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martes, 30 de agosto de 2011

Sé quién eres tú, el Santo de Dios. Y Jesús le increpó diciendo: Calla y sal de él. Y el demonio, arrojándolo al suelo


«Bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Y se quedaban admirados de su doctrina, porque su palabra iba acompañada de potestad. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio impuro, y gritó con gran voz: Déjanos, ¿qué hay entre nosotros y tú, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Sé quién eres tú, el Santo de Dios. Y Jesús le increpó diciendo: Calla y sal de él. Y el demonio, arrojándolo al suelo, allí en medio, salió de él, sin hacerle daño alguno. Quedaron todos atemorizados, y se decían unos a otros: ¿Qué palabra es ésta, que con potestad y fuerza manda a los espíritus impuros y salen? Y se divulgaba su fama por todos los lugares de la región.» (Lucas 4, 31-37)

I. Jesús, hoy realizas el milagro de expulsar de aquel hombre el «espíritu impuro». Esa persona era exteriormente como las demás; incluso iba al templo el sábado, como era costumbre entre los judíos. Pero su espíritu impuro le separaba de Dios: «¿qué hay entre nosotros y tú, Jesús Nazareno?» No quiere tener ningún trato contigo, aun sabiendo que eres el «Santo de Dios.»

Jesús, la impureza es una enfermedad del alma, y por ello no se manifiesta exteriormente de la misma manera que las enfermedades del cuerpo. Cuando una persona tiene un cáncer, su enfermedad es cada vez más visible, y aquella persona intenta poner los medios para vencer la enfermedad antes de que sea demasiado tarde. La impureza es como un cáncer en el alma, y aunque no es tan patente hacia el exterior, si no se cura a tiempo, produce inevitablemente la muerte espiritual.

Jesús, que no me engañe: la impureza me separa de Ti, produciendo peores daños que los que puede causar la peor de las enfermedades físicas. Y aunque nadie lo note exteriormente, destroza mi vida cristiana porque me hace perder la gracia. Por eso he de poner todos los medios para vivir una vida limpia, acudiendo prontamente a la confesión si lo necesito.

«La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado. «La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir; movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa» (GS 17) (CEC.-2339).


II. «Para vencer la sensualidad -porque llevaremos siempre este borriquillo de nuestro cuerpo a cuestas-, has de vivir generosamente, a diario, las pequeñas mortificaciones -y, en ocasiones, las grandes-; y has de mantenerte en la presencia de Dios, que jamás deja de mirarte» (Forja.-90).

Jesús, por más que quiera, llevo este borriquillo a cuestas: es el cuerpo que, al quedar desordenado tras el pecado original, busca desordenadamente lo placentero, lo fácil, lo cómodo. ¿Cómo puedo vencer esta tendencia que, a veces, se me presenta de un modo tan sugestivo que me parece incontrolable? ¿Qué puedo hacer entonces para comportarme como un hijo de Dios en vez de dejarme llevar por mis pasiones?

Primero he de poner los medios humanos: huir de las ocasiones de pecado, y enreciar mi voluntad haciendo pequeñas mortificaciones, luchando contra la comodidad en el trabajo o estudio, aprovechando el tiempo, etc... Y luego, he de poner los medios sobrenaturales: oración, mortificación, frecuencia de sacramentos, mantenerme en presencia de Dios -que jamás deja de mirarme-, y pedir ayuda a la Virgen ante la tentación.

Hay un medio que tiene efectos a la vez sobrenaturales y humanos: la mortificación, que consiste en hacer un pequeño sacrificio ofreciéndolo a Dios por alguna intención. Por eso me recuerdas: para vencer la sensualidad, has de vivir generosamente, a diario, las pequeñas mortificaciones -y, en ocasiones, las grandes. Jesús, que sea generoso y que sepa unirme a Ti en la cruz, haciendo cada día -al menos- una pequeña mortificación. De esta manera me será más fácil vencer las tentaciones y mantener mi alma limpia, para poder amarte y amar a los demás.

MEDITAR

San Marcos señala en su Evangelio que las gentes estaban admiradas de Jesús y su doctrina, pues les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas (1, 22) A través de su Santísima Humanidad hablaba la Segunda Persona de la Trinidad, y el pueblo que lo escuchaba percibió con claridad la seguridad y fuerza con que el Señor declaraba su doctrina.

Habla en nombre propio: Yo os digo... Jesús nos sigue hablando uno a uno, personalmente, en la intimidad de la oración, al leer cada día el Evangelio... Hemos de aprender a escucharle también entre los mil sucesos del día, y en lo que nosotros llamamos fracaso o dolor. "...en ese texto encontrarás la Vida de Jesús; pero además, debes encontrar tu propia vida. Toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. ?Así han procedido los santos" (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)


II. Las palabras de Jesús están llenas de vida, penetran hasta el fondo del alma, y cuando nosotros se la abrimos, también nos transforman. En el Santo Evangelio encontramos cada día a Cristo mismo que nos habla, nos enseña y nos consuela. En su lectura ?unos pocos minutos cada día- aprendemos a conocerle cada vez mejor, a imitar su vida, a amarle. El Espíritu Santo ?autor principal de la Escritura Santa- nos ayudará, si acudimos a Él en petición de ayuda, a ser un personaje más de la escena que leemos, a sacar una enseñanza, quizá pequeña pero concreta para ese día.


III. El Señor nos habla de muchas maneras cuando leemos el Evangelio: nos da ejemplo con su vida para que le imitemos en la nuestra; nos enseña el modo de comportarnos con nuestros hermanos, y su predilección por los pequeños y pobres; nos recuerda que somos hijos de Dios y que nada debe quitarnos la paz; nos enseña a perdonar y que seamos misericordiosos con los defectos ajenos, pues Él lo fue en grado sumo; nos alienta a preparar con esmero la Confesión frecuente, donde nos espera el Padre del Cielo para darnos un abrazo; nos impulsa a santificar el trabajo, haciéndolo con perfección humana, como Él lo hizo en Nazaret.
Por todo esto, es recomendable que lo leamos a primera hora del día para tenerlo presente en nuestra jornada. Todos los días, mientras leemos el Evangelio, Jesús pasa junto a nosotros. No dejemos de verlo y oírlo, como aquellos discípulos que se encontraron con Él en el camino de Emaús. "Quédate con nosotros, porque ha oscurecido... ¡Qué pena si tú y yo no supiéramos "detener" a Jesús que pasa!

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