesús lo curaría.
El padre del endemoniado
buscaba a cualquier persona que curase a su hijo. Intentó con los apóstoles,
pero no le sirvió de nada.
Para Él, Jesús era simplemente una
posibilidad más. El hombre no creía que se encontraba delante del Hijo de Dios.
No sorprende por eso que Jesús haya dicho: "Hombres de poca fe, ¿cuánto
más debo soportarlos? (Mc 9,19).
El leproso, en cambio, creía que Jesús era el
Hijo de Dios y su humildad le hizo pedir solamente ser curado.
Es extraño que alguien de poca fe
pidiese ser curado, mientras que el leproso, que realmente creía que Jesús era
de origen divino, humildemente hizo un pedido y esperó.
La fe le dio al leproso
la conciencia sobre la necesidad de la humildad. La escritura nos dice que el
leproso: "se postró frente a Jesús" e hizo su pedido.
Este acto de humildad era el
espíritu que Jesús buscaba. Su poder salía de sí y alcanzaba a aquellos que
tenían alguna necesidad.
Mientras más honda fuera la fe, más grande era la
humildad. El centurión que le pide curar a su sirviente le dice a Jesús:
"Señor, no soy digno de que
entres en mi casa, pero di una palabra y bastará para sanar a mi
sirviente" (Mt. 8,8)
Tampoco nos debe sorprender lo que dijo Jesús al
responder: "En verdad no he encontrado en Israel fe como ésta." Este
hermoso acto de confianza y abandono de sí por parte del centurión tocó el
corazón de Jesús.
Este hombre creía que Jesús era el
Hijo de Dios, tan poderoso que un acto de Su Voluntad podía realizar el
milagro. El hombre esperó humildemente,
"Sólo di una palabra", le
dijo y todo estará bien
Jesús también se sorprendió con la
fe de la mujer cananea. Ella gritaba en pos de Él, a pesar de la consternación
de sus apóstoles, rogando por la liberación de su hija posesa.
Al principio
Jesús "no le contestó ni una palabra" como le recordaba a sus
apóstoles ya que Él había sido enviado sólo para la casa de Israel. La mujer,
sin embargo, no se sintió intimidada.
Se puso de rodillas a sus pies en actitud
suplicante.
"Señor", le dijo "Ayúdame".
Él le contestó "No es justo que
se tome la comida de los hijos y se la tire a los perros."
En este punto
cualquier persona orgullosa se hubiera retirado, indignada e insultada. Pero
esta mujer pagana no lo hizo. Aceptaba su posición y contestó
"Oh, sí
Señor, pero incluso los perros pueden comer las sobras que caen de la mesa de
su amo."
Entonces el Señor le respondió "Mujer, tienes una gran fe.
Que se haga lo que pides." (Mt. 15,21-28)
Dos paganos manifestaban una humilde
sumisión a la voluntad y poder de Jesús, a quien consideraban de origen divino.
En ambos casos Jesús los muestra como ejemplos de fe.
Su necesidad e impotencia
no les permite resistir con sus propias fuerzas y ambos esperaron humildemente
para que Su poder hiciera todo por aquellos que amaban. Ninguno de ellos pidió
algo para sí, sólo para otros.
Los milagros que Jesús realizó no
fueron tanto signos de su misericordia sino de su linaje divino. Buscaban
acrecentar la fe de quien recibía el don y del espectador del mismo. Fueron
algo simbólico de la era mesiánica, la venida del reino y el poder del
Espíritu.
Cuando estos fines no se cumplían, Jesús no obraba milagros. Por esta
razón hizo tan poco en su ciudad natal.
El conocimiento que los nazarenos
tenían sobre Su vida oculta bloqueaba sus mentes al punto que la fe en su
divinidad era imposible.
Sus corazones estaban tan endurecidos que trataron de
atraparlo como a un loco cuando Sus milagros fueron conocidos por ellos. Lo
conocían sólo como el hijo del carpintero y los signos de su divinidad no eran
aceptables. No respetaron su rol de Mesías y Salvador.
Como el padre del endemoniado, ellos
no creían que fuera capaz de realizar milagros y por eso no le pedían curar a
los enfermos.
Esta terquedad de corazón les impedía tener la humilde paciencia
que pide y espera en Su Voluntad -una voluntad que busca el bien de aquellos a
quienes Dios ama.
Hoy en día, también nosotros debemos
darnos cuenta de que la fe pide, humildemente espera y acepta los resultados
sin duda alguna. La fe es el pedido, porque al pedir afirmamos que Jesús es el
Señor.
