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martes, 19 de junio de 2012

Las Curaciones y los Milagros.....





Los enfermos que no son curados después de habérselo pedido al Padre, son amados por Él de una manera especial. 

Dios confía en que su fe no será sacudida mientras 
compartan una astilla de la Cruz de Su Hijo. 

Ellos son testigos del poder del Espíritu Santo y los débiles reciben por medio de Él el don de la fortaleza para soportar el peso de la Cruz. 

Irradian esperanza porque su aceptación y el crecimiento espiritual de sus almas les permiten crecer en su imagen de Cristo, 

así como también caminar siguiendo los pasos del Señor 
que los guía amorosamente.

"Benditos aquellos que han creído sin haber visto." 
(Jn. 20:29)


Las Curaciones y los Milagros 
han sido un misterio para los hombres de todos los tiempos.

Para algunos, el fenómeno es aterrador; mientras que para otros es emocionante. 

Quizá resulta más común que sea aterrador dada la posibilidad de la decepción y el mal. 

Cuando Dios le dio a Moisés el poder de realizar milagros, los magos y adivinos del faraón fueron capaces de repetir algunos de los mismos.

Se habla de prodigios fantásticos en tiempos paganos durante el periodo helénico y muchos milagros que fueron realizados por rabinos judíos y por los antiguos profetas. 

Elías evitó que cayera la lluvia durante tres años y medio. Elisha terminó con cuarenta y dos niños que se burlaban de él y lo llamaban "pelado".

Dios siempre hizo maravillas a través de sus profetas para incrementar la fe de su pueblo escogido o para corregir sus desobediencias. Sin embargo, Su enemigo ha imitado algunos de esos milagros para engañar a los fieles. 

Jesús nos advierte de ello cuando dice, "Falsos cristos y falsos profetas aparecerán y harán signos y portentos para engañar a los elegidos, si es que pueden hacerlo. Por lo tanto, deben estar alertas". (Mc, 13,23).

Jesús nos pide ser cautelosos pero no incrédulos. Se sintió profundamente golpeado cuando el padre de un endemoniado epiléptico le dijo, 
"'Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos." ¿Si puedes? -replicó Jesús. 
"Todo es posible para aquel que tiene fe". 
Inmediatamente el padre del niño exclamó: 
"Tengo fe, ayuda a la poca fe que poseo" (Mc. 9,23) 

Qué distinto fue el grito del leproso cuando dijo a viva voz: "Señor, si quieres, sáname." Jesús extendió su mano y le dijo: 
"Claro que quiero, estás curado." (Mt. 8,1).

La diferencia entre aquellos dos hombres es que uno se maravillaba porque existía la posibilidad de ser curado y el otro se maravillaba porque sabía que Jesús lo curaría. 

El padre del endemoniado buscaba a cualquier persona que curase a su hijo. Intentó con los apóstoles, pero no le sirvió de nada.

Para Él, Jesús era simplemente una posibilidad más. El hombre no creía que se encontraba delante del Hijo de Dios. 

No sorprende por eso que Jesús haya dicho: "Hombres de poca fe, ¿cuánto más debo soportarlos? (Mc 9,19).

 El leproso, en cambio, creía que Jesús era el Hijo de Dios y su humildad le hizo pedir solamente ser curado.

Es extraño que alguien de poca fe pidiese ser curado, mientras que el leproso, que realmente creía que Jesús era de origen divino, humildemente hizo un pedido y esperó. 

La fe le dio al leproso la conciencia sobre la necesidad de la humildad. La escritura nos dice que el leproso: "se postró frente a Jesús" e hizo su pedido.

Este acto de humildad era el espíritu que Jesús buscaba. Su poder salía de sí y alcanzaba a aquellos que tenían alguna necesidad. 

Mientras más honda fuera la fe, más grande era la humildad. El centurión que le pide curar a su sirviente le dice a Jesús:

"Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero di una palabra y bastará para sanar a mi sirviente" (Mt. 8,8) 

Tampoco nos debe sorprender lo que dijo Jesús al responder: "En verdad no he encontrado en Israel fe como ésta." Este hermoso acto de confianza y abandono de sí por parte del centurión tocó el corazón de Jesús.

