Al veraz y al mentiroso no hay que juzgarles
por la verdad o falsedad de las cosas en sí mismas,
sino por la intención de su opinión.
Para eso tenemos que ver qué es la mentira.
No todo el que dice algo falso miente, si cree u opina que lo que dice es verdad. Pero entre creer y opinar hay esta diferencia: el que cree, siente que, a veces, no sabe lo que cree, aunque no dude en absoluto de ello si lo cree con firmeza, mientras que el que opina cree saber lo que realmente ignora.
La mentira es un gran problema que, con frecuencia,
nos inquieta en nuestro quehacer cotidiano, porque tal vez denunciemos,
temerariamente, como mentira lo que no es mentira, o pensemos que, a veces, se
puede mentir con una mentira honesta, oficiosa o misericordiosa. Esta cuestión
la trataremos con sumo cuidado, de modo que busquemos con los que buscan, por
si encontramos algo, sin afirmar nada temerariamente, como al lector atento le
indicará, claramente, la misma exposición del asunto.
El tema es muy oscuro y, con frecuencia,
elude la atención del investigador con sinuosos zigzagueos, de modo que parece
que se escapa de las manos lo que ya se había encontrado y después aparece de
nuevo para esconderse otra vez. Pero, sin embargo, al fin, la certera investigación podrá
sustanciar nuestra opinión. Si en ella hay algún error, la verdad nos libra de
todos los errores del mismo modo que la falsedad nos conduce a todos.
Pero
nunca pienso que se puede errar del todo cuando se yerra con un amor total a la
verdad y un rechazo total de la falsedad. Los que juzgan con severidad dicen
que esto es excesivo, pero la misma verdad tal vez nos diga que aún no es
suficiente.
De todos modos, tú, ¡o lector!, no corrijas nada hasta que lo
hayas leído todo, y así corregirás menos. Ni quieras buscar la elegancia, pues
he trabajado mucho las cuestiones, y, con las prisas de resolver pronto un tema
tan necesario en la vida cotidiana, ha sido muy ligera o casi nula la lima de
las palabras.
Naturaleza y malicia de la
mentira y las Las bromas no son mentiras.
Exceptuemos, desde luego, las
bromas que nunca se han considerado mentiras, pues tienen un claro significado,
por la manera de hablar y la actitud del que bromea, sin ánimo de engañar,
aunque no diga cosas verdaderas. Otra cuestión, que ahora no vamos a resolver, es si las almas
perfectas pueden usar estos donaires. Exceptuadas, pues, las chanzas, vamos a
tratar, primero, de que no se debe pensar que miente el que no miente.
Qué es la mentira.
Para eso tenemos que ver qué es
la mentira. No todo el
que dice algo falso miente, si cree u opina que lo que dice es verdad. Pero
entre creer y opinar hay esta diferencia: el que cree, siente que, a veces, no
sabe lo que cree, aunque no dude en absoluto de ello si lo cree con firmeza,
mientras que el que opina cree saber lo que realmente ignora.
Quien expresa lo que cree o piensa interiormente, aunque eso
sea un error, no miente. Cree que es así lo que dice, y, llevado por esa
creencia, lo expresa como lo siente. Sin embargo, no quedará inmune de falta,
aunque no mienta, si cree lo que no debiera creer o piensa que conoce lo que,
en realidad, ignora, aunque fuese la verdad, pues cree conocer lo que
desconoce.
Por tanto, miente el que tiene una cosa en la mente y expresa
otra distinta con palabras u otros signos. Por eso, se dice que el mentiroso
tiene un corazón doble, es decir, un doble pensamiento: uno el que sabe u opina
que es verdad y se calla, y otro el que dice pensando o sabiendo que es falso.
Por eso, se puede decir algo falso sin mentir, si se piensa que algo es como se
dice aunque, en realidad, no sea así. Y se puede decir la verdad, mintiendo, si
se piensa que algo es falso y se quiere hacer pasar por verdadero, aunque, de
hecho, lo sea.
Al veraz y al mentiroso no hay que juzgarles por la verdad o
falsedad de las cosas en sí mismas, sino por la intención de su opinión. Se
puede decir que yerra o que es temerario el que afirma algo falso, si piensa
que es verdadero, pero no se le puede llamar mentiroso, porque no tiene un
corazón doble en lo que dice, ni desea tampoco engañar, sino que se engaña él
mismo.
