“El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por el mismo relato de la pasión del Señor. Éste —dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús— está puesto como una bandera discutida;
y a ti —añade, dirigiéndose a María—
una espada te traspasará el alma.
En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma (…) En efecto,
cuando Jesús (…) hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar.
Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal”.
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