Este hombre creía que Jesús era el Hijo de Dios, tan poderoso que un acto de Su Voluntad podía realizar el milagro. El hombre esperó humildemente, 

"Sólo di una palabra", le dijo y todo estará bien

Jesús también se sorprendió con la fe de la mujer cananea. Ella gritaba en pos de Él, a pesar de la consternación de sus apóstoles, rogando por la liberación de su hija posesa. 

Al principio Jesús "no le contestó ni una palabra" como le recordaba a sus apóstoles ya que Él había sido enviado sólo para la casa de Israel. La mujer, sin embargo, no se sintió intimidada. 

Se puso de rodillas a sus pies en actitud suplicante. 
"Señor", le dijo "Ayúdame".

Él le contestó "No es justo que se tome la comida de los hijos y se la tire a los perros."
 En este punto cualquier persona orgullosa se hubiera retirado, indignada e insultada. Pero esta mujer pagana no lo hizo. Aceptaba su posición y contestó
 "Oh, sí Señor, pero incluso los perros pueden comer las sobras que caen de la mesa de su amo." 

Entonces el Señor le respondió "Mujer, tienes una gran fe. Que se haga lo que pides." (Mt. 15,21-28)

Dos paganos manifestaban una humilde sumisión a la voluntad y poder de Jesús, a quien consideraban de origen divino. En ambos casos Jesús los muestra como ejemplos de fe. 
Su necesidad e impotencia no les permite resistir con sus propias fuerzas y ambos esperaron humildemente para que Su poder hiciera todo por aquellos que amaban. Ninguno de ellos pidió algo para sí, sólo para otros.

Los milagros que Jesús realizó no fueron tanto signos de su misericordia sino de su linaje divino. Buscaban acrecentar la fe de quien recibía el don y del espectador del mismo. Fueron algo simbólico de la era mesiánica, la venida del reino y el poder del Espíritu. 

Cuando estos fines no se cumplían, Jesús no obraba milagros. Por esta razón hizo tan poco en su ciudad natal.

El conocimiento que los nazarenos tenían sobre Su vida oculta bloqueaba sus mentes al punto que la fe en su divinidad era imposible. 

Sus corazones estaban tan endurecidos que trataron de atraparlo como a un loco cuando Sus milagros fueron conocidos por ellos. Lo conocían sólo como el hijo del carpintero y los signos de su divinidad no eran aceptables. No respetaron su rol de Mesías y Salvador.

Como el padre del endemoniado, ellos no creían que fuera capaz de realizar milagros y por eso no le pedían curar a los enfermos. 

Esta terquedad de corazón les impedía tener la humilde paciencia que pide y espera en Su Voluntad -una voluntad que busca el bien de aquellos a quienes Dios ama.

Hoy en día, también nosotros debemos darnos cuenta de que la fe pide, humildemente espera y acepta los resultados sin duda alguna. La fe es el pedido, porque al pedir afirmamos que Jesús es el Señor. 

Sin embargo, la esperanza nos permite entender que sin importar la respuesta que obtengamos - sea esta sí o no - está dada siempre porque es lo mejor para nosotros. Así, el amor acepta con alegría lo que la Voluntad de Dios nos pide hacer.

Esta es la fe admirada, alabada y esperada por Jesús de parte de su pueblo elegido y ciertamente de parte de aquellos que Él ha redimido. La oración del cristiano siempre es respondida, ya que su oración nace de la fe y con ella puede obtener la humildad necesaria para mover las montañas de la duda. 

Nunca cuestione el amor de Dios cuando la respuesta es "no". La fe de los cristianos les permite ver el amor de Dios en todos los eventos de la vida.

No se preocupe consigo mismo o con el pasado. Cuando peque, pide perdón y sé que la misericordia de Dios perdona y olvida. 

A diferencia de las personas en el tiempo de Jesús, el cristiano no considera a la enfermedad ni al sufrimiento como resultado del pecado o del enemigo. Este concepto es una manera de aproximarse a ambas realidades, propia del Antiguo Testamento, pero no del Nuevo.

Los apóstoles estaban imbuidos del concepto del castigo hasta antes de Pentecostés. Podemos ver un cambio luego de este acontecimiento. 

Aunque algunos pecados originan enfermedades sociales y otros males, no podemos atribuir todas las enfermedades al pecado o al mal. "Para aquellos a quienes Dios ama, todas las cosas son para su bien."

Un día, Jesús caminaba y vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: "Rabí, ¿quién pecó, este hombre o sus padres?, para que sea ciego de nacimiento. 

"Ni sus padres ni él." Jesús contestó "ha nacido ciego para que la obra de Dios se muestre en él." (Jn. 9,1-4).

Jesús nos está diciendo que ningún pecado del ciego o de sus padres es la causa de la aflicción de este hombre. El Padre ha permitido que este hombre nazca ciego debido a causas naturales o a alguna malformación congénita.

 Lo que aparecía como un mal, Dios lo vio y dijo: "Déjalo ser." Dios vio ambas cosas en la ceguera del hombre y en la curación que un día realizaría su hijo.

Pensar que el Padre dejó ciego al hombre desde su nacimiento con el expreso propósito que Su Hijo tuviera alguien a quien curar es una suposición monstruosa. La ceguera era sólo una muestra del amor de Dios, así como su curación.

¡Cuánto mal habrá experimentado este hombre debido a su ceguera! ¿No era acaso la ceguera una preparación para que su alma acepte a Jesús, el Señor?

Este hombre no tenía fe. No conocía a Jesús y nunca había oído de Él. El evangelio se explaya al enfatizar este hecho. Cuando la gente le preguntaba al ciego cómo había sido curado, él respondía diciéndoles que 

"El hombre llamado Jesús", lo había hecho.

Le preguntaban de donde era este hombre, pero ya Jesús se había ido. Sólo después de ser expulsado de la sinagoga se encontró con Jesús, quien había escuchado de su expulsión y lo encontró. Sólo en ese momento, la fe cobró vida.

"¿Crees en el Hijo del Hombre?,
 Jesús le preguntó. El que antes era ciego lo miro confundido y respondió: "Dime quien es para que pueda creer en Él. 

"Jesús le dijo "Lo estás viendo, te está hablando." Es ahora que este hombre recibe la vista más importante de todas -la vista espiritual. Sus ojos físicos veían a un hombre y ahora tenía la oportunidad de ver a Dios en ese hombre.

Su cura preparó sus sentidos para ver a los hombres, pero su alma fue elevada sobre ese nivel y ahora podía ver a Dios. "Señor, yo creo," le contestó a Jesús, 
"y lo adoró" (Jn.9, 35.39) El milagro estaba completo. 

El propósito de la curación había cerrado el círculo. El hombre sin fe había sido sanado para que, con la fe obtenida, se convirtiese en testigo para otros del poder de Jesús. ¡Es curioso como los fariseos, quienes veían, terminasen ciegos y que el hombre nacido ciego pudiese ver! 

¿Quiénes sufrían a causa del mal? Ciertamente, no el que había nacido ciego.

Existieron otros a quienes Jesús curó y carecían de fe. El hombre en el templo con la mano atrofiada no dudó al ponerse frente a Jesús para probarle. Conocedores de su compasión, los fariseos querían engatusarlo haciéndolo sanar en sábado. 

Luego de confrontarlos con su hipocresía, le dijo al hombre "Estira tu mano" y su mano estaba curada. Ni el hombre ni los que lo llevaron ante Jesús tenían fe. No se necesita tener mucha imaginación para creer que el hombre que fue curado ganó una profunda fe en Jesús.

Quizá el ejemplo clásico de curación de alguien que no tenía fe es el hombre de Betsaida. El particular incidente nos da también dos perspectivas. 
La primera, este hombre fue el único curado dentro de un gran grupo de personas. La segunda, este hombre ya se encontraba en Betsaida, sentado en la fuente esperando ser curado, ¡cinco o seis años antes del nacimiento de Cristo! 

