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martes, 8 de noviembre de 2011

Servir es una exigencia del amor a Dios; es un deber cristiano. ¿Por qué es mejor servir que ser servido, dar que recibir?


«Si uno de vosotros tiene un siervo en la labranza o con el ganado y regresa del campo, ¿acaso le dice: "Entra en seguida y siéntate a la mesa?". ¿No le dirá, al contrario: "Prepárame la cena y dispónte a servirme mientras como y bebo, que después comerás y beberás tú?". ¿Es que tiene que agradecerle al siervo el que haya hecho lo que se le había mandado? Pues igual vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os había mandado, decid: "Somos unos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer"». (Lucas 17,7-10)

I. Jesús, con este ejemplo no me estás aprobando la actitud abusiva de aquel amo, sino utilizando una situación conocida y corriente de tu tiempo para enseñar una verdad sobrenatural perenne: que somos, en el fondo, criaturas: y tenemos el deber de servir a nuestro creador.

«El servir a Dios nada le añade a Dios, ni tiene Dios necesidad alguna de nuestra sumisión; es él, por el contrario, quien da la vida; la incorrupción y la gloria eterna a los que le siguen y le sirven, beneficiándolos por el hecho de seguirle y servirle, sin recibir de ellos beneficio alguno» (San Ireneo).

Cuando sirvo a Dios y a los demás, no te estoy haciendo, Jesús, ningún favor: me lo estoy haciendo a mí mismo. Porque servir es lo propio del ser espiritual; por eso Tú «no has venido a ser servido sino a servir» (Mateo 20,28).

Servir es una exigencia del amor a Dios; es un deber cristiano. ¿Por qué es mejor servir que ser servido, dar que recibir? Porque al servir crece nuestra capacidad de amar y, por tanto, nuestra capacidad de ser felices. Por el contrario, el que no piensa más que en sí mismo, se hace egoísta; y el egoísta es como un saco roto: insaciable y triste. Pero servir cuesta, como cuesta todo lo que vale la pena. He de aprender a decir que no a mis gustos, a mi comodidad, a mi soberbia. Los ángeles fueron probados por su capacidad de servicio y los demonios fueron expulsados al infierno por su incapacidad de amar, reflejada en el grito: «no serviré».

 



Jesús, yo quiero servir, ser útil a los demás amando de verdad, día a día, servicio a servicio. Ayúdame a seguir tu ejemplo de entrega; ayúdame a seguir el ejemplo de tu Madre, María, que se hizo «la esclava del Señor» (Lucas 1,38). Ayúdame a seguir el ejemplo de tantos cristianos que han hecho de su vida una vida de servicio a los demás.


II. «Permitidme que insista en esto; es muy claro y lo podemos comprobar con frecuencia a nuestro alrededor o en nuestro propio yo: ningún hombre se escapa a algún tipo de servidumbre. Unos se postran delante del dinero; otros adoran el poder; otros, la relativa tranquilidad del escepticismo; otros descubren en la sensualidad su becerro de oro. Y lo mismo ocurre con las cosas nobles. Nos afanamos en un trabajo, en una empresa de proporciones más o menos grandes, en el cumplimiento de una labor científica, artística, literaria, espiritual. Si se pone empeño, si existe verdadera pasión, el que se entrega vive esclavo, se dedica gozosamente al servicio de la finalidad de su tarea.

Esclavitud por esclavitud si, de todos modos, hemos de servir, pues admitiéndolo o no, ésa es la condición humana, nada hay mejor que saberse, por Amo, esclavos de Dios. Porque en ese momento perdemos la situación de esclavos, para convertirnos en amigos, en hijos. Y aquí se manifiesta la diferencia: afrontamos las honestas ocupaciones del mundo con la misma pasión, con el mismo afán que los demás, pero con paz en el fondo del alma; con alegría y serenidad, también en las contradicciones: no depositamos nuestra confianza en lo que pasa, sino en lo que permanece para siempre. No somos hijos de la esclava, sino de la libre» (Amigos de Dios.-34-35).

Jesús, quiero ser, por Amor, esclavo de Dios; quiero hacer siempre y en todo porque me da la gana, con plena libertad lo que Tú me pidas. Sin pedir vacaciones ni descansos; sin creerme nada más que un «siervo inútil» que cumple con su deber. Porque eso soy. Sólo entonces, todas las demás esclavitudes y limitaciones terrenas desaparecen. Y se mira todo con una nueva luz, con paz en el fondo del alma; con alegría y serenidad, también en las contradicciones.

Desde nuestra llegada a este mundo hasta la vida eterna a la que hemos sido destinados, todo procede de Dios como un inmenso regalo. Hemos sido elevados, sin mérito de nuestra parte, a la dignidad de hijos de Dios, pero por nosotros mismos no sólo somos siervos, sino siervos inútiles, incapaces de llevar a cabo lo que nuestro Padre nos ha encargado, si Él no nos ayuda.

La gracia divina es lo único que puede potenciar nuestros talentos humanos para trabajar por Cristo. Nuestra capacidad no guarda relación con los frutos sobrenaturales que buscamos. Sin la gracia santificante para nada serviríamos. Somos lo que "el pincel en manos del Artista" (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino) Si somos humildes ?"andar en verdad" es ser conscientes de que somos siervos inútiles- nos sentiremos impulsados a pedir la gracia necesaria para cada obra que realicemos.


II. San Pablo enseñó que Dios es quien obra en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito (Filipenses 2, 13). Esta acción divina es necesaria para querer y realizar obras buenas; pero ese querer y ese obrar son del hombre: la gracia no sustituye la tarea de la criatura, sino que la hace posible en el orden sobrenatural.

La liturgia de la Iglesia nos hace pedir constantemente esa ayuda divina, de la que andamos tan radicalmente necesitados. El Señor no la niega nunca, cuando la pedimos con humildad y confianza. Nosotros pondremos todo nuestro empeño en lo que tenemos entre manos, como si todo dependiera de nosotros. A la vez, recurriremos al Señor como si todo dependiera de Él. Así hicieron los santos. Nunca quedaron defraudados.


III.¡Qué maravilla sentirnos cooperadores de Dios en la gran obra de la Redención! Para que el pincel sea un instrumento útil en manos del pintor, ha de subordinar su propia cualidad al uso que de él quiera hacer el artista, y debe estar muy unido a la mano del maestro: si no hay unión, si no secunda fielmente el impulso que recibe, no hay arte. Nosotros que queremos serlo en manos del Señor, nos mantendremos muy unidos a Él y le pedimos continuamente Su gracia.

Nuestra Madre nos ayudará a ser eficaces instrumentos del Señor. Nuestro Ángel Custodio enderezará nuestra intención y nos recordará que somos siervos inútiles en manos del Señor.

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