El pecado del mentiroso está en su deseo intencionado de engañar, bien
sea que nos engañe porque le creemos, cuando dice una cosa falsa, o bien no nos
engañe porque no le creemos, o porque resulta ser verdad lo que nos dice,
pensando que no lo es, con intención de engañarnos. Y aunque, entonces, le creemos,
tampoco nos engaña, aunque quisiera engañar, a no ser en la medida en que nos
hace creer que sabe y piensa lo que dice.
Pero aún se puede preguntar, para
mayor sutileza, si, cuando falta la voluntad de engañar, no hay mentira en
absoluto.
Nunca es lícito ni provechoso
mentir.
¿Qué ocurre si alguien dice una cosa falsa, que él mismo
piensa que es falsa, pero hace esto porque juzga que no se le creerá, y quiere,
de esa manera, quitarse de en medio a su interlocutor, del que sabe que no le va
a creer? Si mentir es decir una cosa distinta de lo que se sabe o piensa, este
hombre, por el deseo de no engañar, miente, pero si mentir es decir algo con
intención de engañar, este hombre no miente, pues dice una cosa falsa aunque
sepa o piense que es falsa, para que aquel al que habla no creyéndole no se
engañe, pues sabe u opina que el otro le creerá.
Y como se ve que esto puede
ocurrir, que alguien diga algo falso para no engañar al que le habla, aún cabe
una postura inversa, que alguien diga la verdad para poder engañar.
El que dice la verdad, porque piensa que no le van a creer,
dice la verdad, precisamente, para eso, para engañar.
Pues sabe o piensa que,
precisamente, porque él lo dice, se ha de juzgar como falso lo que dice. Por
tanto, como dice la verdad para que se juzgue falsa, por eso dice la verdad
para engañar.
Se puede, pues, preguntar quién es el que, realmente, miente:
si aquel que dice algo falso para no engañar o el que dice la verdad para
engañar, cuando uno sabe o piensa decir algo falso y el otro sabe o juzga que
dice la verdad. Ya hemos dicho que el que no sabe que es falso lo que dice, no
miente, si cree que dice la verdad; más bien miente el que dice algo verdadero
cuando, incluso, piensa que es falso, pues a los dos los hemos de juzgar por
sus intenciones.
Así pues, no es una cuestión fácil la que se plantea partir
de esos dos casos de que hablamos: el del que sabe o piensa que dice una cosa
falsa, y así pretende no engañar, por ejemplo, si uno sabe que un camino está
asediado de ladrones y teme que vaya por allí una persona cuya salvación le
preocupa, y aquel a quien se lo dice, sabe, por otra parte, que no le va a
creer si le dice que en ese camino hay ladrones, y, para que no vaya por allí,
se determina a decir que allí no hay ladrones, con el fin de apartarle de ese
camino.
El otro creerá que hay ladrones,
puesto que ha decidido no creer al que dijo que no los había, pues le juzga
mentiroso. Pero hay otro
caso, que es el del que sabiendo o creyendo que es verdad lo que dice, lo dice
para engañar. Por ejemplo, si un hombre, que sabe que no le creerán, dice que
en ese camino los ladrones están en un lugar, donde efectivamente sabe que
están, pero lo dice para que el otro vaya más confiado y caiga en manos de los
ladrones mientras piensa que es falso lo que le han dicho.
Ahora bien: ¿cuál de
los dos ha mentido: el que decidió decir algo falso para no engañar, o el que
eligió decir la verdad para engañar? ¿El que al decir algo falso hizo seguir al
otro el camino verdadero, o este que dijo la verdad pero hizo que el otro
siguiese un camino falso?
¿O acaso ambos mintieron, uno por decir algo
falso, el otro porque quiso engañar? ¿O, más bien, no mintió ninguno, uno porque no deseaba
engañar, y el otro porque deseaba decir la verdad?
Ahora, no se trata de saber quién de los dos pecó sino de
quién ha mentido.
En principio, parece que pecaría
el que al decir la verdad hizo que el hombre cayese en manos de los ladrones, y
que no pecaría el que hizo el bien, o sea, el que al decir algo falso hizo que
el hombre evitase caer en la ruina.
Pero estos ejemplos pueden
trocarse, de suerte que aquel que no quiso engañar pretendiera, con eso,
hacerle una desgracia más grave, pues, a muchos, conocer ciertas verdades les
ha llevado a la ruina, ya que se trataba de cosas que se les debían haber
ocultado.
