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martes, 29 de noviembre de 2011

Jesús, si con mis siete panes -mis pocas virtudes, mi torpe inteligencia, mi débil voluntad- Tú quieres ayudar a los demás, tómalos. Es lo que tengo: tuyos son.


«Después que Jesús partió de allí, vino junto al mar de Galilea, subió a la montaña y se sentó. Acudió a él una gran multitud llevando consigo cojos, ciegos, lisiados, mudos y otros muchos enfermos, y los pusieron a sus pies y los curó; de tal modo que se maravillaba la multitud viendo hablar a los mudos y quedar sanos los lisiados, andar a los cojos y ver a los ciegos, por lo que glorificaban al Dios de Israel.

Jesús llamó a sus discípulos y dijo: Siento profunda compasión por la muchedumbre, porque hace ya tres días que permanecen junto a mi y no tienen qué comer; no quiero despedirlos en ayunas no sea que desfallezcan en el camino. Pero le decían los discípulos: ¿De dónde vamos a sacar; estando en el desierto, tantos panes para alimentar a tan gran multitud?

Jesús les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos le respondieron: Siete y unos pocos pececillos. Entonces ordenó a la multitud que se acomodase en el suelo. Tomó los siete panes y los peces y, después de dar gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos y quedaron satisfechos. De los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas. (Mateo 15, 29-37)


I. Jesús, al ver la multitud tantas curaciones y tantos milagros, "glorificaban al Dios de Israel" Lo maravilloso no es que hable un mudo, sino lo que revela este hecho: Tú eres el Mesías, aquél a quien el pueblo de Israel llevaba siglos esperando. Tú eres Dios, pero a la vez eres un hombre como yo. Y te vuelcas con nosotros: "Siento profunda compasión por la muchedumbre".

Jesús, yo te importo. No te da igual si hago las cosas de una manera o de otra. Que Tú también me importes. Que no me dé igual tratarte de cualquier modo. "¿Cuántos panes tenéis?" Hoy me haces a mí la misma pregunta. Pero, ¿qué más te da, Señor? ¿Qué importa lo que tenga, lo que te pueda dar? Al fin y al cabo, no será mucho y, por supuesto, será insuficiente para alimentar a todos. "Y comieron todos y quedaron satisfechos".

Jesús, si con mis siete panes -mis pocas virtudes, mi torpe inteligencia, mi débil voluntad- Tú quieres ayudar a los demás, tómalos. Es lo que tengo: tuyos son.


II. "Cuando tu egoísmo te aparta del común afán por el bienestar sano y santo de los hombres, cuando te haces calculador y no te conmueves ante las miserias materiales o morales de tus prójimos, me obligas a echarte en cara algo muy fuerte, para que reacciones: si no sientes la bendita fraternidad con tus hermanos los hombres, y vives al margen de la gran familia cristiana, eres un pobre inclusero" Surco. 16

Inclusero significa expósito, alguien a quien sus padres abandonan al nacer y carece, por tanto, de familia. Si no te conmueves ante las miserias materiales o morales de tus prójimos, no digas que eres cristiano: vives como un inclusero, al margen de la gran familia cristiana.

Jesús, Tú curas a los enfermos y das de comer a la muchedumbre hambrienta: sientes profunda compasión por las necesidades de los hombres. ¿Y yo? ¿Qué hago para ayudar a los que tienen necesidad? ¿Cómo voy a llamar Padre a Dios si no trato como hermanos a los demás? ?¿Qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la Iglesia? Ciertamente, la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena y recibiréis la misericordia celestial.

El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquel un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente y merecerás recibir de Cristo, ya que Él ha dicho: «Dad y se os dará». No comprendo cómo te atreves a esperar recibir si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades". San Cesareo de Arles.

Jesús, en mis circunstancias concretas, ¿cómo puedo ayudar a los que más tienen necesidad? A lo mejor puedo aportar dinero a alguna asociación caritativa o colaborar con mi trabajo, aunque sea de vez en cuando. A lo mejor puedo ir a visitar a un pariente enfermo, o a alguna persona que está sola. Ayúdame Jesús a tener un corazón grande como el tuyo, capaz de compadecerme de las necesidades materiales o morales de los demás.

Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: Me da lástima esta gente (Mateo 5, 7). Esta es la razón que tantas veces mueve el corazón del Señor. Llevado por su misericordia hará a continuación el espléndido milagro de la multiplicación de los panes. Y nosotros, para aprender a ser misericordiosos debemos fijarnos en Jesús, que viene a salvar lo que estaba perdido, a cargar nuestras miserias para salvarnos de ellas, a compadecerse de los que sufren y de los necesitados. Este es el gran motivo para darse a los demás: ser compasivos y tener misericordia. Cada página del Evangelio es una muestra de la misericordia divina.

La misericordia divina es la esencia de toda la historia de la salvación. Meditar en la misericordia del Señor nos ha de dar una gran confianza ahora y en la hora de nuestra muerte, como rezamos en el Ave María. Sólo en eso Señor. En tu misericordia se apoya toda mi esperanza. No en mis méritos, sino en tu misericordia.


II. De forma especial, el Señor muestra su misericordia con los pecadores: les perdona sus pecados. Nosotros, que estamos enfermos, que somos pecadores, necesitamos recurrir muchas veces a la misericordia divina: Muéstranos, Señor, tu misericordia. Y danos tu salvación (Salmo 84, 8), repite continuamente la Iglesia en este tiempo litúrgico. En tantas ocasiones, cada día, tendremos que acudir al Corazón misericordioso de Jesús y decirle: Señor, si quieres, puedes limpiarme (Mateo 8, 2).

Esto nos impulsa a volver muchas veces al Señor, mediante el arrepentimiento de nuestras faltas y pecados, especialmente en el sacramento de la misericordia divina, que es la Confesión. Pero el Señor ha puesto una condición para obtener de Él compasión y misericordia por nuestros males y flaquezas: que también nosotros tengamos un corazón grande para quienes rodean.

En la parábola del buen samaritano (SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios) nos enseña el Señor cuál debe ser nuestra actitud ante el prójimo que sufre: no nos está permitido "pasar de largo" con indiferencia, sino que debemos "pararnos" con compasión junto a él.


III. El campo de la misericordia es tan grande como el de la miseria humana que se trata de remediar. Y el hombre puede padecer miseria y calamidad en el orden físico, intelectual y moral. Por eso las obras de misericordia son innumerables, tantas como necesidades tiene el hombre. Nuestra actitud compasiva y misericordiosa ha de ser en primer lugar con aquellos con quienes Dios ha puesto a nuestro lado, especialmente con los enfermos.

Nuestra Madre nos enseñará a tener un corazón misericordioso, como el de Ella.

1 comentario:

Noemi dijo...

El camino hacia Dios, amén el único camino nuestro Señor Jesucristo, a quien le damos siempre gloria y honra.
www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com