«Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Este recibe a los pecadores y come con ellos». Entonces les propuso esta parábola: «¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y, al llegar a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: "Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me perdió".
Os digo que, del mismo modo, habrá en el Cielo mayor alegría por un pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos que no la necesitan. O ¿qué mujer, si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una luz y barre la casa y busca cuidadosamente hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas diciéndoles: "Alegraos conmigo, porque he encontrado la dracma que se me perdió". Así, os digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente».
(Lucas 17,1-10)
I. Jesús, Tú eres el «buen pastor que da su vida por sus ovejas». (Juan 10,11). Conoces a cada una: las cuidas con cariño, las defiendes de los constantes peligros, y les obtienes alimento abundante. «Yo vine para que tengan vida y la tenga en abundancia» (Juan 10,10).
Yo soy oveja de tu rebaño; conozco tu voz y Tú la mía. Sabes de qué pasta estoy hecho, y por eso me atiendes con cuidados especiales. Aun y así, Jesús, a veces me despisto y te pierdo. Seguirte es fácil cuando el pasto es abundante y está al alcance de mi mano. Pero cuando el camino se hace cuesta arriba; cuando parece más apetecible o más divertido quedarse rezagado, ¡cómo cuesta seguirte, Jesús! Y te abandono. Enseguida, mi pequeño y egoísta paraíso se agosta, y me quedo solo.
¿Cómo volver de nuevo a Ti? Es la conversión. Jesús, perdóname: Te he abandonado por mi culpa; ya no más, ya no más. Y, al instante, tu luz y tu consuelo me llenan de nuevo: porque has venido a buscar a la oveja perdida. Hay alegría en el cielo y «entre los ángeles de Dios, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (Lucas 15,24).
II. «Otra caída... y ¡qué caída!... ¿Desesperarte? No: humillarte y acudir, por María, tu Madre, al Amor Misericordioso de Jesús. -Un «miserere» y ¡arriba ese corazón! -A comenzar de nuevo.» (Camino.-711).
Jesús, mi vida está llena de tropiezos. Pero eso no importa si tras cada tropiezo me levanto de nuevo con más brío, con más amor fruto de un arrepentimiento sincero, con más humildad. Si en vez de desesperarme y pensar que no puedo, acudo humildemente a mi madre la Virgen, ella me llenará de consuelo y de ánimo, y me llevará más fácilmente a Ti.
Jesús, Tú hablas de «un pecador que se arrepiente» y de «un pecador que hace penitencia». Arrepentimiento y penitencia han de ir unidos para que se me perdonen los pecados. Un arrepentimiento sin penitencia sería insincero, y una penitencia sin arrepentimiento seria vacía.
«El pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó. Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe satisfacer de manera apropiada o expiar sus pecados. Esta satisfacción se llama también «penitencia» (CEC.-1459).
Jesús, el medio por excelencia para volver a Ti es el Sacramento de la Reconciliación o Confesión. «A quienes les perdonéis los pecados, le son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos» (Juan 20,23). Has querido darme la seguridad de que me perdonas, absolviendo mis pecados por medio del sacerdote. Mi arrepentimiento y mi penitencia producen entonces la alegría de saberme otra vez hijo querido de Dios.
En el Evangelio de la Misa leemos: Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Éste recibe a los pecadores y come con ellos (Lucas 15, 1-10). La batalla de Jesús contra el pecado y sus raíces más profundas, no le aleja del pecador. Muy al contrario, lo aproxima a los hombres, a cada hombre. Su vida es un constante acercamiento a quien necesita la salud del alma; hasta tal punto que sus enemigos le dieron el título de amigo de publicanos y pecadores (Mateo 11, 18-19).
Y Jesús les dice: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos (Marcos 2, 17). Sentado entre estos hombres que parecen muy alejados de Dios, Jesús se nos muestra entrañablemente humano. No se aparta de ellos, sino que busca su trato. La oración de hoy nos debe llevar a aumentar nuestra confianza en Jesús cuanto mayores sean nuestras necesidades; especialmente si en alguna ocasión sentimos con más fuerza la propia flaqueza. Y pediremos con más confianza por aquellos que están alejados del Señor.
II. La vida de Jesús estuvo totalmente entregada a sus hermanos los hombres (Gálatas 2, 20), con un amor tan grande que llegará dar la vida por todos (Juan 13, 1). Cuanto más necesitados nos encontramos, más atenciones tiene con nosotros. Esta misericordia supera cualquier cálculo y medida humana.
El Buen Pastor no da por definitivamente perdida a ninguna de sus ovejas. Con esta parábola, el Señor expresa su inmensa alegría ante la conversión de un pecador; un gozo divino que está por encima de toda lógica humana. Es la alegría de Dios cuando recomenzamos en nuestro camino, quizá después de pequeños o grandes fracasos. Existe también una alegría muy particular cuando hemos acercado a un amigo o a un pariente al sacramento del perdón, donde Jesucristo le esperaba con los brazos abiertos.
III. Jesucristo sale muchas veces a buscarnos. Jesús se acerca al pecador con respeto, con delicadeza. Sus palabras son siempre expresión de su amor por cada alma. Los cuidados y atenciones de la misericordia divina sobre el pecador arrepentido son abrumadores. Nos perdona y olvida para siempre nuestros pecados. Lo que era muerte se convierte en fuente de vida.
Nos muestra el Señor el valor que para Él tiene una sola alma y los esfuerzos que hace para que no se pierda. Este interés es el que debemos tener para que los demás no se extravíen y, si están lejos de Dios, para que vuelvan. Pidámoselo a Nuestra Madre.
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