Y que aquel
que quiso engañarle pretendiera, con eso, hacer algo útil, pues algunos se
hubieran suicidado si hubiesen conocido ciertas desgracias que sufrieron sus
seres queridos. No obstante, por no saber la verdad, se abstuvieron de hacer
eso, y, así, les favoreció el error como a los otros les dañó el conocer la
verdad. No se trata aquí, por tanto, de con qué ánimo, de cuidar o de dañar,
dijo éste la falsedad para engañar o el otro la verdad para engañar, sino que
nos interesa investigar lo que atañe a la verdad y a la falsedad, y se pregunta
cuál de los dos, o los dos o ninguno de los dos ha mentido, independientemente
de los beneficios o daños de los que hemos hablado.
Si la mentira consiste en la voluntad de afirmar una cosa
falsa, más bien mintió el que quiso decir algo falso, y de hecho lo dijo,
aunque fuera para no engañar, pero si la mentira consiste en afirmar algo con
voluntad de engañar, no mintió éste, sino el que dijo la verdad con intención
de engañar.
Y si la mentira consiste en decir
algo para inducir a error, ambos a dos han mentido. El primero porque quiso afirmar algo
falso, y el segundo porque con su verdad quiso hacer creer algo falso. Y si,
por fin, la mentira es decir una cosa falsa con deseo de engañar, entonces
ninguno de los dos mintió. Porque el uno dijo una cosa falsa para persuadir la
verdad, y el otro dijo algo verdadero para inducir al error.
Estaremos, pues, muy lejos de toda temeridad y de toda
mentira si, cuando es necesario hablar, afirmamos sencillamente lo que sabemos
es verdadero y digno de ser creído y deseamos persuadir de lo que hemos dicho.
Mas, cuando decimos lo
innecesario, o tomamos lo falso por verdadero, o damos por conocido lo que nos
es desconocido, o creemos lo que no se debe creer, pero, sin embargo, no
intentamos convencer sino de lo que hemos afirmado, no estaremos exentos de la
temeridad del error, pero aquí no hay mentira alguna. Evitaremos todo riesgo de mentira si
con entera conciencia decimos lo que sabemos u opinamos o creemos que es verdad
y procuramos convencer solo de lo que hemos dicho.
Otra cuestión mucho más
importante y necesaria es saber si, alguna vez, puede ser útil la mentira. Se puede dudar, pues, si miente el
que no tiene voluntad de engañar, o el que hace eso para no engañar a aquel a
quien dice algo, aunque quiera decir algo falso, porque eso lo quiso para
persuadirle de algo verdadero, o si miente el que dice la verdad con el deseo
de engañar. Pero nadie puede dudar de que miente el que libremente dice una
cosa falsa con intención de engañar.
Por tanto, decir una cosa falsa
con intención de engañar es una mentira manifiesta. Pero otra cuestión es si solo esto es
mentira.
Ventajas y desventajas de la mentira.
De momento, investiguemos esta clase de mentira en la que todos están de
acuerdo. Veamos si
alguna vez puede ser provechoso decir una cosa falsa con voluntad de engañar. Porque
los que piensan esto, presentan testimonios para probar su teoría: recuerdan
que Sara, después de reírse, negó a los ángeles que se hubiera reído que
Jacob, preguntado por su padre, respondió que era Esaú, su primogénito
que las comadronas egipcias mintieron, con la aprobación y con el favor de
Dios, para salvar de la muerte a los hebreos recién nacidos .
Y, eligiendo otros muchos ejemplos, citan los embustes de
aquellos hombres cuya conducta nadie se atrevería a vituperar, y así se debería
confesar que, en ocasiones, la mentira no solo no es digna de reprensión, sino
que incluso podría ser digna de alabanza. Y añaden, para apremiar a asentir, no solo a los versados en
los Libros divinos, sino también a todos los hombres de sentido común:
Si alguien recurriese a ti para que con una mentira lo
libraras de la muerte, ¿acaso no mentirías? Si un enfermo te preguntara algo que no le conviene saber, y
que además se agravaría si tú no le respondes nada, ¿osarías decir la verdad
para ocasionarle la ruina o callarías antes que socorrer su salud con una
honesta y misericordiosa mentira?
Con esta y otras copiosísimas razones pretenden apremiarnos a
que mintamos cuando lo exija el bien del prójimo.
