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lunes, 26 de septiembre de 2011

CÓMO SE COMPORTA EL DEMONIO?


Digamos inmediatamente, para empezar, que el demonio hace lo
imposible para no ser descubierto, que es muy parco en palabras, que busca
todos los caminos para desalentar al paciente y al exorcista. Para mayor
claridad, distingamos su comportamiento en cuatro fases: antes de ser
descubierto; durante los exorcismos, poco antes de la expulsión y después
de la liberación. Advirtamos también que nunca hay dos casos iguales. El
comportamiento del maligno es muy variado e imprevisible.

Lo que escribimos aquí sólo se refiere a algunos de los aspectos más frecuentes de esa conducta.

1. Antes de ser descubierto. El demonio causa trastornos físicos y
psíquicos, por lo que la persona afectada recibe tratamiento médico sin que
nadie sospeche el verdadero origen del mal. A veces los médicos tratan los
trastornos largamente, probando varias medicinas, que siempre resultan
inadecuadas; por ello lo habitual es que el paciente cambie varias veces de
médico, acusándoles de no entender su mal. Más difícil es el tratamiento de
los males psíquicos; muchas veces los especialistas no encuentran nada
(esto ocurre con frecuencia también para los males físicos) y la persona
pasa a los ojos de sus familiares por «majareta». Una de las cruces más
pesadas de estos «enfermos» es la de que no son comprendidos ni se les
cree.


Casi siempre ocurre que, tarde o temprano, tras haber llamado en
vano a las puertas de la medicina oficial, esas personas acuden a curanderos
o, lo que es peor, a magos, quirománticos o hechiceros. Y así los males
aumentan.


Normalmente quien recurre al exorcista (por sugerencia de algún
amigo; rarísimas veces por sugerencia de sacerdotes), ya ha hecho el
recorrido de los médicos, ha perdido totalmente la confianza en ellos, y la
mayoría de las veces ya ha visitado a magos o similares. La falta de fe o al
menos el hecho de no ser practicantes, añadido a la gran e injustificable
carencia eclesiástica en este campo, hacen comprensible tal comportamiento.

La mayoría de las veces es una auténtica casualidad la que hace conocer la existencia de los exorcistas.

Téngase presente que el demonio, incluso en los casos de posesión
total (en los que es él quien obra o habla, sirviéndose de los miembros del
desventurado), no actúa continuamente, sino que alterna su acción
(llamada, en general, «momento de crisis») con períodos de reposo más o
menos largos. Salvo los casos más graves, la persona puede atender a sus
compromisos de estudio o de trabajo de manera que parece normal, aun
cuando, en realidad, sólo ella sabe a costa de qué esfuerzos.


2. Durante los exorcismos. Al principio el demonio hace todo lo
posible para no ser descubierto o al menos para ocultar la gravedad de la
posesión, si bien no siempre lo consigue. Constreñido por la fuerza de los
exorcismos, a veces es inducido a manifestarse desde la primera oración;
otras veces se necesitan más exorcismos. Recuerdo a un joven que, en la
primera bendición, sólo había dado algunos indicios sospechosos; entonces
pensé: «Es un caso fácil; salgo del paso con esta bendición y alguna más.»
La segunda vez se puso furioso y, desde aquel momento, yo no empezaba
el exorcismo si no me acompañaban cuatro hombres robustos para
sujetarle.


En otros casos, debe madurar la hora de Dios. Tengo presente a una
persona que había visitado a varios exorcistas, incluido yo, sin que
advirtieran nada particular. Pero cuando por fin el demonio se manifestó
como lo que era, se procedió regularmente, con la frecuencia que es
necesaria para liberar a los poseídos. En ciertos casos, ya a la primera o la
segunda bendiciones el demonio demuestra toda su fuerza, que varía de una
persona a otra; algunas veces esta manifestación es progresiva: hay
afectados que cada vez parece que presentan males nuevos. Uno tiene la
impresión de que todo el mal que guardan dentro ha de salir poco a poco
para poder eliminarlo.


