«Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. En aquella hora, quienes estén en Judea que huyan a los montes, y quienes estén dentro de la ciudad que se marchen, y quienes estén en lo campos que no entren en ella: éstos son días de castigo para que se cumpla todo lo escrito.
Ay de las que estén en cinta y de las que estén criando en aquellos días. Porque habrá una gran calamidad sobre la tierra e ira sobre este pueblo. Caerán al filo de la espada y serán llevados cautivos a otras naciones; y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles.
Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y sobre la tierra angustia de las gentes, consternadas por el estruendo del mar y de las olas, perdiendo el aliento los hombres a causa del terror y de la ansiedad que sobrevendrán a toda la tierra. Porque las potestades de los Cielos se conmoverán. Y entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una nube con gran poder y gloria. Cuando comiencen a suceder estas cosas, levantaos, y alzad vuestras cabezas porque se aproxima vuestra redención». (Lucas 21, 20-28)
I. Jesús, la destrucción de Jerusalén que profetizas sucedió en el año 70 y es una imagen del fin del mundo. En un tiempo futuro que no conocemos, Tú vendrás por segunda vez: «Y entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una nube con gran poder y gloría». Tú te has llamado a Ti mismo muchas veces el «Hijo del Hombre,» que es título de Mesías en las profecías de Daniel. Ahora te aplicas no ya el título, sino la profecía en si; tu venida gloriosa al final de los tiempos.
Jesús, así como diste a Israel la misión de preparar tu venida, has dado a la Iglesia -nuevo pueblo de Dios- la misión de preparar tu segunda venida al final del mundo. Por eso, en cada Misa, que es el Sacramento central del cristiano, te pedimos que «ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo» (Rito de la Comunión).
Jesús, también yo, en mi momento histórico, he de vivir en espera y en preparación de esta venida gloriosa, sintiendo la responsabilidad de mantener al pueblo de Dios -que es la Iglesia- en esta misma esperanza. Después de dos mil años, los cristianos han mantenido la fe y la han esparcido por toda la tierra. Yo tengo el deber de ser fiel a esta fe que he recibido, y transmitirla con mi ejemplo y mi palabra a la siguiente generación sin rebajar sus exigencias.
II. «Te has consolado con la idea de que la vida es un gastarse, un quemarla en el servicio de Dios. Así, gastándonos íntegramente por Él, vendrá la liberación de la muerte, que nos traerá la posesión de la Vida» (Surco.-883). Jesús, en tu venida gloriosa al final de los tiempos, vas a juzgar a vivos y difuntos: es el Juicio Final, en el que la sentencia que cada persona recibió en su juicio particular se hará pública. Como las virtudes y los pecados tienen consecuencias tanto personales como sociales, es justo que haya un juicio público que revele las influencias positivas y negativas de nuestras acciones en los demás, a lo largo de la historia.
«Siguiendo a los profetas, y a Juan Bautista, Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno y el secreto de los corazones. Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios. La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino.
Jesús dirá en el último día: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mime lo hicisteis"» (C. I.C.-678). El día del Juicio Final causará terror, angustia y ansiedad en aquellos que han vivido para sí mismos. Sin embargo, para los que han vivido cristianamente será un día de gozo, pues se «aproxima el día de su redención». Los que han sabido quemar su vida en el servicio de Dios, esperan la muerte con alegría, pues es la puerta que conduce a la posesión de la vida.
Los Salmos responsoriales de estos días recogen el bellísimo Canto llamado de los tres jóvenes (Trium puerorum), utilizado en la Iglesia desde la antigüedad como himno de acción de gracias. Comienza el himno con una invitación a todas las criaturas a dirigirse a su Creador, y al final aparecen todos los hombres, llamados a cantar las alabanzas al Creador (B. ORCHARD y otros, Verbum Dei).
Nuestra vida cristiana debe ser toda ella como un canto vibrante de alabanza, lleno de adoración, acciones de gracias y entrega amorosa. Por eso, en la acción de gracias de la Comunión, mientras que tenemos en nuestro corazón al Señor del Cielo y tierra, nos unimos a todo el universo en su pregón de agradecimiento al Creador.
II. La vida entera, pero especialmente los momentos después de haber comulgado, es un tiempo de alegría y de alabanza a Dios. Para dar gracias al Señor nos podemos unir interiormente a todas las criaturas que, cada una según su ser, manifiestan su gozo al Señor. Te adoro con devoción, Dios escondido (Himno Adoro te devote), le decimos a Jesús en la intimidad de nuestro corazón después de haber comulgado.
En esos momentos hemos de frenar nuestras impaciencias y permanecer recogidos con Dios que nos visita. Las almas de todos los tiempos que han estado cerca de Dios han esperado con impaciencia ese momento inefable en el que tan próximos estamos de Él. Examinemos hoy con qué amor acudimos nosotros a la Santa Misa, donde tributamos a Dios la alabanza suprema, y con qué atención y esmero cuidamos de esos minutos que estamos con Él. Es una cortesía que no debemos descuidar jamás.
III. En la Comunión, llega a nuestro corazón, el mismo Hijo del Hombre que vendrá glorioso al final de los tiempos; viene para fortalecernos y llenarnos de paz. Viene como el Amigo tanto tiempo esperado. Y hemos de recibirlo como lo hicieron sus más íntimos. Hemos de tratar bien a Jesús, que tanto desea visitarnos en nuestra pobre casa. "Y no suele Su Majestad pagar mal la posada, si le hace buen hospedaje" (SANTA TERESA, Camino de perfección).
Es una buena ocasión de unirnos a toda la Creación para alabar y dar gracias al Creador que, humilde, se queda sacramentalmente en nuestro corazón esos minutos. Cualquier esfuerzo que pongamos para recibirlo con amor y delicadeza será siempre largamente recompensado. Pidámosle a la Virgen que nos ayude a recibirlo como Ella lo recibió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario