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jueves, 11 de agosto de 2011

Entonces, acercándose Pedro, le preguntó: Señor; ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano, cuando peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le respondió: No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

Por eso el Reino de los Cielos viene a ser semejante a un rey que quiso arreglar cuentas con sus siervos. Puesto a hacer cuentas, le presentaron uno que le debía diez mil talentos. Como no podía pagar; el señor mandó que fuese vendido él con su mujer y sus hijos y todo lo que tenía, y así pagase. Entonces el servidor; echándose a sus pies, le suplicaba: Ten paciencia conmigo y te pagaré todo.

El señor; compadecido de aquel siervo, lo mandó soltar y le perdonó la deuda. Al salir aquel siervo, encontró a tino de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándole, lo ahogaba y le decía: Págame lo que me debes. Su compañero, echándose a sus pies, le suplicaba: Ten paciencia conmigo y te pagaré. Pero no quiso, sino que fue y lo hizo meter en la cárcel, hasta que pagase la deuda.

Al ver sus compañeros lo ocurrido, se disgustaron mucho y fueron a contar a su señor lo que había pasado. Entonces su señor lo mandó llamar y le dijo: Siervo malvado, yo te he perdonado toda la deuda porque me lo has suplicado. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo la he tenido de ti? Y su señor; irritado, lo entregó a los verdugos, hasta que pagase toda la deuda. Del mismo modo hará con vosotros mi Padre Celestial, si cada uno no perdona de corazón a su hermano.» (Mateo 18, 21-35)


I. Jesús, en una cultura donde dominaba la ley del Talión -ojo por ojo y diente por diente- perdonar dos veces era ya demasiado. Cuando Pedro te pregunta cuántas veces debe perdonar, se responde -como llegando al límite-: «¿hasta siete? No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete», que es como decir: hay que perdonar siempre.

Pedro intentaba ser generoso, pero a lo humano. Tú le elevas el nivel: hay que imitar a Dios, que es infinitamente misericordioso. Y para que le quede claro, le explicas la parábola del siervo despiadado: su señor le ha perdonado diez mil talentos -unos setenta millones de denarios- y él no es capaz de perdonar cien denarios a su compañero.

Jesús, a veces pienso que lo que alguien me ha hecho es imperdonable, y no me doy cuenta de que eso -que me parece enorme- es como cien denarios comparado con los setenta millones que Tú me has perdonado muriendo en la cruz.

«Dios a nadie aborrece y rechaza tanto como al hombre que se acuerda de la injuria, al corazón endurecido, al ánimo que conserva el enojo» (San Juan Crisóstomo). Si quiero ser tu discípulo, si quiero imitarte, he de aprender a «perdonar a lo divino». Y para ello necesito primero «amar a lo divino». Enséñame a amar a los demás como Tú los amas.


II. «Conforme: aquella persona ha sido mala contigo. -Pero, ¿no has sido tú peor con Dios?» (Camino.-686).

Jesús, cuántas veces debo recurrir a este pensamiento tan simple, para no dejarme llevar de mis pasiones perdiendo la objetividad. Conforme: aquella persona ha sido mala contigo; no debía haberse comportado así. Pero calma. ¿No he sido yo peor con Dios? Y Tú me perdonas una vez y otra. ¿No voy a intentar hacer lo mismo con mi prójimo?

Además, aquello que me parece tan grave, a veces es fruto de una confusión, o de un fallo sin mala intención; de modo que la otra persona no tiene la culpa o, al menos, toda la culpa. Mi enfado puede ser injusto y, por supuesto, no arregla nada. Mientras que si se aclaran las cosas con serenidad, muchas veces el problema se desvanece.

Jesús, si me enfado, no es por mi carácter. Es por mi falta de carácter y de visión sobrenatural. Ayúdame a saberme contener cuando me enfade. Ayúdame a saber disculpar, a ver el lado positivo, sin caer en la ingenuidad. Ayúdame a mirar a todos con aquella mirada tuya siempre amorosa, incluso con aquellos que te clavaron en la cruz

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