El demonio reacciona de muy distintas maneras a las oraciones y
exhortaciones. Muchas veces se esfuerza por parecer indiferente; pero, en
realidad, sufre y continúa sufriendo cada vez más, hasta que se llega a la
liberación. Algunos poseídos permanecen inmóviles y silenciosos,
reaccionando sólo con los ojos, si son provocados. Otros se agitan y hay
que sujetarles para que no se hagan daño; otros se lamentan, especialmente
si se presiona la estola sobre las partes dolientes, como indica el Ritual, o
bien haciendo sobre ellas la señal de la cruz o rodándolas con agua bendita.
Son pocos los furiosos, y éstos deben ser sujetados bien fuerte por personas
que ayudan al exorcista o por los parientes.


En cuanto a hablar, generalmente los demonios se muestran muy
reacios. Precisamente el Ritual advierte que no se hagan preguntas por
curiosidad, sugiere preguntar sólo sobre lo que es útil para la liberación. Lo
primero que debe preguntarse es el nombre; para el demonio, tan poco dado
a manifestarse, revelar su nombre es una derrota; y, cuando lo ha dicho, se
muestra siempre reacio a repetirlo en todos los exorcismos siguientes.

Luego se impone al maligno que diga cuántos demonios están presentes en
ese cuerpo. Pueden ser muchos o pocos, pero siempre hay un jefe, el
indicado por el primer nombre.


Cuando el demonio tiene un nombre bíblico o dado por la tradición (por ejemplo: Satanás o Belcebú, Lucifer, Zabulón, Meridiano, Asmodeo...), se trata de «peces gordos», más duros de vencer.

Pero la dificultad proviene también en gran manera de la fuerza con que un
demonio se ha apoderado de una persona.
Cuando hay varios demonios, el jefe es siempre el último en irse.

La fuerza de la posesión resulta asimismo de la reacción del demonio
a los nombres sagrados. En general, tales nombres no son ni pueden ser
pronunciados por el maligno: «Él» indica a Dios o a Jesús; «Ella» indica a
la Virgen. Otras veces dicen: «tu jefe» o «tu señora», para indicar a Jesús o
la Virgen. Si, en cambio, la posesión es menos fuerte y el demonio es de
alto rango


(repitamos que los demonios conservan el rango que tenían
cuando eran ángeles, como tronos, principados, dominaciones...),
entonces es posible que pronuncien el nombre de Dios y el de la Virgen junto con
horribles blasfemias.

Muchos creen, quién sabe por qué, que los demonios son locuaces y
que, si uno va a asistir a un exorcismo, el demonio dirá en público todos
sus pecados. Es una creencia falsa; los demonios son reacios a hablar y
cuando son locuaces dicen cosas insulsas para distraer al exorcista y para
esquivar sus preguntas. Puede haber algunas excepciones. Un día el padre
Candido había invitado a asistir a sus exorcismos a un sacerdote que se
jactaba de no creer en ellos. Aquel sacerdote se comportaba con un aire
casi de desprecio, con los brazos cruzados, sin rezar (como deben hacer
siempre los presentes) y con una sonrisa irónica. En un momento dado el
demonio se volvió hacia él: «Tú dices que no crees en mí. Pero crees en las
mujeres, en ellas sí que crees; ¡y cómo crees!» Aquel desdichado, a la chita
callando y caminando hacia atrás, llegó a la puerta y puso pies en
polvorosa.


En otra ocasión el demonio reveló los pecados para desalentar al
exorcista. El padre Candido estaba bendiciendo a un guapo muchacho, que
tenía dentro de sí a un animalazo más grande que él. Fue precisamente el
demonio el que trató de desanimar al exorcista:


«¿No ves que pierdes el tiempo con éste? Es uno que no reza nunca, es uno que frecuenta..., es uno
que hace...», y así una larga serie de horribles pecados. Acabado el exorcismo, el padre Candido trató de convencer a aquel joven, con buenas maneras, de que hiciera una confesión genera . Pero él no quería saber
nada.


