Se cuenta de un buen chinito que, muerto y juzgado, fue destinado al Cielo. Pero cuando llegó ante San Pedro, le vino un deseo y lo expuso: meter las narices, antes, en la puerta del infierno, sólo para hacerse una idea de aquel lugar de tristeza. “De acuerdo, concedido” le respondió San Pedro. Se asomó entonces a la puerta del infierno y vio una sala inmensa, llena de largas mesas. Había en ellas muchas escudillas con arroz cocido, bien condimentado, aromático y apetitoso. Los comensales estaban sentados, hambrientos, dos para cada escudilla, uno frente al otro. ¿Y qué? Pues que para llevarse el arroz a la boca disponían al estilo chino de dos palillos, pero tan largos que, por muchos esfuerzos que hicieran, no llegaba ni un grano a la boca. Este era su suplicio, éste su infierno. “Me basta con lo que he visto”, exclamó chinito. Y regresó a la puerta del Cielo y entró.
La misma sala, las mismas mesas, el mismo arroz, los mismos palillos largos. Pero esta vez los comensales estaban alegres, sonriendo y comiendo. ¿Por qué? Porque cada uno tomando de la comida con los palillos, la llevaba a la boca del compañero de enfrente y todo salía a la perfección.
Comenta el mismo Juan Pablo I: “Pensar en los demás, en vez de en si mismo, resolvía el problema, transformando el infierno en paraíso”. Pero no están dispuesto. No pueden. Y esto puede ocurrir ya en esta vida, no solo en la otra.
“La ley de la caridad es ley de felicidad”
Amigo te invito a tratar en la medida de tus posibilades a realizarlo
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