Sin embargo, la esperanza nos permite entender que sin importar la
respuesta que obtengamos - sea esta sí o no - está dada siempre porque es lo
mejor para nosotros. Así, el amor acepta con alegría lo que la Voluntad de Dios
nos pide hacer.
Esta es la fe admirada, alabada y
esperada por Jesús de parte de su pueblo elegido y ciertamente de parte de
aquellos que Él ha redimido. La oración del cristiano siempre es respondida, ya
que su oración nace de la fe y con ella puede obtener la humildad necesaria
para mover las montañas de la duda.
Nunca cuestione el amor de Dios cuando la
respuesta es "no". La fe de los cristianos les permite ver el amor de
Dios en todos los eventos de la vida.
No se preocupe consigo mismo o con
el pasado. Cuando peque, pide perdón y sé que la misericordia de Dios perdona y
olvida.
A diferencia de las personas en el tiempo de Jesús, el cristiano no
considera a la enfermedad ni al sufrimiento como resultado del pecado o del
enemigo. Este concepto es una manera de aproximarse a ambas realidades, propia
del Antiguo Testamento, pero no del Nuevo.
Los apóstoles estaban imbuidos del
concepto del castigo hasta antes de Pentecostés. Podemos ver un cambio luego de
este acontecimiento.
Aunque algunos pecados originan enfermedades sociales y
otros males, no podemos atribuir todas las enfermedades al pecado o al mal.
"Para aquellos a quienes Dios ama, todas las cosas son para su bien."
Un día, Jesús caminaba y vio a un
hombre que era ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: "Rabí,
¿quién pecó, este hombre o sus padres?, para que sea ciego de nacimiento.
"Ni sus padres ni él." Jesús contestó "ha nacido ciego para que
la obra de Dios se muestre en él." (Jn. 9,1-4).
Jesús nos está diciendo que ningún
pecado del ciego o de sus padres es la causa de la aflicción de este hombre. El
Padre ha permitido que este hombre nazca ciego debido a causas naturales o a
alguna malformación congénita.
Lo que aparecía como un mal, Dios lo vio y dijo:
"Déjalo ser." Dios vio ambas cosas en la ceguera del hombre y en la
curación que un día realizaría su hijo.
Pensar que el Padre dejó ciego al
hombre desde su nacimiento con el expreso propósito que Su Hijo tuviera alguien
a quien curar es una suposición monstruosa. La ceguera era sólo una muestra del
amor de Dios, así como su curación.
¡Cuánto mal habrá experimentado este
hombre debido a su ceguera! ¿No era acaso la ceguera una preparación para que
su alma acepte a Jesús, el Señor?
Este hombre no tenía fe. No conocía
a Jesús y nunca había oído de Él. El evangelio se explaya al enfatizar este
hecho. Cuando la gente le preguntaba al ciego cómo había sido curado, él
respondía diciéndoles que
"El hombre llamado Jesús", lo había hecho.
Le preguntaban de donde era este
hombre, pero ya Jesús se había ido. Sólo después de ser expulsado de la
sinagoga se encontró con Jesús, quien había escuchado de su expulsión y lo
encontró. Sólo en ese momento, la fe cobró vida.
"¿Crees en el Hijo del Hombre?,
Jesús le preguntó. El que antes era ciego lo miro confundido y respondió:
"Dime quien es para que pueda creer en Él.
"Jesús le dijo "Lo
estás viendo, te está hablando." Es ahora que este hombre recibe la vista
más importante de todas -la vista espiritual. Sus ojos físicos veían a un
hombre y ahora tenía la oportunidad de ver a Dios en ese hombre.
Su cura preparó sus sentidos para
ver a los hombres, pero su alma fue elevada sobre ese nivel y ahora podía ver a
Dios. "Señor, yo creo," le contestó a Jesús,
"y lo adoró"
(Jn.9, 35.39) El milagro estaba completo.
El propósito de la curación había
cerrado el círculo. El hombre sin fe había sido sanado para que, con la fe
obtenida, se convirtiese en testigo para otros del poder de Jesús. ¡Es curioso
como los fariseos, quienes veían, terminasen ciegos y que el hombre nacido
ciego pudiese ver!
¿Quiénes sufrían a causa del mal? Ciertamente, no el que
había nacido ciego.
Existieron otros a quienes Jesús
curó y carecían de fe. El hombre en el templo con la mano atrofiada no dudó al
ponerse frente a Jesús para probarle. Conocedores de su compasión, los fariseos
querían engatusarlo haciéndolo sanar en sábado.
