El problema no es de distancia,
Sino de fe.
No sueles hacer milagros donde no hay fe.
Por ejemplo:
Los Evangelios cuentan cómo en Nazaret no hiciste «muchos milagros a causa de su incredulidad» (Mateo 13,58).
Por eso a esta gente les pides un gesto de fe:
que se acerquen a Ti confiando en que les vas a curar.
Tal vez es que el sufrimiento físico,
no es el verdadero mal,
Sino que lo que te interesa es, sobre todo, el bien de las almas: que crean en Ti y que te amen de tal modo que hasta el sufrimiento tenga sentido.
«Jesús con sus
discípulos se alejó hacia el mar; y le siguió una gran muchedumbre de Galilea v
de Judea; también de Jerusalén, de ldumea, de más allá del Jordán, y de los
alrededores de Tiro y de Sidón, vino hacia él una gran multitud al oír las cosas
que hacia. Y dijo a sus discípulos que le tuviesen dispuesta una pequeña barca,
por causa de la muchedumbre, para que no le oprimiesen; porque sanaba a tantos,
que se le echaban encima para tocarle todos los que tenían enfermedades.
Los
espíritus inmundos, cuando lo veían, se echaban a sus pies
y gritaban diciendo:
Tú eres el Hijo de Dios.
Y les ordenaba con energía que no le descubriesen.»
(Marcos 3, 7-12)
Jesús, se te echan encima para
tocarte, pues tan sólo con tocarte quedaban sanos. Pero ¿por qué es necesario
que te toquen? ¿No te resultaría igual de fácil hacer el milagro «a
distancia»?
El problema no es de distancia, sino de fe. No sueles
hacer milagros donde no hay fe. Por ejemplo, los Evangelios cuentan cómo en
Nazaret no hiciste «muchos milagros a causa de su incredulidad» (Mateo 13,58).
Por eso a esta gente les pides un gesto de fe:
que se acerquen a Ti confiando en que les vas a
curar.
Jesús, ¿por qué no curas a tanta gente enferma que existe
a mí alrededor?
¿Por qué no quitas el
sufrimiento del mundo?
No nos quitas el
dolor ni la muerte;
de hecho has querido que la Cruz sea la señal del
cristiano.
Tal vez es que el sufrimiento físico no es el verdadero mal, sino que
lo que te interesa es, sobre todo, el bien de las almas:
que crean en Ti y que
te amen de tal modo que hasta el sufrimiento tenga sentido.
«Jesús no
curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de
Dios. Anunciaban una curación más radical: la
victoria sobre el pecado y, la muerte por su
Pascua.
En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del
mal y quitó el pecado del mundo, del que la enfermedad no es sino una
consecuencia.
Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un
sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une
a la pasión redentora»
Jesús, haces milagros para mostrar que eres Dios; pero
luego, ordenas que no te descubran. ¿Por qué?
Porque te has de ir mostrando poco
a poco, de modo que puedan entender quién eres.
Yo también te voy conociendo
poco a poco, te voy entendiendo poco a poco.
Ayúdame a entenderte mejor para que
pueda quererte más.
Ayúdame a ser constante en la oración, a no dejarte;
entonces, te conoceré mejor y me enamoraré más de Ti.
«Comulga. No es falta de respeto. -Comulga hoy precisamente, cuando acabas de
salir de aquel lazo. -Olvidas que dijo Jesús: no es necesario el médico a los
sanos, sino a los enfermos?» (Camino.-536).
Jesús, aquellas gentes buscaban tocarte para poder
curarse. Yo también estoy un poco enfermo del alma. Pero Tú no quieres curarme
«a distancia»; quieres que yo me acerque y te toque realmente. Y ¿qué mejor modo
de «tocarte» que la comunión?
Jesús, en la comunión te recibo físicamente: con
tu Cuerpo, con tu Alma, con tu Sangre y con tu Divinidad. Además, sé que sólo
puedo recibirte si no tengo pecados graves, por lo que el propósito de recibirte
en la comunión, me lleva a confesarme primero, si me hace falta. Y luego, cuando
te tengo dentro de mí, puedo pedirte perdón por las veces que te he fallado, y
darte gracias porque te has quedado en la Eucaristía para que pueda recibirte y
tratarte y amarte.
«Y dijo a sus discípulos que le tuviesen dispuesta
una pequeña barca». Jesús, me pides que disponga lo mejor posible mi pequeña
barca, mi pobre corazón, para que puedas meterte dentro y dirigirlo a donde
quieras.
Quiero tener un
corazón muy limpio, muy lleno de amor, que esté dispuesto para recibirte como
mereces en la comunión. Y si no lo está, Jesús, lo limpiaré para poder comulgar
con piedad. Así te demuestro mi fe; esa fe que necesitas para seguir realizando
en mí tantos milagros.
Vemos en el Evangelio de la Misa a tanta gente
necesitada que acude a Cristo (Lucas 6, 19; 8, 45). Y les atiende, porque tiene
un corazón compasivo y misericordioso.
Las muchedumbres
andan hoy tan necesitadas como entonces. También ahora las vemos como
ovejas sin pastor, desorientadas, sin saber a dónde dirigir su
vida.
La humanidad, a pesar de los
progresos, sigue padeciendo la gran falta de la doctrina de Cristo,
custodiada sin error por el Magisterio de la Iglesia.
Las palabras del Señor siguen siendo palabras de
vida eterna que enseñan a huir del pecado,
a santificar la vida ordinaria, las alegrías, las derrotas y la enfermedad...,
y abren el camino de la salvación. En nuestras
manos está ese tesoro de doctrina para darla a tiempo y a destiempo
(2 Timoteo,
4, 2).
Ésta es la tarea verdaderamente apremiante
que tenemos los cristianos.
Para dar la doctrina de Jesucristo es necesario tenerla en el
entendimiento y en el corazón: meditarla y amarla. Necesitamos conocer bien el
Catecismo, esos libros "fieles a los contenidos esenciales de la Revelación y
puestos al día en lo que se refiere al método, capaces de educar en una fe
robusta a las generaciones cristianas de los tiempos nuevos"
(JUAN PABLO II,
Catechesi tradendae).
Os entrego lo que recibí (1 Corintios, 11, 23),
decía San Pablo.
Id y enseñad..., nos dice a todos el mismo Cristo. Se trata de
una difusión espontánea de la doctrina, de modo a veces informal, pero
extraordinariamente eficaz, que realizaron los primeros cristianos como podemos
hacerlo ahora:
De familia a familia, entre los compañeros de trabajo, en la
calle, en la Universidad:
Estos medios se convierten en el cauce de una
catequesis discreta y amable, que penetra hasta lo más hondo de las costumbres
de la sociedad y de la vida de los hombres.
Al advertir la extensión de esta tarea ?difundir la
doctrina de Jesucristo- hemos de empezar por pedirle al Señor que nos aumente la
fe.
Debemos tener en cuenta que sólo la gracia de Dios puede mover a voluntad para
asentir a las verdades de la fe.
Por eso, cuando queremos atraer a alguno a la
verdad cristiana, debemos acompañar ese apostolado con una oración humilde y
constante; y junto a la oración, la penitencia, quizá en detalles pequeños, pero
sobrenatural y concreta.
Señor, ¡enséñanos a darte a conocer! Santa
María, ¡ayúdanos para que sepamos ilusionar a otros muchos en esta noble tarea
de difundir la Verdad!
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