 Fue necesario llevarle casi a la fuerza a un confesonario; y allí se apresuró a decir que no tenía nada de que acusarse. «¿Pero no hiciste tal cosa tal día?», le apremió el padre Candido. Y él, atónito, hubo de admitir
su culpa. «¿Y no hiciste acaso también tal cosa?», y el infeliz, cada vez más confuso, hubo de reconocer uno por uno todos los pecados que el padre le
recordaba, valiéndose de las declaraciones del demonio. Al final se llegó a la absolución. Y aquel joven se fue aturdido:

 «¡Ya no entiendo nada! ¡Estos
curas lo saben todo!»

Otras preguntas que el Ritual sugiere conciernen a cuánto tiempo
hace que el demonio se encuentra en aquel cuerpo, por qué motivo y
similares. Hablaremos en su momento de cómo hay que comportarse en
caso de hechizos: qué preguntas deben hacerse y cómo actuar. Pero
digamos inmediatamente que el demonio es el príncipe de la mentira.
Puede muy bien acusar a una persona u otra para provocar sospechas y
enemistades. Las respuestas del demonio deben sopesarse mucho. Me
limito a decir que, en general, el interrogatorio del demonio tiene escasa
importancia. Por ejemplo, muchas veces el demonio, cuando se veía muy
debilitado, respondía a preguntas sobre la fecha de su salida, y luego no
salía en absoluto en aquella fecha.

 Un exorcista con la experiencia del
padre Candido, que sabía con qué clase de demonio tenía que vérselas y
con frecuencia incluso adivinaba su nombre, hacía muy pocos
interrogatorios. A veces, cuando preguntaba el nombre, le respondían:
«Ya lo sabes.» Y era verdad.

 «Estoy envuelto en el manto de la
Virgen; ¿qué puedes hacerme?»; «Tengo por patrono al arcángel Gabriel;
prueba a luchar contra él»; «Tengo a mi ángel custodio, que vela para que
nadie me toque; tú no puedes hacer nada»; y frases parecidas.
Siempre se encuentra algún punto particularmente débil. Algunos
demonios no resisten a la cruz hecha con la estola sobre las partes
doloridas; otros no resisten que se les sople a la cara; otros se oponen con
todas sus fuerzas a la aspersión con agua bendita. Luego hay frases, en las
oraciones de exorcismo o en otras plegarias que el exorcista puede
pronunciar, ante las cuales el demonio reacciona violentamente o perdiendo
las fuerzas. Entonces se insiste en repetir aquellas frases, como sugiere el
Ritual. El exorcismo puede ser largo o breve, según el exorcista juzgue qué
puede ser más útil, teniendo en cuenta varios factores. A menudo es útil la
presencia de un médico no sólo para el diagnóstico inicial, sino también
para aconsejar sobre la duración del exorcismo. Sobre todo cuando el
poseído no está bien (por ejemplo, si está enfermo del corazón), o cuando
no está bien el exorcista; entonces puede ser el médico quien aconseje
cuándo terminar. En general, el exorcista comprende cuándo sería inútil
proseguir.

3. Poco antes de la expulsión. Es un momento delicado y difícil, que
puede prolongarse mucho. El demonio demuestra en parte que ha perdido
fuerzas, en parte intenta asestar sus últimos golpes. Con frecuencia se tiene
esta impresión: mientras que en las enfermedades normales el enfermo me-
jora progresivamente hasta la curación, aquí sucede lo contrario: la persona
afectada está cada vez peor, y precisamente cuando ya no puede más, se
produce la curación. No es que sea así en todos los casos, pero es lo más
frecuente.

Para el demonio abandonar a una persona y regresar al infierno,
donde casi siempre es condenado, significa morir eternamente, perder toda
posibilidad de mostrarse activo molestando a las personas. Y manifiesta su
estado de desesperación con expresiones repetidas a menudo durante los
exorcismos: «Me muero, me muero»; «Ya no puedo más»; «Basta, me
estáis matando»; «Sois unos asesinos, unos verdugos; todos los curas son
asesinos», y frases parecidas. El contenido ha cambiado completamente
respecto de cuanto decía durante los primeros exorcismos. Si entonces
decía: «Tú no puedes hacer nada contra mí», ahora dice: «Me estás
matando; me has vencido.» Si antes aseguraba que nunca se iría porque allí
estaba bien, ahora afirma que está muy mal y dice que quiere irse. Es un
hecho que cada exorcismo es como darle una paliza al demonio: él sufre
mucho, pero también procura dolor y cansancio a la persona dentro de la
cual se encuentra. Llega a confesar que, durante los exorcismos, está peor
que en el infierno. Un día, mientras el padre Candido exorcizaba a una
persona próxima a la liberación, el demonio dijo abiertamente:

«¿Crees que me iría si no estuviese peor aquí?»
Los exorcismos se le habían hecho
verdaderamente insoportables
.