Luego de confrontarlos con su
hipocresía, le dijo al hombre "Estira tu mano" y su mano estaba
curada. Ni el hombre ni los que lo llevaron ante Jesús tenían fe. No se
necesita tener mucha imaginación para creer que el hombre que fue curado ganó
una profunda fe en Jesús.
Quizá el ejemplo clásico de curación
de alguien que no tenía fe es el hombre de Betsaida. El particular incidente
nos da también dos perspectivas.
La primera, este hombre fue el único curado dentro
de un gran grupo de personas. La segunda, este hombre ya se encontraba en
Betsaida, sentado en la fuente esperando ser curado, ¡cinco o seis años antes
del nacimiento de Cristo!
La escritura nos dice que había tenido esta
enfermedad por aproximadamente treinta o cuarenta años y Jesús tendría
aproximadamente 32 años en ese entonces.
No, Jesús no curaba a todos. Hubo
períodos, dice la escritura, en los que curaba a todos, en otros a muchos, y en
este caso particular, sólo uno fue curado.
Uno también se maravilla del hombre
que Pedro y Juan curaron luego de Pentecostés. ¿Cuántas veces Jesús pasó
delante de él y no lo curó? Este hombre que fue milagrosamente curado tenía más
de 40 años (Hch. 4:22) Otra vez, un hombre mayor que Jesús -un hombre a quien Jesús
vio una y otra vez y nunca curó.
De hecho, no existe registro alguno
sobre curaciones durante su vida oculta que duró 30 años. Era el Dios-hombre al
momento de su encarnación -así que tenía el poder que hacía falta. Su santidad
era infinita, por lo que era la compasión personificada.
¿Por qué entonces no
curó a nadie en esos 30 años? Evidentemente no era la Voluntad ni el tiempo del
Padre y dado que Dios es amor, podemos asegurar que ningún dolor o sufrimiento
es desperdiciado.
El Dios-hombre, que pidió a los
apóstoles recoger todo el pan y el pescado que sobró, estará incluso más atento
para que no se pierda ningún sufrimiento que experimentemos con Él y por Él.
Jesús fue cuidadoso con sus curaciones porque con frecuencia un cuerpo sano se
usa para pecar y no para glorificar a Dios. Tal vez esta es la razón por la que
Pedro nos dice en su epístola que aquel que ha sufrido en el cuerpo ha roto con
el pecado y está sujeto a la Voluntad de Dios. (1 Pedro 4,12).
Tan pronto como Jesús sanó al hombre
enfermo en la fuente, el hombre recogió su túnica y se fue. Jesús desapareció
entre la multitud y no le permitió al hombre siquiera tener una idea sobre la
identidad de quien lo curó.
Más tarde, Jesús se encontró con él en el templo y
le dijo, "Ahora estás bien nuevamente, asegúrate de no volver a pecar.
" Jesús no le dijo que su
enfermedad era el resultado de su pecado. Solamente le hizo notar que había
recibido un gran favor de parte de Dios, su vida debía cambiar - era necesaria
una conversión auténtica.
La pérdida de su alma sería aun más desastrosa que la
enfermedad previa.
Al examinar las curas que Jesús
efectuó, en proporción al número de enfermos en Israel y el área de los
alrededores al tiempo en que vivió entre nosotros, descubrimos que sanó a una
pequeña porción de personas. Incluso sólo alimentó multitudes en dos ocasiones
y en ambas se sintió decepcionado por su reacción.
Miró tristemente a la
multitud mientras lo seguían a Cafarnaún y dijo, "No me buscan porque han
visto señales sino porque han comido todo el pan que querían comer." (Jn.
6:26) Jesús quería que sus milagros fueran signos de su divinidad y de la
venida del Espíritu Santo.
Estaban destinados a incrementar la fe, no a generar
una utopía en la tierra.
Sus seguidores debían ver sus
señales y creer; no debían utilizarlas para sus propósitos personales. Debían
crecer en la fe y adherirse a la Voluntad del Padre y cargar con la cruz para
instaurar el amor en medio de ellos.
No debían utilizarlo ni a Él ni sus
señales para el bienestar material o económico. Por esa razón, el Señor dice,
"Muchos me dirán 'Señor, ¿No profetizamos en tu nombre, arrojamos demonios
en tu nombre, hicimos milagros en tu nombre?' Entonces les diré: '¡Nunca los he
conocido, alejaos de mí raza de víboras! (Mt. 7:23).