6. Por el contrario,
aquellos que están de acuerdo en que nunca se debe mentir argumentan con más
fuerza, valiéndose, en primer lugar, de la autoridad divina, pues en el
Decálogo está escrito: No dirás falso testimonio . De este modo se reprueba toda
mentira, pues todo el que dice algo, da testimonio de su intención.
Pero si
alguno pretende que no se puede llamar falso testimonio a toda mentira, ¿qué
podrá oponer a lo que está escrito: La boca que miente mata el alma? .Y
para que nadie piense que se han de exceptuar algunos tipos de mentiras, leemos
en otro lugar: Destruirás a todos los que dicen mentiras . Por eso,
el mismo Señor, con sus propias palabras, dice: Sea en tu boca sí, sí, o
no, no, que lo que exceda a esto, del malo proviene . Y también el
Apóstol, cuando nos manda despojarnos del hombre viejo, por el que se
significan todos los pecados, cita como consecuencia, en primer lugar: Por
lo cual, renunciando a toda mentira, hablad la verdad .
Y dicen que no les asustan los
ejemplos de mentiras sacados de los libros del Antiguo Testamento, donde todo
lo que se nos narra como ocurrido se puede entender en sentido figurado, aunque
aconteciera en realidad. Pero
lo que es o se dice en sentido figurado no puede llamarse mentira, pues todo
cuanto se dice se ha de referir a aquello que dice.
Ahora bien, el sentido de
lo que se hace o se dice figuradamente, hay que entenderlo según lo que
significa para aquellos para los que se ha dicho. Por lo cual hay que creer que
todo lo que está escrito que dijeron o hicieron aquellos hombres, que en los
tiempos proféticos gozaron de gran autoridad, lo hicieron y dijeron en sentido
profético.
Como tampoco deja de tener
sentido profético todo lo que les aconteció, de modo que el mismo Espíritu profético
ordenó que se conservara en la tradición o se consignara en libros sagrados. En cuanto a las comadronas, que
dijeron una cosa por otra al Faraón, no se puede decir que fueran guiadas por
el Espíritu profético para significar una verdad futura, pero algo debió de
significar, aun sin saberlo ellas, lo que hicieron, cuando se dice que Dios, en
cierto modo, las aprobó y remuneró.
El que suele mentir para hacer daño ya ha progresado mucho si
miente para hacer bien. Pero una cosa es lo que es de alabar en sí mismo y otra
lo que se alaba en comparación con otra cosa peor. Pues nos felicitamos de un
modo cuando una persona está sana y de otro cuando mejora una enferma. Porque
también en las mismas Escrituras se dice que se justifica incluso a Sodoma en
comparación con los crímenes del pueblo de Israel . Y, según esta norma, explican todas
las mentiras que se citan del Antiguo Testamento. No encuentran que sean
reprensibles o que se puedan censurar, dado que no son, en modo alguno,
mentiras, ya sea por el contenido simbólico de su significación o por su sentido
profético o por la esperanza de su corrección futura.
Por esta razón, en los libros del Nuevo Testamento,
si exceptuamos las expresiones alegóricas del Señor, no se puede presentar
nada, tanto en lo que toca a los dichos y hechos como a la vida y costumbres de
los santos, que provoque a la simulación de la mentira. Porque la
simulación de Pedro y Bernabé no solamente se cita, sino que se reprende y
corrige .
Tampoco el apóstol Pablo usó de esta simulación, como piensan
algunos, ni cuando circuncidó a Timoteo ni cuando celebró algunos
misterios, según el rito judío, sino que usó de la libertad de opinión que él
había predicado: que ni la circuncisión era útil a los gentiles ni nociva para
los judíos. Por lo que
pensó que ni se debía ligar a aquéllos a la costumbre judía ni apartar a éstos
de las tradiciones de sus antepasados.
De ahí estas palabras suyas:¿Ha sido
llamado alguno circunciso? Que no aduzca el prepucio. ¿Uno ha sido llamado con
prepucio? Que no se circuncide. La circuncisión no es nada ni el prepucio es
nada, sino la observancia de los mandamientos de Dios. Que cada uno se
mantenga en el estado en que fue llamado por Dios . ¿Cómo se puede aducir el prepucio que
ha sido cortado? Pero el Apóstol dice: que no lo aduzca, que no viva como
si no estuviera circuncidado, es decir, que no tape de nuevo aquella parte que
ha circuncidado como si hubiera dejado de ser judío. Pues como dijo
en otro lugar: tu circuncisión se hizo prepucio .
