«Y sucedió que cuando hacía oración en cierto lugar, al terminarla, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les respondió: Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino; nuestro pan cotidiano dánosle cada día; y perdónanos nuestros pecados, puesto que también nosotros perdonamos a todo el que nos debe; y no nos dejes caer en la tentación».
(Lucas 11, 1-4)
I. Jesús, de nuevo me das ejemplo mostrándome la importancia de la oración. Los discípulos te miran, y quieren aprender también a rezar. Esperan a que termines tu rato de oración para pedirte: «enséñanos a orar». Jesús, enséñame a orar, enséñame a tratarle, a dirigirme a Ti, y al Padre y al Espíritu Santo. Y me respondes con el «Padre Nuestro», para que me quede claro que Dios no es un ser abstracto, lejano, ininteligible. Dios es mi Padre, y como tal he de tratarle: «Padre, santificado sea tu Nombre.» «Cuando oramos al Padre estamos en comunión con Él y con su Hijo, Jesucristo. Entonces le conocemos y lo reconocemos con admiración siempre nueva.
La primera palabra de la Oración del Señor es una bendición de adoración, antes de ser una imploración. Porque la Gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como «Padre», Dios verdadero. Le damos gracias por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en Él y por haber sido habitados por su presencia» (C. I. C.-2781).
Jesús, me enseñas a pedir al Padre por todas mis necesidades espirituales y materiales, y por los demás: «nuestro pan cotidiano dánosle cada día; y perdona nuestros pecados». La vida del cuerpo se alimenta de ese «pan cotidiano». Pidiéndote por él, no sólo pido por todo lo material que necesito, sino también reconozco que todo lo que tengo viene de Ti: casa, familia, trabajo...
La vida del alma se alimenta de la gracia, que se obtiene en los sacramentos, la oración y las buenas obras. Trabajo bien hecho y ofrecido, obras de caridad y de servicio a los demás, etc. Y pierdo la gracia por el pecado. Por eso es tan importante pedirte perdón por mis pecados. En el Sacramento de la penitencia se me perdonan los pecados y recibo tu gracia.
II. «Domine, doce nos orare» -¡Señor, enséñanos a orar! -Y el Señor respondió: Cuando os pongáis a orar, habéis de decir: «Pater noster, qui es in coelis...» -Padre nuestro, que estás en los cielos... ¡Cómo no hemos de tener en mucho la oración vocal!» (Camino.-84).
Jesús, aunque la oración mental -la que hago ahora, hablando personalmente contigo- sea necesaria para mi vida cristiana, he de tener en mucho también la oración vocal, que consiste en repetir oraciones y fórmulas establecidas de antemano. Entre éstas, la principal es la oración del Padrenuestro, que rezo -al menos- cada día que voy a Misa.
El Padrenuestro ha sido la oración vocal que Tú mismo me has enseñado para dirigirme a Dios Padre. Por eso el Padrenuestro es el modelo de oración. Que no me acostumbre nunca a rezarlo. Además, los cristianos han rezado durante muchos siglos otra oración vocal: el Avemaría. La primera mitad de esta oración proviene del saludo del ángel a la Virgen «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo» (Lucas 1,28)-, y del saludo que le da a Maria su prima Santa Isabel: «Bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre» (Lucas 1,42).
Y en la segunda mitad pido a mi madre que se acuerde de mi ahora, y también en la hora de mi muerte. Finalmente, Jesús, está la oración del Gloria: «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo». Con esta oración quiero dar a la Santísima Trinidad toda la gloria y honor que se merecen, reafirmando una vez más mi decisión de hacerlo todo para la gloria de Dios.
Una buena manera de recitar estas tres oraciones vocales es rezando el Santo Rosario. Por eso a la Virgen le gusta tanto el rosario y ha pedido que lo recemos en sus apariciones.