Hubo también otros milagros que
Jesús realizó además de las curaciones de enfermos y de la liberación de
espíritus. Estas proezas fueron realizadas con el mismo fin o propósito -
incrementar la fe. La viuda de Naim no conocía a Jesús pero su corazón
compasivo lloraba su pérdida.
¡Qué manera de crecer en la fe en
Jesús cuando vio a su único hijo resucitar! Los distintos milagros sobre las
aguas, tales como calmar la tormenta y caminar sobre las mismas, fueron hechos
para incrementar la fe de sus apóstoles.
En cada suceso en el que mostraban su
falta de fe o su poca fe, el Señor los amonestaba. Incluso después de su
resurrección, le impresionaba su incredulidad. A pesar de ellos, estos son los
hombres que curaron enfermos y que sacaban a los demonios de los hombres.
Quería que sus apóstoles y Sus
seguidores no cuestionaran jamás que era el Hijo de Dios. Quería que le
pidiesen lo que fuera, sabiendo que tenía el poder para realizar milagros.
Pero
nunca, ni siquiera por un momento, quiso que le pidiesen algo al Padre. Nos dio
el mejor ejemplo de ello en el Huerto de los Olivos. Pidió lo imposible y
aceptó el "No" del Padre con coraje, amor y confianza.
Es debido al peligro de la
presunción y a la tentación de perder la esperanza, que la Santa Madre Iglesia
no cree en la "curación de fe".
"Esta es un intento de utilizar
los poderes divinos como un agente curativo natural que solamente es
entorpecido por la insuficiente confianza por parte del que sufre.
Un católico
no debe someterse a la curación de fe que ve al poder divino como el sirviente
automático de actos calculados." (Enciclopedia Católica Vol. 4, pg.
215-216 McGraw Hill)
Podemos, humildemente, orar por lo
que necesitamos, ya sea esto físico, material o temporal, sabiendo que nuestro
Padre es Dios y es lo suficientemente poderosos para darnos lo que le pidamos,
siempre y cuando sea para nuestro bien.
La humildad nos permite admitir que no
siempre sabemos en qué consiste nuestro bien.
La fe pide, sabiendo que el Padre
nos escucha. La esperanza espera Su respuesta y el amor la acepta con alegría.
Una oración que no contiene estos
tres elementos es frustrante y está llena de ansiedad.
Una respuesta negativa
es motivo de culpa e introspección, miedo y desesperanza. La insistencia de
Jesús en realizar la Voluntad del Padre como el camino que lleva a la santidad
abarca todos los aspectos de nuestra vida.
Ninguna de las cosas que nos suceden
está fuera de su Voluntad y todas están subordinadas a su infinita sabiduría,
porque nos ama de manera infinita.
En la alegría y la pena, en la salud
y la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, en el éxito y el fracaso, la
Voluntad del Padre es la meta de la vida cristiana.
Como Jesús, que entrega la
vida entera con humilde sumisión a lo que el Padre permita u ordene. Él es
libre y se encuentra en paz porque cumple la voluntad del Padre y brilla en Su
Amor. No excusa las respuestas negativas del Padre concentrando su atención
sobre sí mismo como la causa del sí o del no de Dios.
Dios ama y constantemente, en todo
momento, está curando nuestras almas por medio del poder de Su Santo Espíritu.
Hace esto porque es bueno y porque, al ser nosotros pecadores, necesitamos de
su ayuda.
Siempre nos provee de gracia y de las oportunidades para curar
nuestras almas de modo que el Espíritu puede transformarlas en imágenes
perfectas de Jesús (2 Cor. 3:18). Algunas veces esta curación se realiza en
medio de la enfermedad, pena, dolor o tragedia; y otras veces se realiza en
medio de la salud, de la alegría, el éxito y el consuelo. Sea lo que sea, Dios
siempre está trabajando.
Los enfermos que no son curados
después de habérselo pedido al Padre, son amados por Él de una manera especial.
Dios confía en que su fe no será sacudida mientras compartan una astilla de la
Cruz de Su Hijo.
Ellos son testigos del poder del Espíritu Santo y los débiles
reciben por medio de Él el don de la fortaleza para soportar el peso de la
Cruz. Irradian esperanza porque su aceptación y el crecimiento espiritual de
sus almas les permiten crecer en su imagen de Cristo, así como también caminar
siguiendo los pasos del Señor que los guía amorosamente.
"Benditos aquellos que han
creído sin haber visto."
(Jn. 20:29)
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