La escritura nos dice que había tenido esta enfermedad por aproximadamente treinta o cuarenta años y Jesús tendría aproximadamente 32 años en ese entonces.

No, Jesús no curaba a todos. Hubo períodos, dice la escritura, en los que curaba a todos, en otros a muchos, y en este caso particular, sólo uno fue curado. 

Uno también se maravilla del hombre que Pedro y Juan curaron luego de Pentecostés. ¿Cuántas veces Jesús pasó delante de él y no lo curó? Este hombre que fue milagrosamente curado tenía más de 40 años (Hch. 4:22) Otra vez, un hombre mayor que Jesús -un hombre a quien Jesús vio una y otra vez y nunca curó.

De hecho, no existe registro alguno sobre curaciones durante su vida oculta que duró 30 años. Era el Dios-hombre al momento de su encarnación -así que tenía el poder que hacía falta. Su santidad era infinita, por lo que era la compasión personificada.

¿Por qué entonces no curó a nadie en esos 30 años? Evidentemente no era la Voluntad ni el tiempo del Padre y dado que Dios es amor, podemos asegurar que ningún dolor o sufrimiento es desperdiciado.

El Dios-hombre, que pidió a los apóstoles recoger todo el pan y el pescado que sobró, estará incluso más atento para que no se pierda ningún sufrimiento que experimentemos con Él y por Él. 

Jesús fue cuidadoso con sus curaciones porque con frecuencia un cuerpo sano se usa para pecar y no para glorificar a Dios. Tal vez esta es la razón por la que Pedro nos dice en su epístola que aquel que ha sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado y está sujeto a la Voluntad de Dios. (1 Pedro 4,12).

Tan pronto como Jesús sanó al hombre enfermo en la fuente, el hombre recogió su túnica y se fue. Jesús desapareció entre la multitud y no le permitió al hombre siquiera tener una idea sobre la identidad de quien lo curó. 

Más tarde, Jesús se encontró con él en el templo y le dijo, "Ahora estás bien nuevamente, asegúrate de no volver a pecar.

" Jesús no le dijo que su enfermedad era el resultado de su pecado. Solamente le hizo notar que había recibido un gran favor de parte de Dios, su vida debía cambiar - era necesaria una conversión auténtica. 

La pérdida de su alma sería aun más desastrosa que la enfermedad previa.

Al examinar las curas que Jesús efectuó, en proporción al número de enfermos en Israel y el área de los alrededores al tiempo en que vivió entre nosotros, descubrimos que sanó a una pequeña porción de personas. Incluso sólo alimentó multitudes en dos ocasiones y en ambas se sintió decepcionado por su reacción. 

Miró tristemente a la multitud mientras lo seguían a Cafarnaún y dijo, "No me buscan porque han visto señales sino porque han comido todo el pan que querían comer." (Jn. 6:26) Jesús quería que sus milagros fueran signos de su divinidad y de la venida del Espíritu Santo.

 Estaban destinados a incrementar la fe, no a generar una utopía en la tierra.

Sus seguidores debían ver sus señales y creer; no debían utilizarlas para sus propósitos personales. Debían crecer en la fe y adherirse a la Voluntad del Padre y cargar con la cruz para instaurar el amor en medio de ellos. 

No debían utilizarlo ni a Él ni sus señales para el bienestar material o económico. Por esa razón, el Señor dice, "Muchos me dirán 'Señor, ¿No profetizamos en tu nombre, arrojamos demonios en tu nombre, hicimos milagros en tu nombre?' Entonces les diré: '¡Nunca los he conocido, alejaos de mí raza de víboras! (Mt. 7:23).

Hubo también otros milagros que Jesús realizó además de las curaciones de enfermos y de la liberación de espíritus. Estas proezas fueron realizadas con el mismo fin o propósito - incrementar la fe. La viuda de Naim no conocía a Jesús pero su corazón compasivo lloraba su pérdida.

