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miércoles, 23 de noviembre de 2011

Historia del Mundo Angélico.



En el mundo hay miles de historias, millones de historias. Historias de personas, historias de naciones. Ésta no es una historia más. En el mundo hay historias muy antiguas. Pero ésta es la historia más antigua. Antes de ésta no hay historia alguna. De hecho, ésta historia tuvo lugar antes del Tiempo. Es la Historia del Mundo Angélico.

Yo, un ángel os la voy a contar a vosotros, humanos, aunque no podáis entender muchas cosas, aunque tenga que recurrir a comparaciones humanas para que podáis comprender lo incomprensible. Doy comienzo a mi crónica.

En el principio estaba el Ser, el Ser Infinito, la Trinidad Sublime. Imaginaos a Dios como una inmensa esfera de luz blanquísima. De nuevo os recuerdo que debo recurrir a términos limitados, a comparaciones, para expresar lo que es incomparable. Dios no es una esfera, Dios no tiene forma geométrica alguna. Pero os pido que os imaginéis mi historia de un modo visual. Imaginaos a al Gran Dios como una esfera de luz de proporciones infinitas.

Esa Esfera de Luz estaba en medio de la Nada. Una Esfera resplandeciente en mitad de la oscuridad más absoluta, la oscuridad perfecta. Al principio sólo existía esa Esfera. Nadie la contemplaba, nadie la podía ver, porque no había nadie. Esa esfera con la Vida Trina era Luz, y era grande como millares de océanos de luz. Era grande como millares de millares de universos.

La Vida Trina latía en su interior, fluía en el seno de esa Esfera. De pronto, ocurrió algo. Era la primera vez que ocurría algo hacia fuera de la Esfera. No podemos decir que ocurrió tras millones de millones de siglos, porque en realidad no había Tiempo. Pero entre ese antes y ese después hubo mil eternidades, y después eternidad tras eternidad. Antes del primer AHORA, hubo una serie incontable de siglos de no-tiempo.

Y así, en el momento previsto, en el instante exacto, antes del cual no hubo un instante, una voz poderosa resonó en el interior de la Esfera y dijo: ¡Hágase! Y de la Esfera más grande que mil océanos de blancura surgió una luz. Aquel acto fue como una flor que extendiera sus pétalos blancos. Ese instante semejaba como una corola de la que surgiesen hacia fuera sus pétalos. Aquello parecía como una explosión de luz a cámara lenta.

Si uno se aproximaba a esa luz, veía que cada haz de luz estaba formado por millones de millones de seres angélicos. Cada naturaleza angélica era como un pequeño sol. Los había de todos los tamaños. Cada uno tenía un tono de luz, cada uno emitía una música particular. Cada uno, si se me permite la expresión, con un rostro atónito, felizmente atónito, ante el espectáculo del acto creador.


Los ángeles más grandiosos se hallaban suspendidos como tocando a la Esfera. Cada ángel superior tenía otros menores alrededor de él, como planetas que rodean a un astro. Cada uno de los satélites tenía a su vez otros espíritus angélicos que eran como satélites de los planetas. Y así podíamos ver que había centenares de jerarquías angélicas. Cada ángel dependía de otro ángel superior. Los ángeles superiores, menores e intermedios formaban innumerables niveles, complejísimas rotaciones, innumerables jerarquías, complicadas series de niveles, de escalones, como si de una zoología infinita se tratara.

¿A qué compararemos la visión de ese acto creador? Era como si la Gran Esfera estuviera rodeada por brumas. Esas brumas eran como Vía Lácteas. Cada una de estas Vía Lácteas estaba formada por millones de millones de seres angélicos. Toda la Esfera estaba cubierta de estas nebulosas. Partes de la superficie de la Esfera estaban más densamente cubiertas. En otras partes, esas nubes era como si se deshilachasen hacia fuera. Y seguían surgiendo más y más de estas nebulosas del interior de la Esfera. Era como si del seno del Ser Infinito fluyeran ríos grandiosos de luz. Universos y universos de ángeles salían de la Esfera Incomparable.

Aquellos ríos parecían no agotarse. Unos surgían con fuerza hacia fuera, se doblaban como atraídos por la fuerza de atracción de la Esfera de la que surgían, y retornaban hacia la Esfera recorriendo su superficie inacabable. Otros ríos salían expelidos con vigor y se adentraban en la nada exterior, formando espirales, mezclándose a su vez con otras espirales angélicas, combinándose en más y más increibles volutas de luz que se arremolinaban, que giraban alrededor de sí mismas, formando centros y más centros angélicos.

Cómo un órgano catedralicio al que con dos manos se le presionan diez notas a la vez con todos sus registros en una magnífica armonía, con todos sus tubos a pleno pulmón, y que tras alcanzar el climax, el sonido se difumina perdiéndose en las bóvedas, así también los ríos de luz que surgían de la Esfera fueron debilitándose en una especie de eco que se extingue lleno de majestad. Ese eco sinfónico se fue desvaneciendo, hasta que el último brazo de luz se despegó del Océano de Luz de la Esfera: la Creación de los ángeles había acabado. El último ángel había sido creado.

El número de los ángeles era incalculable, pero hubo un último. Decir que eran trillones de trillones era poco. Dios había sido extraordinariamente generoso al crear. Dios había querido comunicar el gozo del ser de un modo espléndido, feliz de que fueran muchos los que pudieran existir.

Todos los espíritus estaban sorprendidos. Habían sido lanzados a la existencia. Habían pasado de la nada a existir de golpe. Aquello era como millones de seres que se hubieran acabado de despertar. Pero no sólo no estaban somnolientos, sino que por el contrario estaban llenos de vida. Las nebulosas bullían de vida alrededor de la Esfera de Vida. La vida se agitaba en ellos por la felicidad de existir.

Los espíritus se miraban a sí mismos, se conocían, volvían a mirarse entre sí sorpendidos, admiraban al gran ángel alrededor del cual se movían. Divisaban la magnitud de los gigantescos astros angélicos. Y en el centro de todo: el Divino Océano Infinito de Luz del que habían salido. Era como estar en el flanco de un gran mar. Podríamos decir que estaban suspendidos, flotando en el aire, levitando sobre un océano. Pero en ese caso no tenía sentido afirmar que se estaba encima o en un flanco de ese Mar. La Esfera parecía ilimitada. No había ni abajo, ni arriba.

Ese Océano Divino estaba en silencio, todos le contemplaban admirados: constituía en sí mismo un espectáculo. Porque esa Luz era amor, sabiduría, belleza. De pronto, la Esfera habló. Era la primera vez que resonaba su voz fuera de su seno. Su voz resultó el hecho más impresionante que uno pueda imaginarse. La voz de Dios dirigiéndose a millones de millónes de espíritus angélicos.

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