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martes, 20 de mayo de 2014

La paz os dejo, mi paz os doy...


Jesús, me dejas tu paz.
«Mi paz os doy.»
¿Cuál es esa paz?
«No os la doy como os la da el mundo.»
 

  
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo.

 No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. 

Habéis escuchado que os he dicho: Me voy y vuelvo a vosotros. 



Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. 



Ya no hablaré mucho con vosotros, pues viene el príncipe del mundo; contra mi no puede nada, pero el mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal como me ordenó. ¡Levantaos, vámonos de aquí!»

(Juan 14, 27-31)


Jesús, tu paz no es la paz del mundo:
 no es ausencia de dolor, ausencia de sacrificio.

¿Qué es tu paz? 

Tu paz es plenitud de sentido en todo: alegrías, sufrimientos; es darse cuenta de que vale la pena cualquier esfuerzo si se hace por amor.

Tu paz consiste en buscar la felicidad en el amor, que es darse, 
y no en el egoísmo, que es buscarse a sí mismo.

«No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.»


Si pongo mi felicidad en amar a Dios, ¿qué me va a acobardar, 

qué me va a quitar la paz?

Si me doy cuenta de que soy hijo de Dios, 

Si pongo mi confianza en El porque sé que me quiere y se preocupa de mí, ¿qué dificultad no podré superar?


«Viene el príncipe del mundo; contra mí no puede nada»


Jesús, quedan pocas horas para tu muerte, que es la hora del príncipe de este mundo, del demonio.


Pero Tú eres más fuerte, y me vas a rescatar del poder del demonio precisamente con tu sacrificio en la Cruz.


«La victoria sobre el «príncipe de este mundo»



 se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su vida» 


Esto también es un motivo de paz: puedo superar todas las tentaciones del demonio con tu ayuda, con la ayuda de la gracia que me has ganado en la cruz y que recibo en los sacramentos; todo lo puedo,
si me apoyo en la oración.


Por eso, tu primer saludo después de la Resurrección vuelve a ser de paz: «La paz sea con vosotros» (Juan 20,19).


 «¡Cómo vas a salir de ese estado de tibieza, de lamentable languidez, si no pones los medios! 

Luchas muy poco y, cuando te esfuerzas, lo haces como por rabieta y con desazón, casi con deseo de que tus débiles esfuerzos no produzcan efecto, para así auto justificarte: para no exigirte y para que no te exijan más.


-Estás cumpliendo tu voluntad; no la de Dios. 

Mientras no cambies, en serio, ni serás feliz, ni conseguirás la paz que ahora te falta.


-Humíllate delante de Dios, y procura querer de veras».

Jesús, a veces quiero conseguir la paz a base de equilibrios: contentar un poco a todo el mundo, a Ti y a mis gustos.

Pero ese equilibrio es inestable, y se acaba rompiendo una y otra vez: Tú me pides más, y yo no quiero lo suficiente como para dártelo; o, a la hora de hacer un propósito, se me olvida o no puedo.


¿Qué me pasa?


Me pasa que estoy cumpliendo mi voluntad, no la de Dios.


Jesús, me pasa que lucho muy poco y acabo no haciendo tu voluntad sino la mía.

Me doy cuenta de que esto me ocurre porque no te quiero de veras, porque me da miedo darme más, porque creo que si me olvido de mí -de mis comodidades y mis gustos, de mis inclinaciones, de mis necesidades, de mi tiempo- perderé la paz y la alegría.

En el fondo, me falta fortaleza para exigirme y acabo justificándome con cualquier excusa.


«Mientras no cambies, en serio, ni serás feliz, 

ni conseguirás la paz que ahora te falta.»


Jesús, Tú me has dado una paz distinta, una paz que no es como la da el mundo; una paz que requiere lucha, lucha contra uno mismo, esfuerzo, sacrificio.


Pero esa paz y esa felicidad, son una paz y una felicidad mucho más profundas y estables, pues no se apoyan en las circunstancias externas siempre cambiantes, sino en hacer la voluntad de Dios, que es quien sabe lo que más me conviene en cada momento.


Ayúdame a que también yo pueda decir:

«El mundo debe conocer que amo al Padre y que obro
 tal como me ordenó.»

Mi paz os dejo 



El temor y la vergüenza que pesaban sobre los Apóstoles por haberse comportado con cobardía durante la Pasión se disipan cuando el Señor se les presenta después de la Resurrección y les dice ¡Pax vobis!, 


la paz sea con vosotros (Juan 20, 19-21). 



De esta forma –a través del saludo, de su expresión acogedora- se ha vuelto a crear el ambiente de intimidad en el que Jesús les comunica su propia paz. 



A lo largo de los siglos los cristianos supieron impregnar de sentido sobrenatural las formas de saludo para hacer el bien y signo externo de una sociedad que tenía el corazón cristiano. 



Nos puede ser de gran utilidad para la propia vida interior poner un especial empeño en mantener y vivificar el sentido cristiano del saludo y de las despedidas.



 ¡Cuántas veces las tinieblas de la soledad, que oprimen un alma, pueden ser desgarradas por el rayo luminosos de una sonrisa o de una palabra amable! 

 El desear la paz a los demás, el promoverla en nuestro alrededor es un gran bien humano, y cuando está animado por la caridad es también un gran bien sobrenatural. 

Una condición para comunicar la paz es tenerla en nuestra alma, es señal cierta de que Dios está cerca de nosotros.

 Es un fruto del Espíritu Santo. El Señor nos ha dejado la misión de pacificar la tierra, comenzando por poner paz en nuestra alma, en nuestra familia, en el lugar donde trabajamos, y consiste, no en la ausencia de riñas, sino en la armonía que lleva a colaborar en proyectos y en intereses comunes.


El sabernos hijos de Dios nos dará paz firme, 

no sujeta a los vaivenes del sentimiento 
o de los incidentes de cada día. 

El deseo sincero de paz que el Señor pone en nuestro corazón nos debe llevar a evitar absolutamente todo 
aquello que causa division,
y desasosiego.


 Acudamos a la Virgen nuestra Madre,
 la Reina de la paz,
 para no perder nunca la alegría y la serenidad. 

Reina de la paz, 

¡ruega por nosotros!

Así sea.

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www.iterindeo.blogspot.com
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