¡Qué manera de crecer en la fe en Jesús cuando vio a su único hijo resucitar! Los distintos milagros sobre las aguas, tales como calmar la tormenta y caminar sobre las mismas, fueron hechos para incrementar la fe de sus apóstoles. 

En cada suceso en el que mostraban su falta de fe o su poca fe, el Señor los amonestaba. Incluso después de su resurrección, le impresionaba su incredulidad. A pesar de ellos, estos son los hombres que curaron enfermos y que sacaban a los demonios de los hombres.

Quería que sus apóstoles y Sus seguidores no cuestionaran jamás que era el Hijo de Dios. Quería que le pidiesen lo que fuera, sabiendo que tenía el poder para realizar milagros. 

Pero nunca, ni siquiera por un momento, quiso que le pidiesen algo al Padre. Nos dio el mejor ejemplo de ello en el Huerto de los Olivos. Pidió lo imposible y aceptó el "No" del Padre con coraje, amor y confianza.

Es debido al peligro de la presunción y a la tentación de perder la esperanza, que la Santa Madre Iglesia no cree en la "curación de fe".

"Esta es un intento de utilizar los poderes divinos como un agente curativo natural que solamente es entorpecido por la insuficiente confianza por parte del que sufre. 

Un católico no debe someterse a la curación de fe que ve al poder divino como el sirviente automático de actos calculados." (Enciclopedia Católica Vol. 4, pg. 215-216 McGraw Hill)
Podemos, humildemente, orar por lo que necesitamos, ya sea esto físico, material o temporal, sabiendo que nuestro Padre es Dios y es lo suficientemente poderosos para darnos lo que le pidamos, siempre y cuando sea para nuestro bien. 

La humildad nos permite admitir que no siempre sabemos en qué consiste nuestro bien.

La fe pide, sabiendo que el Padre nos escucha. La esperanza espera Su respuesta y el amor la acepta con alegría.

Una oración que no contiene estos tres elementos es frustrante y está llena de ansiedad. 

Una respuesta negativa es motivo de culpa e introspección, miedo y desesperanza. La insistencia de Jesús en realizar la Voluntad del Padre como el camino que lleva a la santidad abarca todos los aspectos de nuestra vida. 

Ninguna de las cosas que nos suceden está fuera de su Voluntad y todas están subordinadas a su infinita sabiduría, porque nos ama de manera infinita.

En la alegría y la pena, en la salud y la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, en el éxito y el fracaso, la Voluntad del Padre es la meta de la vida cristiana. 

Como Jesús, que entrega la vida entera con humilde sumisión a lo que el Padre permita u ordene. Él es libre y se encuentra en paz porque cumple la voluntad del Padre y brilla en Su Amor. No excusa las respuestas negativas del Padre concentrando su atención sobre sí mismo como la causa del sí o del no de Dios.

Dios ama y constantemente, en todo momento, está curando nuestras almas por medio del poder de Su Santo Espíritu. Hace esto porque es bueno y porque, al ser nosotros pecadores, necesitamos de su ayuda. 

Siempre nos provee de gracia y de las oportunidades para curar nuestras almas de modo que el Espíritu puede transformarlas en imágenes perfectas de Jesús (2 Cor. 3:18). Algunas veces esta curación se realiza en medio de la enfermedad, pena, dolor o tragedia; y otras veces se realiza en medio de la salud, de la alegría, el éxito y el consuelo. Sea lo que sea, Dios siempre está trabajando.

Los enfermos que no son curados después de habérselo pedido al Padre, son amados por Él de una manera especial. Dios confía en que su fe no será sacudida mientras compartan una astilla de la Cruz de Su Hijo. 

Ellos son testigos del poder del Espíritu Santo y los débiles reciben por medio de Él el don de la fortaleza para soportar el peso de la Cruz. Irradian esperanza porque su aceptación y el crecimiento espiritual de sus almas les permiten crecer en su imagen de Cristo, así como también caminar siguiendo los pasos del Señor que los guía amorosamente.

"Benditos aquellos que han creído sin haber visto." 
(Jn. 20:29)

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