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martes, 27 de diciembre de 2011

«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Le dijeron: Podemos» (Mateo 20,22). Juan pudo estar al pie de la cruz, porque tenía un amor recio, fuerte, porque era un hombre puro. La pureza es el amor sin egoísmos sentimentales, sin frivolidades, sin mezclas. «La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor depositadas en ella»



«El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue a Simón Pedro y al otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto. Salió Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio allí los lienzos caídos, pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos caídos, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no caído junto con los lienzos, sino aparte, todavía en rollado, en un sitio. Entonces entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó.
 (Juan 20, 2-8)


I. Jesús, hoy -fiesta del apóstol adolescente, del más joven de los que llamaste para ser tus testigos directos-, puedo aprender a quererte un poco más. ¡Cómo te quería Juan! También Tú le mostraste un especial afecto. Por eso Juan se llama a sí mismo el «discípulo al que Jesús amaba,» el discípulo amado. Ojalá sea tal mi comportamiento diario que Tú puedas llamarme también así.

Jesús, cuando Juan el Bautista te señaló como «el Cordero de Dios» (Juan 1,36), Juan y su amigo Andrés te siguieron. «Fueron y vieron dónde vivía, y permanecieron aquel día con él. Era alrededor de la hora décima» (las cuatro de la tarde) (Juan 1,39).

¡Qué grabado se le quedó aquel primer encuentro contigo!; tanto que, aun cuando era ya muy mayor al escribir su Evangelio, se acordaba incluso de la hora en que ocurrió. A partir de entonces, Juan empieza a hacer apostolado, contándole a su hermano Santiago lo que le habías explicado aquella tarde. Juan fue conociéndote más día a día; mientras, Tú te ibas metiendo en su vida, llevándole por caminos de más entrega, de más amor.

Juan fue fiel en esta etapa de preparación para su llamada. No quiso poner trabas ni limites. No quiso acercarse... pero sólo a medias, para no complicarse la vida. Por eso supo decir que sí y dejarlo todo cuando Tú le llamaste, junto con Santiago, a la orilla del mar de Galilea: «dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueran tras él» (Marcos 1,20).

II. La pureza limpísima de toda la vida de Juan le hace fuerte ante la Cruz. - Los demás apóstoles huyen del Gólgota: él, con la Madre de Cristo, se queda. -No olvides que la pureza enrecia, viriliza el carácter». (Camino.-144).

Jesús, cuando la madre de Santiago y Juan te pide los mejores lugares para sus hijos, respondes: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Le dijeron: Podemos» (Mateo 20,22). Juan pudo estar al pie de la cruz, porque tenía un amor recio, fuerte, porque era un hombre puro. La pureza es el amor sin egoísmos sentimentales, sin frivolidades, sin mezclas. «La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor depositadas en ella» (CEC.-2338).

Jesús, en el momento más intimo de tu vida, en la última cena, Juan está a tu lado: «Estaba recostado en el pecho de Jesús uno de los discípulos, el que Jesús amaba» (Juan 13,23). Su pensamiento y su corazón se identifican contigo. Sabes bien a quién vas a dejar con tu madre: «He ahí a tu madre» (Juan 19,27). Desde entonces, Juan y, con él, todos los hombres -yo también- son hijos de Maria.

Jesús, quieres que sea un buen hijo de Maria, y para eso he de parecerme más a Ti, siguiendo el ejemplo del apóstol Juan. Juan es el primer apóstol en llegar al sepulcro vacío después de tu Resurrección. Sólo Pedro y él tienen el amor y la esperanza suficientes para hacer caso a las mujeres. Espera fuera a Pedro, que es ya tu sucesor: el primer Papa. Luego entrando él, «vio y creyó». Tú le diste entonces esa fe gigante que convertiría miles de almas.

Dame, Jesús, la fe, esperanza y caridad -amor puro y fuerte- que hicieron de Juan tu discípulo amado.





Sabemos de San Juan que desde que conoció al Señor, no le abandonó jamás. Cuando ya anciano escribe su Evangelio, no deja de anotar la hora en la que se produjo el primer encuentro con Jesús: Era alrededor de la hora décima (Juan 1, 39), las cuatro de la tarde. No tendría aún veinte años cuando correspondió a la llamada del señor (Santos Evangelios, EUNSA), y lo hizo con el corazón entero, con un amor indiviso, exclusivo.

Toda la vida de Juan estuvo centrada en su Señor y Maestro; en su fidelidad a Jesús encontró el sentido de su vida. Ninguna resistencia opuso a la llamada, y supo estar en el Calvario cuando todos los demás habían desaparecido. Así ha de ser nuestra vida: Jesús espera de cada uno de nosotros una fidelidad alegre y firme, como fue la del Apóstol Juan. También en los momentos difíciles.


II. Junto con Pedro, San Juan recibió del Señor particulares muestras de amistad y de confianza. El Evangelista se cita discretamente a sí mismo como el discípulo a quien Jesús amaba (Juan 13, 23; 19, 26 etc.). La suprema expresión de confianza en el discípulo amado tiene lugar cuando, desde la Cruz, el Señor le hace entrega del amor más grande que tuvo en la tierra: su santísima Madre (Juan 19, 26-27).

Hoy, en su festividad, miramos a San Juan con una santa envidia por el inmenso don que le entregó el Señor, y a la vez hemos de agradecer los cuidados que con Ella tuvo hasta el final de sus días aquí en la tierra. Hemos de aprender de él a tratar a nuestra Madre con confianza: Juan recibe a María, la introduce en su casa, en su vida. El Evangelio, al relatarnos la vida de Juan, nos invita a todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestra vida.


III. Hemos de pedirle a San Juan que nos enseñe a distinguir el rostro de Jesús en medio de las realidades en las que nos movemos, porque Él está muy cerca de nosotros y es el único que puede darle sentido a lo que hacemos. San Juan nos insiste en mantener la pureza de la fe y la fidelidad del amor fraterno (Santos Evangelios, EUNSA). Ya anciano repetía a sus discípulos continuamente: "Hijitos, amaos los unos a los otros". Le preguntaron por su insistencia en repetir lo mismo, y respondía: "Este es el mandamiento del Señor y, si se cumple, él solo basta".

Le pedimos a San Juan que nos enseñe a tratar a la Virgen y a los que están a nuestro alrededor, con el mismo amor que él trató a los que estaban cerca de él.

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