Otro aspecto que se debe tener presente para ayudar a las personas
que están en vías de liberación es que el demonio trata de comunicarles sus
mismos sentimientos: él ya no puede más y les provoca un estado de
cansancio intolerable; él está desesperado e intenta transmitir a la persona
poseída su misma desesperación; él se siente acabado, con poco tiempo
para vivir, ya no está ni siquiera en condiciones de razonar correctamente,
y transmite a la persona la impresión de que todo está acabado, que su vida
ha llegado al final, y se acentúa en ella la convicción de que ha
enloquecido.

Cuántas veces estas personas le preguntan desconsoladamente
al exorcista: «¡Dígame francamente si estoy chiflado!» También al poseído
se le hacen cada vez más fatigosos los exorcismos y a veces, si no llega
acompañado o casi forzado, falta a la cita. He tenido asimismo algunos
casos de personas que, próximas o bastante próximas a la liberación, han
abandonado completamente el exorcismo.

Del mismo modo que estos «enfermos» frecuentemente deben ser ayudados para rezar y para ir a la
iglesia, además de para acercarse a los sacramentos porque solos no lo consiguen, del mismo modo tienen necesidad de ser ayudados parasometerse a los exorcismos, sobre todo en la fase final; y han de ser
continuamente alentados.

Indudablemente contribuye a estas dificultades el cansancio físico y una cierta sensación de desmoralización por la prolongación de las sesiones, con la impresión de que el mal se ha hecho ya incurable. El
demonio también puede causar daños físicos y sobre todo psíquicos, de los que hay que tratarse asimismo por vía médica, incluso después de la curación. Pero son posibles las curaciones completas, sin secuelas.
4. Después de la liberación. Es muy importante que la persona liberada no afloje su ritmo de plegaria, de frecuentación de los sacramentos, de compromiso de vida cristiana.


Y de vez en cuando es bueno solicitar que le sean practicadas algunas bendiciones, pues ocurre a
menudo que el demonio ataca, o sea que trata de regresar.


No hay que abrirle ninguna puerta. Quizá, más que de convalecencia, podemos hablar
de un período de reforzamiento necesario para garantizar la liberación cumplida. He tenido algunos casos de recaída: a veces no hubo negligencia por parte del sujeto, o sea que éste había seguido manteniendo un ritmo de vida espiritual intenso y la segunda liberación fue relativamente fácil.


Cuando, en cambio, la recaída se ha visto favorecida por un abandono de la
oración, y peor aún si se ha caído en un estado de pecado habitual, entonces
la situación ha empeorado,


como describe el Evangelio de Mateo 12, 43-45: el demonio regresa con otros siete espíritus peres que él.

No le habrá pasado inadvertido al lector, lo hemos dicho y repetido,
el hecho de que el demonio hace lo imposible para ocultar su presencia.
Ésta es ya una observación que ayuda (aunque ciertamente no basta) a
distinguir la posesión de ciertas formas de enfermedades psíquicas en las
cuales el paciente hace cuanto puede para convertirse en objeto de
atención. El comportamiento del demonio es totalmente opuesto.
A menudo, cuando se trata de posesiones fuertes, los demonios
hablan espontáneamente, para tratar de desalentar o espantar al exorcista.
Varias veces me respondieron con frases como éstas: «Tú no puedes hacer
nada contra mí»; «Ésta es mi casa; estoy bien en ella y aquí me quedo»;
«Estás perdiendo el tiempo». O bien, amenazas: «Te comeré el corazón»;
«Esta noche no pegarás ojo por el miedo»; «Vendré a tu cama como una
serpiente»; «Te haré caer de la cama»... Luego, ante algunas réplicas mías,
calla. Por ejemplo, cuando le digo:

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