...El Amor propio nos engaña...
...A la impiedad se llega
por ciertos grados y casi nadie cae
de repente en la extrema maldad.
Algunos personas hemos
visto bien formados en el amor de Dios.
los cuales, una vez formados, no han
dejado de dar grandes muestras de su virtud pasada.
Aun en medio de su
desdichada ruina;
y, repugnando a los vicios presentes
el hábito adquirido
mientras vivían en caridad.
Ha sido difícil, durante algunos meses, discernir
si tenían o no caridad, si eran virtuosos o viciosos, hasta que el tiempo ha
dado claramente a conocer que estos ejercicios virtuosos no nacían de la
caridad presente, sino de la caridad pasada.
No del amor perfecto, sino del
amor imperfecto, que la caridad había ido dejando en pos de sí, como señal de
haber tenido en aquellas almas su morada.
Ahora bien, este amor
imperfecto es bueno de suyo, porque siendo hijo de la santa caridad y algo
perteneciente a su cortejo, no puede ser sino bueno, y habiendo estado al
servicio de la caridad, durante la estancia de ésta en el alma, está presto a
servirla de nuevo, cuando vuelva, y, aunque no puede realizar los actos propios
del amor perfecto, no, por esto, es despreciable, porque esta es la condición
de su naturaleza.
Sin embargo, aunque este
amor imperfecto es bueno en sí, es, empero, peligroso, pues muchas veces nos
contentamos con él, porque, como que tiene muchos rasgos exteriores e
interiores propios de la caridad, creemos que es ésta la que poseemos, nos
complacemos en él y nos tenemos por Santos.
Y, en medio de esta vana
persuasión,
los pecados que nos han arrebatado la caridad crecen, aumentan y se
multiplican tanto, que acaban por ser dueños de nuestro corazón.
El Amor propio nos
engaña.
Por poco que nos apartemos de la caridad, forja en nuestra apreciación
este hábito imperfecto, y nos complacemos en él, como si fuese la verdadera
caridad, Hasta que algún rayo de luz nos hace ver que nos hemos engañado.
¡Dios mío!
¿No es
lástima grande ver cómo un alma, que en su imaginación
cree ser santa, y que
vive tranquila como si tuviese caridad,
descubre, al fin, que su santidad era
fingida,
que su reposo era un letargo y que
su gozo era una ilusión?
Manera de reconocer
el amor imperfecto
¿por qué medio —me dirás—, podré distinguir si es la
caridad
o el amor imperfecto, el que me comunica los sentimientos de devoción
que advierto en mí?
Si, examinando en particular los objetos de los deseos, de
los afectos, de los planes que actualmente tienes, encuentras alguno que te
lleva a contravenir a la voluntad y al beneplácito de Dios por el pecado
mortal.
Entonces está fuera de toda duda que este sentimiento, esta facilidad y
esta prontitud que tienes en el servicio de Dios, no procede de otra fuente que
del amor humano e imperfecto;
porque, si el amor perfecto reinase en ti,
rompería con todo afecto, con todo deseo y con todo propósito, cuyo objeto
fuese tan imperfecto, y no podría tolerar que su corazón se aficionase a él.
Pero ten en cuenta que
he dicho que este examen ha de versar sobre los afectos actuales; porque no hay
necesidad de imaginar los que pudiesen surgir después; basta que seamos fieles
en las circunstancias del momento, según la diversidad de los tiempos, pues
harto tiene cada hora su trabajo y cada día su pena.
Pero si alguna vez
quieres ejercitar tu corazón en el valor espiritual, imaginando diversas
luchas y asaltos, podrás hacerlo con provecho, con tal que después de estos
actos de una valentía imaginaria, que tu corazón habrá realizado, no te
juzgues por más valeroso que antes.
Ejemplo : Porque los hijos de Efrain, que hacían
maravillas disparando el arco, en los simulacros de guerra que hacían entre sí,
cuando llegó el momento de hacerlo de verdad, volvieron la espalda en el día
del combate y no tuvieron pulso, ni
siquiera para colocar las flechas en el arco, ni ánimo para mirar la punta de
las de sus enemigos.
Luego, cuando ensayemos
el valor, imaginando acontecimientos futuros o tan sólo posibles, si se levanta
algún sufrimiento que arguye bondad y fidelidad, demos gracias a Dios.
Porque
este sentimiento nunca puede dejar de ser bueno; pero,
a pesar de ello,
conservemos siempre la humildad entre la confianza
y la desconfianza,
Esperando
que, mediante el auxilio divino, cuando llegue la ocasión haremos lo que
hubiéremos imaginado, pero temiendo, a la vez, que según nuestra ordinaria
miseria tal vez no haremos nada y perderemos el ánimo.
Pero, si sentimos una
desconfianza tan desmesurada, que nos parece que no tendremos ni fuerza, ni
valor, y llegamos a caer en la desesperación, apropósito de imaginarias
tentaciones, como si no estuviésemos en caridad y gracia de Dios.
Entonces
hemos de hacer una resolución firme, a pesar del desaliento
que sintamos, de
ser fieles en todo cuanto pueda acontecemos,
aun en las tentaciones que nos dan
pena; y hemos de confiar en
que, cuando lleguen, Dios multiplicará su gracia,
doblará sus auxilios
y nos ayudará cuanto sea necesario,
Pues el hecho de que
nos parezca que no nos da fuerzas en una guerra imaginaria, no significa que no
nos las de cuando llegue la ocasión.
Porque, así como muchos han perdido el
valor en el combate, otros, en cambio, han cobrado unos alientos y una resolución
en presencia del peligro y de la necesidad, que nunca hubieran sentido en su
ausencia.
De la misma manera, muchos siervos de Dios, al representarse
tentaciones no reales, se han espantado, hasta perder el valor, y, en medio de
las tentaciones verdaderas,se han portado con la mayor valentía.
No es, por
lo tanto, necesario, que siempre sintamos el valor que se
requiere para vencer al león rugiente, que da vueltas en torno nuestro,
buscando a quien devorar porque esto podría fomentar la vanidad
y la
presunción.
Basta que tengamos el buen deseo de combatir valerosamente y una
absoluta confianza en que el Espíritu divino nos asistirá con sus auxilios,
cuando la ocasión de emplearlos se ofreciere.
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