I. Jesús, de nuevo me das ejemplo mostrándome la importancia de la oración. Los discípulos te miran, y quieren aprender también a rezar. Esperan a que termines tu rato de oración para pedirte: «enséñanos a orar». Jesús, enséñame a orar, enséñame a tratarle, a dirigirme a Ti, y al Padre y al Espíritu Santo. Y me respondes con el «Padre Nuestro», para que me quede claro que Dios no es un ser abstracto, lejano, ininteligible. Dios es mi Padre, y como tal he de tratarle: «Padre, santificado sea tu Nombre.» «Cuando oramos al Padre estamos en comunión con Él y con su Hijo, Jesucristo. Entonces le conocemos y lo reconocemos con admiración siempre nueva.
La primera palabra de la Oración del Señor es una bendición de adoración, antes de ser una imploración. Porque la Gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como «Padre», Dios verdadero. Le damos gracias por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en Él y por haber sido habitados por su presencia» (C. I. C.-2781).
Jesús, me enseñas a pedir al Padre por todas mis necesidades espirituales y materiales, y por los demás: «nuestro pan cotidiano dánosle cada día; y perdona nuestros pecados». La vida del cuerpo se alimenta de ese «pan cotidiano». Pidiéndote por él, no sólo pido por todo lo material que necesito, sino también reconozco que todo lo que tengo viene de Ti: casa, familia, trabajo...
La vida del alma se alimenta de la gracia, que se obtiene en los sacramentos, la oración y las buenas obras. Trabajo bien hecho y ofrecido, obras de caridad y de servicio a los demás, etc. Y pierdo la gracia por el pecado. Por eso es tan importante pedirte perdón por mis pecados. En el Sacramento de la penitencia se me perdonan los pecados y recibo tu gracia.
II. «Domine, doce nos orare» -¡Señor, enséñanos a orar! -Y el Señor respondió: Cuando os pongáis a orar, habéis de decir: «Pater noster, qui es in coelis...» -Padre nuestro, que estás en los cielos... ¡Cómo no hemos de tener en mucho la oración vocal!» (Camino.-84).
Jesús, aunque la oración mental -la que hago ahora, hablando personalmente contigo- sea necesaria para mi vida cristiana, he de tener en mucho también la oración vocal, que consiste en repetir oraciones y fórmulas establecidas de antemano. Entre éstas, la principal es la oración del Padrenuestro, que rezo -al menos- cada día que voy a Misa.
El Padrenuestro ha sido la oración vocal que Tú mismo me has enseñado para dirigirme a Dios Padre. Por eso el Padrenuestro es el modelo de oración. Que no me acostumbre nunca a rezarlo. Además, los cristianos han rezado durante muchos siglos otra oración vocal: el Avemaría. La primera mitad de esta oración proviene del saludo del ángel a la Virgen «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo» (Lucas 1,28)-, y del saludo que le da a Maria su prima Santa Isabel: «Bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre» (Lucas 1,42).
Y en la segunda mitad pido a mi madre que se acuerde de mi ahora, y también en la hora de mi muerte. Finalmente, Jesús, está la oración del Gloria: «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo». Con esta oración quiero dar a la Santísima Trinidad toda la gloria y honor que se merecen, reafirmando una vez más mi decisión de hacerlo todo para la gloria de Dios.
Una buena manera de recitar estas tres oraciones vocales es rezando el Santo Rosario. Por eso a la Virgen le gusta tanto el rosario y ha pedido que lo recemos en sus apariciones.
Los discípulos le dijeron con toda sencillez a Jesús: Señor, enséñanos a orar. (Lucas 11, 1-4) De Sus mismos labios aprendieron el Padrenuestro. Hay en estas peticiones "una sencillez tal, que hasta un niño las aprende, y a la vez una profundidad tan grande, que se puede consumir una vida entera en meditar el sentido de cada una de ellas" (JUAN PABLO II, Audiencia general)
La primera palabra que pronunciamos, por expresa indicación del Señor, es Abba, Padre. El mismo Dios que trasciende absolutamente todo lo creado está muy próximo a nosotros, es un Padre estrechamente ligado a la existencia de sus hijos, débiles y con frecuencia ingratos, pero a quienes quiere tener con Él por toda la eternidad. Hemos nacido para el Cielo. "Cuando llamamos a Dios Padre nuestro tenemos que acordarnos que hemos de comportarnos como hijos de Dios" (SAN CIPRIANO, Tratado de la oración del Señor).
