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viernes, 4 de noviembre de 2011

«¡Qué afán ponen los hombres en sus asuntos terrenos!: ilusiones de honores, ambición de riquezas, preocupaciones de sensualidad.

 -Ellos y ellas, ricos y pobres, viejos y hombres maduros y jóvenes y aun niños: todos igual. -Cuando tú y yo pongamos el mismo afán en los asuntos de nuestra alma tendremos una fe viva y operativa: y no habrá obstáculo que no venzamos en nuestras empresas de apostolado» (Camino.-317). 




«Decía también a los discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, al que acusaron ante el amo de malversar la hacienda. Le llamó y le dijo: "¿Qué es esto que oigo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando". Y dijo para sí el administrador: "¿Qué haré, puesto que mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo: mendigar, me avergüenza. Ya sé lo que haré para que me reciban en sus casas cuando sea retirado de la administración".

Y, convocando uno a uno a los deudores de su amo, dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?". El respondió: "Cien medidas de aceite". Y le dijo. "Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta". Después dijo a otro: "¿Tu, cuánto debes?". El respondió: "Cien cargas de trigo". Y le dijo: "Toma tu recibo y escribe ochenta". El dueño alabó al administrador infiel por haber actuado sagazmente; porque los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz». (Lucas 16, 1-8)


I. Jesús, con la parábola de hoy te quejas de que los que hacen el mal pongan más empeño en sus objetivos que los que intentan hacer el bien: «los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz». Mientras los primeros no dejan de poner todos los medios a su alcance sin temor a lo que puedan decir los demás, los segundos tienen casi que pedir permiso antes de emprender una obra buena.

Jesús, me pides más espíritu de iniciativa, más tesón, más audacia, más entrega a la hora de hacer el bien, y en especial a la hora de hacer apostolado. Tu me has dicho: «vosotros sois la luz del mundo» (Mateo 5,14). Y el mundo está en las tinieblas de la ignorancia, porque faltan apóstoles -«hijos de la luz»- que sepan dar testimonio del Evangelio. 

Jesús, por un lado quiero hacer apostolado con mis amigos y familiares: quiero explicarles la alegría y la paz que produce el seguirte. Pero, a veces, siento otra fuerza que me frena: un temor a quedar mal, a no ser oportuno. Esta fuerza es lo que se llama «tener respetos humanos», y es la que hace que los «hijos de la luz» no brillen como debieran. 

«¡Anunciad la Palabra con toda claridad, indiferentes al aplauso o al rechazo! En definitiva, no somos nosotros quienes promovemos el éxito o el fracaso del Evangelio, sino el Espíritu de Dios. Los creyentes y los no creyentes tienen el derecho a escuchar inequívocamente el auténtico anuncio de la Iglesia. Anunciad la Palabra con todo el amor del Buen Pastor, que se da, que busca, que comprende» (Juan Pablo II). 


II. «¡Qué afán ponen los hombres en sus asuntos terrenos!: ilusiones de honores, ambición de riquezas, preocupaciones de sensualidad. -Ellos y ellas, ricos y pobres, viejos y hombres maduros y jóvenes y aun niños: todos igual. -Cuando tú y yo pongamos el mismo afán en los asuntos de nuestra alma tendremos una fe viva y operativa: y no habrá obstáculo que no venzamos en nuestras empresas de apostolado» (Camino.-317). 

Jesús, alabas al administrador infiel, no por su deslealtad, sino por el empeño que pone en sus asuntos terrenos. Cada día, cada mes y cada año, haría un balance de las cosas que iban bien, de las que iban mal y de cómo mejorar en el próximo ejercicio. De la misma manera, si me preocupa mi alma, debería hacer un examen de conciencia al acabar el día; dedicar un tiempo al mes para repasar mi vida interior; y retirarme unos días cada año para hacer balance y preparar el próximo periodo. 

También se demuestra el afán que pongo en los asuntos de mi alma por la seriedad con la que vivo mi plan de vida. Así como el deportista que quiere mejorar una marca se pone objetivos audaces y se ata a un plan de entrenamiento constante y ordenado; si de verdad quiero mejorar en mi vida interior, debo vivir con orden y constancia un horario que incorpore ciertas normas de piedad: oración, misa, rosario, etc.

Jesús, si pongo verdadero interés en los asuntos de mi alma, mi fe no será intelectual y abstracta, incapaz de dar frutos; sino una fe viva y operativa que se demuestre con hechos de piedad, de trabajo bien hecho y de servicio a los demás... Entonces sabré vencer los respetos humanos; y no habrá obstáculos que me detengan en mi labor de apostolado.



En este mes de Noviembre, la Iglesia, como buena Madre, multiplica los sufragios por las almas del Purgatorio y nos invita a meditar sobre el sentido de la vida a la luz de nuestro fin último: la vida eterna, a la que nos encaminamos deprisa. La liturgia nos recuerda que a las almas que se purifican en el Purgatorio llega el amor de sus hermanos de la tierra, que se puede merecer por ellas, y acortar esa espera del Cielo. La muerte no destruye la comunidad fundada por el Señor, sino que la perfecciona. La unión en Cristo es más fuerte que la separación corporal, porque el Espíritu Santo es un poderoso vínculo de unión entre los cristianos. 


En la Santa Misa hay un lugar fijo para recomendar a Dios nuestros difuntos. Esta verdad ?la de poder interceder por quienes nos precedieron-, fue declarada solemnemente como verdad de fe en el II CONCILIO DE LYON (Profesión de fe de Miguel Paleólogo, Dezinger 464). Examinemos hoy cómo es nuestra oración por los difuntos: es una gran obra de misericordia muy grata al Señor.


II. Aunque nuestros pecados se perdonan en la Confesión sacramental, subsiste un reato, o resto, de pena, que ha de repararse en esta vida con el cumplimiento de la penitencia impuesta en la Confesión, de otras buenas obras, o mediante las indulgencias concedidas por la Iglesia. 

El alma que sale de este mundo sin la debida reparación, o con pecados veniales y faltas de amor a Dios, deberá purificarse en el Purgatorio (S.C. PARA A DOCTRINA DE LA FE, Carta a los Obispos sobre algunas cuestiones referentes a la escatología), pues en el Cielo no puede entrar nada sucio (Apocalipsis 21, 27). Allí ya no se puede merecer y no pueden aumentar su amor a Dios, y solamente satisfacen por sus manchas o culpas. Y aunque hay un dolor inimaginable, existe la gran alegría de saberse confirmadas en gracia y destinadas a la felicidad eterna. 

Nosotros podemos merecer y ayudar a las almas que se preparan para entrar en el Cielo, principalmente con la Santa Misa, y con el Santo Rosario, el ofrecimiento de nuestras buenas obras, la enfermedad y el dolor. 


III. Particular importancia en la ayuda que podemos prestar a las almas del Purgatorio tienen las indulgencias, plenarias o parciales, que pueden aplicarse como sufragio. Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica) y otros teólogos nos enseñan que las almas del Purgatorio pueden acordarse de las personas queridas que dejaron en la tierra e interceder por ellas. No dejemos de acudir a ellas y seamos generosos con los sufragios que ofrecemos para acortar su entrada al Cielo. 



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