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lunes, 28 de noviembre de 2011

Jesús, no evitas el sufrimiento sino el pecado.


«Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión y, rogándole, dijo: Señor mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes. Jesús le dijo: Yo iré y lo curaré. Pero el centurión le respondió: Señor no soy digno de que entres en mi casa; basta que lo mandes de palabra y mi criado quedará sano. Pues yo, que soy un hombre subalterno con soldados a mis órdenes, digo a uno: ve, y va; y a otro: ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace.
Al oírlo Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande. Yo os digo que muchos de Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos». (Mateo 8, 5-11)



I. Yo iré y lo curaré. Jesús, ¡cuántas ganas tienes de hacer el bien! Hay una persona con dolores muy fuertes y ese dolor te remueve. Pero, ¿no sabías que el criado del centurión estaba enfermo antes de que te lo dijera su amo? ¿Por qué no habías ido antes? ¿No había más gente sufriendo dolores fuertes en Cafarnaún?

Jesús, empiezo a prepararme para tu nacimiento y veo que desde Belén hasta la Cruz no rehúyes el dolor ni el sufrimiento: ni el tuyo ni el de los tuyos. José no encuentra sitio en la posada; Herodes os persigue; Maria sufre cuando te «pierdes» en el Templo. Podías haber evitado todo, pero no lo haces. ¿Por qué? ?Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre, de la injusticia, de la enfermedad y de la muerte, Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado, que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas? (CEC. 549)

Jesús, no evitas el sufrimiento sino el pecado. Maria es concebida sin pecado. Tú te hiciste igual al hombre en todo menos en el pecado. Perdonas los pecados al paralítico antes de curarle de su enfermedad: "tus pecados te son perdonados" Lucas 5,20. ¿No será que el sufrimiento no es un mal, y en cambio el pecado sí? Si quiero prepararme bien para tu venida, debo empezar por rechazar el pecado con todas mis fuerzas.


II. "Lázaro resucitó porque oyó la voz de Dios: y en seguida quiso salir de aquel estado. Si no hubiera «querido» moverse, habría muerto de nuevo. Propósito sincero: tener siempre fe en Dios; tener siempre esperanza en Dios; amar siempre a Dios..., que nunca nos abandona, aunque estemos podridos como Lázaro". Forja. 211.

"En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande." Y por eso, Jesús, puedes hacer el milagro. "Propósito sincero: tener siempre fe en Dios".

Jesús, quiero moverme, quiero salir de este estado mortecino o muerto- en el que me encuentro. Quiero oír tu voz, tu llamada, y salir del mundo de mis miserias, de mis egoísmos, de mis envidias, de mis planes y proyectos personales en los que no cabe Dios ni los demás. Mi alma yace quizá un poco paralítica porque no tiene fuerza para vencer la comodidad, la vanidad, la sensualidad, el egoísmo.

"Yo iré y lo curaré". Jesús, vas a venir al mundo para salvarme, pero aún "no soy digno de que entres en mi casa." Quiero prepararme bien. Quiero aprender a amarte. Y veo que lo primero que debo hacer es limpiarme, rechazar verdaderamente el pecado, empezando por acudir al sacramento de la confesión.

Jesús, vas a venir al mundo para salvar a todos los hombres. No sólo a los de Israel: "muchos de Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos". No haces grupitos, buscas a todos: sabios y menos sabios, ricos y pobres, sanos y enfermos. Has venido a salvar a todos y por eso de todos esperas una respuesta. Que sepa responder con fe, con mi vida de cristiano, a esa muestra tan grande de amor que es tu Encamación: la demostración más clara de que Tú no me abandonas.

 Cada día que transcurre es un paso más hacia la celebración del nacimiento del Redentor y, por lo tanto, un motivo grande de alegría. Junto a esa alegría, es inevitable que nos sintamos cada vez más indignos de recibir al Señor. Toda preparación debe parecernos poca, y toda delicadeza insuficiente para recibir a Jesús. Si alguna vez nos sentimos fríos o físicamente desganados no por eso vamos a dejar de comulgar.

Procuraremos salir de ese estado ejercitando más la fe, la esperanza y el amor. Y si se tratara de tibieza o de rutina, está en nuestras manos removerlas, pues contamos con la ayuda de la gracia. Nosotros, al pensar en el Señor que nos espera, podemos cantar llenos de gozo en lo más íntimo de nuestra alma: ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor! (Salmo 121, 1-2). El Señor también se alegra cuando ve nuestro esfuerzo para recibirlo con una gran dignidad y amor.


II. El Evangelio de la Misa (Mateo 8, 5-13) nos trae las palabras de un centurión del ejército romano que han servido para la preparación inmediata de la Comunión a los cristianos de todos los tiempos: Domine, non sum dignus ?Señor, yo no soy digno. La fe, la humildad y la delicadeza se unen en el alma de este hombre: la Iglesia nos invita no sólo a repetir sus palabras como preparación para recibir a Jesús cuando viene a nosotros en la Sagrada Comunión, sino a imitar las disposiciones de su alma.


III. Prepararnos para recibir al Señor en la Comunión significa en primer lugar recibirle en gracia. Cometería un sacrilegio quien fuera a comulgar en pecado mortal. Hemos de preparar esmeradamente el alma y el cuerpo: deseo de purificación, luchar por vivir en presencia de Dios durante el día, cumplir lo mejor posible nuestros deberes cotidianos, llenar la jornada de actos de desagravio, de acciones de gracias y comuniones espirituales. Junto a estas disposiciones interiores, y como su necesaria manifestación, están las del cuerpo: el ayuno prescrito por la iglesia, las posturas, el modo de vestir, etc. , que son signos de respeto y reverencia.

Pidámosle a Nuestra Señora que nos enseñe a comulgar "con aquella pureza, humildad y devoción" con que Ella recibió a Jesús en su seno bendito, "con el espíritu y fervor de los santos", aunque nos sintamos indignos y poca cosa.



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