II. Cada vez que acudimos a nuestro Padre, nos dice: Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo (Lucas 15, 31). Ninguna de nuestras tristezas, de nuestras necesidades, le deja indiferente. Si tropezamos, Él está atento para sostenernos o levantarnos.
Jesús nos enseñó a tratar a nuestro Padre Dios: esa conversación filial ha de ser personal, en el secreto de la casa (Mateo 6, 5-6); discreta (Mateo 6, 7-8); humilde, como la del publicano (Lucas 18, 9-14); constante y sin desánimo, como la del amigo inoportuno (Lucas 11, 5-8; 18, 1-8); debe estar penetrada de confianza en la bondad divina (Marcos 11, 23), pues es un Padre conocedor de las necesidades de sus hijos, y nos da no sólo los bienes del alma sino también lo necesario para la vida material (Mateo 7, 7-11).
Padre mío..., enséñanos y enséñame a tratarte con confianza filial.
III. Tenemos derecho de llamar Padre a Dios si tratamos a los demás como hermanos, especialmente a aquellos con quien nos unen lazos más estrechos, con los que más nos relacionamos, con los más necesitados..., con todos. "No podéis llamar Padre nuestro al Dios de toda bondad" ?señala San Juan Crisóstomo-, si conserváis un corazón duro y poco humano, pues, en tal caso, ya no tenéis en vosotros la marca de bondad del Padre celestial (Homilía sobre la puerta estrecha). La oración del cristiano, aunque es personal, nunca es aislada. Decimos Padre nuestro, e inmediatamente esta invocación crece y se amplifica en la Comunión de los Santos.
Pidámosle a nuestra Madre que nos ensanche el corazón para que quepan todos nuestros hermanos.
La primera palabra que pronunciamos, por expresa indicación del Señor, es Abba, Padre. El mismo Dios que trasciende absolutamente todo lo creado está muy próximo a nosotros, es un Padre estrechamente ligado a la existencia de sus hijos, débiles y con frecuencia ingratos, pero a quienes quiere tener con Él por toda la eternidad. Hemos nacido para el Cielo. "Cuando llamamos a Dios Padre nuestro tenemos que acordarnos que hemos de comportarnos como hijos de Dios" (SAN CIPRIANO, Tratado de la oración del Señor).
II. Cada vez que acudimos a nuestro Padre, nos dice: Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo (Lucas 15, 31). Ninguna de nuestras tristezas, de nuestras necesidades, le deja indiferente. Si tropezamos, Él está atento para sostenernos o levantarnos.
Jesús nos enseñó a tratar a nuestro Padre Dios: esa conversación filial ha de ser personal, en el secreto de la casa (Mateo 6, 5-6); discreta (Mateo 6, 7-8); humilde, como la del publicano (Lucas 18, 9-14); constante y sin desánimo, como la del amigo inoportuno (Lucas 11, 5-8; 18, 1-8); debe estar penetrada de confianza en la bondad divina (Marcos 11, 23), pues es un Padre conocedor de las necesidades de sus hijos, y nos da no sólo los bienes del alma sino también lo necesario para la vida material (Mateo 7, 7-11).
Padre mío..., enséñanos y enséñame a tratarte con confianza filial.
III. Tenemos derecho de llamar Padre a Dios si tratamos a los demás como hermanos, especialmente a aquellos con quien nos unen lazos más estrechos, con los que más nos relacionamos, con los más necesitados..., con todos. "No podéis llamar Padre nuestro al Dios de toda bondad" ?señala San Juan Crisóstomo-, si conserváis un corazón duro y poco humano, pues, en tal caso, ya no tenéis en vosotros la marca de bondad del Padre celestial (Homilía sobre la puerta estrecha). La oración del cristiano, aunque es personal, nunca es aislada. Decimos Padre nuestro, e inmediatamente esta invocación crece y se amplifica en la Comunión de los Santos.
Pidámosle a nuestra Madre que nos ensanche el corazón para que quepan todos nuestros hermanos.
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