Y esto no lo dijo el Apóstol para
obligar a los gentiles a que no se circuncidaran ni para que los judíos se
mantuvieran en la costumbre de sus padres, sino para que nadie se viera
obligado a pasar a la otra parte y cada uno tuviera posibilidad de seguir su
propia costumbre de grado y no a la fuerza. No prohibiría el Apóstol a un judío
apartarse de sus observancias si él lo deseaba y no había lugar a escándalo. Si
alguna vez dio el consejo de permanecer en ellas fue para que los judíos no se
turbaran con problemas secundarios y se olvidaran de lo necesario para la
salvación.
Tampoco hubiese prohibido a ningún gentil circuncidarse si él
hubiese querido hacerlo, para mostrar que no rechazaba como nociva la
circuncisión, sino que la consideraba indiferente, como un sello cuya utilidad
ya se había desvanecido con el tiempo, pues aunque no se podía ya esperar de
ella salvación alguna, tampoco se debía temer pérdida alguna.
Y, por
eso, Timoteo, que fue llamado a la fe desde la gentilidad, sin embargo fue
circuncidado por el Apóstol, porque había nacido de madre judía y debía mostrar
a sus familiares, para ganarlos a la fe, que no había aprendido en la doctrina
cristiana a despreciar los ritos de la antigua ley . De este modo se demostraba a los
judíos que si los gentiles no los practicaban no era porque fueran malos o
hubieran sido observados funestamente por sus padres, sino porque ya no eran
necesarios para la salvación, después de la venida del gran misterio, del que
toda la Vieja Escritura, a lo largo de los siglos, había estado grávida con
proféticas significaciones.
También hubiera circuncidado a
Tito, como le urgían los judíos, si no se hubieran entrometido falsos hermanos,
que lo querían hacer para confirmar lo que habían propalado del mismo Pablo
como si hubiera cedido a su verdad y hubiera predicado que la esperanza de
salvación evangélica estaba en la circuncisión de la carne y otras observancias
de ese tenor, e incluso sostenían enérgicamente que, sin ellas, Cristo no
servía para nada . Muy
al contrario, la verdad era que Cristo no serviría para nada a quienes se
circuncidaran pensando que en eso estaba la salvación. De ahí aquellas
palabras: He aquí que yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, Cristo
no os servirá de nada .
Guiado por esta libertad, Pablo conservó las observancias
paternas, únicamente cuidando de predicar esto: que no se pensara que en ellas
estaba la salvación cristiana. Pero Pedro apremiaba a los gentiles a
judaizar, con su simulación, como si la salvación viniese del judaísmo, que es
lo que muestran las palabras de Pablo, cuando dice: ¿Cómo apremias a los
gentiles a judaizar? Pues no habrían sido apremiados si no hubieran
visto que él las observaba como si fuera de ellas no pudiera haber salvación. Por tanto, no se puede comparar la
simulación de Pedro con la libertad de Pablo.
Por eso, debemos amar a Pedro, que recibe de grado la
corrección pero sin edificar la mentira, sobre la autoridad de Pablo, que condujo
a Pedro, delante de todos, al recto camino, para que los gentiles no se vieran
forzados a judaizar. Y él mismo en su predicación atestigua que como fuera
juzgado enemigo de las tradiciones patrias, porque no quería imponerlas a los
gentiles, no desdeñó practicarlas al estilo de sus padres. De este modo nos
demuestra que permaneció en ellas, tras la venida de Cristo, para que nadie
pensase que eran perniciosas para los judíos, o necesarias para los gentiles o
saludables para todo hombre.
Por todo lo cual, la mentira no
puede autorizarse ni con citas del Antiguo Testamento, ya sea porque no es
mentira lo que se hace o dice alegóricamente, o porque no se propone a la
imitación de los buenos, lo que es de alabar en los malos cuando comienzan a
mejorar en comparación con su anterior vida; ni tampoco con los escritos del
Nuevo Testamento, que nos propone imitar más la corrección de Pedro que su
simulación, como nos propone imitar sus lágrimas en vez de su negación.
La mentira mata al alma.
Con mucha mayor seguridad afirman que no se debe dar fe a los
ejemplos que se aducen de la vida común. En primer lugar enseñan que la
mentira es una iniquidad, y lo hacen con muchos documentos de las Sagradas
Escrituras, y sobre todo con lo que está escrito: Aborreces, Señor, a
todos los que obran la iniquidad y perderás a todos los que dicen mentira .
