En la Biblia la palabra “gloria” implica la idea de peso. El peso de un ser en la existencia define su importancia, el respeto que inspira, su gloria. La gloria no designa en la Biblia tanto la fama cuanto el valor real, estimado conforme a su peso. La expresión “la gloria de Dios” designa a Dios mismo, en cuanto se revela en su majestad, su poder, el resplandor de su santidad, el dinamismo de su ser. Por eso la Gloria es de Dios y solo a él le corresponde de modo propio y verdadero.
Quizás sea esto lo que lleva a algunos a querer evitar a toda costa cualquier mediación entre Dios y los hombres. Piensan que si dan honor y gloria a los ángeles o a los santos, se le estaría quitando algo que solo corresponde a Dios. Y es muy posible que si ellos fueran Dios actuarían así, pero afortunadamente nuestro Dios no es así. Él disfruta compartiendo su Gloria con sus criaturas, y recibe gozosísimo la gloria que sus criaturas le devuelven tras brillar en ellas Su resplandor.
El nombre de los ángeles no es un nombre de naturaleza, sino de función ( en hebr. mal’ak, gr. angelos, significa “mensajero”). Los ángeles son “espíritus destinados a servir, enviados para asistir a los que han de heredar la salvación” Heb 1,14.
Jesús mismo tuvo trato profundo con los ángeles Mt 4,11 Lc 22,43; los menciona como seres reales y activos. Sin dejar de velar por los hombres, ven el rostro del Padre Mt 18,10 p. Su vida está exenta de las sujeciones de la carne Mt 22,30 p. Aun cuando ignoran la fecha del juicio final, que es un secreto exclusivo del Padre Mt 24,36 p, serán sus ejecutores Mt 13,39.49 24,31. Participan en el gozo de Dios cuando los pecadores se convierten Lc 15,10. Los ángeles le acompañarán el día de su parusía Mt 25.31; ascenderán y descenderán sobre él Jn 1,51, como en otro tiempo por la escalera de Jacob Gen 28,10..; él los enviará para reunir a los elegidos Mt 24,31 p y descartar del reino a los condenados Mt 13,41s. En el tiempo de la pasión están a su servicio y él podría requerir su intervención Mt 26,53.
En el Evangelio vemos que cuando una comunicación sobrenatural llega del cielo a la tierra, son los ángeles sus misteriosos mensajeros: Gabriel transmite la doble anunciación Lc 1,19.26; un ejército celeste interviene la noche de Navidad Lc 2,9-14; los ángeles anuncian también la resurrección Mt 28,5ss p y dan a conocer a los apóstoles el sentido de la ascensión Act 1,10s. Auxiliares de Cristo en la obra de la salvación Heb 1,14, se encargan de la custodia de los hombres Mt 18,10 Act 12,15, presentan a Dios las oraciones de los santos Ap 5,8 8,3, conducen el alma de los justos al paraíso Lc 16,22. Para proteger a la Iglesia llevan adelante en torno a Miguel el combate contra satán (siempre le pongo con minúsculas; se que le fastidia), que dura desde los orígenes Ap 12,1-9, etc…
Y así, quienes quisiéramos vencer al pecado para agradar siempre a Dios, nos sentimos seguros invocando a San Miguel en momentos de tentación e incertidumbre. Y a Rafael, “medicina de Dios“, le vemos acompañando a Tobías en el viaje que emprendió para cobrar una deuda de un familiar. Pero además de obtenerle la medicina que curo la ceguera de su padre, le encontró una novia, guapa, buena y rica, con la que se casó felizmente. Rafael es una prueba de que a Dios no le gusta que caminemos solos. Invocamos a Rafael al emprender viaje, pero también debieran hacerlo quienes andan buscando su media naranja. Ya lo hemos mencionado antes: Gabriel, el mensajero de Dios, tuvo el privilegio de declarar a la Virgen María la locura de Amor de todo un Dios por ella. No dudó la Virgen de la procedencia de aquella voz: “Hágase en mí según tu Palabra”.
En los ángeles descubrimos a un Dios que habla, que se comunica, que se entrega enamorado y se manifiesta a los hombres. Por eso nuestro ángel custodio, y a la Santísima Virgen, Reina de los ángeles, les pediremos unos oídos y un corazón siempre alerta a la Palabra de Dios.
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