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jueves, 22 de diciembre de 2011

En el Magnificat se contiene la razón profunda de toda humildad. María considera que Dios ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava; por eso en Ella ha hecho cosas grandes el Todopoderoso. La virtud de la humildad ?que tanto se transparenta en la vida de la Virgen- es la verdad (SANTA TERESA, Moradas rectas), es el reconocimiento verdadero de lo que somos y valemos ante Dios y ante los demás; es también el vaciarnos de nosotros mismos y dejar que Dios obre en nosotros con su gracia.



«María exclamó: Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador: porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las naciones. Porque ha hecho en mi cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo, cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen.

Manifestó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada. Acogió a Israel su siervo, recordando su misericordia, según había prometido a nuestros padres, a Abrahán y a su descendencia para siempre. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa». (Lucas 1, 46-56)



I. El Evangelio de hoy se conoce como el canto del Magníficat, porque así empieza este discurso de la virgen en latín: «Magníficat anima mea Dominum - Mi alma glorifica al Señor. Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador»: saberse querido por Dios, que me salva de mis pecados y se preocupa de mis necesidades, es la fuente de la verdadera alegría. En el Magníficat, madre, abres tu corazón purísimo y me das a conocer algo tu unión íntima con Dios: «Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava».

Te das perfecta cuenta de que todo lo que tienes se lo debes a Dios, y de que Él te lo ha dado porque se ha fijado en tu humildad. Esta es la virtud humana más importante, la única sobre la que Dios puede construir el edificio de la santidad: «dispersó a los soberbios de corazón y ensalzó a los humildes.» ¿Cómo va mi humildad? ¿Me doy cuenta de que todo lo que tengo inteligencia, familia, amigos, posición social se lo debo a Dios? Madre, ayúdame a que nunca pierda esto de vista. «Cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen.»

Madre, me recuerdas también que Dios está siempre dispuesto a perdonar, a compadecerse de mi, si yo reconozco mis culpas, si tengo ese temor filial que es el temor a perder la gracia, la amistad con Dios. Madre, que no me acostumbre al pecado, pues en ese caso haría inefectiva la misericordia de Dios.

II. «Recordad la escena de la Anunciación: baja el Arcángel, para comunicar la divina embajada -el anuncio de que sería Madre de Dios-, y la encuentra retirada en oración. María está enteramente recogida en el Señor cuando San Gabriel la saluda: «Dios te salve, ¡oh, llena de gracia!, el Señor es contigo». Días después rompe en la alegría del Magníficat -ese canto mariano, que nos ha transmitido el Espíritu Santo por la delicada fidelidad de San Lucas-, fruto del trato habitual de la virgen Santísima con Dios.

Nuestra Madre ha meditado largamente las palabras de las mujeres y de los hombres santos del Antiguo Testamento, que esperaban al Salvador, y los sucesos de que han sido protagonistas. Ha admirado aquel cúmulo de prodigios, el derroche de la misericordia de Dios con su pueblo, tantas veces ingrato. Al considerar esta ternura del Cielo, incesantemente renovada, brota el afecto de su Corazón inmaculado: «mi alma glorifica al Señor y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios salvador mío; porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava».

Los hijos de esta Madre buena, los primeros cristianos, han aprendido de Ella, y también nosotros podemos y debemos aprender» (Amigos de Dios.-241). Madre, quiero aprender de ti a tener ese trato habitual con Dios. No es un trato teórico: tu oración te lleva a vivir los acontecimientos más corrientes metida en Dios, con visión sobrenatural, con afán de servicio.

«La oración de la Virgen María, en su Fiat y en su Magníficat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe» (CEC.-2622). Madre, el Magníficat es una prueba de lo mucho que has meditado la Sagrada Escritura. Yo también debo meditarla -especialmente el Evangelio- para que pueda luego imitar a Cristo en mi vida

En el Magnificat se contiene la razón profunda de toda humildad. María considera que Dios ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava; por eso en Ella ha hecho cosas grandes el Todopoderoso. La virtud de la humildad ?que tanto se transparenta en la vida de la Virgen- es la verdad (SANTA TERESA, Moradas rectas), es el reconocimiento verdadero de lo que somos y valemos ante Dios y ante los demás; es también el vaciarnos de nosotros mismos y dejar que Dios obre en nosotros con su gracia.

La humildad descubre que todo lo bueno que existe en nosotros, tanto en el orden natural como en el de la gracia, a Dios pertenece. Nada tiene que ver esta virtud con la timidez o la mediocridad. La humildad no se opone a que tengamos conciencia de los talentos recibidos, ni a disfrutaros plenamente con corazón recto; la humildad no achica, agranda el corazón. A María, Nuestra Madre le pedimos que nos ayude a alcanzar esta virtud que Ella tanto apreció.


II. La humildad está en el fundamento de todas las virtudes y sin ella ninguna podría desarrollarse. No es posible la santidad sin una lucha eficaz por adquirir esta virtud; ni siquiera podría darse una auténtica personalidad humana. La humildad es, especialmente, fundamento de la caridad: "la morada de la caridad es la humildad" (Sobre la virginidad), decía San Agustín. Muchas faltas de caridad han sido provocadas por faltas previas de vanidad, orgullo, egoísmo, deseos de sobresalir.

El que es humilde no gusta de exhibirse, sabe que ocupa un puesto para servir, para cumplir una misión. Hemos de estar en nuestro sitio, trabajando para Dios, y evitar que la ambición nos ofusque, y menos convertir la vida en una loca carrera por puestos cada vez más altos, para los que quizá no serviríamos. La persona humilde conoce sus limitaciones y posibilidades, es siempre una ayuda, tiene paciencia con los defectos de quienes lo rodean, y evita el juicio negativo sobre los demás.


III. Entre los caminos para llegar a la humildad está, en primer lugar, el desearla ardientemente, valorarla y pedirla al Señor; ser dóciles en la dirección espiritual; recibir con alegría la corrección fraterna; aceptar las humillaciones en silencio, por amor al Señor; la obediencia rápida y alegre; y sobre todo la alcanzaremos en el servicio a los demás.

Jesús es el ejemplo supremo de humildad, y nadie sirvió a los hombres con tanta solicitud como Él lo hizo. María, al confesarse esclava del Señor, se llena de gozo. Nosotros lo tendremos si somos humildes como Ella.
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Nuestra Madre ha meditado largamente las palabras de las mujeres y de los hombres santos del Antiguo Testamento, que esperaban al Salvador, y los sucesos de que han sido protagonistas. Ha admirado aquel cúmulo de prodigios, el derroche de la misericordia de Dios con su pueblo, tantas veces ingrato. Al considerar esta ternura del Cielo, incesantemente renovada, brota el afecto de su Corazón inmaculado: «mi alma glorifica al Señor y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios salvador mío; porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava».

Los hijos de esta Madre buena, los primeros cristianos, han aprendido de Ella, y también nosotros podemos y debemos aprender» (Amigos de Dios.-241). Madre, quiero aprender de ti a tener ese trato habitual con Dios. No es un trato teórico: tu oración te lleva a vivir los acontecimientos más corrientes metida en Dios, con visión sobrenatural, con afán de servicio.

«La oración de la Virgen María, en su Fiat y en su Magníficat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe» (CEC.-2622). Madre, el Magníficat es una prueba de lo mucho que has meditado la Sagrada Escritura. Yo también debo meditarla -especialmente el Evangelio- para que pueda luego imitar a Cristo en mi vida


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