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lunes, 2 de enero de 2012

INVOCAR AL SALVADOR ....Jesús, ayúdame a aprender de Ti, que eres la Verdad, que eres «humilde de corazón» (Mateo 11,29). Que me dé cuenta de que si yo tengo fallos, también los demás los pueden tener; y que, por tanto, debo saber perdonarles, como ellos me perdonan a mí



«Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntaran: ¿Tú quién eres? Entonces él confesó la verdad y no la llegó, y declaró: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías? Y dijo: No lo soy. ¿Eres tú el Profeta? Respondió: No. Por último le dijeron: ¿Quién eres, para que demos una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?

Contestó: Yo soy la voz que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor como dijo el profeta Isaías. Los enviados eran de los fariseos. Le preguntaron: ¿Pues por qué bautizas si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió: Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis. Él es el que viene después de mí a quien yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando». (Juan 1, 19-28)


I. «Entonces él confesó la verdad y no la negó.» Juan se había ganado un gran prestigio entre los judíos. Muchos lo tenían ya como el profeta que había de venir, como el Mesías esperado. Hasta los sacerdotes le preguntan si él es o no el Mesías. Y Juan dijo claramente: «Yo no soy el Cristo.»

Podía haber evitado una respuesta tan clara para así mantener la fama que se estaba creando en torno a él. Pero no; aunque sabe que va a «perder puntos» con esta declaración, «él confesó la verdad.»

Jesús, ¡cómo me gusta quedar bien! Que vean las cosas buenas que hago. Al menos, que piensen que lo hago bien. Y, a veces, para que parezca más coherente, puedo llegar a mentir o a no decir toda la verdad. Perdóname. Que me dé cuenta de que esa conducta no me dará prestigio, porque «antes se coge a un mentiroso que a un cojo». «La mentira es la ofensa más directa contra la verdad. Mentir es hablar u obrar contra lo verdad para inducir a error al que tiene el derecho de conocerlo. Lesionando la relación del hombre con la verdad y con el prójimo, la mentira ofende el vínculo fundamental del hombre y de su palabra con el Señor» (CEC- 2484).


II. «Existen muchas personas cristianas y no cristianos decididas a sacrificar su honra y su fama por la verdad, que no se agitan en un salto continuo para buscar el «sol que más calienta». Son los mismos que, porque aman la sinceridad, soben rectificar cuando descubren que se han equivocado. No rectifica el que empieza mintiendo, el que ha convertido la verdad sólo en una palabra sonora para encubrir sus claudicaciones» (Amigos de Dios.-82).

Jesús, Tú también me has dado ejemplo de sinceridad. Por decir que eras el Mesías, te llevaron a la Cruz. «Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Juan 18,37).

¡Cuánto debes amar a las personas sinceras! Y es que sólo el que es sincero se da cuenta de que tiene que mejorar se deja ayudar, y pone los medios necesarios para salir del error. No rectifica el que empieza mintiendo. Si empiezo a buscar quedar bien, luego seguiré justificando cualquier error que cometa, hasta no llegar a darme cuenta de que realmente tengo fallos. Los que sí se darán cuenta son los demás, y entonces vendrán los roces.

El soberbio se cree casi perfecto, y ve continuamente fallos en los demás, a los que acaba echando la culpa incluso de sus faltas. El soberbio se busca a sí mismo y busca que los demás le tengan en consideración, pero consigue exactamente lo contrario. El humilde es sincero; sincero consigo mismo y sincero con los demás. No se engaña, reconoce sus méritos y sus debilidades. Y por eso es una persona querida y respetada.

Jesús, ayúdame a aprender de Ti, que eres la Verdad, que eres «humilde de corazón» (Mateo 11,29). Que me dé cuenta de que si yo tengo fallos, también los demás los pueden tener; y que, por tanto, debo saber perdonarles, como ellos me perdonan a mí



 En la vida corriente, el llamar a una persona por su nombre indica familiaridad. "Y cuando nos enamoramos, hay un nombre propio en el mundo que arroja un hechizo sobre nuestros ojos y oídos, cuando lo vemos escrito en la página de un libro o cuando lo oímos en una conversación; su simple encuentro nos estremece. Este sentido de amor personal fue el que personas como San Bernardo dieron al nombre de Jesús" (R. KNOX, Tiempos y fiestas del año litúrgico).

¿Cómo no vamos a llamar a nuestro mejor amigo por su nombre? Él se llama JESÚS; así lo había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno (Lucas 2, 21). Con el nombre queda señalada su misión: Jesús significa Salvador. Con Él nos llega la salvación, la seguridad y la verdadera paz. ¡Con cuánto respeto y con cuánta confianza hemos de repetirlo! También, y de modo especial, cuando nos dirigimos a Él en nuestra oración personal, como ahora: "Jesús, necesito...", "Jesús, yo querría...".


II. Terminada la circuncisión de Jesús, sus padres, María y José, repetirán por vez primera el nombre de Jesús, llenos de una inmensa piedad y cariño. Así hemos de hacer nosotros con frecuencia: en verdad os digo que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá (Juan 16, 23).

En Jesús encuentran los hombres aquello que más necesitan y de lo que están sedientos: salvación, paz, alegría, perdón de sus pecados, libertad, comprensión, amistad. Invocando el Santísimo Nombre de Jesús desaparecerán muchos obstáculos y sanaremos de tantas enfermedades del alma, que a menudo nos aquejan. Las jaculatorias harán más vivo el fuego de nuestro amor al Señor y aumentarán nuestra presencia de Dios a lo largo del día. ¡Señor, Jesús, en ti confío!.


III. Junto al nombre de Jesús hemos de tener en nuestros labios los de María y de José: los nombres que más veces debió pronunciar el mismo Señor. En nuestro caminar hacia Dios vendrán tormentas, que el Señor permite para purificar nuestra intención y para que crezcamos en las virtudes; y es posible que, por fijarnos en los obstáculos, asome la desesperanza o el cansancio en la lucha. Es el momento de recurrir a María, invocando su nombre. Y junto a Jesús y María, José.

"Si toda la Iglesia está en deuda con la Virgen María, ya que por medio de Ella recibió a Cristo, de modo semejante le debe a San José una especial gratitud y reverencia". (SAN BERNARDINO DE SIENA, Sermón).

¡Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía! ¡Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía! No nos olvidemos diariamente de acudir a esta trinidad de la tierra. 

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