Porque, o bien el
segundo verso es exposición del primero, como suele hacerse en la Escritura, y
entonces la iniquidad abarca más y la mentira debe entenderse citada como una
especie de iniquidad, o bien se citan como diferentes, y entonces es peor la
mentira cuanto más grave es la expresión "perderás" que la palabra
"aborreces". Pues puede Dios aborrecer a uno algo menos, de modo que
no lo pierda, pero a quien pierde, lo odia con tanta mayor vehemencia cuanta
con mayor severidad lo castiga. Pues odia a todos los que obran la iniquidad,
pero pierde a todos los que dicen mentira.
Dicho lo cual, ¿quién de los que esto dicen se va a dejar
impresionar con aquellos ejemplos, como cuando se dice: Qué ocurre si recurre a
ti un hombre que, por tu mentira, puede liberarse de la muerte? Pues la
muerte que, insensatamente, temen los hombres que no temen pecar, no mata al
alma, sino el cuerpo, como dice el Señor en el Evangelio , por lo que
ordena que no se le tema, pero la boca que miente no mata al cuerpo, sino al
alma, como con toda claridad está escrito en estas palabras:
La boca que
miente mata al alma ¿Por qué no se va a decir que es una gran perversidad
que uno debe dar muerte al alma para salvar a otro la vida del cuerpo? Porque
incluso el amor del prójimo ha de entenderse, en sus justos límites, en razón
del amor propio, pues se nos dice: Amarás al prójimo como a ti mismo .
¿Cómo podrá amar al
prójimo como a sí mismo el que para conservar su vida temporal pierde la propia
vida eterna? Ya el perder la vida temporal propia para salvar la ajena excede
la sana doctrina del mandato, pues no es ya amar al prójimo como a sí
mismo, sino más que a sí mismo.
Pues mucho menos se debe perder la propia
vida eterna, mintiendo, para salvar la vida temporal del otro. Ciertamente, el cristiano
no dudará en perder su vida temporal para salvar la vida eterna del prójimo,
pues, en esto, nos precedió el ejemplo del Señor mismo que murió por nosotros.
Y, por eso, se nos dijo: Este es mi mandamiento: que os améis mutuamente
como yo os he amado. No hay amor más grande que el que da su vida por sus
amigos . No habrá
nadie tan insensato que diga que el Señor se preocupó de otra cosa que de la
salvación eterna de los hombres cuando hizo lo que mandó y mandó lo que Él
hizo.
Por tanto, como mintiendo se pierde la vida eterna, nunca se ha de mentir
para salvar la vida temporal de nadie. Así pues, estos que se estomagan y se
indignan si alguien se niega a perder su alma, por la mentira, para salvar el
cuerpo decrépito de otro, ¿qué dirían si alguien pudiera ser librado de la
muerte por nuestro hurto, o por un adulterio? ¿Acaso, entonces, tendríamos que
robar o cometer adulterio?
Ciertamente, no se dan cuenta que se comprometen de tal
manera que si un hombre viene con un lazo y pide que cometamos una gran
deshonestidad, pues afirma que si no accedemos a lo que pide, se echará el lazo
al cuello, ¿acaso, como ellos dicen, debemos aceptar esto para salvarle la
vida? Pero si esto es absurdo y abominable, ¿por qué se va a permitir que
nuestra alma se corrompa por la mentira para que otro viva en su cuerpo? ¿No
condenaría todo el mundo, como abominable torpeza, que alguien entregara su
cuerpo a la corrupción para obtener ese fin? Por tanto, en esta cuestión, lo
único a plantear es si la mentira es una iniquidad o no.
Y como esto queda bien
demostrado con las pruebas aportadas, solo queda preguntarse si uno debe mentir
por la salvación de otro, que es como preguntarse si uno debe hacerse inicuo
para salvar a otro. Y esto también lo rechaza la salud de nuestra alma, que no
puede conservarse más que por la justicia, y que nos manda anteponerla no solo
a la vida del prójimo, sino también a nuestra propia vida temporal.
¿Qué queda, pues, para que nunca podamos dudar de que jamás
se puede mentir? Pues no se puede decir que haya algo más grande ni más amado,
entre los bienes temporales, que la vida y la salud corporal. Y, si ni siquiera
ésta se ha de anteponer a la verdad, ¿qué podrán oponer, para convencernos, los
que juzgan que, algunas veces, es conveniente mentir?
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